Un producto rebelde y brillante de la República
El socialismo a la francesa pretende que la cultura sea el faro del cambio que emprendió Francia el pasado mes de mayo con la elección a la presidencia de François Mitterrand. Para ello, el presidente y escritor (Aquí y ahora es su último libro) nombró como ministro de ese departamento a Jack Lang, amigo personal suyo, 42 años de edad, producto brillante y rebelde de la República gaullista-giscardiana, que acusa a sus antecesores de haber convertido a Francia en "un desierto cultural". Las cosas no parecen tan simples, pero Lang ha conseguido doblar el presupuesto de su cartera (6.000 millones de francos) para 1982. El hecho no tiene precedentes desde que el, general Charles de Gaulle inventó este Ministerio para ofrecérselo a André Malraux, el más ilustre ex colega de Lang, que en sus declaraciones discurre sobre la cultura y sobre su acción, que él resume en tres palabras: "Creación, formación, descentralización".Cuando, hace un par de años, se inventó la Europa de las cazuelas, en Bruselas, para festejar el primer milenio de la capital belga, Lang estaba allí, en tanto que actor de aquel happening protagonizado por 1.080 botellas de champán. El pasado junio, cuando el mitterrandismo barrió con su victoria, Fabrice, distinguido cardenal de las noches parisienses, organizó un tinglado de órdago en su templo más mundano, Le Palace, y Lang, presente, ya ministro, se mordía las uñas en medio de aquella bacanal político-sensual que rendía homenaje a su figura de torero rumboso, y culto. Hace, dos años, Lang, en las inmediaciones de Marsella, era el director de escena de un show sobre la cultura mediterránea al que llevó a todas sus vedettes de la política y del arte. Semanas antes del día 10 de mayo último, otro show firmado por Lang se desarrolló en la Unesco, con toda la crema de la Internacional Socialista en el cartel, y con Mitterrand, su hombre, de primera figura. Y el día 21 de mayo de 1981, cuando Mitterrand entró en el palacio del Elíseo, tras cuarenta años de descalabros trágicos y de resurrecciones fulgurantes, París, desde la avenida de los Campos Elíseos hasta el Panteón, era una escena teatral con el pueblo en la calle. Y Lang, el escenógrafo, entre bastidores, rumiaba su éxito y ya debía pulir sus futuras frases de ministro de la Cultura: "El socialismo es, sobre todo, un proyecto cultura", "Los 44 ministros del Gobierno somos 44 ministros de la Cultura", "la cultura tiene que contaminar al Estado"...
Este es el Lang de última hora, el que llegó al socialismo no hace ni un par de lustros, el que durante los dos últimos años ya era delegado nacional de Cultura del Partido Socialista, el amigo cercano y fiel a Mitterrand. Pero desde que nació en Nancy, este Lang que se mueve al ritmo de un personaje de cine mudo, fue estudiante de derecho, profesor más tarde en la universidad de su pueblo, inventor milagroso del Festival de Nancy, que le llevaba por el mundo para descubrir y presentar en Europa occidental a la vanguardia teatral de la década de los sesenta, apellidada Grotowski, Bread and Pupetts, Bob Wilson. Fue actor aficionado, escribió una tesis sobre Teatro y Estado, y un árido libro sobre el Derecho Marítimo. El festival de Nancy lo hizo un personaje nacional y le sirvió de tarjeta de visita para presentarse en París como director del teatro nacional de Chaillot, donde se partió la crisma a causa de sus sueños arquitectónicos. Pero, ya enganchado al socialismo, fue consejero municipal de la capital. Y, ahora, Lang, el ministro, sin quedarse quieto, continúa hablando, haciendo, pensando, soñando y, a pesar de las ironías que ello le cuesta, adorando a su Dios, Mitterrand, del que afirma: "Nunca Francia ha tenido al frente a un hombre de semejante envergadura intelectual". Uno de los admiradores del actor Lang, le desafió públicamente al inicio de su gestión: "Asómbrenos, señor ministro".
Babelia
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