Frieda Hughes: la poeta y la urraca
La pintora y poeta, hija de Ted Hughes y Sylvia Plath, se adentra en la autobiografía con ‘George, mi amistad con una urraca’, diario sobre su día a día con el pájaro que rescató en su jardín. Hoy vive con 14 búhos, dos perros, cinco chinchillas, un hurón y una pitón real.
A unos 300 kilómetros de Londres, en las proximidades de Montgomery, en el condado de Powys, en Gales, se halla la pequeña aldea donde Frieda Hughes encontró la casa de la que no se mudaría más. Aquí llegó hace 20 años con su entonces esposo, a quien había conocido en Australia y de quien terminó por divorciarse unos años después, y aquí encontró, mientras trabajaba en el jardín en 2007, al polluelo protagonista de George, mi amistad con una urraca (Errata Naturae). El libro, un diario que abarca un año en la vida de esta artista plástica y autora, desde mayo de 2007 hasta noviembre de 2008, da cuenta de su peculiar vínculo con su pájaro y con la casa. También le permite echar la vista atrás y hablar de su historia como hija de dos icónicos poetas del siglo XX: Ted Hughes y Sylvia Plath.
La escritora nos manda detalladas indicaciones sobre cómo acceder a la propiedad que con el paso de los años ha convertido en una finca y que incluye “un pabellón, mitad georgiano, mitad victoriano”, y una construcción aledaña más pequeña donde estuvieron las cocinas, vaquería, despensa y lavadero, y que ella acabó comprando a su vecina, ampliando también el jardín original de media hectárea. “Mi intención es mostrarme siempre radiante, luminosa y hospitalaria con las visitas, las conozca o no de antemano”, apunta en su diario. Y al abrirse el portón este lluvioso domingo no cabe duda de que así es. Hughes viste un vaquero negro y un jersey de cuello vuelto del mismo color, con botas para la lluvia. ¿Quién dijo que la extravagancia anglosajona debe ir interpretada con locos estampados y colores dispares? Somos tres en el almuerzo, pero hay comida para un regimiento; la anfitriona ha llenado la larga mesa de su comedor de quesos, embutidos, ensaladas y explica con una radiante sonrisa que en la cocina hay un asado de pollo y otro de salmón. Junto a los fogones, sobre una banqueta observándolo todo, está Wyddfa, el gran búho níveo que rescató hace unos años. Después del encuentro con la urraca, estuvo Oscar, el cuervo que también aparece en su libro —y que proyecta un eco extraño con el poemario Cuervo, de Ted Hughes—. Luego llegaron otras aves y animales, construyó una enorme pajarera adosada a la casa y hoy en total conviven con Hughes 14 búhos, dos perros huskies, cinco chinchillas, un hurón y una imponente pitón real. Casi todos ellos son animales de acogida. “No puedo ver sufrimiento y no tratar de salvar a quien lo padece”, dice.
La acompañan en las paredes de su casa un buen número de los cuadros que ha pintado a lo largo de su vida y que cuelgan en los pasillos y habitaciones, muchas de ellas dispuestas con sofás, como amplias salas de estar que se suceden por la casa y en varios cobertizos remodelados en el jardín. Hay coloristas obras abstractas, paisajes al óleo, grandes retratos de los búhos, los dibujos en tinta que hizo de la urraca y que incluye la edición del diario. “Siempre pensé que lo mío era la pintura”, asegura. “Nada ha resultado sencillo. Tengo una excelente relación con mis clientes y con la galería que me deja exponer mis cuadros en Londres, pero no estoy realmente presente en el mundo del arte. A veces tienes que ir tanteando, igual que con el mundo literario, y encontrando tu camino. Era como si fuera andando por un pasillo sin ventanas ni puertas hasta que entró un gran rayo de luz, eso es lo que he sentido al publicar George”.
En el garaje de su casa de Gales guarda su colección de motos, otra de sus grandes pasiones, aunque era algo que aterraba tanto a su padre que le prohibió que se subiera a una. Ella de adolescente le escribió un poema con el que pretendía lograr su permiso para ir en la moto de un amigo y sus versos incluían una gráfica descripción de sus sesos reventados en la carretera. “Básicamente trataba de decirle que habría un día en el que podría reventarme la cabeza en la carretera y él no podría impedirlo. Logré que me dejara al menos un viaje a la semana, pero era ridículo”, cuenta divertida. ¿Se escribían poemas? “Si estaba muy desesperada para que me dejara hacer algo, lo ponía en unos versos porque eso me garantizaba que captaría su atención”. Mientras tanto, se negaba a leer nada que su madre o él hubieran publicado más allá del libro infantil de Ted Hughes Meet my Folks. “Yo escribía poesía y no quería que nadie dijera que era como ella o él y pensé que la mejor manera era no leerles porque ¿cómo podía ser como ellos si no conocía su obra? En el bachillerato pedí no estudiarles y me pusieron a leer a Coleridge”.
A pesar de sufrir dislexia, dice que fue una lectora voraz desde niña. Cuando le diagnosticaron fatiga crónica, perdió el miedo a sacar un libro. A los 38 años publicó su primer libro de poemas y su padre llegó a verlo. “Fue precioso, estaba orgulloso”, dice. Entonces decidió leer la obra de sus progenitores. “El encuentro con los libros de mi madre fue más extraño porque ella era una figura más remota”, recuerda. “Hay un límite sobre cuánto puedes saber de alguien a través de otras personas”. La artista habla de los diarios de la autora de La campana de cristal que tuvo que supervisar, una edición distinta de la controvertida versión que compendió su padre, quien destruyó las entradas de los últimos meses de vida de Plath. Una larga y oscura sombra cubrió al poeta desde entonces. En La mujer silenciosa, magistral libro sobre el caso Hughes-Plath y el incesante morbo que su historia ha generado, Janet Malcolm escribió: “La libertad de ser cruel es uno de los privilegios indiscutibles del periodismo y el retrato de los sujetos como si fueran personajes de novelas malas es una de sus convenciones aceptadas más ampliamente”. Su advertencia no caduca. “Me ha costado mucho leer los artículos que se han escrito y se escriben sobre mis padres. No quería escuchar cosas desagradables sobre ellos, y lo que realmente me incomoda es cuando intentan apropiarse de ellos”, reflexiona. “Hace poco salió una producción en la que mi madre es una especie de espectro, la alucinación de otro personaje. Me parece ofensivo. ¿Por qué no usan a sus madres a ver cómo se sienten?”.
Como hija de la poeta, Frieda Hughes también se encargó de una nueva versión de Ariel, el célebre poemario de Plath cuya primera edición fue póstuma y también corrió a cargo de Ted Hughes. “Mi padre sacó ese libro y, si no fuera por él, poca gente conocería el trabajo de Sylvia Plath. La nueva versión presentaba los poemas y tal y como ella los había dejado. Escribí el prólogo y ahí, desafortunadamente, necesité la ayuda de mi tía. ¿Has oído hablar de Olwyn Hughes?”, pregunta con media sonrisa, antes de definirla como una persona “extremadamente difícil” y recordar el abuso verbal que padeció mientras trataba de recabar información para ese prólogo. La reputación de la hermana de Ted Hughes y agente literaria de él y de Plath es legendaria.
En George, su sobrina hace un retrato lleno de vitriólico humor de la mujer que peleó con medio mundo para defender las decisiones que su hermano tomó sobre la obra de Plath. Frieda escribe que su obsesión fanática por construir infinitos parterres en su jardín es una herencia indirecta de su tía, quien no los delimitaba, lo que complicaba el trabajo.
“Después de mezclar 25 toneladas de hormigón y mortero durante los dos primeros años, y de usar 100 toneladas de piedra y de colocar varios millones de adoquines, el jardín empezaba a cobrar sentido, aunque la obsesión por crear formas vegetales no remitía; no me rendiría hasta que no me quedase sin espacio”, cuenta en su diario. El paseo por su finca demuestra que ha cumplido con su propósito. Ahora prepara un libro sobre sus búhos en el que Olwyn tendrá un papel importante.
Escribe en el libro sobre su año con la urraca: “Para George la vida bien podría no haber sido más que una sucesión de hallazgos de lugares donde guardar cosas; quizá esa fuese su idea de poner orden. Me identificaba con aquel enfoque de un modo fundamental: desde niña he estado intentando archivar mi vida: cartas, diarios, recibos de pago, papeles del fisco, reliquias de matrimonio y divorcio”. Tardó 15 años en publicar este libro. Habla sobre cómo empezó. “Seguía mi diario y George empezó a ocupar unas líneas cada día. Me divertía muchísimo, hacía cosas inimaginables como esconder 35 bombillas bajo la madera del suelo, y era como dejar registro de lo que hace un niño cuando es bebé”, recuerda entusiasmada. “Solo pensé en convertirlo en un libro cuando se echó a volar y no regresó, y luego mientras trabajaba en ello mi hermano murió. La vida se interpuso. Tuve que hacerme cargo de muchas cosas. Tiempo después, una editora, Cecily Gayford, leyó un artículo mío en The Times Literary Supplement sobre búhos y contactó conmigo. Me llevó mucha reescritura encontrar la medida de cuánto quería contar de mí y cuánto de George. Esta ha sido mi primera incursión en algo abiertamente autobiográfico”. Desde hace dos décadas, Hughes publica poemas en los medios británicos.
Las constantes mudanzas de Frieda empezaron poco después de nacer en 1960 en Londres. Cuando tenía un año, sus padres se trasladaron a Court Green, una casa de campo en el condado de Devon donde nació su hermano Nicholas. Apenas un año más tarde, los niños regresaron con su madre a la ciudad tras la tumultuosa separación de Plath y Hughes. En aquel piso londinense, en el 23 de Fitzroy Road, el mismo edificio donde había vivido el poeta William Butler Yeats, la poeta estadounidense de 30 años se quitó la vida en febrero de 1963 en una de las muertes más célebres de la historia literaria. Un amigo de la pareja, el crítico Al Alvarez, desveló los detalles en uno de los muchos libros escritos sobre Plath: los niños dormían en su cuarto mientras su madre metía la cabeza en un horno de gas, les había dejado galletas y leche y había tapado la rendija de la puerta con un trapo húmedo. “Nadie podía haber escrito sobre el escenario de su suicidio salvo tú (o yo) y no puedo entender cómo te convenciste de que era necesario”, le escribió en una carta un indignado Ted Hughes, que proseguía: “Para ti ella es un tema de discusión intelectual, un fenómeno existencial y poético. Pero para F. y N. [Frieda y Nicholas] es central”. La mujer con quien Ted Hughes mantenía una relación cuando Plath se mató se suicidaría de la misma forma seis años después junto a su hija de cuatro.
“A raíz del suicidio de mi madre, el 11 de febrero de 1963, a mi padre, Ted Hughes, le costaba asentarse”, cuenta Frieda en el libro. Ella cumplió tres años apenas un mes después de que falleciera su madre. A los 13, cuando ingresó en el internado donde terminó la escolarización, había pasado por 12 colegios; su padre no paraba de mudarse. “Mi padre seguía a su novia o se iba tras alguna idea o una aparente necesidad de trasladarse a un lugar donde escapar de las asociaciones del pasado o forjar un futuro nuevo y más luminoso”, recuerda en su libro, y afirma que su vínculo con las plantas era también una manifestación de su “desesperado deseo de echar raíces”. ¿Y su conexión con los animales? “Son menos complicados que las personas, no tienen tanto ego. No hay que tener miedo, si lo tienes puedes hacerles daño”.
“Mi mundo diminuto consistente en el jardín, las perras y la urraca me daba una tregua de otros elementos más dolorosos, complejos o problemáticos de mi vida. Enterraba deliberadamente la cabeza en la sencillez de las tareas que ese mundo llevaba aparejado”, escribe en George. Su hermano, Nicholas, se quitó la vida poco después de que terminara ese año de vida con George, en 2009. “Una periodista me llamó y me preguntó si yo también iba a matarme. Estuve a punto de colgar, pero pensé que ella solo había expresado lo que mucha gente pensaba. Lo cierto es que yo quiero vivir y hacer que la vida tenga sentido. Alguien tiene que hacerlo”. Han pasado cinco horas desde que abrió el portón de su casa y ha caído la noche. Llegó la hora de despedir a las visitas y dar de comer a los búhos y demás familia.
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