Pau Brunet, un niño autista con más de un millón de amigos (en redes)
Tiene 12 años y comparte con sus 1,2 millones de seguidores vídeos sobre cómo afrontar la vida con TEA. Una entrevista con Marc Cucurella lo ha catapultado como ‘influencer’ total


Un día, aburrido, Pau Brunet decidió desentrañar lo que era la ironía. “Quería ver si era capaz de entender la única cosa que mis padres creían que no podría aprender jamás…”. Y lo consiguió, no de golpe, paso a paso, consciente de lo que le cuesta entrever en la vida muchos de sus dobles sentidos y el equilibrio necesario para afrontarlos.
Equilibrio… Una palabra compleja en su vida. Pau tiene 12 años, es autista y precisamente su diagnóstico del TEA da cuenta de algunos desajustes de los que desde muy niño ha ido tomando conciencia. Es un contraste andante, un ser de una inteligencia extraordinaria a quien le faltan algunas habilidades que armonicen su día a día y le sobran otras. Carisma, por ejemplo, como demuestra en sus redes sociales, con más de 1,2 millones de seguidores: un fenómeno que ayuda a comprender, con la ayuda de sus padres, el complejísimo universo del autismo.
Su fama ya era considerable antes de que una entrevista lo disparara a otra esfera. Fue la que le hizo a Marc Cucurella y sacudió TikTok, Instagram y su canal de YouTube. En ella, el defensa catalán del Chelsea y la selección española de fútbol rompió a llorar al hablar de su hijo Mateo, también autista, ante el consuelo y el cuajo de Pau Brunet, junto a Félix, su padre, mientras le acompañaba con una empatía asombrosa. “Esperaba que fuera una entrevista normal, pero él decidió llevarla un paso más allá. Cuando se puso a llorar, lo traté de calmar y darle su espacio”, comenta como parte de su manual de charlas con sus invitados.
Fue Cucurella quien se puso en contacto con ellos. El efecto ha sido tan viral que ha llevado las redes de Pau a otra órbita de público más general. Trabaja los vídeos que sube con sus padres. “Lo dejamos bonito y lo editamos para los fans. Explicamos a la gente el autismo”. ¿Y cómo lo define? “Pues como una manera de sentir el mundo y vivir”, afirma.
A esa manera, en su caso, aporta un cociente intelectual de 129, al borde de los 130 que marcan el límite de las altas capacidades. “Sin embargo, la memoria le baja a 60, lo que da un signo de TDA total”, explica su padre. Y otras alteraciones: “Yo escucho cinco veces más, soy como una radio descompuesta, oigo a todos a la vez, eso ya no es armonía, y noto cinco veces menos el peso real de mi cuerpo. Tengo los sentidos alterados, son cosas del autismo”. Todo eso le hace convivir mal con espacios donde se entrecruza el barullo, como aeropuertos o estaciones, aunque le gusta viajar, sobre todo cuando le llevan a balnearios o a excursiones en autocaravana.
Tampoco le funcionan los sensores térmicos corporales. Le encanta ducharse con agua muy caliente antes de hacer sus estereotipias: “Es decir”, aclara, “unos movimientos de autorregulación que son como el arte de descansar antes de estar cansado”, suelta como ironía involuntaria. Se trata de un reposo preventivo que ejercita cada día al levantarse y después de la ducha mañanera.
Siente frío cuando hace calor y viceversa. “Puedo querer el ventilador cuando mis padres necesitan tres mantas”, asegura. “¡Un día conseguiremos una foto tuya en el Polo Norte con manga corta!”, dice su padre.

Aunque se esfuerza por ubicarse, tiene un escaso sentido de la orientación. Pero lo trata de resolver memorizando itinerarios o mediante un puzle de espacios fragmentados: “A base de un plano de 360 grados, juntando fotos como si fuera un dron entrando en las habitaciones”. Como su padre, mago de profesión, ensaya para que no descubra el público el ángulo desde donde realiza el truco.
Con esas destrezas ambos conjugan soluciones cotidianas a las que también contribuye su madre, Daniela, mexicana, que trabaja en un hospital de Girona como técnico de cuidados auxiliares de quirófano. Un trabajo que le sirve para alertar a Pau de algunos peligros: “Cuenta todo con detalles. Para que veas lo peligrosas que son algunas cosas. Nos deja con esos pequeños traumas…”.
La sensación de no encajar también le afectó como trauma los primeros 10 años de su vida. No tenía amigos en el colegio. “Se hicieron los grupitos, me dejaron fuera”, recuerda. Desde hace un tiempo, ha hecho buenas migas con algunos compañeros. Hasta aplicarse una definición muy particular de lo que supone la amistad: “Alguien que te quiere indefinidamente y te acepta. Quizás no tanto como mis padres o una mascota, pero son gente en la que confías y sabes que no te puede hacer nada. Comparten el mismo interés que tú: no aburrirse”.
Ha aprendido a diferenciar los amigos de verdad de quienes lo buscan por interés. Desde aquel vídeo con Cucurella, ha sufrido alguna tormenta en su vida. El recreo se convirtió en un pequeño tormento: “Me gusta el cole, pero cuando llega la hora del patio… Hum, demasiados estímulos. Me volví medio popular por ese vídeo y viví cierta locura. ¡No puedo lidiar con 20 personas en el mismo sitio en menos de 20 segundos!”.
Luego, en clase, se relaja y aprende cuando llegan las horas de ciencias. Lo malo es la literatura, algunos textos antiguos, la poesía, todo lo que conlleve una polisemia incontrolable por parte del lenguaje. Pero algo menos desde que decidió asimilar como reto eso que nadie daba en él por supuesto: la dichosa ironía. “La empezó a distinguir por el tono que empleábamos para decirle alguna cosa”, asegura su padre. “Hay veces también que puede convertirse en algo muy cortante”, dice Pau. Ofensivo, incluso, si pasa al sarcasmo. Pero ahora, hasta le divierte ensayarlas. Le pregunto:
—¿Te gusta?
—¿Tú que crees?
Responde con una ironía a tono…
—Ves… Bueno, ya sabes, tengo las neuronas obstruidas, tapadas con corcho… Ahí tienes otra.
Más bien una metáfora, podemos pensar. Todo un mundo en el que también aprenderá a desenvolverse. Porque este chaval, con sus desequilibrios, su obsesión sana por los planetas y las estrellas, su manera consciente de andar desubicado y su particular sentido de la gravedad, es un poeta andante.
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