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Las luchadoras de la Cañada Real

Houda Akrikez lidera la asociación cultural Tabadol, que desde 2014 reivindica el papel de la mujer marroquí en la Cañada Real, y que desde hace un año, además, concentra la lucha contra los cortes de luz

Houda Akrikez, líder del colectivo Tabadul, en Rivas-Vaciamadrid.
Houda Akrikez, líder del colectivo Tabadul, en Rivas-Vaciamadrid.INMA FLORES (EL PAIS)

Son las siete y media de la tarde en el Parque Bellavista de Rivas-VaciaMadrid. Kay, una cachorrita mezcla de husky con chow chow, corretea por el césped. Su dueña (es un decir, mirando quién sigue a quién por la pradera) reconoce que aquí se siente una más. Nadie le presta una atención especial si no es para comentar costumbres caninas. No saben que cada día recorre los 5,9 kilómetros que la separan de su casa en el sector 6 de la Cañada Real Galiana para que la bolilla peluda pueda jugar.

Tampoco la identifican como extranjera: es la única mujer de su comunidad que no lleva velo. Tiene acento, el chulesco madrileño que se desparrama por las haches y las jotas como el del resto de presentes, y lleva un vestido entallado de flores rojas, deportivas blancas y gafas de sol grandes, estilosas. Aquí charla con mujeres y hombres de forma indistinta y con naturalidad, lo que a diez minutos al sur en coche no resulta tan fácil. Aunque a Houda Akrikez, de 34 años, no le quedan muchas convenciones por dinamitar.

“Esa es mi hija” dice Enfetla a quien quiera oírla, y a quien no, también. Madre de ocho hijos, se siente orgullosa cuando la ve organizando movilizaciones con las demás mujeres del sector, todas marroquíes. “Mi padre, que es un señor de 75 años con la barba larga, un marroquí típico como los que te puedas imaginar, también me apoya”, explica la joven. Ahmed construyó con sus manos la casa familiar poco a poco y llegando cada día de trabajar como albañil, caminando más de 15 minutos para llegar a la parcela que había comprado. Negoció la adquisición con una vecina de la zona y le pagó el equivalente en pesetas a 10.000 euros, en 1994. “Nosotros compramos el terreno, lo hicimos bien, nos dieron un recibo”, recuerda Houda.

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Cuando tenía nueve años, una tarde Ahmed se llevó a toda su familia del piso por Banco de España, en el que vivían de alquiler, la subió a un autobús hasta Conde de Casal, desde donde recorrieron por primera vez la distancia entre la A-3 y su nuevo hogar. Ocuparon las dos habitaciones y la cocina que estaban levantadas, el resto llegaría poco a poco, con una inversión familiar de 25.000 euros para construirla y adecuarla. Nadie les ha regalado nada a los Akrikez. A mediados de los noventa se consideraba la Cañada un nuevo barrio, tanto que por entonces llegaban los servicios de Correos, iluminación, asfaltado y hasta cisternas de agua de la Comunidad cuando faltaba el suministro. “Estamos en un país donde se respetan los derechos de las personas”, le dijo el padre a Houda, cuando en 2007 se comenzó a degradar la zona y tanto Ayuntamiento de Madrid como Comunidad les dejaron a su suerte. La hija se dio cuenta pronto de que no era así.

El día que comenzaron los derribos, ella estaba recién casada y de visita en Tetuán. Lo vio por televisión, en el canal árabe Al Jazeera. “Hablaban de un barrio de Madrid que estaba siendo desmantelado y cuando reconocí la Cañada llamé a mis padres, no entendíamos qué pasaba”, cuenta. De un día para otro les arrebataban su realidad. ¿Qué había cambiado? El traslado de la venta de droga tras la desaparición de Las Barranquillas a una parte muy delimitada y concreta del sector 6, algo que no tenía nada que ver con ella, su familia o los cientos de familias que llevaban décadas haciendo barrio allí, construyendo ciudad.

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Una lucha multiplicada: por el barrio y contra el machismo de la comunidad

Tocó movilizarse, y Houda, ya madre entonces, junto con un grupo de chicas que sentían que la Cañada formaba parte de su vida, decidieron moverse y preguntar qué pasaba. Era 2010 y estas mujeres supieron que iban a multiplicar la lucha: por el barrio y contra el machismo de su comunidad. “Dile a tu marido que venga a la mezquita a preguntar”, les decían cuando querían informarse. En lugar de eso, en 2014 se constituyeron en una asociación, Tabadol, palabra árabe que significa intercambio. A la vez que se convertía en madre y trabajaba por la noche, Houda estudiaba gestión administrativa, después el bachillerato, integración social, mediación intercultural y resolución de conflictos. Por el camino llegó un divorcio y el abandono del velo.

― ¿Por qué lo dejaste de usar?

― Llegó un momento en que no quise usarlo más. Antes, también lo había llevado porque yo quería.

― ¿Fue después de ser madre?

― Sí.

Cada vez que la vida se le ha torcido, recuerda que tiene dos hijas, de 11 y 12 años. “Se merecen tener una madre superviviente, quiero ser un ejemplo para ellas”, sonríe al decirlo. No siempre es fácil. Parte de su familia dejó de hablarle cuando guardó el hiyab. Especialmente su hermano mayor Mohammad, que durante dos años no le dirigió la palabra. Hace unos meses, se sentaba a su lado en una reunión vecinal. “Es muy difícil ver en Cañada Real a una mujer marroquí dentro de una asamblea con 30 hombres dándoles órdenes y hablando de cómo se va organizar el barrio”, explica. Y ahí estaba su hermano, sacando pecho.

Houda Akrikez se encara con los antidisturbios desplazados a la Cañada Real en una protesta de luz de los vecinos por los cortes de luz, en octubre de 2020.
Houda Akrikez se encara con los antidisturbios desplazados a la Cañada Real en una protesta de luz de los vecinos por los cortes de luz, en octubre de 2020.luis de vega

Hasta 60 mujeres en la protesta

Este último año, desde Tabadol las mujeres de Cañada han liderado la movilización ciudadana por los cortes de luz, especialmente visibilizando las consecuencias de la falta de luz tras la tormenta Filomena. Hasta 60 mujeres participaron entonces. Los hombres les llamaban en febrero y marzo para darles las gracias. Hoy son solo seis, y Houda acusa el cansancio de ser la que tira del carro. La falta de resultados políticos les está haciendo daño. “Muchos vecinos no dejan salir de casa a sus mujeres ahora, diciéndoles que no sirve de nada lo que han hecho”, explica. Vuelven a estar marginadas en un bucle del que es muy difícil salir. A ella le quita el sueño.

― ¿Qué hay que hacer para cambiar el cerebro de los maridos?

― ¿Cómo de los maridos? ¡Son ellas las que tienen que cambiar de forma de pensar!

Le molesta la pregunta. No acepta que se infantilice a la mujer marroquí. “Aquí hay compañeras que han estudiado derecho, medicina, trabajo social. Otras son amas de casa”, reivindica. “Los hombres del sector 6 todavía no creen que una mujer tenga capacidad de gestión”. La sombra de los prejuicios masculinos alcanza aún a las generaciones más jóvenes, Houda lo ve cada día: “Hace poco una chica de 17 años no quiso subirse a un coche con un compañero tuyo que iba a hacerle una entrevista, para que no la vieran”. Cree que son ellas las que deben reaccionar. “Está claro que ningún hombre podría haber conseguido lo que hemos hecho nosotras este año”, afirma. Kay, la cachorrita, interviene aquí y asiente con un ladrido, tirando de Houda con la correa en dirección de vuelta a la Cañada Real Galiana, en donde las dos crecieron y aprendieron a pelear, y el sitio al que quieren seguir llamando su barrio.

Un año sin luz para 4.000 personas, 1.800 menores

En dos semanas se cumplirá un año desde que no hay luz en una parte de La Cañada Real. Esta es una de esas veces en que es precisamente que no cambien las cosas lo que es noticia. Cerca de 4.000 personas, de ellas unos 1.800 niños, han pasado por la pandemia, Filomena, y un verano con picos históricos de calor sin poder calentarse, refrescarse o estudiar online en un curso escolar que ha sido prácticamente telemático.

La situación sigue encallada, y nadie asume responsabilidades: ni el ayuntamiento de Madrid, ni la Comunidad, ni Delegación de Gobierno. Mientras tanto, la Audiencia Provincial en junio afeó al juzgado de instrucción número 42 que dictaminara a favor de Naturgy teniendo en cuenta únicamente su versión, y ha pedido que se investiguen de forma independiente los motivos de los cortes. El Defensor del Pueblo sigue haciendo requerimientos, el último en mayo, para que se restituya el suministro eléctrico, y hasta la ONU ha pedido que se deje a un lado la pugna política y se cumplan las obligaciones en materia de derecho internacional para con la población de la zona.

Houda Akrikez pone en valor la actuación de las mujeres de Cañada, en un año tan difícil. “Son un ejemplo y yo estoy super orgullosa de ellas. Con la Covid, cuando nos decían que teníamos que lavar la ropa de nuestros hijos en caliente para que pudieran ir al colegio, lo hacíamos, aún sin tener luz para la lavadora”. Los menores se duchaban a diario y han hecho los deberes, todo ello a oscuras. “La señora Ayuso jamás en su vida ha venido a Cañada Real para decir las cosas que dice de nosotros”, asegura, en referencia a las palabras de la presidenta de la Comunidad en sesión parlamentaria acusando a los vecinos de no querer pagar facturas. “Tenemos niños de siete años con más valores que ella”.

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