Cómo no inflar los problemas
Muchas situaciones negativas que presagiamos nunca suceden. Otras las sobredimensionamos. La clave para no caer en el dramatismo puede ser enfocarse en las soluciones prácticas
Edward Everett Hale, autor estadounidense que en 1869 describió, en La luna de ladrillo, un satélite artificial por primera vez, advertía ya en su época: “No lleves nunca a cuestas más de un tipo de problemas simultáneamente. Hay quienes cargan con tres: los que tuvieron, los que ahora tienen y los que esperan tener”.
Ciertamente, algo que caracteriza al ser humano es su capacidad de preocuparse por cualquier cosa. Vamos a centrarnos en el segundo y tercer tipo de problemas que menciona Everett Hale.
Los obstáculos que ahora afrontamos nos harán sufrir más o menos según lo que estemos haciendo con ellos. Si nos limitamos a observarlos, como quien ve llover, la preocupación puede acabar contaminando todo nuestro espacio mental. En cuanto nos ocupamos de ellos, entonces sucede la magia: dejamos de preocuparnos. Un ejemplo fácil sería el estudiante angustiado ante un examen que le parece especialmente difícil. Todos nos hemos encontrado ahí alguna vez. La angustia se mantiene, nos quita incluso el sueño, hasta que sentamos el trasero frente a los apuntes y empezamos a estudiar. La ansiedad baja de golpe porque la preocupación se reduce drásticamente cuando empezamos a ocuparnos de las cosas.
Esto por lo que respecta a los problemas reales y actuales. La tercera categoría de Everett Hale pertenece ya al reino de la fantasía o de la ficción, porque el 90% de los problemas que esperamos tener nunca llegan a suceder. Aun así, ocupan un espacio mental precioso que nos amarga la vida y no nos deja disfrutar ni atender lo que vale la pena. De esto trata, entre otras cosas, el nuevo libro de Rafael Santandreu, No hagas montañas de granos de arena, sobre nuestra tendencia a hacer de minucias grandes problemas.
El psicólogo barcelonés nos propone como ejercicio previo visualizar el sol del atardecer: “¿Te has fijado en su magnífica redondez, anaranjada y enorme, en su camino final hacia el horizonte? ¡Qué preciosa visión! Pero ¿sabrías adivinar por qué se ve tan grande? Porque, piénsalo, esta misma mañana, allí en lo alto del cielo, se veía mucho más pequeño. ¿No es verdad? ¿Cómo es que ha cambiado de tamaño?”.
Si pensamos, por ejemplo, que por la tarde está más cerca de la Tierra y que por eso se ve más grande, nos equivocaremos de raíz. La distancia respecto a nuestro planeta es la misma por la mañana que al atardecer. Si en este momento del día lo vemos mayor es por una ilusión de la mente. Al estar el sol más bajo y poderlo comparar con otros objetos terrestres, nos parece más grande, mientras que cuando está arriba, además de no poderlo mirar mucho rato de forma directa, no tenemos con qué compararlo. Santandreu utiliza este fenómeno de la percepción para afirmar: “Nuestra mente inventa, crea constantemente todo lo que percibimos (…) La realidad no es lo que creemos que es”.
Y esto incluye esos problemas que convertimos en montañas. Cualquier desafío al que nos enfrentemos, por pequeño que sea, se verá mucho mayor si estamos cansados —por ejemplo, tras una noche de poco descanso— o, como hemos visto antes, si no nos estamos ocupando de él. Del mismo modo que muchos actores sienten vértigo antes de salir al escenario pero, una vez allí, se sienten seguros y concentrados, las pájaras mentales se remedian con actividad útil y enfocada a lo que realmente interesa.
Santandreu afirma que las mentes orientadas a las soluciones prácticas y a su propio bienestar no terribilizan, es decir, no se apoyan en conceptos como “terrible”, “horroroso” o “insoportable”. Nuestra visión de la realidad está condicionada por las etiquetas que usamos para definirla. Por lo tanto, si dejamos de dramatizar con las palabras, el suflé de los problemas bajará. Sea lo que sea que estemos afrontando, si dejamos de quejarnos y de exagerar, sumado a la magia de ponernos manos a la obra, nos facilitaremos mucho la vida.
El título del libro remite al del clásico de Richard Carlson Don’t Sweat the Small Stuff (and It’s All Small Stuff), que en España se publicó como No te ahogues en un vaso de agua. Este psicólogo, quien tuvo su libro 101 semanas consecutivas en la lista de los más vendidos de The New York Times, recomienda tomar conciencia del efecto bola de nieve de nuestros pensamientos y no sufrir por pequeñeces. Con ocuparnos de lo que hay que atender ahora, estaremos cumpliendo de sobra con la vida.
“La vida no es una emergencia”
— Es otra de las afirmaciones de Carlson. Una forma de “quitarle hierro” a los problemas es orientar el pensamiento a otras cosas: evocar a alguien a quien apreciamos o agradecer algo que nos gusta. En palabras de Carlson: “Siempre es preferible ser amable que tener razón”.
— Y eso debería incluir ser amables con nosotros mismos, lo cual empieza cuidando de nuestros pensamientos. Hay que tomar conciencia de ellos y de nuestros estados anímicos. Si admites que estás triste o enfadado, sabes que todo lo que percibes pasa por este filtro. Como dicta el mindfulness: no creas en todo lo que piensas. Y podemos añadir: simplemente haz lo que tienes que hacer.
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