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Mitterrand inaugura su último proyecto cultural

La Biblioteca de Francia podrá albergar 12 millones de libros en sus cuatro torres

El presidente francés, François Mitterrand, inauguró ayer el último de sus grands travaux (grandes obras). Rodeado de 200 invitados visitó las espaciosas y frías salas de la Bibliothèque Nationale de France (BNF), un conjunto de cuatro torres de cristal transparente abiertas en ángulo recto, como libros reposando sobre una mesa de 7,5 hectáreas, cuyas esquinas cierran los edificios. La superficie total es de 365.000 metros cuadrados, y la útil, de 168.000. Ha sido una inauguración simbólica, ya que la instalación informática no estará a punto hasta 1997, así como el servicio de la biblioteca.

Esta gran biblioteca ha costado un total de 7.200 millones de francos (190.000 millones de pesetas) y está preparada para recibir 12 millones de volúmenes. Ofrece 3.600 plazas de lectura y puede acoger 20.000 visitantes diarios que dispondrán de un aparcamiento para 2.000 coches. El gran público tendrá para sí 1.400 plazas: bastará con ser mayor de 18 años o con haber aprobado el bachillerato para poder entrar y consultar. Más de 800.000 títulos están a su inmedíata disposición, mientras que el resto -de libros y de sillas-queda en exclusiva para los investigadores. Éstos podrán reservar su mesa y libros por minitel, ahorrándose los 20 minutos de espera que se prevén entre la solicitud de un libro y el poder tenerlo en las manos.Dominique Perrault, el arquitecto de la BNF, ha sido muy criticado. Su idea de guardar los libros en las torres de cristal, en vez de hacerlo en el subsuelo, ha sido considerada como una "locura francesa" por parte de los británicos, que han contrapuesto al gigantismo de la obra inaugurada ayer la racionalidad de su British Library en St. Pancras. Lo cierto es que la nueva British Library tenía que haberse abierto a finales de los ochenta, luego se dijo que en 1993, y ahora se confía en 1997. Nadie sabe cuál será su coste final, aunque ya se habla de una desviación presupuestaria de más de 20.000 millones de pesetas y eso que el proyecto, con los años, ha ido perdiendo ambición: en vez de 3.500 lectores sólo podrá acoger 1.192, el presupuesto dedicado a la compra de obras de arte ha sido suprimido y los terrenos de los alrededores han sido puestos en venta, renunciándose, pues, a hipotéticas ampliaciones.

Pero los desastres de Londres no han bastado para tranquilizar a los críticos. Marc Fumaroli, de quien dicen que será el futuro ministro de Cultura si la derecha gana, se refiere al proyecto de Perrault como "una hoguera bradburyana", mientras la filósofa Elísabeth Badinter lamenta que alguien haya podido idear "el poner en silos los libros". Unos los ven convertirse en humo, mientras los otros los imaginan descomponiéndose bajo los rayos del sol. Lo cierto es que el papel unido a la cola que sirve de encuadernación, acaba produciendo sales de aluminio que, al entrar en contacto con el agua, generan ácido sulfúrico y la descomposición de las páginas. Millones de volúmenes publicados entre 1830 y 1980 van, pues, desintegrándose sin necesidad de fuego ni sol de verano. Pero ése no es tampoco el mayor peligro que corre la mayor biblioteca del mundo, sino el resultar obsoleta antes de entrar en funcionamiento, ser un recipiente inútil de libros que van digitalizándose, mientras ofrece salas de consulta a las que nadie acuda, encerrados los lectores en su domicilio, frente a un ordenador conectado a las autopistas de la información. Para el veterano presidente, enfermo de cáncer, la jornada de ayer supuso una nueva victoria contra el tiempo.

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