Sin tono, sin acento, sin expresión
Esta es la foto: la de los colchones y las mantas atadas de cualquier forma al techo medio hundido de un viejo automóvil. Hay gente que al huir carga con el territorio del sueño, más que por razones de orden práctico, por la convicción inconsciente de que entre sus entretelas quedan restos oníricos que no pueden ir al desguace o a la hoguera, o adonde sea que vayan a parar los colchones desechados, los colchones muertos. Los desplazados (forma eufemística de huidos) cargan a menudo con ellos porque es una forma de poner a salvo los sueños, que de otro modo serían bombardeados e incendiados como el resto de los bártulos que hasta ayer equipaban sus hogares.
Ahí tienen una familia de palestinos, con toda su intimidad al aire libre, dentro de un vehículo astroso que quizá tenga menos gasolina en el depósito que esperanza queda en las cabezas de sus ocupantes. Lo más probable es que no lleguen a ningún sitio. Debería bastar una imagen tan trágica -a la vez que tan normal- como esta para detener la guerra. ¡Joder, piensen en esos niños que parecen recién sacados de la cama, y no para ir al colegio! Trata uno de imaginar qué haría en tal situación (observen que el coche ni siquiera tiene parabrisas) y se queda atónito, es decir, sin tono, sin acento, sin expresión, se queda uno en suspenso, espantado, lleno de extrañeza. ¿Adónde voy con estos colchones y estas mantas, con estos críos convertidos ya en meros enseres, con esta vida tan provisional, tan efímera, tan transitoria? ¿Adónde va esta pobre humanidad incapaz de vivir una vida propia sin cobrarse la de otros?
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