Grumos de negrura
La opacidad contra el talento, podríamos decir de esta imagen: la primera, representada por el buque de carga; la segunda, por el delicado puente derribado no hace mucho en Baltimore. El buque, como pueden ustedes comprobar, llevaba a bordo cientos, quizá miles de contenedores sin ventanas, ciegos. Nadie sabe lo que hay en su interior. Cuando llegan a puerto, la policía aduanera suele llevar a cabo una revisión aleatoria para comprobar que su carga se corresponde con lo declarado. ¿Y qué es lo declarado? De todo: enseres familiares, cereales, frutas, mariscos ultracongelados… De vez en cuando salta la sorpresa y aparece una familia de inmigrantes muertos. En fin, que no se sabe, de ahí la opacidad a la que nos referíamos en la primera línea. Muchos de estos contenedores caen durante la travesía al mar, en cuyo fondo, dentro de cientos o de miles de años hallarán los antropólogos mesas camillas, cocinas de inducción o calaveras.
Los puentes, en cambio, representan la inteligencia transparente, tal vez la transparencia inteligente, sobre todo algunos que, como el de la foto, tenía algo de fragilísimo esqueleto, pese a soportar el paso diario de miles de vehículos, algunos de varias toneladas. Lo vimos caer en la pantalla de la tele, frente a la acometida del buque, como si hubiera estado hecho de palillos de dientes. Se desmoronó como un castillo de naipes, como un juguete construido sobre la mesa de la cocina una tarde de lluvia. Y es por lo que decíamos más arriba: porque el talento se defiende mal de la oscuridad. Un grumo de negrura en la conciencia puede amargarte el día.
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