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Puigdemont tiene el ‘botón rojo’

Junts per Catalunya amenaza con eternizar la investidura de Aragonès poniendo como condición el Consell per la República

Francesc Valls
Rueda de prensa de Carles Puigdemont tras huir a Bruselas, en los televisores de una tienda de electrodomésticos de Barcelona.
Rueda de prensa de Carles Puigdemont tras huir a Bruselas, en los televisores de una tienda de electrodomésticos de Barcelona.Albert Garcia

El Viernes de Dolores, como un anticipo del católico Viernes Santo, se inició el viacrucis que debe llevar al republicano Pere Aragonès a ser investido presidente de la Generalitat de Cataluña. Carles Puigdemont y su formación, Junts per Catalunya, negaron la colaboración necesaria para facilitar la mayoría absoluta al dirigente de ERC. Jamás en la historia reciente de Cataluña un candidato había obtenido únicamente 42 votos —de los 68 necesarios y de los 74 diputados independentistas de la Cámara— en una primera vuelta. Y es que, tanto fuentes posconvergentes como de Esquerra coinciden en señalar que el de Waterloo quiere hacer valer “el botón rojo” del que dispone en la pugna por la primogenitura del procés para mostrar su fuerza a los republicanos. Es su forma de reivindicar un liderazgo perdido en las urnas pero que presume de su pureza nacional, frente a la supuesta “debilidad” de una ERC dispuesta a apoyar al Gobierno de Madrid y a seguir en la mesa de negociación con el Ejecutivo de Pedro Sánchez.

Durante la sesión de investidura, el presidente de JxCat en el Parlament, Albert Batet, se encargó de subrayar en al menos media docena de ocasiones que PP y PSOE son lo mismo y que nada cabe esperar de ellos. El caso es que la tensión calculada que mantienen desde Waterloo genera nerviosismo no solo entre los republicanos sino entre quienes aspiran a ser consejeros por parte de Junts per Catalunya en el Gobierno de Pere Aragonès. Pero de nada sirven. La decisión final está en manos de Carles Puigdemont, que en último momento —apuntan fuentes posconvergentes— puede dar una dentellada de caimán con la voluntad desangrar a Esquerra o alargar la incertidumbre en la pugna por la hegemonía del independentismo.

Lealtad

Desde ERC muestran su extrañeza por el hecho de que JxCat aun sabiéndose condenada a votar al candidato republicano se resista a hacerlo. “Nosotros siempre actuamos con lealtad a la hora de investirlos a ellos”, aseguran. En el fondo, hay pocas dudas de que Aragonès será presidente. El martes se votará en segunda vuelta y es muy probable que no obtenga el respaldo necesario. La pregunta es pues hasta cuándo van a forzar la situación desde Waterloo y qué condiciones van a poner. El reloj ya se ha puesto en marcha y en el plazo máximo de dos meses debe producirse la investidura o bien proceder a convocar elecciones, algo que nadie parece desear.

Desde Waterloo aspiran a que Aragonès gestione el día a día y Puigdemont ejerza al liderazgo

Este mismo sábado, mientras Aragonès opinaba que es posible llegar a un buen acuerdo antes del martes, el puigdemontista Albert Batet reiteraba que “lo ve lejos”. El presidente el grupo de JxCat sentenciaba: “No se pueden resolver los problemas de los últimos tres años en tan solo tres días”. En realidad, el escollo tiene nombre y apellidos. Se llama Carles Puigdemont y su célebre Consell per la República, que tiene como objetivo “impulsar las actividades de carácter político, social, cultural y económico destinadas a la implantación y materialización de un Estado independiente en Cataluña en forma de república”. Desde Waterloo aspiran a ceder a Aragonès el papel de gestor del día a día, mientras que reservan para “el president en el exili” una suerte de liderazgo como el papel de faro del procés con capacidad para condicionar la política del Govern.

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De hecho, en JxCat se especula con una vicepresidencia de asuntos exteriores encabezada por Elsa Artadi en la que tenga un papel preponderante el célebre organismo que promociona Puigdemont. Como dijo Batet en la sesión de investidura se trata de buscar “un espacio libre desde Europa fuera de las grapas del Estado español”, porque “las victorias del independentismo tienen el sello del exilio”, agregó. Desde Junts hay quienes afirman que Artadi, por su formación, preferiría una consejería económica. Pero desde Waterloo se opina de otra manera, aseguran fuentes posconvergentes. Algunos ya se están postulando para departamentos de la Generalitat. A Anna Erra, alcaldesa de Vic, le gustaría —afirman— estar al frente de Enseñanza. Pero todo queda supeditado a las órdenes del propietario del botón rojo.

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No está claro hasta dónde está dispuesta a ceder ERC, cuánto va a durar el pulso, ni cuál va a ser la duración del nuevo Gobierno catalán. La fórmula de un Ejecutivo entre ambas formaciones se ha revelado un fracaso de gestión en los últimos años, según han considerado las principales patronales y los sindicatos mayoritarios. El propio exdiputado republicano Joan Tardà aseguró hace unas semanas que la reedición de un Gabinete de coalición con Junts sería “un Vietnam”. “Ellos son un artefacto inestable y es muy probable que a media legislatura se produzca un cambio de alianzas”, aseguran fuentes republicanas. Todo está supeditado a que desde el Gobierno central se dé luz verde a medidas como los indultos o la reforma del Código Penal que ERC pueda exhibir como triunfos negociadores frente a los independentistas hiperventilados de Junts, apuntan desde Esquerra. Para añadir inestabilidad a la frágil legislatura, Aragonès se ha comprometido a someterse a una moción de confianza en dos años para lograr el apoyo de la CUP. “No sabemos si las tensiones internas en JxCat resistirán hasta entonces”, afirman fuentes republicanas.

La convivencia de una multiplicidad de ideologías en el partido de Puigdemont no se antoja fácil para llevar a cabo una tarea de gestión. El secretario general de Junts, Jordi Sánchez, ha intentado poner orden en la formación. Pero su tarea es difícil. Fruto de tanta diversidad, Junts ha dejado el debate del modelo fiscal para cuando Cataluña llegue a la independencia, lo cual no se prevé inmediato.

Voto de Lluís Puig

De momento Esquerra —quizás esperando en balde una contrapartida rápida— apoyó para la presidencia del Parlament a Laurà Borràs (JxCat), investigada por corrupción, y que se inauguró en el cargo permitiendo la votación telemática de Lluís Puig —actualmente en Bruselas— a pesar de los informes contrarios de los letrados de la Cámara. Fuentes de ERC aseguran que de haber presidido ellos el Parlament eso no se habría producido. Sea como fuere, Junts ha conseguido su primera victoria al arrastrar a los dos miembros independentistas de la mesa del Parlament, de ERC y de la CUP, a sus posiciones.

A Borràs, que compartió la war room de JxCat junto al expresidente Quim Torra y al irreductible exvicepresidente del Parlament Josep Costa, no le temblaría el pulso si desde Waterloo se le ordenara la guerra total. De hecho en su discurso de toma de posesión no tuvo reconocimiento alguno para su antecesor, el republicano Roger Torrent, a quien acusan de haber impedido la investidura telemática de Puigdemont en enero de 2018. Borràs forma parte de ese sector de Junts que opina que la autonomía de Cataluña es un obstáculo para la independencia, lo que, por otra parte, no le impide ocupar cargos efectivos en la Administración.

En Esquerra no son pocos los que temen que Borràs convierta el Parlament en un búnker. El primer capítulo ya ha sido escrito con la admisión del voto telemático del exconsejero Lluís Puig. Y no será el único. Falta por saber que hará en caso de ser juzgada por presunta corrupción.

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