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Pamplinas
Columna
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La palabra mosca

Parece extraño, pero los científicos dicen que es así: que nos corresponden 17 millones de pares de alas por cabeza

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Tomasz Skoczen (Getty Images) (Getty Images)
Martín Caparrós

“Inevitables golosas, / que ni labráis como abejas, / ni brilláis cual mariposas; / pequeñitas, revoltosas, / vosotras, amigas viejas, / me evocáis todas las cosas”, les escribió, entre otras loas, el maestro Machado. Ellas evocan, por supuesto: evocan casi todo y joden casi tanto. Sol y moscas, dicen los españoles para nombrar estos días de agosto y de bochorno y resumirlos, como suelen, usando dos opuestos: el sol es el objeto más grande que conocemos, las moscas están entre los pequeñitos; hay, junto a la Tierra, un solo sol pero en ella, cuentan, 136.000.000.000.000.000 de moscas. El sol y las moscas nunca se imaginaron juntos. Aunque es cierto que el sol está por todas partes y las moscas también.

Dicen que el origen latino de la palabra mosca fue un intento de reproducir su zumbido, tipo muzzzz: la onomatopeya es el último recurso del caído. Pero a menudo la palabra mosca intenta camuflarse, mimetizarse en la espesura: uno podría pensar que una mosca son unos pelos de barba en el mentón, un lunar falso de dama francesa, un señuelo para truchas bobas o, incluso, en algunos países sudacas, la plata la pasta la guita —que quizá se llame así porque siempre se vuela. Papar moscas es estar atontado, tener una detrás de la oreja es todo lo contrario, ser una pequeñita y muerta es peligroso para muchos machos, y así de seguido. Pero, pese a todos sus esfuerzos, la palabra mosca sigue pegada a ese bicho con dos alas.

Aunque decir “mosca” también es una concesión a la ignorancia, la variante más cruel de la pereza. La Real Academia, sin ir más lejos, la define como un “insecto díptero muy común, de unos seis milímetros de largo, de cuerpo negro…” —y empieza mal, ya que la mosca más común tiene la panza amarillenta. Y se conocen por ahora unas 160.000 especies de insectos con dos alas que llamamos moscas y que pueden ser tan parecidas entre sí como el difunto Michael Jackson y la difunta reina de Inglaterra: piel y huesos.

Las moscas son tan comunes, tan presentes y, sin embargo, nos molestan. Parecen sucias y morbosas, cargosas pero desdeñosas, zumban y retumban y se enrumban, comen basura, comen podrido, comen muerto —pero no nos pican. No deberíamos mosquearnos por la presencia de una mosca: si acaso, por su infinitud. Los números son espantosos. Casi siempre lo son, pero en su caso más: son, insisto, unos 136.000 millones de millones. O, dicho más personal, 17 millones por cada ser humano. Parece extraño, no se nota, pero los científicos dicen que es así: que nos corresponden 17 millones de pares de alas por cabeza. Si fuéramos, como dicen, los verdaderos reyes de la creación, cada uno de nosotros estaría rodeado por una corte o cohorte de 17 millones de moscas.

Por suerte no somos reyes de nada, pero sí somos esclavos de la cantidad. Por eso aquel viejo dicho que aseguraba que mil millones de moscas no podían equivocarse —y nos instaba a una ingesta que no sonaba apetitosa.

Parecía un chiste, se ha convertido en la forma del mundo. Nunca la cantidad tuvo tanta fuerza como hoy. Para empezar, porque puede medirse. La fuerza de un caballo, el valor de un diamante, los lectores de una novela mala siempre pudieron suponerse; ahora, gracias a ciertas máquinas, se pueden medir con precisión siniestra. (Es curioso que los sudacas llamemos a esas máquinas computadoras, las que computan, las que cuentan; los españoles, en cambio, las llamamos ordenadores porque creíamos, en esos días en que aparecieron, que el mundo debía tener un orden y un señor ordenador.)

Ahora, decíamos, todo puede medirse, se computa. Una película es mala si muchos la estrellaron poco. Un restaurante es sabroso si lo han dicho 4.372 personas. Y cada cosa que cada quisqui dice en el espacio público tiene un valor preciso: 6 likes, 6K likes, 6M likes. Y cada quisqui tiene un valor preciso: 3 seguidores, 3K seguidores, 3M seguidores. Y así de seguido: la lógica del rating lo define todo —periódicos, televisiones, canciones, discursos, tetas y patadas—, todo se hace para engordar los números. Hay, incluso, un sistema político basado en esa idea. Así que nada, moscas. Si alguna vez nos decidimos a ser realmente coherentes, democráticos, les daremos el poder y las obedeceremos. Mientras tanto, nos conformamos con asumir su guía: mil millones de moscas no se equivocan, aceptamos, y seguimos comiendo.

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