‘Ciudad sin sueño’: la luz del cine ilumina la madrileña Cañada Real
Situada al este de Madrid y a pocos minutos del centro de la ciudad, la Cañada Real Galiana es, con sus 8.000 habitantes, el mayor asentamiento irregular de Europa. Un escenario de marginalidad, inseguridad y tráfico de droga convertido ahora en escenario de cine gracias al filme ‘Ciudad sin sueño’, rodado allí con sus vecinos como actores


Paqui está sentada en una silla frente a una casa y pegada a la calzada, móvil en mano. Paqui se llama oficialmente Francisca Jiménez Fernández, tiene 49 años, y aunque su cuerpo emite cierta señal de indolencia y en su cara mande una sonrisa triste, sus ojos chispean: le va la ironía. “Yo acepté salir en la película para quitarme de aquí, porque tengo ilusión de ser alguien en el mundo”, dice. En pantalla se vio “muy bien”, aunque acabó harta de tantas repeticiones en el rodaje. “Con la peli se verá que los de la Cañada no somos monstruos, ni personas malas. Queremos salir de aquí y, si es con ayuda, mejor. Así también verán lo que es vivir en el chabolismo y entre drogadictos”.
Paqui no se moverá durante dos días de esa silla y de la zona circundante. Su director le suelta que fue una actriz difícil de “conseguir”. “Claro, no puedo dejar de trabajar. Si me llaman, tengo que ir. No puedo decirle que no a un gitano”. Y cuenta una experiencia reciente con pistolas y amenazas. “Yo tengo una gran arma, la verdad. Ante esa…”.

El director es Guillermo Galoe (Madrid, 40 años); la película, Ciudad sin sueño, que llegará a las salas el 21 de noviembre tras su paso por la Semana de la Crítica en Cannes, donde ganó el premio a mejor guion. Después ha disfrutado de un recorrido festivalero glorioso. Paqui vive en la Cañada Real Galiana, el mayor asentamiento irregular de Europa, una calle de casi 16 kilómetros a pocos minutos del centro de Madrid, y con cerca de 8.000 vecinos —4.000 de ellos, con 1.800 niños, en el sector 6— sin luz desde que el 2 de octubre de 2020 la compañía eléctrica cortara el suministro a los sectores 5 y 6, los dos más al sur. Encaran este invierno, otro más, proveyéndose con generadores a gasoil y placas solares. El colectivo artístico Boa Mistura dio color a algunas esquinas de la Cañada en 2021, y casi al final del sector 6, donde se ha rodado Ciudad sin sueño, levantó una gran guirnalda alimentada con energía solar con el lema “Luz para Cañada”. La palabra “luz” se fundió hace tiempo. Un accidente devenido en resumen existencial.

Durante los dos días de realización de este reportaje, Galoe responderá más de un centenar de veces a la pregunta: “¿Cuándo empiezas la segunda parte?”. A ella responde siempre con una sonrisa: “La tenéis que hacer vosotros”. A esa cuestión le suelen acompañar otras dos: “¿Habrá un papel para mí?” y “¿Cuándo se puede ver Ciudad sin sueño?”. El 11 de octubre hizo un preestreno para la Cañada en la antigua fábrica de muebles: se llenó, pero muchos de los vecinos cuentan que no la vieron “por trabajo” u otras vicisitudes. En el subir y bajar por el sector 6, Galoe recibe constantes saludos con cariño. También la fotógrafa, Maria Jou Sol, visitante habitual de la zona, que lleva varios días durmiendo allí para realizar los retratos que acompañan a este texto. Curiosamente, sin conocerse, Jou y Galoe han detenido sus cámaras ante un mismo chaval, Antonio Fernández Gabarre, Toni, animal fílmico, protagonista de Ciudad sin sueño y del corto que inició el viaje, Aunque es de noche, y fan de Antonio Banderas.

La madrileña Cañada Real es, en acertada definición del cineasta, un escenario de wéstern. Una vía principal por la que suben y bajan coches, con callejuelas laterales sin mucha profundidad. En la parte más cercana a la autovía A-3, donde se concentra más población gitana, por las mañanas solo asoman mujeres y niños. Los hombres, adolescentes y adultos, están trabajando o durmiendo. Al final del sector 6, la zona de inmigración magrebí, hay mayor silencio hasta que por la tarde sus vecinos retornen del trabajo y las rutas de los autobuses escolares descarguen su jolgorio. “Pero cuidado con generalizar”, espeta Houda Akrikez, fundadora y presidenta de la Asociación Tabadol de la Cañada Real. “Esto no es un asentamiento temporal ni un campamento transitorio. No es un poblado chabolista, aunque haya un gran número de infraviviendas. Nosotras hablamos de barrio en construcción. El Defensor del Pueblo lo definió como un barrio fuera de la ordenación urbanística. Por supuesto que hay droga, y problemas graves. No hay voluntad política para arreglarlo porque nos quieren echar para construir pisos de lujo. Como madre no me puedo rendir. Quiero que mis hijos sigan viviendo en este barrio y puedan crecer al igual que yo lo hice. Llegué aquí con ocho años [hace tres décadas]; la Cañada es mi identidad, mi arraigo”.

La voz más autorizada del asentamiento recuerda que cuando conoció a Galoe pensó: “Está loquísimo”. “Es que no solo venía a rodar una película, también quería montar unos talleres de cine”. De aquella escuela, Akrikez recuerda: “Fue algo bonito que les dio pie a los chavales a expresarse con naturalidad. Creo que ellos lo necesitaban”. Cuando vio el corto, su primera impresión fue: “Otro estigma que nos cae encima”. Se explica: “Mostraba cosas dolorosas de mi barrio. Ahora he entendido que de esa impresión negativa pueden salir cosas positivas. La Cañada Real es muy amplia, y esos problemas no puedes ocultarlos. Yo no puedo ir a mis charlas y decirle a la gente: ‘La droga no existe. Ni la pobreza. Ni la basura’. Porque ahí están. Aunque insisto, la droga se vende en una zona de menos de un kilómetro de los casi 16 del barrio”. ¿Y qué opina de la película? “Pues que me gusta que sea un drama familiar que transcurre en la Cañada, que podría darse en otro sitio, pero pasa y se ha rodado aquí. Y me emociona que actúen mis vecinos, no tipos caucásicos de ojos azules, sino quienes somos considerados ciudadanos de segunda”.
Porque si en algo coinciden todos los entrevistados es que el suministro es una manera de desalojo para que las grandes promociones de construcción en el sudeste de Madrid sigan creciendo. En este sector 6 la basura y los escombros se acumulan en los solares donde se han derrumbado infraviviendas (en la zona magrebí las construcciones suelen ser de ladrillo, incluso de dos plantas; en la parte de abajo —la Cañada se asienta en este tramo en una larga rampa—. En la zona gitana, las viviendas son más precarias). En Ciudad sin sueño se muestra la demolición de una vivienda, justo en la que se rodó parte de Aunque es de noche .“Hay fecha de caducidad, se va poco a poco realojando a la gente en otros pisos, desarraigando y separando familias. A muchos políticos solo les importa el negocio”, sentencia Akrikez.

A mitad de la cuesta, en una vuelta, se alza la parroquia de Santo Domingo de la Calzada, sin campana porque la robaron hace cuatro años. Allí se realiza el reparto de metadona a los drogodependientes, que viven cerca en tiendas de campaña-iglú de una famosa marca francesa. Un hombre se acerca a Galoe, le reconoce y le cuenta que ya no se pincha, ahora intenta desengancharse. Enseña los brazos sin marcas, y pide un papel para la segunda parte. Abajo, la venta de droga continúa. Cuando pasa la policía, la acción se detiene. El trajín es evidente, los yonquis no se esconden, tampoco los coches que van y vienen. El menudeo y el consumo se observa sin tapujos. En ese arranque del sector 6, el tío Baretta, patriarca de su clan, saluda al cineasta, que recuerda que si ha podido rodar en ese tramo ha sido gracias a él. El tío Baretta, desconfiado de mirada zorruna, permite que entremos en su casa: en las paredes las numerosas fotografías de gran tamaño testimonian su biografía. Habla poco. Ante la foto de uno de sus hermanos, el patriarca se emociona. No contará más. Por la noche, él y su familia se calentarán ante una de las hogueras que iluminan esa parte de la Cañada.

En esa oscuridad toca acercarse a casa de Jesús Fernández Silva, Chule, de 54 años. El abuelo en pantalla, seco y dolorido porque observa cómo su mundo se desmorona, es en persona un tipo de presencia formidable y risa presta. “Uf, me vieron, me hicieron una prueba y pensé que sería un cachondeo, y mira, al final me cogieron”. Orgulloso, le enseña a Galoe que ha construido y prepara la inauguración de un bar dentro de su parcela. “Porque si espero a que Guillermo haga la serie y me contrate… [carcajada]”. Chule ha vivido en múltiples poblados antes de llegar a la Cañada hace tres lustros. “Esto se acaba. Le quedan cinco, diez años. Nos echan, quedamos cuatro gatos. Aquí lo hemos pasado muy mal, como durante la Filomena, pero a cambio hay una comunidad. ¿Los políticos? Unos mentirosos. Solo van a por los votos”.

Durante los paseos, a Galoe (contracción que ha realizado este año de sus dos apellidos, García López, con los que firmaba antes) se le han ido desparramando las confesiones: “Han sido seis años de mi vida. He descubierto un territorio muy distinto, aunque cercano a mi casa, al que llegué con la idea de hacer una película junto a su comunidad. Y con el tiempo se crearon amistades, con sus alegrías y su dolor. Muchas veces he vuelto a casa roto”, relata. A continuación puntualiza: no quiere hacer drama de su drama. “Pero con ello sí se me generó una sensación de responsabilidad. La verdad, aquí he envejecido bastante. Por el sitio y por el proyecto. Me ha costado mucho hacer esta película como yo quería”.

Toni ya ha cumplido 17 años. En mayo no pudo ir con la película a Cannes porque coincidió con su boda. Él repite protagonista del corto al largo, y por él Galoe aumentó la edad de sus protagonistas, dos chavales, uno gitano (Toni), otro marroquí (Bilal, al que da vida Bilal Sedraoui), que viven sus últimos días de amistad antes de que uno sea realojado en un piso y el otro emigre a Francia. Toni es resabiado, listísimo, magnético a la par que indolente, capaz de pasar de cero a cien en décimas de segundo. “Espero que mucha gente vea la película para que entienda que no somos malos”, dice, “hay miedo a los gitanos, y no mordemos”. Quiere hacer más cine, aunque no se ha puesto a ver cómo, y si llega a los Goya le ilusiona conocer a Antonio Banderas. Y confiesa otro deseo: “No quiero dejar nunca la Cañada”.
Guillermo Galoe ha necesitado seis años para esta aventura. Los dos primeros ni sacó la cámara. No era un desconocido: ganó su primer premio Goya con Frágil equilibrio (2016), un largo documental sobre la desigualdad en el mundo por las consecuencias de la sociedad de consumo, con la narración del expresidente de Uruguay Pepe Mujica, fallecido el pasado mayo. A Galoe le mueve tanto lo social como lo estético (empezó a estudiar Arquitectura), que puede verse en otros cortos suyos como Lo-Tech Reality (Detroit más afrofuturismo en colaboración con el colectivo Underground Resistance) o As gaivotas cortam o céu, codirigido con la portuguesa Mariana Bártolo. Con el corto Aunque es de noche (2023), del que Ciudad sin sueño es su expansión visual, temática y temporal, ganó su segundo premio Goya. “¿Sabes a lo que te empuja este lugar? A que reflexiones sobre tu rol como cineasta. En verano de 2014 ya vine a la Cañada. Era muchísimo más grande, una torre de Babel enorme y fortificada. Me impactó muchísimo, decidí que iba a hacer una película aquí. ¿Cómo? Para eso ha sido el viaje, para reflexionar constantemente sobre el poder de las imágenes y la responsabilidad de qué hacer con ellas. Debemos ser conscientes de la dinámica de poder que se establece entre el que filma y el que es filmado; sobre todo, en un entorno vulnerable, harto de la imagen que de él proyectan los medios de comunicación”.

Galoe empezó forjando vínculos, viniendo durante años todas las semanas. “Me colé [ríe] en una de las asociaciones del barrio. Hice unos talleres con niños, niñas, adolescentes, a veces con sus padres. Busqué que el cine se les volviera algo cotidiano. Y yo gané tiempo de observación. Rodábamos películas pequeñas con el teléfono móvil y era una forma para mí también de aprender cómo los chavales se representaban a sí mismos y a su espacio [un retrato que persiste enCiudad sin sueño].Nadie me lo había pedido, a lo mejor tampoco era una cosa tan relevante para ellos, pero era lo que yo podía dar”. Rememora el confinamiento, la tormentaFilomena,el corte de luz, los desahucios… “Por eso, la travesía se ha hecho con ellos. Siempre me preocupó que los vecinos sintieran que su dignidad era preservada, que no se sintieran utilizados”. Y finalmente, logró encajar un rodaje profesional en un mundo que navega por la volubilidad y la imprevisión.

Galoe empezó forjando vínculos, viniendo durante años todas las semanas. “Me colé [ríe] en una de las asociaciones del barrio. Hice unos talleres con niños, niñas, adolescentes, a veces con sus padres. Busqué que el cine se les volviera algo cotidiano. Y yo gané tiempo de observación. Rodábamos películas pequeñas con el teléfono móvil y era una forma para mí también de aprender cómo los chavales se representaban a sí mismos y a su espacio [un retrato que persiste en Ciudad sin sueño]. Nadie me lo había pedido, a lo mejor tampoco era una cosa tan relevante para ellos, pero era lo que yo podía dar”. Rememora el confinamiento, la tormenta Filomena, el corte de luz, los desahucios... “Por eso, la travesía se ha hecho con ellos. Siempre me preocupó que los vecinos sintieran que su dignidad era preservada, que no se sintieran utilizados”. Y finalmente, logró encajar un rodaje profesional en un mundo que navega por la volubilidad y la imprevisión.

Queda charlar con Harris Dochita. Rumano, de 31 años, secundario en el filme: “Por desgracia, llevo en la Cañada 13 años. Espero que la peli me ayude a salir, solo me queda esta oportunidad”. Galoe ha avisado antes de su suma inteligencia, subrayada por una mirada voraz. En 45 segundos, en un castellano raudo, Dochita cuenta su vida: “Venía de vacaciones en verano a España a ver a mis siete hermanos, que trabajaban aquí en la construcción. Al tercer verano gané en un sábado, de las nueve de la mañana a las dos de la tarde, 150 euros. No puedo contar en qué. Para qué volver a Rumania si en cinco horas gané lo que allí es el sueldo mensual. Empecé a currar en la construcción, un día encontré una caja fuerte con oro y así me enganché a la droga”. Le ha encantado aparecer enCiudad sin sueño,aunque conoció a Galoe antes del corto, y suelta un análisis fílmico espectacular. En su muñeca lleva un reloj al que se le han caído las manecillas y la esfera. No se había percatado. Para Harris, para parte de la Cañada, el tiempo fluye de manera distinta, directo al olvido.
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