Jack Lang: “Los países árabes han abandonado a Palestina”
A sus 84 años, quien fue ministro de Cultura de Mitterrand, artífice del Gran Louvre, la Ópera de la Bastilla o el Instituto del Mundo Árabe, afronta su cuarto mandato al frente de esta última institución, poderoso lobby cultural, diplomático, político y económico
A paso lento y a bordo de un gabán negro, una bufanda fucsia y una melena al viento, atraviesa uno de los viejos puentes sobre el Sena Jack Lang (Mirecourt, 84 años). Se dirige a su despacho en la última planta del Instituto del Mundo Árabe (IMA), institución que él mismo inauguró en 1987 como ministro de Cultura junto a su entonces jefe, el presidente de la República Francesa, el socialista François Mitterrand. Nadie, quizá si exceptuamos a Luis XIV y a André Malraux, tuvo nunca más peso en la política cultural de Francia y muy probablemente en la de ningún otro país. Este doctor en Derecho Internacional y licenciado en Ciencias Políticas, consejero municipal, alcalde, diputado, portavoz gubernamental, ministro de Cultura y de Educación, exmilitante socialista, hombre de teatro y personaje barroco donde los haya, amante de las cámaras de televisión, los trajes caros y las agendas privilegiadas, y vieja estrella mediática de la gauche caviar (izquierda caviar), todo un Rey Sol tres siglos y medio después del monarca absolutista, impulsó a las órdenes de Mitterrand controvertidas aunque decisivas conquistas en política cultural: el precio único del libro, la atribución del 1% del presupuesto del Estado a la cultura, la imposición de cuotas de producción audiovisual europea en las pequeñas y grandes pantallas, el combate por la excepción cultural frente a las visiones más comerciales y liberales, la creación de una ambiciosa red nacional de centros de arte… y, sobre todo, la puesta en pie de faraónicas e icónicas infraestructuras culturales en París —las Grandes Obras—, como el Gran Louvre y su célebre pirámide, la Ópera de la Bastilla, la Biblioteca Nacional de Francia, la Ciudad de las Ciencias, el Gran Arco de la Defensa… y el propio Instituto del Mundo Árabe, donde recientemente renovó su cuarto mandato como presidente. Charlamos con Jack Lang en el despacho desde el que, el 15 de abril de 2019, vio arder la catedral de Notre Dame.
Un cuarto mandato al frente de una institución que usted mismo creó junto con François Mitterrand. ¿El círculo se cierra?
Es una rareza, en efecto. Las malas lenguas hasta podrían decir: “Este tal Jack Lang, desde el principio, solo ha pensado en su futuro, se inventó una casa de la cultura árabe para acabar presidiéndola, para ser otra vez una especie de ministro de Cultura” [se ríe]. Pues no, esa no es la verdad.
¿Cuál es la verdad?
Pues que cuando François Mitterrand se convirtió en presidente de la República y me nombró ministro, me pidió que reflexionara sobre mil y un proyectos, algunos de los cuales yo ya le había sugerido. Entre ellos estaba dotar de una sede al Instituto del Mundo Árabe, que ya existía como tal pero que no era más que unas oficinas. Me dijo que adelante, y muy rápidamente encontramos el lugar ideal y pusimos en marcha un concurso de arquitectos, solo para arquitectos jóvenes.
Y ganó Jean Nouvel.
Sí, tuvimos un flechazo con su proyecto. Pero tengo que decirle que en aquella época Nouvel era prácticamente un desconocido. Luego se convirtió en la estrella que todos conocemos. Lo extraño es que, años después, me vea aquí de nuevo, al frente de un lugar que contribuí a construir, y que ha sido un poco mi casa. Aquí he recibido a personas muy importantes. Aquí acogí a Yasir Arafat en 1989 a instancias de Mitterrand. En aquel tiempo Arafat era considerado un terrorista, nadie quería recibirlo. Ni siquiera la inmensa mayoría de los miembros del Gobierno al que yo pertenecía.
¿Qué le pidió exactamente Mitterrand que hiciera con él?
Me dijo: “Como usted se ha declarado favorable a la existencia de dos Estados, Israel y Palestina, por favor, ¿podría organizar, en torno a Arafat, una reunión de personalidades políticas e intelectuales?”. Y la celebramos ahí arriba, en la terraza, y en presencia del entonces ministro de Asuntos Exteriores de Francia, Roland Dumas. Luego me llevé a Arafat a visitar el Louvre. Y al final participó en un programa de televisión en el cual —a petición nuestra— anunció que iba a desaparecer de la Carta Fundacional de la OLP la disposición sobre el no reconocimiento de Israel. Dijo, porque se lo sugerimos, que desde ese momento era una disposición “caduca”. Fue histórico.
¿Qué es el Instituto del Mundo Árabe? Más allá de lo meramente cultural…, ¿no es una especie de Ministerio de Asuntos Exteriores en pequeño?
Bueno, sí, técnicamente trabajamos bajo la tutela del Quai d’Orsay [el Ministerio francés de Asuntos Exteriores]. Pero no somos en absoluto un ministerio en miniatura. Esto no es el Gobierno, yo no soy ministro. Pero la cultura en todas sus formas, no solo en el ámbito artístico, sino también en el científico, en el diplomático, en el económico y en todos los ámbitos que forman parte de la vida de los países árabes, es puesta en valor aquí. Es cierto, puede que eso tenga a veces una amplia influencia política…
Algunos de los países que se sientan en el consejo de administración del IMA, como Arabia Saudí, no acaban de proyectar una imagen demasiado positiva en Europa en cuanto a derechos humanos, respeto a la mujer, etcétera. A veces incluso no puede evitarse la idea de que están comprando una respetabilidad a base de dinero e influencias… ¿Qué opina?
Es verdad que…, a ver…, “comprar” no es la palabra adecuada, pero… mire, yo he seguido muy de cerca, incluso antes de presidir el IMA, la evolución política, social y cultural de esos países. En cuanto a Arabia Saudí, muchos países —y entre ellos España— han creído tradicionalmente que era un régimen absolutamente cerrado sobre sí mismo y que jamás podría evolucionar. Pero yo viajo allí dos veces al año desde hace unos 12 años, y es espectacular ver su evolución. Y claro que es una estrategia, pero…
¿Cree de verdad que ha habido una evolución y que esa evolución va a continuar? Los problemas de derechos humanos subsisten.
Desde luego, eso está claro. Yo no hablo del régimen político, que es lo que es. No es un régimen democrático. No tienen los mismos valores que nosotros. Pero su estrategia es inteligente. Se basa en el desarrollo de los jóvenes, de las mujeres, del empresariado, con el fin de liberarlos de la tutela de los extremistas religiosos que bloqueaban la evolución del país…
Otro de los miembros del consejo del IMA es Palestina. Que ni siquiera es un Estado. ¿Qué relación mantiene Palestina con el IMA en un contexto de guerra como el actual?
Nuestras relaciones son de libertad recíproca. Yo mismo decidí hace cosa de dos años organizar un gran evento sobre la cultura palestina. Estaba decidido a dejar claro que Palestina no es solo una tierra de guerrilleros o de terroristas de Hamás, sino también un pueblo creativo e inventivo lleno de artistas y escritores de valor excepcional. Esa exposición se inauguró en mayo del año pasado y fue un asombroso éxito de público, sobre todo entre los jóvenes. Cuando los terribles acontecimientos que hoy siguen se produjeron en Oriente Próximo, ese éxito fue aún mayor, las colas eran enormes. La gente tenía ganas de entender.
Pero esa imagen palestina de paz, creatividad y humanismo que usted intentó proyectar haquedado destruida por la guerra, ¿no?
Lo que está ocurriendo es terrible. La situación es catastrófica. Catastrófica para Palestina y para los ciudadanos palestinos. Varios de los artistas que estuvieron presentes en la exposición han muerto en la guerra. Pero también Israel vive momentos muy duros actualmente. La situación en la región es de verdad de una inmensa gravedad.
¿Cree, como muchos, que lo que está haciendo Israel es un genocidio como respuesta a actos terroristas?
Yo soy jurista y he sido durante muchos años profesor de Derecho Internacional. Y hay que tener cuidado cuando se utilizan conceptos como ese. El Tribunal Internacional de Justicia ha sido requerido y creo que ha dicho que podría haber un inicio de acciones genocidas. Pero no ha calificado de “genocidio” los ataques israelíes en su conjunto. Lo que ha hecho y está haciendo el ejército israelí es grave. Podría llegar a ser considerado como crímenes de guerra. La realidad es que el pueblo palestino vive hoy la muerte, la destrucción, el hambre, el sufrimiento. La guerra tiene que parar y los países tienen que participar en la reconstrucción de Palestina.
¿Se puede ser optimista con eso?
Soy, por temperamento, un optimista, pero es verdad que el odio entre esos dos pueblos es demasiado fuerte. Hamás lucha contra la existencia de Israel y ha cometido actos monstruosos, y una parte de los israelíes y de las autoridades israelíes no aceptan la creación de un Estado palestino. Y ahora eso parece irreconciliable. Ojalá surjan entre los israelíes y entre los palestinos personas capaces de elevarse por encima del odio, como lo fueron Nelson Mandela y Frederik de Klerk en Sudáfrica.
Por cierto, fue Sudáfrica el único país que apeló al Tribunal Internacional de Justicia.
Sí, así es.
Eso provoca como una sensación de que los palestinos han sido abandonados por el resto de los países árabes, ¿no cree?
Tiene razón. Los países árabes han abandonado a Palestina. Incluso algunos países de los que durante tantos años habían dado signos de que la apoyaban de manera entusiasta.
Todo esto lo dice… un judío presidiendo el Instituto del Mundo Árabe.
Mi padre lo era, mi padre era judío.
Una familia judía laica, ¿no es así?
Absolutamente.
¿Considera que ser laico es un requisito esencial para poder presidir una institución así?
Mmmmm…
Para que quede claro que esto es el Instituto del Mundo Árabe, y no del Mundo Musulmán o del Mundo Islámico o…
Escuche, no pretendo erigirme en modelo ni en ejemplo de nada. En efecto, soy alguien profundamente laico, y por desgracia no creyente.
¿Le habría gustado serlo?
Bueno, quiero decir que las personas que profesan una fe tienen argumentos para esperar algo, y eso es envidiable. Pero no soy creyente. Aunque soy profundamente respetuoso con todas las creencias religiosas, siempre que no se transformen, claro, en fanatismo, como ocurre hoy por todo el mundo. El Instituto del Mundo Árabe debe permanecer fiel a su historia. Y la historia del mundo árabe, digámoslo claramente, incluye a la vez a musulmanes, judíos, cristianos y practicantes de otras religiones. Aquí hemos organizado exposiciones lo mismo sobre las peregrinaciones a La Meca que sobre los tesoros del islam en África que sobre los cristianos de Oriente que sobre la historia milenaria de los judíos en Oriente.
Ahora me gustaría preguntarle algo sobre los años en que fue ministro de Cultura del Gobierno socialista de Mitterrand.
Adelante.
Parece que, más allá de la cultura como “conjunto de bienes del espíritu”, ustedes centraron su labor en sacar provecho de la “fuerza económica de la cultura”… ¿Le sirve la expresión?
Desde luego.
No todos los gobiernos pueden —o quieren— aprovechar esa fuerza. Desde luego, no en España.
No, la mayoría no lo hace. Es triste y es una torpeza.
¿Qué le decía usted al presidente Mitterrand para convencerle de eso?
¡No tenía que convencer de nada al presidente! Él era en sí mismo un hombre de cultura, poseía una erudición literaria, histórica, artística y cinematográfica enorme. Y tuvo claro desde el principio poner la cultura en el centro de la acción de su gobierno. E hizo bien.
¿Qué supusieron, simbólicamente, las Grandes Obras?: pirámide del Louvre, Ópera de la Bastilla, Biblioteca Nacional de Francia, Instituto del Mundo Árabe…
¿Qué supusieron…, en qué sentido?
En cierto modo, al menos fuera de Francia, guardaban bastante relación con lo que conocemos como la grandeur francesa, un poco a lo Luis XIV, ¿no cree?
Sí. ¿Y por qué no? No hay motivos para que los dirigentes de un país no tengan una ambición elevada y noble para su nación. Y, más allá de eso, para su continente, en este caso Europa. Yo luché muchísimo por la idea de la Europa de la cultura. Una de las personas con las que colaboré en eso fue con mi amigo Jorge Semprún, por cierto. Juntos, y en compañía de otros, luchamos contra los partidarios de una versión estrictamente comercial y marchante de la cultura, que eran muy poderosos en el seno de la Comisión Europea. Otra cómplice en ese combate fue la ministra de Cultura griega Melina Mercouri.
Las malas lenguas dicen que usted asaltaba con mil y un mensajes diarios a Mitterrand, y que el presidente, cuando usted dejó el Ministerio de Cultura, le dijo: “No voy a echar de menos sus mensajes”.
Bueno, eso es verdad…, pero usted se está refiriendo al libro que publicó el periodista Frédéric Martel [Jack Lang. Une révolution culturelle, 2021]. Yo le abrí mis archivos y él hizo un trabajo de selección… que no es el que yo habría hecho. Sobre todo escogió algunas de las cartas que yo dirigí a François Mitterrand. Aquel fue un caso único entre un presidente y su ministro de Cultura. Era una época en la que la izquierda luchaba con auténtica pasión por la cultura, la investigación científica y la educación…, cosa que hoy ya no ocurre.
Uno viene a París y sigue disfrutando de sus cafés, sus restaurantes, sus librerías, sus cines, sus teatros, sus museos…, de su intensa vida cultural, en suma. Y a la vez están los disturbios callejeros con los agricultores, con los chalecos amarillos, las huelgas constantes, el auge imparable de la ultraderecha, la creciente inseguridad en algunos barrios…, hay como una sensación de descontento generalizado. Son dos imágenes contrapuestas.
Lo que dice es verdad. Es tan verdad que muchos franceses piensan como usted. Los franceses están un poco perdidos. Y eso, por supuesto, contribuye a hacer el juego a los extremistas. Cuando la gente no entiende las cosas, ganan los populistas. Es una pena, porque Emmanuel Macron es un personaje político con grandes cualidades humanas e intelectuales. Está bastante por encima de la inmensa mayoría de los políticos franceses. Pero el Frente Nacional [en realidad, el partido de Marine Le Pen y Jordan Bardella se llama Rassemblement National, que puede traducirse como Reagrupamiento Nacional] ha conquistado no solo escaños en el Parlamento, sino también bastante simpatía en el imaginario colectivo.
¿Cree que un día gobernarán Francia?
Personalmente haré todo por impedirlo, pero hay que tomarse esta amenaza muy en serio. No tienen escrúpulos. Son fascistas, pero consiguen disfrazarse muy inteligentemente. Hacen como si fueran políticos normales, cuando no lo son. Y ese es precisamente el mérito de Marine Le Pen. Pero hay algo peor.
¿Qué cosa?
Francia es un régimen presidencialista, y el presidencialismo es un sistema nefasto. Al final, no permite de verdad el juego político de partidos, de corrientes y de ideas. No funciona, a no ser que haya una sintonía total entre la Asamblea Nacional y la presidencia de la República, pero hoy eso en Francia no existe. Todo es un conflicto permanente. Ustedes, en España, tienen otro sistema político. Y desde luego es mucho mejor.
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