Un oasis para las mujeres marroquíes a los pies del Atlas
Dos proyectos comunitarios en la región de Marraquech pretenden revertir la desigualdad de género y la acción del cambio climático a través del cultivo de flores y árboles. YSL Beauty se encuentra detrás de ellos y se beneficia de sus frutos
Alrededor y en las faldas del Atlas, el sistema montañoso de la región marroquí de Marraquech, se desarrollan dos proyectos comunitarios que luchan, por un lado, contra la desigualdad de género, y, por otro, contra la desertificación de la zona. El primero reúne a un grupo de mujeres que cultivan flores y plantas en un huerto conocido como los jardines comunitarios de Ourika (el río que baña los alrededores de esa parte de las montañas), enmarcado en el valle homónimo. Del segundo se encargan hasta 200 familias que habitan los pueblos que salpican las montañas, y plantan árboles como almendros, olivos o casuarina.
Una de las familias que se benefician del primer programa es la de Rachida Outachkia, de 43 años, divorciada y con tres hijos. Ella es la cabecilla de la cooperativa que montaron para los jardines comunitarios de Ourika. Recolectaban el azafrán, con sus peculiaridades y dificultad para crecer, durante un par de semanas al año, por lo que dependían de sus familias económicamente. “Mis ingresos venían de lo que me diese mi exmarido para cuidar a mis hijos”, recuerda Outachkia en medio del huerto, minutos antes de comenzar la recolección. La ampliación a otras especies de flores y plantas les permite ahora trabajar todo el año. “Empezamos con la caléndula [que se usa como ingrediente para maquillaje] y el geranio [para perfumes], y fuimos incluyendo más especies. Ahora somos financieramente independientes, nos sentimos seguras”, afirma la líder del grupo de 30 mujeres.
Ambos proyectos están auspiciados por la compañía cosmética YSL Beauty, y encapsulan el espíritu del diseñador Yves Saint Laurent. “He contribuido a cambiar mi era”, aseguró tras una larga y afianzada carrera. “Resume nuestro objetivo”, considera Caroline Negre, directora global científica y de sostenibilidad de la firma, en Marraquech ante la prensa internacional. Hasta allí viajó El País Semanal para descubrir los dos proyectos que desarrolla YSL Beauty en la región marroquí.
La elección de esta ciudad de Marruecos —a más de 2.500 kilómetros de la sede principal de la marca, en París— para desarrollar los dos programas tiene un sentido sentimental y otro profesional. Saint Laurent se enamoró de la ciudad en el que sería el primero de sus muchos viajes, en 1966. “Se reencontró con sus raíces africanas, pues creció en Argelia, y le impactaron los colores y la vitalidad del lugar, que influyeron mucho en su moda”, cuenta Laurence Benaïm, biógrafa y amiga de Yves Saint Laurent. “Él, por su parte, tuvo un gran impacto en la ciudad y en la vida de los marroquíes. No eran tiempos en los que se hablase tanto de sostenibilidad, pero creo que estos proyectos cuadran con su pensamiento”, afirma. Ahora, no se comprendería que las compañías no cumpliesen con esos criterios, cuando el público las empuja a ser más respetuosas con el medio ambiente. En torno al 70% de los consumidores en España, por ejemplo, prefieren los productos sostenibles, según el estudio Natural & Sustainability Segmentation, encargado por Beiersdorf en 16 países.
La razón profesional para decidirse por Marraquech se encuentra en los jardines de Ourika, donde las mujeres recolectan las flores que luego utilizará la compañía como ingredientes para sus productos. Una de estas plantas es responsable de la elección de la región: la flor del azafrán. El extracto de esta especia aparece en la composición de productos de la línea Or Rouge para ayudar a la renovación y la uniformidad de la piel. “Sabíamos que queríamos desarrollar un proyecto alrededor del azafrán”, comienza Negre. “Encontramos un terreno donde lo cultivan y, cuando lo enviamos a nuestro laboratorio, descubrieron que tenía muchas y potentes moléculas activas. Las condiciones a las que se enfrenta la flor para crecer, tanto en términos de suelo como externas, le hacen fortalecerse y por eso está tan cargada de activos. Por eso decidimos cultivar aquí más ingredientes, nos daba un valor añadido para el cuidado de la piel”.
La Fundación High Atlas, fundada en el año 2000 y que se dedica a ayudar al desarrollo sostenible de las comunidades locales, es la entidad local con la que la compañía cosmética trabaja desde el principio para identificar las necesidades de las personas y las zonas en las que trabaja. Negre destaca que la cooperativa de Ourika es la primera de mujeres que se creó en la región de Marraquech. “Su trabajo ha inspirado a otras a montar las suyas, y ahora existen 10″, afirma la directora científica. En un país en el que, según los datos del Alto Comisionado de Planificación (organismo encargado de las estadísticas oficiales en Marruecos) en su informe de 2022, el 80,2% de la población femenina en edad de trabajar (11,2 millones de mujeres) estaba fuera del mercado laboral, estas acciones a favor de su empleo cobran una especial relevancia. Una realidad que, pese a la contundencia de las cifras, algunos ciudadanos marroquíes no perciben igual, como uno de los guías o la traductora de árabe, que señalaban el creciente número de mujeres en puestos de importancia como las embajadas (en España, la representante de la diplomacia marroquí es una mujer). Los datos al respecto tampoco son alentadores: según un reciente informe de 11 ONG coordinadas por la Organización Marroquí de Derechos Humanos, solo el 10,6% de los altos cargos en la Administración del país está ocupado por ellas.
A pocos kilómetros del huerto, para luchar contra la desertificación del Atlas, YSL Beauty se ha aliado también con la Fundación High Atlas y, además, con la organización internacional Re:wild. Esta entidad cuenta con 400 socios en 35 países, desgrana Robin Moore, vicepresidente de comunicación y marketing. En Marruecos, suma varios proyectos diseminados por el país. En la región de Marraquech quiere revertir la desertificación de 1.000 hectáreas.
La Organización de las Naciones Unidas celebra el Día Mundial de Lucha contra la Desertificación y la Sequía cada 17 de junio. Define la desertificación como la degradación continua de los ecosistemas de las zonas secas debido a las actividades humanas —como la sobreexplotación de la tierra o el sobrepastoreo— y a los cambios climáticos. Además, el viento y el agua agravan la situación arrastrando la capa superficial de suelo fértil y dejando atrás tierras improductivas. La persistencia de esta combinación de factores acaba por convertir las tierras degradadas en desiertos. El fenómeno, reconoce la ONU, no es nuevo, pero se calcula que en la actualidad el ritmo de degradación de las tierras cultivables aumenta a una velocidad entre 30 y 35 veces superior a la histórica.
La asociación con la Fundación High Atlas les permitió aproximarse a las comunidades locales y conocer sus necesidades. “No llegamos a un lugar y les decimos: ‘Tenéis que hacer esto”, comienza Moore. “Queremos el compromiso de sus habitantes para que el proyecto se mantenga en el largo plazo. En nuestra experiencia, si no se unen, no funciona”. Por ello, combinan la plantación de árboles que producirán ingresos para las villas y otras plantas que sirven para luchar contra la desertificación y mejorar la calidad del territorio. “Hacemos un análisis del terreno y el clima para descubrir qué plantas había antes. Si están extintas, elegimos plantas que tienen propiedades parecidas. Y, con estos datos, saber qué otros árboles podemos cultivar”, profundiza Moore, que señala que los monocultivos no son una buena opción, pues no consiguen la resiliencia de una plantación heterogénea. Así, en las faldas del Atlas se pueden encontrar almendros y olivos, cuyos frutos venderán luego sus cultivadores, así como casuarina, un árbol, explica Caroline Negre, usado a menudo en los proyectos de reforestación por su habilidad para crecer en suelos pobres y áridos. Abdeljalil Ait Ali, responsable de terreno en la Fundación High Atlas, detalla los beneficios de estas plantas. “En esta área queremos tener miles de árboles que beneficiarán a unas 200 familias que trabajan con los terrenos. Los almendros empiezan a dar ingresos desde el primer año; los olivos, a los tres años”.
La compañía cosmética también adquiere ingredientes de estos terrenos montañosos, asegura Negre. Para 2025, quieren que todos sus productos contengan al menos un ingrediente originado en los jardines de Ourika. En un mercado de materias primas cada vez más complicado —la consultora Bain & Company calcula que el aumento de los precios de los envases, la energía y las materias primas a causa de la guerra en Ucrania ha hecho subir los costes de producción en el sector de la cosmética entre un 25% y un 30% de media—, la firma se asegura así el suministro de componentes y su trazabilidad.
En muchas ocasiones, las empresas son acusadas de hacer greenwashing o ecoblanqueo, esto es, las declaraciones sobre méritos medioambientales de sus productos o servicios que no se corresponden con el impacto real. La preocupación por esta mala praxis ha trascendido al público y ha llegado a las instituciones europeas. La Comisión ha propuesto una directiva para evitar que las compañías puedan lavar su imagen con este tipo de declaraciones. Preguntada por estas acusaciones, Negre se muestra confiada en la fortaleza de sus acciones. “Es importante conocer nuestra cadena de suministros y comprobar que tenemos un impacto real. Por eso, el año pasado publicamos nuestro primer informe de sostenibilidad, para saber en qué punto nos encontramos. Los consumidores merecen saber por lo que están pagando, y es lo que queremos transmitirles. Con nuestros compromisos sociales y medioambientales pretendemos tener un impacto adicional positivo”.
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