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Charles Leclerc: “Todos los pilotos de Fórmula 1 hemos crecido más rápido de lo que deberíamos”

El primer piloto monegasco en ganar el Gran Premio de Mónaco de fórmula 1 en casi un siglo compone música clásica, tiene un perrito con miles de fans en Instagram y una madre peluquera que todavía le corta el pelo

Patricia Gosálvez
Charles Leclerc
Charles Leclerc, en la terraza del 'motorhome' del equipo en el Circuit de Barcelona-Catalunya.Scuderia Ferrari

“A pesar de los eventos y el glamur, ser monegasco es mucho menos sofisticado de lo que parece desde fuera”. Muchos pilotos de fórmula 1 viven en Mónaco, por la cercanía de varios circuitos europeos, el lujoso estilo de vida y las ventajas fiscales, pero Charles Leclerc nació allí: “De 40.000 habitantes, solo unos 9.000 somos de Mónaco, aquello es como un pueblo, la vida es sencilla y todos nos conocemos”. El conductor de Ferrari, de 26 años, es uno de los rostros más reconocibles de la ciudad-Estado y este año se ha convertido en un héroe nacional: en mayo ganó el Gran Premio de Mónaco de fórmula 1, convirtiéndose en el primer monegasco en hacerlo desde 1931, cuando Louis Chiron lo consiguió a bordo de un Bugatti.

Tras la victoria, Leclerc colgó un vídeo en su canal de YouTube donde se le ve en el podio abrazando al príncipe Alberto y firmando autógrafos a los entusiasmados fans. Pero también recorriendo Montecarlo en bici, paseando a su perrito con su novia como un vecino más, haciendo el tonto con sus amigos, tocando su Steinway en casa o pidiendo pizza. Su madre, que tiene una peluquería, se pasa por su piso para cortarle el pelo antes de la carrera; una tradición. Y el vídeo está dedicado a su padre, piloto de fórmula 3, fallecido en 2017 a los 54 años: “He conseguido lo que soñamos juntos desde que soy un niño”.

Nos encontramos con Leclerc apenas un mes después de su hazaña, durante el Gran Premio de España, celebrado en junio en el Circuito de Montmeló, en Barcelona. Entremedias, el piloto ha tenido un fin de semana desastroso en el campeonato de Canadá, donde quedó en el puesto 19º, muy lejos del tercero que tiene en la clasificación global. “En este deporte uno es tan bueno como su última carrera, por eso hay que resetearse cada fin de semana, hayas tenido uno muy malo o uno muy bueno”, dice con serenidad en la rueda de prensa previa a la competición catalana (en la que quedará quinto), frente a una treintena de medios a los que contesta con fluidez en inglés, francés e italiano. No volverá a alzarse en el podio hasta septiembre, al ganar el Gran Premio de Italia.

“Es increíble esa capacidad que tiene para recuperarse, para no quedarse atascado, ni en los fracasos, ni en las victorias”, dice Fred Ferret, periodista especializado en fórmula 1 del diario francés L’Equipe, que sigue a Leclerc desde que era un crío montado en un kart. “Puede cometer errores, y ser muy duro consigo mismo, pero sabe pasar página y concentrarse en lo siguiente. Siempre está en control”. El propio Leclerc habla de la importancia de ser “emocionalmente plano” en la fórmula 1.

Charles Leclerc sube al SF-24, construido para participar en la temporada 2024, en el garaje de la Scuderia Ferrari en Montmeló.
Charles Leclerc sube al SF-24, construido para participar en la temporada 2024, en el garaje de la Scuderia Ferrari en Montmeló.Scuderia Ferrari

La competición requiere esta mentalidad para sobrevivir a una temporada cada vez más larga: 24 carreras por todo el planeta, de Monza a Baréin, de Las Vegas a Singapur, durante 10 meses con apenas 40 días de parón repartidos en julio y diciembre. Un negocio nómada que el año pasado movió más de 3.000 millones de euros. Un gigantesco circo ambulante. En el paddock de Barcelona cada uno de los 10 equipos —Red Bull, McLaren, Ferrari, Mercedes, Aston Martin…— tiene un edificio propio que se puede plegar sobre sí mismo para ser transportado en camión. El de Ferrari tiene tres pisos, aire acondicionado, sala de prensa, cafetería y un lounge con un futbolín, una barra y pantalla gigante, que unos operarios de rojo transforman en un momentito en un estudio de tele para que Leclerc sea entrevistado por Sky News.

Aunque nunca se haya estado en un paddock, es uno de esos lugares, como Nueva York, como la NASA, que se sienten extrañamente familiares porque los has visto cientos de veces en pantalla. Seis temporadas de la serie de Netflix Fórmula 1: La emoción de un Grand Prix (Drive to Survive) han metido la adrenalina de los circuitos y sus bambalinas en millones de hogares. En la trastienda de Montmeló pasa Lance Stroll en patinete, Daniel Ricciardo bromea con unos niños, Checo Pérez charla con unos mecánicos y todo parece sacado de una escena. Los 20 pilotos de la fórmula 1, los hombres más rápidos del mundo, se parecen entre sí, todos son jóvenes (Fernando Alonso, de 43 años, es el mayor), atletas de élite, competitivos, millonarios, casi todos tienen yates, cochazos, novias despampanantes… Pero cada uno cumple un arquetipo en la suerte de Gran Hermano que plantea el reality. Ricciardo es el fanfarrón simpático, Alonso el sénior tranquilo, Hamilton el héroe reservado. Max Verstappen, número uno del mundo (con 303 puntos, a mucha distancia de Lando Norris y Leclerc, con 241 y 217 puntos respectivamente), ha dicho públicamente que los montajes creativos de la serie “falsean muchas cosas”, creando por ejemplo “rivalidades que no existen” para atraer al público americano. El reality es una idea de Liberty Media, el grupo mediático estadounidense propietario de la fórmula 1, que es quien concede el acceso total a Netflix. En Drive to Survive, Verstappen es retratado como lo más parecido a un villano soberbio y agresivo.

Leclerc sale bien parado, amable, templado, poco dado a histrionismos o enfados, discreto, buen chico, guapísimo. No ve los episodios que protagoniza —le resulta “incómodo”—, pero dice que trata de ser él mismo y olvidarse de las cámaras. En la última temporada emitida, sin embargo, hay una escena en la que alguien de su equipo está diciendo algo medio inconveniente y Leclerc le señala el micro que flota sobre sus cabezas. “¡Es que hay ciertas cosas que se pueden sacar de contexto!”, se defiende, explicando que aun así entiende que los guionistas dramaticen los hechos para crear una trama interesante. “Para el deporte la serie ha sido increíble”, continúa, “aunque algunos pilotos no lo crean así, solo hay que ver dónde estaba la fórmula 1 hace 10 años y dónde está ahora; Netflix ha atraído a mucha gente totalmente ajena a este mundo”.

Al otro lado del paddock, trepadas a una valla, Erin Jack y Keelin Stewart, un par de primas irlandesas, se han gastado 2.500 euros para pasar el finde en Barcelona viendo las carreras. Piensan aprovechar cualquier oportunidad para acercarse a sus pilotos favoritos en la serie: Leclerc y Verstappen respectivamente. Keelin, con gorra y camiseta de Red Bull, cree que el docudrama hace “parecer malo” al holandés “en pro del relato”. Erin, que celebra su 30º cumpleaños, lleva el pelo y las uñas pintadas de rojo Ferrari; en los dedos impares, pequeñas banderitas blancas y negras. “En el caso de Charlie, su aspecto es un extra”, dice sobre Leclerc, “lo importante es su actitud, cómo superó la muerte de su padre, cómo maneja todo el trauma al que se ha enfrentado” (también perdió a su padrino en la adolescencia, el piloto Jules Bianchi, en un accidente en el Gran Premio de Japón de 2014). Joel Ales, de 23 años, de Sabadell, no es fan de Leclerc por la serie: es socio del circuito desde pequeño y sigue al piloto desde que competía en la fórmula 2. Lleva un recortable de cartón de su cara a tamaño natural: “Me gusta su manera de ser, calmado, trabajador, con rabia, pero manteniendo las formas”, dice.

“Ferrari es más grande que cualquier piloto”, explica Leclerc cuando se le transmiten las opiniones de los tifosi (los hinchas de la Scuderia), “pero yo trato de cumplir mi parte, es genial si el público empatiza con mi personalidad y le gusta mi manera de conducir, pero soy muy consciente de que hacerlo para esta casa me hace especial. Sobre todo estoy muy agradecido a Ferrari por haber creído en mí desde que tengo 15 o 16 años”.

Siempre que le preguntan por el mejor consejo que le dio su padre, que le acompañaba a los circuitos de kart desde que empezó a competir a los ocho años, Leclerc repite: “Ser humilde y estar agradecido”. “Todos los pilotos de fórmula 1 hemos crecido más rápido de lo que deberíamos”, explica, “desde que somos muy jóvenes estamos en un entorno que te exige rendir al más alto nivel, así que desarrollas dos personalidades”. Por un lado, está el piloto: “Muy serio, disciplinado, concentrado”. Por otro, “un tipo normal de 26 años al que le gusta pasarlo bien”: “En mi vida privada carezco de esa disciplina, soy bastante desordenado, pero en la pista no hay nada fuera de mi control”.

Fuera del circuito se considera una persona “muy creativa”. Está cómodo hablando de arquitectura (le gusta Tadao Ando y Renzo Piano), de moda y sobre todo de música. Durante la pandemia, al tiempo que emitía sus carreras de consola por Twitch, aprendió a tocar el piano. Tiene varios temas de música clásica grabados junto al pianista francés Sofiane Pamart. “Mi falta de virtuosismo me limita y por ahora no tengo tiempo para mejorar y expresar lo que quiero, pero al mismo tiempo es liberadora… Por una vez no tengo que ser el mejor”, dice.

Su canción favorita es Where Is the Love, de los Black Eyed Peas, una elección algo nostálgica para alguien de la generación Z: “Me trae flashbacks con mi padre, la ponía siempre en el coche cuando me llevaba a los karts”. En general tiene debilidad por las canciones melancólicas (ahora está escuchando mucho a David Kushner) y también por los estilos que en principio no le atraen: “El heavy metal o el jazz me intrigan, intento averiguar qué hace que tengan tantos fans, entender cómo funcionan”. Para competir, sin embargo, se motiva con épicas bandas sonoras. La música, explica, es lo que le hace sentirse en casa con tanto viaje. También moverse con su entourage de amigos (su asistente personal y su fotógrafo son amigos de la infancia, tiene el mismo fisio y el mismo mánager desde hace años, y su hermano Arthur también es piloto).

El SF-24, monoplaza de la Scuderia Ferrari que conduce Leclerc, circula por el pitlane del Circuit de Barcelona-Catalunya.
El SF-24, monoplaza de la Scuderia Ferrari que conduce Leclerc, circula por el pitlane del Circuit de Barcelona-Catalunya.Scuderia Ferrari

¿Quién le sirve de refugio cuando pierde en una profesión donde se espera que gane? “Para mi madre siempre seré su niño perfecto”, dice Leclerc poniendo carita, “también mi novia y, claro, mi perro Leo, al que le da igual lo que haga, gane o pierda, cuando llego a casa se pone loco de contento”. El animal es tan adorable que los fans le han abierto un par de cuentas de Instagram donde tiene miles de seguidores.

Leclerc está en un punto clave de su carrera. Ya no es el rookie (el novato, la joven promesa en jerga automovilística), ni el piloto con gran experiencia que ha conseguido casi todo en su carrera. Aún le falta el premio gordo: ganar un mundial. “No tengo la experiencia de Lewis Hamilton [siete veces campeón del mundo] o Fernando Alonso [dos], que ya estaba compitiendo cuando yo tenía cuatro años, pero tampoco soy un recién llegado con todo por demostrar, llevo seis o siete años y empiezo a comprender bien este mundo, aunque haya cosas que aún puedo aprender, en este sentido me siento joven”, dice a sus 26 años. Su carrera ha sido especialmente estable, tiene uno de los contratos más largos del sector con Ferrari, donde le han cambiado varias veces de compañero. Ha sido pareja de Sebastian Vettel, que fue el campeón del mundo más joven, a los 23 años, en 2010 (y también en 2011, 2012 y 2013), y de Carlos Sainz, que a los 30 es quinto del mundo pero no ha ganado un mundial. Para 2025 Ferrari ha fichado a Hamilton, ahora sexto del mundo, para correr con Leclerc. En todas sus declaraciones el monegasco parece encantado con el reto y se declara un profundo admirador del británico. “En general el ambiente en el paddock ya no es como hace 15 años, donde había compañeros de equipo que no se dirigían la palabra”, dice el periodista de L’Equipe. “Ahora todo es más profesional, pero no nos equivoquemos… Salvo raras excepciones, es complicado tener amigos en la fórmula 1″. Y advierte: “Leclerc es un buen chico, mono, dulce, educado, pero ojo, en el circuito, es despiadado”.

Los pilotos de fórmula 1 llegan a sufrir temperaturas de 50 grados en las cabinas del coche, y fuerzas superiores a 5 g en las curvas y los acelerones, que son especialmente intensas en la musculatura del cuello. El calor y el estrés puede hacer que pierdan hasta cuatro kilos en una sola carrera. Además, está la responsabilidad de conducir un cacharro que ronda los 10 millones de euros para conseguir un tiempo de cuyo prestigio depende un equipo de unas 1.000 personas, sin olvidar el evidente riesgo para la propia vida que supone ir a 300 kilómetros por hora. Sin embargo, lo más duro de ser piloto para Leclerc “es lo que rodea al acto de conducir: los eventos, los patrocinadores, las entrevistas”, dice. “Sobre todo las entrevistas deportivas, que repiten una y otra vez las mismas preguntas. Pero, tranquila”, se interrumpe a sí mismo con una perfecta sonrisa y un guiño, “esta está abordando cuestiones muy variadas”.

—¿No es más duro que hacer entrevistas soportar la presión constante de ser el mejor del mundo en algo? ¿Cómo encuentra su zen? ¿Medita? ¿Va a terapia?

—Claro que tengo presión, pero al final hago lo que amo. Y fui de los primeros en probar el programa de entrenamiento mental y meditación de [el centro italiano de preparación y fisioterapia para pilotos] Formula Medicine. Para tener éxito como atleta la mente es clave: aquí todos sabemos conducir muy deprisa, la fortaleza mental es la que marca la diferencia en el circuito. Y también es básica para la vida personal. Hay que aprender a gestionar las emociones y saber aceptarlas, entender que vas a fallar, a ponerte triste, a decepcionarte, y saber que, aun así, todo va a salir bien. Puede sonar como un cliché, pero aceptar tus emociones, todas ellas, sirve para ganar en el circuito y para ser feliz en la vida.

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Sobre la firma

Patricia Gosálvez
Escribe en EL PAÍS desde 2003, donde también ha ejercido como subjefa del Lab de nuevas narrativas y la sección de Sociedad. Actualmente forma parte del equipo de Fin de semana. Es máster de EL PAÍS, estudió Periodismo en la Complutense y cine en la universidad de Glasgow. Ha pasado por medios como Efe o la Cadena Ser.
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