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Sánchez prepara el colchón político para la amnistía

El presidente empieza a desgranar los argumentos que justificarán el salto en cuanto Feijóo fracase. En el PSOE señalan que el ruido externo les une, incluido el de González y Guerra

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, el jueves, al llegar al Congreso de los Diputados.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, el jueves, al llegar al Congreso de los Diputados.Samuel Sanchez
Carlos E. Cué

El PSOE entra en la fase más delicada de la negociación con los independentistas. Las conversaciones discretas se multiplican, algunas fuentes señalan que ya hay intercambio de papeles, aunque nada definitivo. Todo se está preparando para cuando llegue el momento de la verdad, tras el fracaso más que probable de la investidura del presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo.

En este contexto, Pedro Sánchez mide mucho sus palabras y limita al máximo sus comparecencias con preguntas. Ha tenido solo dos tras las elecciones. No ha pronunciado ni una vez la palabra “amnistía”, pero esta semana se ha visto un giro muy claro: ya empieza a preparar a sus electores para su salto más arriesgado, el carpetazo judicial definitivo del procés con una amnistía de la que aún no hay detalles. En su entorno, se limitan a asegurar que será una norma plenamente constitucional y muy medida, y que será fruto de una negociación en la que tendrá que haber cesiones por las dos partes, también la de Junts, en especial algún tipo de renuncia a la unilateralidad; esto es, la amenaza de otro procés.

Sánchez ya había preparado una especie de placenta argumental en su arranque del curso político el día 4, en un acto en el que dijo que había que “pasar página” del procés y dejar atrás “un pasado de trincheras y barricadas”. Pero esta semana ha dado un paso más, dejando claro que la amnistía está sobre la mesa. “Voy a ser coherente con la política de normalización y estabilización de la situación política en Cataluña. Y estoy diciendo mucho”, declaró. Ofrecía así el argumento central que justificará la medida: la idea de que esta crisis es política y siempre debió tener una solución política y no judicial.

El presidente en funciones no está diciendo que el Tribunal Supremo hiciera mal su trabajo, según fuentes del Gobierno. Sánchez siempre se ha cuidado de criticar la sentencia. Su frase en la rueda de prensa de Nueva York del miércoles comenzaba precisamente por ahí: “Nosotros hemos respetado siempre la labor de la justicia”. Aunque enseguida añadía: “Pero también digo que una crisis política nunca tuvo que derivar en una acción judicial y en una judicialización”.

De lo que habla Sánchez, según su entorno, es de que en 2017 nunca se debió llegar tan lejos y tuvo que haberse buscado una solución política, como de hecho intentaron Mariano Rajoy y el propio Carles Puigdemont con la mediación del PNV hasta el último momento, en el que el president decidió declarar la independencia y no convocar elecciones, lo que forzó la aplicación del artículo 155 de la Constitución, que Sánchez apoyó.

El problema del presidente, admiten varios dirigentes, es que sobre este asunto ha tenido muchos vaivenes, ha pasado de la dureza máxima en 2019, cuando prometía recuperar como delito la convocatoria de referéndum ilegal, a la apuesta actual por la convivencia. Y eso le resta credibilidad. Pero desde 2020, cuando pactó con ERC la mesa de diálogo, Sánchez defiende que lo que hay en Cataluña es un problema político que debe tener soluciones políticas. Ha dado pasos arriesgados —primero los indultos y después la reforma del Código Penal— y ahora se dispone a dar el salto definitivo de la amnistía, algo que los socialistas, incluido el propio Sánchez, descartaban por inconstitucional hasta que las pasadas elecciones convirtieron los siete escaños de Junts en decisivos.

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La presión en estos días es enorme, y la previsión que manejan los socialistas es que va a ir a más. El PP y Vox están forzando la máquina, según cuadros del PSOE y del Gobierno, porque su única apuesta es generar un ambiente de emergencia nacional que estreche el margen de negociación de los socialistas y pueda forzar una repetición electoral, la única opción que tiene la derecha de gobernar. Eso era previsible. Pero lo que no estaba en el guion inicial es que a esa presión se sumaran con máximo protagonismo Felipe González y Alfonso Guerra, los dos hombres que reinventaron el PSOE en 1974, lo dirigieron durante más de 20 años, sobre todo el primero, y son parte de la historia política de España.

La dureza de sus intervenciones contra Sánchez y la actual línea del PSOE ha molestado mucho a la cúpula del partido. No solo a los más cercanos al presidente, también a dirigentes territoriales no siempre alineados con él. Algunos recuerdan que González tuvo la lealtad del PSOE en momentos muy difíciles, con decisiones muy criticadas, como la de acompañar en 2003 a la entrada de la cárcel de Guadalajara a José Barrionuevo y Rafael Vera, ex números uno y dos de Interior, condenados por el caso GAL. La lealtad, alegan varios de los consultados, consiste en expresar internamente tu rechazo a cualquier decisión y tratar de ganar las votaciones dentro de la formación, pero, cuando se toma una decisión, acatarla y respetar a quien dirige democráticamente el partido.

“Estamos viviendo la misma película de siempre, de los que no aceptan que el partido se pueda dirigir sin tutelas. No hablan cuando se forman los gobiernos del PP y Vox. No ayudan a ganar las elecciones. Y solo hablan cuando pueden hacer daño al PSOE y ayudar a la derecha. Es inaceptable”, se queja un miembro del Gobierno. El remate de Guerra hablando del tiempo que pasa en la peluquería Yolanda Díaz ha apuntalado una desconexión sentimental y política de la generación que ocupa ahora el poder con los grandes referentes del PSOE de la Transición y los primeros años del actual régimen democrático.

Ximo Puig, expresidente de la Generalitat valenciana, resume: “El partido está entre la indignación, la indiferencia y la tristeza de ver cómo no se respetan ni a sí mismos. Siempre hay que escuchar, y sus opiniones son relevantes, pero la referencia es el respeto”. Y remata: “La declaración de Guerra a Antena 3 ha sido extraordinariamente pedagógica para entender los parámetros intelectuales en los que se mueven. El principal reto de este país, siendo muy relevante, no es la cuestión territorial, sino la superación de la peor desigualdad que representa el machismo. Seguir la estela de un marco establecido por quien ha demostrado durante un mes la carencia de proyecto para España no parece el análisis ajustado a este momento. Feijóo, cuando tenía que proponer, se ha situado ya en la oposición y ahí estamos”, remata.

La opinión más extendida es que la sobreactuación de la derecha, que celebra este domingo un acto contra la investidura de Sánchez antes incluso de que Feijóo lo intente, y la crudeza de las críticas de González y Guerra están llevando a un cierre de filas. “Quieren complicar la negociación con los independentistas. Pero pueden estar logrando lo contrario, porque en Cataluña la gente está viendo cuál sería la alternativa. A Feijóo no le han dejado ni hablar de mejorar el encaje de Cataluña, ha tenido que rectificar. Esto puede ayudarnos a negociar, lejos de dificultarlo”, dice un miembro de la cúpula socialista.

La cuestión central es la alternativa. No es que haya entusiasmo en negociar con Junts, es que la alternativa es mucho peor, porque supondría abrir la puerta a un Gobierno PP-Vox.

“La política es cuestión de alternativas. Ninguna opción es perfecta, si no sería muy fácil. Se trata de hacer concesiones. Si las hace la derecha, como hizo Aznar en 1996, cuando quitó los gobernadores civiles o dio el 33% del IRPF a las autonomías porque lo exigió [Jordi] Pujol, es por el bien de España. Si lo hace el PSOE, es para romperla. No se lo cree nadie. La gente en el PSOE sabe que la alternativa es dejar La Moncloa al PP y Vox, y eso en un partido que acaba de perder casi todo su poder territorial es un suicidio. Intentaremos la investidura hasta el final. Y si hay alguien que puede conseguirlo es Pedro Sánchez”, remata otro dirigente.

El PSOE se prepara pues para una durísima batalla, pero sin grandes problemas internos y con la convicción de que finalmente habrá pacto y se evitará la repetición electoral.

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