‘Cardo’ o el brillo de los ojos
En la serie escrita y dirigida por Ana Rujas y Claudia Costafreda se introducen las drogas con una verdad que escasea en la ficción española
La crisis de los treinta es un clásico de las comedias románticas, de películas como Singles a series como Melrose Place o Friends. Un poco siempre lo mismo: un grupo de amigos y sus cosas en una etapa de la vida golosa para los enredos ya que el sexo, el peterpanismo y los conflictos de cara a la madurez campan a su anchas.
Dos series españolas recientes, Cardo y Todo lo otro, se detienen en la generación que ahora ronda esa edad para abordar su galopante desencanto. Sin regodearme en las abismales diferencias entre ambos resultados, admito mi perplejidad después de ver los capítulos disponibles de Todo lo otro, la serie escrita, dirigida e interpretada por la mujer trans Abril Zamora. Un retrato generacional irreal y sonrojante sobre los líos de una pandilla que por mucho que los narre uno de los miembros de Pantomima Full no tienen ni media gracia. Un anuncio de cerveza con mensaje donde todos se llaman amor, cariño y tía al estilo metralleta y donde la verborrea incluye hablar de semen, pollas, Nino Bravo, el MadCool o las tostadas de guacamole.
Pero quizá la gran diferencia entre Cardo y Todo lo otro está en cómo retratan el ocio en la vida de sus personajes y, concretamente, cómo en la serie escrita y dirigida por Ana Rujas y Claudia Costafreda se introducen las drogas con una verdad que escasea en la ficción española. El personaje de Rujas entronca con la errante DJ Sasa del filme de culto underground Cinema verité, verité, de Elena Manrique y Helena Morales, y representa a un tipo de mujer muy reconocible de la noche de Madrid que, con todos sus problemas –y en este caso no son pocos–, siempre tienen ese brillo de los ojos del que se habla en el último capítulo de la serie documental sobre Lola Flores y que entre sus eufemismos está el de referirse a ir pelín colocada o achispada, como prefieran. “¿Sabes por qué soy guapa? Porque el brillo de los ojos no se opera”, decía la Faraona sobre su mirada.
Evocar el famoso “método” que Lola proclamaba en el programa de Jesús Quintero a la hora de consumir cocaína, porros, alcohol o lo que sea, solo puede ser un homenaje al recién fallecido Antonio Escohotado, cuya lucidez sobre el asunto de “las sustancias” debería iluminarnos. El autor de Historia general de las drogas –para quien la solución no estaba en la legalización, sino en acabar con la prohibición– dedicó años de su vida a conocer cómo las culturas se han relacionado con las drogas para llegar a la conclusión de que se toman por mil motivos, “hacer comunidad”, expandir el conocimiento o combatir esa forma de pequeña infelicidad “llamada aburrimiento”. En una de las mejores secuencias de Cinema verité, verité, un grupo de amigas “enzarpadas” le ofrece a otra de ellas una raya para que se le quite la mala cara, un mal aspecto que achacan a alguno de los “tres peligros blancos: el azúcar, la harina y... la leche”.
El gag representa a la perfección al personaje de Ana Rujas, una chica tan guapa como insegura, a punto de cumplir los treinta y perdida en los baños de los bares de una ciudad que no duerme y en la que las drogas, todas ellas y muchas nuevas, están por todas partes de una forma que Cardo muestra con sobrada calle e inteligencia.
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