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Los últimos días de Arafat

El rais comía pollo y guisantes y se lavaba con agua contaminada en el encierro previo a su muerte

Ana Carbajosa
Yasir Arafat se despide de sus colaboradores en Ramala, en octubre de 2004, antes de salir hacia París para ser tratado por los médicos.
Yasir Arafat se despide de sus colaboradores en Ramala, en octubre de 2004, antes de salir hacia París para ser tratado por los médicos. JIM HOLLANDER (EFE)

Un grupo de obreros remoza llana en mano el impresionante mausoleo de Yaser Arafat. El líder palestino por excelencia lleva ocho años enterrado aquí en Ramala, junto a la Muqata, el palacio presidencial en el que pasó sitiado sus tres últimos años de vida. Cientos de escolares, familias palestinas repeinadas en el fin de semana, y turistas de medio mundo visitan a diario este inmenso cubo de piedra beis que aloja en su interior la tumba y el cuerpo del hombre-símbolo de la causa palestina. Encierra además un preciado secreto: la verdadera causa de la muerte del rais palestino.

El paso de los años no ha conseguido aminorar el interés por el asunto. Al contrario. El misterio que rodea a la muerte de Arafat ha cobrado fuerza después de que Suha, la viuda del líder, autorizara el análisis de su ropa interior y su kefiya, su célebre pañuelo palestino. Un instituto de radiofísica suizo ha encontrado dosis anormales de polonio 210, la sustancia radioactiva que envenenó al disidente ruso Alexander Litvinenko en 2006.

Los resultados, advirtieron los suizos a la cadena Al Yazira, promotora de la investigación, no son concluyentes. Si Suha quiere saber la verdad debe exhumar el cadáver y tomar más muestras. Después vino la demanda de Suha en Francia y los preparativos del viaje de los expertos franceses a Ramala, donde aterrizarán en las próximas semanas para desenterrar a Arafat.

Tawfiq Tirawi preside la comisión palestina que investiga la muerte de Arafat y anuncia que no pondrán trabas a los franceses. En su despacho de Ramala explica que para tomar las muestras hay que desenterrar el cuerpo y llevarlo al hospital. Y que los enviados de Francia deberían estar trabajando en menos de un mes.

"El Ejército israelí nos tenía rodeados. Faltaba el oxígeno. Unas 200 personas convivíamos en 300 metros cuadrados"

Tirawi es el hombre de confianza de Arafat, que le siguió desde Beirut en los ochenta y que dirigió los servicios secretos en Cisjordania durante la segunda Intifada. Una de las bestias negras israelíes. Se refugió en la Muqata junto a Arafat hasta que se lo llevaron en volandas al hospital de París en el que murió el 11 de noviembre de 2004, a los 75 años. Ahora Tirawi recuerda los últimos días de asedio. Qué comieron, qué bebieron y qué respiraron resulta, en su opinión, determinante a la hora de esclarecer la muerte.

“El Ejército israelí nos tenía rodeados. Faltaba el oxígeno. Unas 200 personas convivíamos en 300 metros cuadrados. No había agua potable y la comida escaseaba. Los alimentos venían de fuera”. Tirawi continúa: “Eran los palestinos los que traían el agua para beber y los alimentos. Pero antes de introducir nada, debían entregar las mercancías a los soldados que cercaban la Muqata y que lo examinaban sin permitir la presencia de palestinos”. Ése es uno de los momentos que los abonados a la tesis del envenenamiento israelí podrían considerar idóneo para inyectar polonio 210. Tirawi no lo descarta, pero tampoco le resulta demasiado creíble porque la comida entraba en grandes cantidades. “Si traían diez pollos, ¿cómo iban a saber los israelíes cuál se iba a comer Arafat?”.

Durante el encierro, Arafat llevó una dieta saludable. Comía pollo y algo de pescado. Carne en contadas ocasiones. Verduras, casi siempre las mismas: maíz y guisantes. La miel y las manzanas eran sus postres favoritos. La comida era escasa pero sana. El problema eran las condiciones sanitarias y el monumental estrés que sufrieron, rodeados por tanques noche y día. Dormían unos encima de los otros. Arafat, rodeado de sus colaboradores más cercanos. El resto, repartido por donde podía. El agua que utilizaban para las abluciones previas al rezo estaba sucia. Varios de los que compartieron encierro con Arafat enfermaron y dos de ellos murieron después.

“La situación allí dentro era penosa”, cuenta desde Ammán Munib Al Masri, el multimillonario palestino e inseparable de Arafat. “Aquello era espantoso. Estaba lleno de escombros. Se tuvieron que trasladar al segundo piso donde estaban más protegidos de los bombardeos”, recuerda Al Masri, tesorero de la Fundación Arafat, quien visitó a su amigo con regularidad en la Muqata, nietos incluidos, para levantar la moral del líder. Después, viajó con él hasta el hospital de París y de allí de vuelta a Ramala para el entierro.

Preservar el ánimo era crucial. Resalta Tirawi cómo le afectó a Arafat la suerte de guerra psicológica que dice le declararon estadounidenses e israelíes. “La presión de Washington era tal que ni siquiera los líderes árabes se atrevían a llamarle. En el último año, sufrió un aislamiento total”.

Llegó un momento en el que Arafat fue consciente de que estaba enfermo, a pesar de que trataba de restarle importancia de cara a la galería. “No quería que le vieran deprimido. Tenía una mancha roja al lado de la nariz. Le decíamos que tenía que intentar salir para que le trataran, pero él bromeaba”, cuenta Tirawi. Al Masri asegura que Arafat “nunca tuvo miedo. Cuando estábamos asustados, él era el que nos animaba”. Pero, pese a mantener el tipo, el guerrillero que en el pasado había conseguido burlar la muerte como pocos, acabó sus días como la mayoría de los mortales; sin mayor heroísmo. Debilitado, adelgazado. Un buen día, en una cama de hospital, simplemente se fue.

Los informes médicos del hospital francés en el que murió hablan de una hemorragia y una infección de origen indeterminado. No aportan por tanto excesiva luz a las causas de la muerte. Algunos de los síntomas de Arafat coinciden con los del envenenamiento por Polonio, pero otros no casan, dicen los suizos y explica el físico nuclear Norman Dombey, profesor emérito de la Universidad de Sussex. “Es muy improbable que fuera envenenado con Polonio 210. Se le habría caído la barba y el pelo y no hay noticia de que eso sucediera. Además, en estos ocho años, el polonio se habría reducido en masa en un factor de un millón”, sostiene Dombey. Detalla, además, que el polonio 210 se fabrica en Sarov, Rusia, aunque hay una posible pero no confirmada fabricación israelí hace décadas.

Pero para Tirawi no hay duda de que “a Arafat lo mataron los israelíes”. Agita un documento en el que ha recopilado las amenazas de muerte verbalizadas por los políticos israelíes de la época. Pero también añade un elemento que aporta toneladas de intriga palaciega y que ha sido tema de conversación en los territorios palestinos. “Si alguien puso polonio tuvo que ser un palestino por encargo israelí”, se ha dicho. El baile de nombres de rivales políticos del rais es constante, aunque algunos suenan con más insistencia que otros. Israel niega tajante la autoría y asegura que no piensa obstruir la investigación francesa. “No tenemos nada que ver con este asunto; nada que ocultar”, asegura Yigal Palmor, portavoz del ministerio de Exteriores israelí. “Lo que no es serio es que los palestinos tengan sus conclusiones antes de que haya empezado la investigación”, señala. En la calle, la inmensa mayoría de los palestinos cree que Arafat no falleció de forma natural. “Los palestinos sabemos que Israel le asesinó. Que probablemente algún agente del Mossad entró en la Muqata fingiendo ser uno de los cooperantes que le visitaban. Otra cosa es que vayan a pagar por ello. ¿Pasó algo después de Sabra y Chatila, de Gaza?, pregunta escéptico Samer Karaka, regente de un ultramarinos cercano a la tumba.

Murad y Osama, en cambio, se frotan las manos. Vestidos de camuflaje militar y armados hasta los dientes custodian el mausoleo. Ellos también estaban allí los años del cerco israelí y ofrecen un retrato de la vida en la Muqata muy similar al de Tirawi. La idea de que la rumorología que habla desde hace años de muerte por envenenamiento se haya convertido en investigación judicial les entusiasma.

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Sobre la firma

Ana Carbajosa
Periodista especializada en información internacional, fue corresponsal en Berlín, Jerusalén y Bruselas. Es autora de varios libros, el último sobre el Reino Unido post Brexit, ‘Una isla a la deriva’ (2023). Ahora dirige la sección de desarrollo de EL PAÍS, Planeta Futuro.

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