Carlos González, actor: “De pequeño era el único en el pueblo que jugaba con muñecas”
En los últimos cinco años, la carrera de este riojano que ha pasado por ‘Maricón perdido’ o ‘Cardo’, se ha disparado: en los últimos meses ha generado grandes críticas por ‘La vida breve’, ‘Mariliendre’ y ‘La canción’

“Soy el fruto del rollo de dos jóvenes de diferentes pueblos que no se protegieron bien, se rompió el condón, mi madre se tomó la pastilla del día después, y a los dos meses catapló, embarazada, María Victoria”. ¿Y qué hicieron? “Pues seguir adelante, ella con 18 años y él con 24 que tendría. Mis padres son unos luchadores”.
Carlos González, actor que ha cosechado espectaculares críticas en los últimos años por su trabajo en series como Cardo, Veneno o Maricón perdido, nació en un sitio donde la gente no suele buscar talento. Es una de esas cosas que, inevitablemente, marcan una vida.
—Cuando venía de rodar Maricón perdido, fue una época fuerte. Tenía 23 años, era mi primer protagonista, justo pilló la pandemia y se me juntó todo. Verme [en un gigante cartel promocional de la serie] en Callao, yo con una mascarilla puesta en la cara, a 400 kilómetros de mis padres. No podía salir a la calle sin un dolor en el pecho, algo que me quemaba aquí constantemente.
González creció solo entre La Rioja y Navarra. No solo literalmente, tenía sus amigas y a sus padres, su madre en Cintruénigo, un pueblo de 8.000 habitantes, y el padre a 20 kilómetros, en Cervera del Río Alhama (2.255 habitantes): ambos le adoraban. Pero para lo suyo, solo. Solo por hijo único, solo por homosexual, solo por artista, solo por diferente; solo de conocer el bullying, suspender en el instituto y dejar de ir a clase. Solo como lo está cualquiera cuando no tiene cerca a nadie que se parezca a él. Ningún talento llega muy lejos en soledad. Hacen falta personas que crean en él, que ayuden a sacarlo al exterior y que le den forma. El talento que no se emplea en algo no vale de nada.
—Te hablo de dolor físico, no mental. Tenía pinchazos en el corazón, me dolían los músculos, me temblaba el ojo. Estaba continuamente haciéndome pruebas porque estaba convencido de que yo me iba. No sabía que era ansiedad, ansiedad crónica.
Este año es difícil ver alguna de las mejores series españolas sin toparse con la cara de González: La vida breve, La canción, Mariliendre. No son papeles grandes, aunque su trabajo, coinciden sus compañeros y jefes, sí lo es. Lo grande de verdad está en camino. Acaba de rodar La bola negra, el nuevo largometraje de Los Javis, junto a Penélope Cruz, Guitarricadelafuente, Glenn Close y Julio Torres. Lo que media entre aquella infancia y todo esto es la historia de un chaval de pueblo, sin lazos con la industria audiovisual —ni, como le recordaban de pequeño, el físico de una estrella convencional—, que se las apañó para trascender, en vez de interiorizar, la imagen que le devolvían de sí mismo en clase. Que se puso delante de personas (mujeres, casi todas) que vieron en él el potencial de un gran actor, que sacaron lo que tenía dentro, que le dieron forma.
—Es que esta industria da mucho miedo. Cuesta tanto entrar, cuesta tanto poder trabajar como actor, que cuando de repente cae una posibilidad, un destello, de algo, hay mucho miedo que eso se caiga.
Habla de una forma muy particular, en frases redondas y pausadas, con la rotundidad solemne de una gran dama de las tablas. Marisa Paredes describiendo la vida de un hombre gay de 28 años. A veces habla a la defensiva y le salen dejes de la España vacía; otras, un carácter faraónico que suena a Rocío Jurado (su favorita, y no es raro que rompa a cantar si la conversación decae en un grupo). Pero todo esto viene de un lugar hondo, prodigiosamente hondo, y tan receptivo a tantas emociones que es inevitable preguntarse, si González hubiera renunciado a su talento para encajar donde fuera, qué demonios hubiera hecho con él.
—Siento que si no pudiera dedicarme a esto, me moriría.
Que estaba destinado a los escenarios no hubo ni que descubrirlo, siempre fue evidente. “En las fiestas, todos los niños jugando en la plaza del pueblo, y yo, en las orquestas. Me ponía al lado de un altavoz, comiéndome perritos calientes de la feria, o manzanas de caramelo, la roja, que me encantaba la roja, y me pegaba las cuatro horas con la orquesta, mientras mi abuela me miraba”, rememora. A veces, los músicos le dejaban subirse al escenario a cantar lo que él se sabía, El clavel, Como yo te amo, canciones de la Jurado. “En mi familia ha gustado siempre una buena folclórica, y las letras de la Jurado, tan dramáticas, también tendrán que ver, digo yo, en mi personalidad de hoy en día”.
¿Cuándo se dio cuenta de que era diferente?
¿Maricón?
Bueno, distinto a los demás.
Era el único niño que jugaba con muñecas. Algo raro había. Las miradas de los demás… Aunque mis padres me compraran las muñecas, porque me han aceptado tal y como soy siempre, hay una mirada ahí, algo de corporalidad del otro, que ves que no está yendo bien, que hay una cierta tensión para los demás.
Y además pretendía actuar.
Eso es que tú vengas en la secundaria y la profesora que estaba en el grupo de teatro no te dejara apuntarte porque te tenía manía y decía que tú no ibas a ser actor. Que tú no podías ser actor porque tú eras un pelele. Atento a la palabra tan antigua y tan… estúpida: pe-le-le. Una profesora no puede decir a alguien lo que va a ser porque tú eso te lo crees.
Quizá Cintruénigo y Cervera no fueran entonces los sitios que más premiasen la rareza, pero González se buscó la vida: antes de los 10, había ganado el concurso Cintruénigo Proyecto Estrella. Apostó por la música. Dio clases de solfeo, piano y canto. Grabó un disco. En primavera de 2010, la televisión le dio una idea. “Vi el anuncio de un programa que se llamaba Cántame cómo pasó [un concurso de La 1 para escoger a los actores de un musical de Cuéntame cómo pasó que jamás se produjo]. Mis padres no querían apuntarme y yo monté una pataleta fuerte”.
González compitió por el papel de Carlitos: en la final, eran él y dos niños llamados Manu Ríos (hoy conocido por Élite, Extraña forma de vida) y Gaby del Castillo (La catedral del mar). González ganó y ahí empezó lo peor. “Cuando volví, pensaba recibir en el pueblo más amigos, porque se supone que he salido en televisión. Mecachis, fue lo contrario. Un bullying de la hostia. ‘Maricón’, ‘gordo’, ‘quién te crees’, ‘que no has ganado el programa’. Sí lo había ganado. ‘Eso es un tongo, tongo, tongo’. ‘Que caaante, que caaante, que caaante’. Esa frase, ‘que caaante’, no se la deseo a nadie. A mí me la hacen hoy, que me la siguen haciendo a veces, y yo canto, eh, pero algo se activa”. Las estrellas no tienen amigos. “En su pueblo, no. No hace gracia”.
El plan de los padres fue que el chaval negociara él su realidad. “Hicieron lo más inteligente que se puede hacer con un niño de 13 años, que fue mandarlo al pueblo [Cintruénigo] a que se construyera su personalidad verdadera, dándose de hostias contra la gente que le haga daño, cayéndose al suelo, levantándose una y otra vez, suspendiendo… Vida de un chaval de pueblo”.
¿Y el resultado?
Hacía pellas. No quería hacer la secundaria.
Bueno.
Pasaba muchas horas en casa. Ahí descubrí el cine de Almodóvar. Almodóvar a mí me cambió la vida. Mi madre trabajaba de noche. A las ocho de la mañana, yo me levantaba solo, mi madre me había dejado el almuerzo preparado y yo me lo comía en casa viendo películas de Almodóvar. Descubrí una página que se llama Playdede, de cine pirata, y me chuté a Almodóvar, pirateao, hasta las trancas durante toda mi secundaria. Pero una y otra vez, te estoy hablando de cada una de sus películas. Sentía que me aburría siendo yo mismo todo el rato. Cantando era yo, un micrófono y una canción. Yo quería ser otros.
¿Y en clase?
A mí en el instituto no se me entendió, excepto dos profesores o tres, que entendían el niño que existía ahí dentro. Porque si no… Yo, porque tuve la suerte de encontrarme con las películas de Almodóvar. Si no, ¿qué me iba a motivar a mí a irme a Madrid a ser actor? Pues fueron esas películas. Mis padres me dijeron: “Tú no te vas a ningún lado sin secundaria”. Entonces ya, claro. Veo un objetivo y ya empiezo a aprobar.
¿Lo que antes suspendía?
Yo no me presentaba a los exámenes, pero yo los leía una vez y los aprobaba.
Llegó a los 18 a Madrid para estudiar en la escuela de Juan Carlos Corazza (maestro de Javier Bardem o Elena Anaya). No entró a la primera: los profesores le dijeron que no le veían preparado para ingresar. Al año siguiente se matriculó. En el aula, se dio de bruces con su falta de experiencia, frente a otros alumnos (Ana Rujas estaba en su clase) que llevaban años haciendo teatro. Había algo ahí, eso se lo decían todos, pero lo que había él no lo conseguía domar. “Era el peor de la clase, se lo puedes preguntar a cualquiera de mis compañeros. No sabía improvisar, no sabía hacer absolutamente nada”.
—Ahora te voy a contar lo más bonito que te va a contar alguien en tu vida.
Su primera profesora fue Rosa Morales, actriz y mítica directora de casting de los noventa. “Me dijo: ‘No estás entendiendo lo que es la interpretación. Yo sé que hay algo en ti que está ahí y no sé lo que es. Te voy a dar este personaje de esta obra’. Era Flo en Picnic [de William Inge], el papel de la madre. ‘A ver si entiendes la interpretación desde una energía femenina”.
A veces, cuando a González se le ilumina la mirada, algo cambia en el ambiente, como si cambiara la luz en la sala, o como cuando en una película un personaje que estaba hablando rompe a cantar. “Fue darme ese personaje y [chasca los dedos] yo pego un cambio completamente. Empecé a actuar, a llorar, a pasar por un montón de estados que yo antes no entendía. Me enamoré por completo de la profesión a partir de un personaje femenino”.
Empezó a hacer castings. El primero fue para Señoras del (h)ampa, en 2019. Así lo cuenta él: “En la separata ponía que tenía que comer unas croquetas. Yo me llevé de casa unas croquetas fritas de mi abuela y se las di a las directoras de casting. Oye, les encantaron. Nunca entenderé, claro, si me cogieron por mí o por las croquetas”. Y así es como lo recuerda Carlos del Hoyo, creador de la serie. “El personaje estaba planteado como un hombre tosco, muy hetero, con barba y que odia su trabajo de ayudante de una presentadora televisiva. Cuando ya habíamos visto casi todas las pruebas, nos llegó la suya. Dimos al play y flipamos. Había traído de casa una propuesta superarriesgada, hecha desde un lugar muy suyo: la ingenuidad, el afeminamiento, la vulnerabilidad. Ese hombre tosco lo había convertido en el mariquita de la folclórica”. Los guionistas recompusieron el personaje a partir de lo que él había hecho en la prueba.
Creó cierta reputación por su capacidad de trabajo, por lograr que parecieran fáciles cosas difíciles ante la cámara. “Se trabajan mucho las pruebas: cuando le sale un personaje, trabaja y trabaja”, explica Pilar Castro, su compañera en aquel rodaje, quien se ha convertido en una de sus mejores amigas. “Le vi su fragilidad, su vulnerabilidad. Cuando alguien llega a este oficio, llega muy asustado. Sobre todo los que vienen de fuera de Madrid, que tienen además el desarraigo…”.
Otro trabajo, otra catapulta: Veneno, la serie de Javier Ambrossi y Javier Calvo que hasta The New Yorker nombró una de las mejores de 2020. En el tercer capítulo hacía de uno de los amigos de la protagonista en un pueblo de Almería. Muchos integrantes de aquel rodaje tardaron años en percatarse de que González no era andaluz, que ese acento lo había creado en casa. “No hemos dejado de trabajar juntos desde entonces”, celebra Ambrossi, quien junto a Calvo también fue productor ejecutivo de Cardo y Mariliendre. “Creo que es uno de los grandes talentos de su generación”.
Veneno fue una gran lanzadera. Confirmó lo bien que hacía los personajes que conocen la oscuridad un poco mejor que los demás en la escena (cómo se lleven con esa oscuridad ya depende del proyecto). Volvía a hacer de hombre gay, y ya empezó a demostrar el valor que puede tener un actor con su capacidad de trabajo, de generar empatía, al frente de personajes que el público tiende a estereotipar. “Entiendo el estereotipo cuando te ayuda a construir algo artístico: partir de él para luego encontrar el alma de lo que realmente es el personaje. Eso para mí es el verdadero trabajo del actor, encontrar el alma de alguien a través de miles de capas”, explica hoy. “Estereotipos hay todo el rato. Uno tiene que hacer el trabajo de de encontrarles corazón y necesidades vitales”.
Veneno le facilitó conseguir su primer protagonista: en Maricón perdido, la serie biográfica del escritor Bob Pop. “Si haces cinco tomas con Carlos, él hace cinco cosas diferentes. Tienes que decirle: ‘Estamos repitiendo la toma por otra cosa, no porque tú estés mal, no tienes que seguir haciendo cosas nuevas”, cuenta Alejandro Marín, director de esa serie, que le ha vuelto a llamar para Una Navidad con Samantha Hudson y La canción. “Con el papel que sea, por pequeño que sea, necesita agarrarse a sus cosas para estar en la escena: no andar esperando a decir sus frases”.
Cuanto más se iba pareciendo su vida a la de un actor hecho y derecho, cuanto menos solo en lo suyo, más sentido fueron cobrando algunas escenas de su infancia. “Un día estaba con Carlos en una fiesta, en Murcia, rodeados de desconocidos”, añade Javier Calvo. “Él se me acercó al oído y me dijo: ‘¿Quieres que las deje a todas secas?’. Y yo le dije: ‘Por supuesto’. Me hizo que le sujetara la copa, se remangó la falda y se puso a cantar como si fuera la mismísima Rocío Jurado. Una fuerza y un talento tan desbordantes que hizo que todo el mundo se callara y no pudiera dejar de mirarle, con la boca abierta. Eso tiene Carlos, desde muy pequeño: sabía que algún día nos dejaría a todas secas, costara lo que costara. Y eso está haciendo. Y no podemos dejar de mirarle”.
Y cuanto más sentido tiene el pasado, más cómodo suena él con quién es y con su futuro. Ya se le ve lejos de aquella ansiedad que decía sentir cuando estrenó Maricón perdido. “Ya pasé esa fase”, anuncia, con tono de gran dama. Solo que esta vez la inflexión es más confesioans; la de alguien que no está interpretando sino desenmascarándose: estas son las reflexiones a las que se ha enfrentado para adaptarse a la idea de que sí, él es actor, pero ser actor es esto y conlleva todo esto. “No puedo estar ahora pensando en lo que voy a ser dentro de dos años, me estaría perdiendo lo más bonito del mundo, que es el proceso creativo”, admite.
¿Qué ha cambiado?
Ahora mismo puedo decir que soy actor porque me involucro mucho en mi formación: ver el mejor cine que puedo, ir a museos, leer libros. Contar bien las historias. Cuanto más retirado estés de la vida pública, los eventos y los compromisos, más creces como persona. Consumiendo cultura, gastando el dinero en hacer cursos.
¿Ha encontrado los límites a esa vida fabulosa de estrenos, compromisos, dejarse ver pensando en premios?
Ir a un evento es como ser la Cenicienta, te transformas un rato, quien diga que no le gusta que venga a mi casa. Pero no sale trabajo en las fiestas. Luego he oído de actores y actores que nos les gusta esto de los premios. ¿A quién no le gusta ganar un premio, qué mentira es esta? Es bonito que reconozcan tu trabajo, no nos andemos con tonterías. Lo que no puedes es ir toda la vida como: “Mira, he ganado un premio”. Lo agradeces y ya, siguiente. Al igual que vas a comer a un restaurante y te ha encantado la comida: cariño, al día siguiente lo has cagado todo. Todo funciona igual en la vida.
¿Le resulta más útil el cariño de unos pocos que el de muchos?
La humildad es algo que mi padre me ha inculcado siempre. Todo el rato. No significa bajar la cabeza o ir con falsa modestia. Es otra cosa mucho más grande e interna. Es tener espacio para todos. Disfrutar y saber cuándo uno se tiene que retirar porque te estás pasando de la raya y cuándo se puede quedar.
Hablando de irse y quedarse, él no parece dispuesto a dejar al niño de pueblo atrás: vuelve a Cintruénigo con frecuencia y, en conversación, lo mantiene como referencia de quién es él. “Siempre vuelvo al pueblo. Me gusta mucho ir al campo con mi padre a sacar a los perros. Y ayudarle en su restaurante. Me encanta ayudar a mi padre”, cuenta. “Ahora la gente me reconoce y dice: ‘Qué hace este con el delantal. ¿No es actor?’. Pues me podría pasar en cualquier momento. Después de las series, de la película, de lo que venga, igual tengo que trabajar de camarero. No me daría vergüenza. No somos tan importantes. Hoy somos importantes y mañana no somos nada".
CRÉDITOS
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Sobre la firma






























































