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Los ‘Caravaggios’ perdidos (y dudosos) del genio lombardo

Con unas 80 obras reconocidas, fue un pintor prolífico que vio desaparecer sus cuadros entre desastres naturales, olvidos y atribuciones erróneas

Miguel Ángel García Vega
Imagen del cuadro 'Natividad con san Francisco y san Lorenzo' (1609), de Caravaggio, que fue robado en 1969.
Imagen del cuadro 'Natividad con san Francisco y san Lorenzo' (1609), de Caravaggio, que fue robado en 1969.Heritage Images (Gety Images)

Nápoles. Es la tarde del 26 de julio de 1805. La bahía oscurece tranquila. El Vesubio lleva casi 2.000 años sin reclamar su parte del volcán perdida. El calendario descuenta el Día de Santa Ana. Un temblor y todo cambia. La tierra se abre igual que loza cuarteada y un terremoto derrumba parte de la ciudad. “De súbito se levantó un viento fresco y vehemente, que se volvió más violento y fuerte hasta tornarse arremolinado; y le acompañó un estruendo espantoso”, escribe Giuseppe Saverio (1746-1825), historiador napolitano. Debemos imaginar un instante de silencio absoluto y después el estrépito del espanto. Vidas perdidas, construcciones, tesoros.

En el centro de la ciudad, la espléndida iglesia de Sant’Anna dei Lombardi, fundada en 1441, apenas aguanta. Desaparecen tres cuadros de Caravaggio encargados en 1607 por el comerciante de Bérgamo Alfonso Fenaroli. Una Resurrección de Cristo, un San Francisco y un San Juan Bautista. La historiadora Mia Cinotti estimaba, en su monografía Caravaggio (Bolis Edizioni, 1991), que las obras extraviadas del genio lombardo rondaban las 74. Cuatro, al menos, fueron encargadas por virreyes o nobles españoles en Nápoles. Es la ciudad donde se pierden los mejores cuadros. En una producción reconocida de unas 80 telas.

Todo amante del arte sueña con el milagro de que surja un lienzo. “Las otras obras desaparecidas —junto a las de Sant’Anna— que considero relevantes o, al menos, estimulan mi imaginación, por las amplias reflexiones que se trasladan a la pintura del momento, son un San Jerónimo escuchando las trompetas del Juicio Final, pintado para [el noble napolitano] Girolamo Mastrillo, y un Lavatorio de pies destinado al virrey de Benavente, que quizá inspiró a los grandes pintores Sellitto y Caracciolo”, desgrana Giuseppe Porzio, una eminencia en el maestro y profesor de la Universidad di Napoli L’Orientale.

Sí, Caravaggio fue el primer cineasta de la historia por sus pinturas como escenas, el devenir de sus cuadros son secuencias de su tragedia: muere con 39 años, en 1610, de malaria, en una playa infectada de mosquitos, camino de Roma, donde le aguardaba la gracia papal tras asesinar al proxeneta Ranuccio Tomassoni. Quizá fue una manera de dejar de sufrir. Porque sus telas han sido robadas (Malta consiguió en 1984 recuperar un San Jerónimo escribiendo tras dos años desaparecida, aunque nada se sabe de La Natividad palermitana arrancada en 1969 del oratorio de San Lorenzo), mal atribuidas u orilladas durante siglos (La decapitación de san Juan Bautista, Colecciones Reales) cuando eran excepcionales.

Queda lejos aquel chico lombardo que tardó en mostrar su inmenso talento y que, desesperado, vendía retratos de hombres ilustres (estaban de moda) en Roma por cuatro peniques cada uno, y pintaba hasta tres diarios. Nada ha aparecido. Ni tampoco los retratos que regaló al prior tras su estancia en el hospital de Santa Maria della Consolazione y que se llevó a Sevilla. ¿Continuarán allí?

Claro, ha aparecido el Ecce Homo madrileño, aunque apenas trae calma en su otra vida. “Que el cuadro lo exponga el Prado no significa que sea de Caravaggio, aunque la decisión del museo, que considero inapropiada, podría hacer creer que la atribución resulta compartida sin dudas por todos los críticos internacionales”, lamenta Nicola Spinosa, gran experto en pintura napolitana. “Y no añadiré más… Salvo recordar que cada cinco o diez años se descubre un nuevo cuadro con el apoyo de comerciantes y estudiosos interesados”. “¡Pobre Caravaggio!”, exclama. El maestro vivió y pintó sobre un terremoto.

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Sobre la firma

Miguel Ángel García Vega
Lleva unos 25 años escribiendo en EL PAÍS, actualmente para Cultura, Negocios, El País Semanal, Retina, Suplementos Especiales e Ideas. Sus textos han sido republicados por La Nación (Argentina), La Tercera (Chile) o Le Monde (Francia). Ha recibido, entre otros, los premios AECOC, Accenture, Antonio Moreno Espejo (CNMV) y Ciudad de Badajoz.
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