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Jack Lang piensa que la cultura ha de contaminar al Estado

El ministro francés cree que los departamentos de Cultura han de "debilitarse y desaparecer"

Jack Lang, ministro de Cultura del Gobierno socialista del presidente francés François Mitterrand cree que la cultura debe contaminar al Estado y ha de estar en todas partes, presidiendo, sobre todo, los momentos de libertad. En unas declaraciones a EL PAIS, Lang, que ha sido hombre de teatro y que en su vida cotidiana cultiva cierta imagen de actor, describe cuáles son las dificultades para llevar a la práctica el sueño socialista del cambio de la vida para alcanzar una mayor cota de libertad. Para él, la síntesis de su programa se basa en su vieja frase: "La cultura es la vida". La audacia para llevar a cabo ese propósito le ha llevado a exigir de la Hacienda de su país la duplicación del presupuesto dedicado a su cartera.

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Pregunta. El otro día Mitterrand reveló su ambición última: crear una nueva civilización. ¿Qué dice, qué piensa ante esa tarea, un ministro de la Cultura?Respuesta. Evidentemente, la cultura es indisociable de todo el proyecto de civilización que constituye nuestra ambición y nuestra esperanza. La cultura está en todas partes, debe de estar en todas partes: en el trabajo, en la vida cotidiana, en los momentos de libertad. Esto es muy simple: en esa nueva manera de vivir juntos que queremos imaginar, la cultura es esencial. Ella le permite al hombre reencontrar sus raíces, proyectar su futuro, crear, comunicar y, en consecuencia, escapar de la estricta dimensión de productor en la que se le ha querido mantener desde hace largo tiempo, reservando la cultura para una élite de iniciados. La cultura es enriquecimiento interior, pero también pertenencia de una colectividad: esta dialéctica está en el corazón del problema. Toda civilización debe pasar por ahí.

P. Usted ha dicho: "La cultura es la vida". ¿Cómo se traduce esa fórmula en el "socialismo a la francesa", y cuáles son las líneas directrices de su acción?

R. De entrada, esa fórmula, quiere mostrar claramente que nosotros no queremos una cultura estancada en la contemplación del pasado, para uso exclusivo de una minoría de gentes advertidas, es decir, de una cultura en la que la creación es el trabajo de unos pocos para otros pocos. La cultura es la vida, porque toda actividad humana, sea cual fuere, tiene una dimensión cultural.

Por otra parte, la cultura es la vida, también porque yo no puedo concebir una cultura que no sea efervescencia, multiplicación, creación en todos los dominios. Por ello, queremos hacer de los museos lugares de creación, queremos compañías fijas en cada teatro de todas las grandes ciudades de Francia, y queremos revitalizar las casas de cultura.

P. Hace ya algún. tiempo, usted escribió: "Creo poco en los programas culturales. Yo creo, sobre todo, en la determinación audaciosa y lúcida de los responsables, y en las utopías mobilizadoras de la imaginación popular". Esto lo escribió usted antes de ser ministro. ¿Habría que rectificar hoy su pensamiento?

R. De ninguna de las maneras. Por el contrario, pienso realizar esas ideas. Nosotros tenemos una visión de la cultura, pero no un programa. Tener un programa significaría que nosotros creamos por los otros, que deseamos establecer una cultura oficial.

P. ¿Piensa usted que en el Occidente industrializado la única revolución posible es cultural y, en tal caso, es eso posible con el 0,76% del presupuesto naciona?

R. El 0,67% ya es más que el 0,44% del año pasado. No es bastante, y queremos llegar al 1%. Pero la cultura no debe ser sólo una cuestión de dinero. Antes de nada es una cuestión de voluntad, de estado mental. La revolución debe ser cultural, pero no exclusivamente cultural. La política cultural se integra en un vasto movimiento de transformaciones. Todo está ligado. Como acabo de decirle, la cultura está en todas partes.

P. Usted ha dicho recientemente que la finalidad de su ministerio consiste en "debilitarse y desaparecer". ¿Cómo hace ese principio concordante con el proteccionismo cultural que puede significar su actitud contra la importación de filmes americanos y con la ley que establece el precio único del libro, considerada equívoca?

R. Nosotros no somos unos ingenuos. Sabemos muy bien

frecuentemente la cultura es una mercancía a merced de las leyes del mercado. De lo que se trata es de que la cultura no sea la víctima de un capitalismo en el que sólo cuenta el provecho. Y por lo que se refiere al cine, que no sea la víctima de algunos grupos multinacionales que dominan la producción y la distribución. No se trata de una especie de chovinismo oscuro. De igual manera que yo no quiero una cultura oficial o burocratizada, yo sí quiero que el acceso a la cultura y la creación se realicen de forma que los pequeños no sean sistemáticamente eliminados por los grandes. Por eso, le repito ahora "debilitarse y desaparecer", sí, pero en una sociedad en la que hayan desaparecido esos peligros.

P. Francia ejerció siempre un cierto colonialismo cultural en el mundo. ¿Cómo se sitúa usted respecto a ese hecho, con las ideas que está expresando, tan distintas de las de sus antecesores?

R. Yo desearía renovar el mensaje de Francia al mundo despojándolo precisamente de toda connotación colonialista y devolviéndole, por el contrario, lo que hay en él de esencial para la emancipación y la libertad. En tal sentido, debemos intensificar nuestra presencia. Pero este movimiento no debe ser unilateral. Nosotros queremos escuchar otras culturas, permitirles la expresión y que nos enriquezcan.

P. ¿Cuál es el papel de la radio y la televisión en su estrategia cultural? ¿Estima necesario el monopolio estatal?

R. Todas las posibilidades de los medios audiovisuales, como todas las técnicas nuevas de comunicación, deben ser utilizadas con fines culturales. Si nosotros no nos servimos, ellas se servirán de nosotros y, quizá, nos alienarán. Veamos las cosas de cara: para muchos franceses, la pequeña pantalla se ha convertido en el único instrumento de comunicación con los otros, de apertura hacia el mundo. Nosotros trabajamos para quitarle esa exclusiva a la televisión. Y al mismo tiempo deseamos que esa televisión llegue lo más posible a quienes se dirige. En consecuencia, la televisión debe descentralizarse, abrirse a todas las sensibilidades, a todas las opiniones. En espera de la ley sobre los audiovisuales, el monopolio es el mal menor, que permite no entregarles los media a los poderes económicos.

"Deseo apasionadamente la afianza cultural de Francia y España"_

P. Se observa una cierta distancia entre los llamados intelectuales y el poder socialista. ¿Se debe a la reconciliación entre el arte y la cultura, de la que usted ha hablado, y que pudiera significar una sumisión del intelectual? En cualquier caso, ¿cómo ve usted las relaciones entre la cultura y el Estado?, y ¿que piensa usted del colonialismo parisiense sobre la provincia?

R. No es fácil conciliar a los políticos, que gobiernan, y a los intelectuales, cuyo papel consiste en defender al hombre frente a la sociedad, en acechar los excesos del poder. Por otro lado, no en vano la historia les ha inspirado una sólida desconfianza a los intelectuales, que casi siempre han sido opositores, y que también han podido comprobar hasta qué punto ha sido difícil conciliar el socialismo y la libertad. Cada cual sabe que no queremos una cultura oficial, que el Estado debe ayudar, suscitar, estimular, pero no constreñir. Y, por lo que se refiere al colonialismo parisiense sobre la provincia, que es real y secular, hay que conseguir limitarlo, antes de acabar con él.

P. Las difíciles relaciones franco-españolas, ¿cree que tiene un fondo cultural, y piensa usted hacer algo?.

R. No creo que las dificultades actuales sean debidas específicamente a un fondo cultural, que, por el contrario, debería acercarnos. Creo que esas dificultades son más bien consecuencia de diferencias momentáneas de apreciación política entre los dos Gobiernos. Yo deseo apasionadamente la alianza cultural entre los dos países.

P. Usted habla frecuentemente de la identidad mediterránea. ¿cómo la concibe?.

R. Como todas las identidades, la mediterránea se define por un conjunto de elementos: geografía, historia, tradiciones, modo de vida, cultura, lengua. Con la apertura de las fronteras intelectuales, es con lo que tenemos que forjar una comunidad democrática.

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