Los pactos del PP y Vox revientan la precampaña
El PSOE confía en frenar la sangría hacia los populares por los acuerdos, mientras en el partido de Feijóo se ven seguros montados en el antisanchismo
La situación política ha dado un giro importante en estas últimas dos semanas. Alberto Núñez Feijóo sigue siendo el claro favorito para ganar y gobernar tras las elecciones del 23 de julio, según la práctica totalidad de los sondeos, pero la precampaña se ha colocado rápidamente en un eje que no le interesa nada al PP, según admiten varios de sus dirigentes: el de sus pactos con Vox, que le han llevado a coaliciones en 140 ayuntamientos y en la Comunidad Valenciana. Y abren así el escenario de un posible pacto en La Moncloa con Santiago Abascal como vicepresidente.
Feijóo quiere salir rápidamente de este marco y ha dado instrucciones claras para congelar las negociaciones en las comunidades que aún quedan por resolver —Extremadura, Aragón, Baleares, Murcia— y volver al eje que dominó la campaña de las municipales y que tan exitoso resultó para los populares: el del antisanchismo. El último vídeo del PP es muy claro, trata de animar a la gente a votar en pleno julio con una idea fuerza: mandar a Sánchez de vacaciones definitivas. “Vamos dejarle que haga tranquilamente las maletas”. “Y que se vaya ya, por favor”. “Y que siga pensando en política, pero desde su casa”. Son argumentos que señalan varias voces sobre Sánchez.
Esta próxima semana el PP intentará volver al antisanchismo, o los pactos con Bildu y ERC, que dominaron la anterior campaña y son decisivos, según la encuesta de 40dB. publicada por EL PAÍS y la Cadena SER, para ese 9% de trasvase de votos del PSOE al PP que rompe los equilibrios y —sumado al voto de Ciudadanos, que los populares se llevan prácticamente de manera íntegra— los convierte en favoritos. Sin embargo, en el PSOE, aún sin datos definitivos —llegarán en los próximos días con nuevas encuestas— ya están detectando con claridad el efecto de estos pactos PP-Vox y el enorme protagonismo que las posiciones más extremas de Vox están teniendo en los votantes progresistas. El PP no solo ha pactado una coalición en Valencia y le ha dado la vicepresidencia a Vicente Barrera, un torero que hizo una consulta en redes para ver si a su caballo le ponía de nombre Viriato, Escipión, Caudillo o Duce. Además, con sus votos ha hecho presidente del Parlamento balear a Gabriel Le Senne (que escribió que “las mujeres son más beligerantes porque carecen de pene”, entre otros comentarios xenófobos y negacionistas). También ha hecho presidenta de las Cortes de Aragón a Marta Fernández, una declarada antivacunas y negacionista del cambio climático que dijo de Irene Montero “que solo sabe arrodillarse para medrar”.
Los socialistas creen que esa sangría del 9%, la mayor de toda la legislatura, se está frenando con claridad y además se está empezando a movilizar el voto socialista clásico, algo que no sucedió con fuerza en las municipales. Algunos encuestadores consultados, aún sin datos definitivos, sí admiten que se detecta una reactivación del voto socialista. En el PP, sin embargo, varios dirigentes señalan que sus datos no detectan que ese flujo del PSOE hacia ellos se esté frenando. Sí admiten que crece ligeramente el PSOE, pero es porque está captando votos de Sumar, según su análisis. Mientras, en el grupo de Yolanda Díaz están convencidos de que irán subiendo a partir de ahora en las encuestas, una vez superada la batalla interna con Podemos por las listas, que les desgastó. El PP está atacando también a Díaz porque es clave para el bloque de derechas que Sumar no se haga con la tercera posición y pueda así empezar a quitar escaños a Vox. Díaz apela a un voto amplio, no solo al espacio tradicional de la izquierda. “Quiero ser la primera presidenta verde de España”, dijo este sábado buscando ese voto ecologista que también persigue el PSOE.
En La Moncloa están convencidos de que esta no era la campaña que esperaban en el PP. El protagonismo de los pactos con Vox está sorprendiendo a los populares, que parecían confiar en que este asunto desaparecería una vez terminados los acuerdos municipales. El gran elefante en la habitación, del que el PP no quiere hablar, sigue siendo la coalición con Vox para La Moncloa. Feijóo y los suyos apuntan que no habrá coalición, sino apoyo externo, como pretenden en Extremadura. Lo cierto es que el reparto de porcentajes que plantean las encuestas se parece mucho más al de la Comunidad Valenciana, donde sí hubo coalición. Pero el PP quiere instalar la idea de que la coalición no es automática, y por eso es tan importante el pulso en Extremadura. Y Abascal está lanzando el mensaje contrario: él está dispuesto a aguantar y si le necesitan le tendrán que hacer vicepresidente. “Si no nos quieren en el Gobierno, buena suerte con el PNV y los demás”, se ufana un dirigente de Vox.
Ese es el marco de la campaña de la formación de extrema derecha: ellos apelan a los votantes más conservadores para que sepan que Vox entrará al Gobierno para tirar del PP hacia la derecha en los asuntos con más carga ideológica. Y están convencidos de que los pactos en ayuntamientos y en la Comunidad Valenciana les benefician, porque se demuestra la utilidad del voto a Vox, precisamente lo contrario del argumento que utiliza el PP para intentar recuperar una parte de ese espacio. Por eso Vox aguantará el pulso en Extremadura, porque no puede aceptar que se instale la idea de que es un voto inútil.
Los socialistas están estupefactos con la guerra PP-Vox en Extremadura. Algunos en La Moncloa creen que es “un teatrillo”, como dijo este viernes Félix Bolaños, y pactarán cuando pasen las generales. Pero entre los socialistas extremeños creen que María Guardiola ha apostado por una repetición electoral y no solo están indignados —eso implica dejar a Extremadura con un gobierno en funciones durante más de siete meses, lo que pone en riesgo inversiones importantes— sino que creen que eso puede dar una oportunidad a la izquierda: esas elecciones ya no serían con una ola antisanchista y podrían perjudicar a quien las ha forzado, esto es el PP, como sucedió con el PSOE en 2019.
Los socialistas creen que Guardiola ha metido la pata dándoles el control de la Mesa del Parlamento autonómico y ha “humillado” a Vox y está arriesgando demasiado, lo que podría beneficiar a los socialistas con Guillermo Fernández Vara como candidato o con otro de la siguiente generación. En el entorno de Guardiola, por el contrario, piensan que unas nuevas elecciones con o sin Vara le permitirían a ella captar más voto socialista y pensar incluso en una mayoría absoluta y sobre todo en arrinconar aún más a Vox. La única vez que la derecha gobernó en Extremadura lo hizo con Monago, al que llamaban “el barón rojo” porque su asesor principal, Iván Redondo, le dibujó una imagen centrada y alejada del prototipo del PP para buscar votos socialistas.
En el PSOE están convencidos de que este arranque de precampaña hace pensar que aún hay partido. Todos tienen claro que ya no basta con el miedo a Vox, que sí funcionó en abril de 2019, y por eso se buscan muchos registros, y sobre todo siguen reivindicando la gestión y apelando a los buenos datos económicos. Pero en el equipo de Sánchez creen que es imposible que todos estos pactos con Vox no tengan coste para el PP. Y por eso Sánchez insistió este sábado en Tenerife, en que el PP y Vox son “un puente al pasado” que tiene un “gran poder de destrucción” de los derechos conseguidos. “Se crean áreas libres del colectivo LGTBI, se quitan banderas LGTBI de las fachadas de ayuntamientos, acuerdan que no se hagan concentraciones de repulsa contra la violencia machista, se dice que no existe la violencia machista, se quitan concejalías de Igualdad. Se dan presidencias a negacionistas que dicen, a mucha honra, que no se vacunaron ni ellos ni sus hijos”, clamó, con un ataque directo final a Feijóo: “Ni divorcios duros ni divorcios blandos. La violencia machista es injustificable siempre”. El PSOE intenta así explotar al máximo algo que cree que complica la imagen centrista que quiere exhibir Feijóo. Pero los populares parecen convencidos de que siguen teniendo la carta ganadora de la campaña: el antisanchismo.
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