Jack Lang, el último zar cultural
El que fuera ministro estrella de Mitterrand hace 40 años apuesta por otra “revolución cultural” para salir de la crisis de la pandemia
Jack Lang tiene 81 años, pero no ha perdido la energía que un día, ya lejano, lo llevó a ser el ministro de Cultura más poderoso de Europa, y quizá del mundo.
Lang sigue al frente del Instituto del Mundo Árabe, una de las numerosas instituciones culturales construidas en aquellos años dorados en Francia bajo la presidencia del socialista François Mitterrand. No ha dejado de intervenir en los debates, a veces escuchado pero también otras criticado como representante de la llamada izquierda caviar, un dinosaurio de otra era. Y, como hacía con Mitterrand hace 30 o 40 años, suele enviar mensajes al presidente de la República —ahora Emmanuel Macron— con ideas y consejos.
El exministro de Cultura recordaba hace unos días que, una vez, tras un cambio de Gobierno, Mitterrand le dijo sonriendo: “Hay algo que no echaré de menos: sus notas escritas”. “Pero a Emmanuel Macron no lo someto al mismo bombardeo que a François Mitterrand”, añadía durante una conversación en el último piso del Instituto de Mundo Árabe, edificio de Jean Nouvel que en su momento quiso encarnar la imagen de una Francia abierta al mundo. Las vistas sobre París son impresionantes; Notre Dame casi parece al alcance de la mano.
El 15 de abril de 2019, Lang vio arder la catedral desde esta terraza, una catástrofe cultural. No pudo resistirse. Explica, con una pizca de orgullo, que le hizo llegar dos sugerencias a Macron. La primera: “Fije un plazo”. La segunda: “Usted debe nombrar a un comandante en jefe”. Y, acto seguido, recuerda que Macron fijó en 2024 la fecha de la reconstrucción, y nombró, para dirigir los esfuerzos, a Jean-Louis Georgelin, un general.
Hace un año, otra catástrofe, infinitamente mayor, golpeó el planeta. Sanitaria y económica. Pero también cultural. Y, de nuevo, Lang no supo resistirse. Envió un memorándum a Macron, un eco de aquellos con los que, varias veces al día, en los años ochenta, bombardeaba a Mitterrand.
“Un plan de envergadura anunciado por usted volvería a dar sentido a nuestros combates colectivos”, ha escrito Lang recientemente a Macron
“Señor Presidente, me he permitido decirle hasta qué punto yo soñaría con que el presidente de la República se afirmase como el presidente de un new deal cultural”, arranca la breve carta, fechada el 27 de abril de 2020. En ella, Lang se refiere al vasto programa de ayuda a las artes y las letras que puso en marcha durante los años treinta el presidente de Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt. “En el actual periodo histórico podríamos demostrar de nuevo imaginación, entusiasmo, voluntad, ambición”, escribe el exministro. “Un plan de envergadura anunciado por usted volvería a dar sentido a nuestros combates colectivos”.
“Emmanuel Macron tiene una oportunidad única, a la vez por la crisis y porque Francia presidirá la Unión Europa [en el primer semestre de 2022]”, apostilla durante la conversación en el Instituto del Mundo Árabe. Por ahora, sin embargo, no ha obtenido respuesta: los teatros, cines y museos siguen cerrados. Los tiempos de proyectos faraónicos y revoluciones culturales parecen cosa del pasado.
La carta se incluye en Jack Lang. Une révolution culturelle. Dits et écrits (Jack Lang. Una revolución cultural. Dichos y escritos), un volumen editado por el periodista cultural e investigador universitario Frédéric Martel. Lo acaba de publicar en francés la colección Bouquins, coincidiendo con el 40º aniversario de la primera victoria electoral de Mitterrand. Martel se sumergió en los archivos del viejo zar cultural, y sacó petróleo. El resultado son más de mil páginas con abundantes documentos inéditos, entre ellos las notas confidenciales que Lang enviaba a Mitterrand y que ofrecen una mirada a las bambalinas del último gran experimento de política cultural en una democracia moderna.
Intervencionismo estatal a la francesa
Que aquello sucediese en Francia no es casualidad. La idea del monarca benefactor de las artes y las letras se remonta a Luis XIV. El centralismo que aglutina el poder en una ciudad y una persona permitía al rey y después al emperador o al presidente decidir en solitario los proyectos, y ejecutarlos con rapidez. El inventor del ministerio de Cultura moderno fue el escritor André Malraux, nombrado por el general De Gaulle tras recuperar el poder en 1958.
“Usted ve las cosas como yo”, le dijo Mitterrand al joven Lang. “De un lado, deben nacer en todo Francia centros de arte, lugares de vida. Del otro, me gustaría que en París se edificasen un cierto número de monumentos e instituciones que dejaran una impronta, que al mismo tiempo modelasen la historia de la capital y del país. Reflexione y presénteme una lista”.
Dicho y hecho. La Ópera de la Bastilla y la Biblioteca François Mitterrand salieron de aquel impulso inicial. También el Gran Louvre, que Lang propuso en una nota a Mitterrand en 1981. Mitterrand anotó a mano junto al texto: “Buena idea pero difícil por definición, como todas las buenas ideas”.
El langismo era más que las grandes obras. Lang cita a Jean Vilar, creador del festival de Aviñón: “La cultura debe ser un servicio público como el agua, el gas y la electricidad”. En parte se trataba de democratizar la alta cultura, pero también de reconocer las nuevas expresiones populares con iniciativas como la Fiesta de la Música. Y había algo de proteccionismo o nacionalismo. “El anuncio de la llegada de Walt Disney a Francia me llena de tristeza”, le escribía Lang a Mitterrand en 1985, en alusión al proyecto de Disneyland en París.
Escuchar hoy a Lang es asomarse a un tiempo que no existe, con superministros de Cultura, presidentes con ambiciones faraónicas y un optimismo desbordante
Era la famosa excepción cultural: un intervencionismo estatal a la francesa, una respuesta a la hegemonía estadounidense. Algunas de las medidas más discutidas y después celebradas fueron el precio único del libro, que ha servido para preservar el mayor tejido de librerías independientes del mundo, o la tasa a las entradas del cine para financiar las producciones autóctonas con la recaudación de las superproducciones de Hollywood.
En su tiempo, algunos acusaron a Lang de “hombre-espectáculo” o de “bufón del rey”. Una de las críticas más demoledoras la formuló el sabio Marc Fumaroli en el ensayo El estado cultural y en otros textos. Fumaroli denunciaba “una administración que se había marcado como objetivo democratizar la cultura con dinero público, pero que, pese a la demagogia rock, tag, hip-hop y techno de Jack Lang, y los actuales esfuerzos por popularizar por doquier un arte oficial llamado contemporáneo, solo logró escandalizar a los burgueses, ocupar el tiempo libre del público de la Educación Nacional [los jóvenes] y crear una amplia clientela de artistas subvencionados”.
Escuchar hoy a Lang es asomarse a un tiempo que no existe, con superministros de Cultura, presidentes con ambiciones faraónicas y un optimismo desbordante. En la conversación, evoca su amistad con Gabriel García Márquez, y su vínculo con el teatro español: recuerda una representación de Fuenteovejuna en los años sesenta en el festival que él dirigía en la ciudad de Nancy, y en la que uno de los actores era un tal Alfonso Guerra; o el paso de Lluís Pasqual por el Teatro de Odéon, siendo ya ministro.
Acusado a menudo de antiamericano, Lang mira con ilusión a Estados Unidos. “Tengo la impresión de vivir lo que vivimos aquí en 1981. Joe Biden es un tipo que va a por todas, que acelera, que habla claro”, dice en alusión a la llegada de los demócratas al poder. Y bromea: “A mí me gustaría que hubiese un Biden francés. Un viejo, como yo”.
Babelia
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