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Sí, hay un elefante en la habitación: estrategias para afrontar miedos e inseguridades

Está allí, pero nadie parece verlo, nadie se atreve a nombrarlo. Los problemas que causan vergüenza no desaparecerán si los ignoramos

Elephant in a room
MARTA SEVI LLA

En 1814, un fabulista ruso, Ivan Andreevich Krylov, escribió una historia que explicaba cómo un hombre al recorrer un museo se percataba de todos los objetos diminutos expuestos, pero no se daba cuenta del único elefante que había. Dicha fábula posiblemente bautizara la expresión “un elefante en la habitación” para referirse a aquello que es obvio para un observador externo que, sin embargo, uno no reconoce. También para aludir a momentos en los que nos sentimos incómodos con una persona o con una situación determinada y evitamos hablar de ello; o cuando estamos pasando un periodo complicado, pero nos negamos a admitirlo.

Los problemas reiterados que se silencian se acaban acumulando y nos llegan a pasar factura. Podemos evitarlos por miedo, por vergüenza o por incapacidad de saber abordarlos. Pero negar lo que nos sucede tiene consecuencias poco deseables en muchos ámbitos, como se ha comprobado en un reciente estudio realizado en Canadá a 12.259 personas. Según dicho informe, podemos tener dos estrategias para encarar los problemas: ignorar nuestras emociones negativas o darnos permiso para sentirlas. Curiosamente, quienes están en el primer grupo, los “evasores”, se sienten peor preparados para afrontar los cambios, evitan más los conflictos y tienen más probabilidades de caer en el fracaso, el rechazo o la decepción en comparación con quienes se permiten sentir lo que les duele. Parece que “evadirnos” de nuestras emociones ni nos ayuda a nuestra salud mental ni nos prepara mejor para lo inesperado.

El silencio en los problemas también puede ser compartido y tiene consecuencias para todos los implicados. Una pareja en la que ha desaparecido el amor, por ejemplo, pero ninguno de los dos tiene intención de abordar la situación incómoda. O los amigos que no hablan abiertamente de la enfermedad que padece uno de ellos cuando van a visitarlo. Son negaciones de un elefante que todos saben que está ahí. En el mundo laboral existen muchas organizaciones que parecen auténticas sabanas, porque son hábitats idóneos para estos paquidermos. Reuniones en las que se intenta buscar soluciones sin que nadie hable del problema real de fondo. Ese jefe que nadie soporta, una estrategia que todos cuestionan o una fusión que no tiene ningún éxito son algunos ejemplos que están en el día a día de las empresas y que actúan como paquidermos de las reuniones. Evitarlo, hablar dando rodeos o utilizar elegantes eufemismos solo hace que el animal vaya ganando peso con el paso del tiempo. Pues bien, ¿cómo abordar un elefante en una habitación?

Cuando es un problema compartido, primero necesitamos confirmar que se trate realmente de un elefante. Por ello, es recomendable recoger información previa y contrastarla antes de abordarlo. Una vez que creamos que estamos ante esta situación, vale la pena mencionarla con cuidado, ser sutil. Si se ha ocultado es por algo. Como hemos comentado, habitualmente suele ser por miedo a las consecuencias, por vergüenza o porque no se tiene una práctica adecuada de expresar las dificultades. Por ello, una posible estrategia sería utilizar preguntas que ayuden a la reflexión: “Si alguien viera desde fuera esta relación o esta reunión, ¿qué diría?”. En otras ocasiones es recomendable explorar qué es lo que impide hablar del problema abiertamente. Por ejemplo, se podría indagar en el miedo que está paralizando hablar lo que a todos les preocupa, pero que nadie se atreve a abordar. O utilizar el sentido del humor amable para rebajar el impacto de la vergüenza. Por último, toda conversación que conlleve desenmascarar un elefante requiere encontrar el momento adecuado y crear un espacio seguro. Nadie va a comentar un problema sea en un grupo de amigos, familia o en una empresa si después va a tener consecuencias poco agradables.

Si nos enfrentamos a un elefante personal, el primer paso vuelve a ser reconocerlo en nosotros mismos. Necesitamos dosis elevadas de honestidad y de aprender a relativizar lo que nos ocurre. En ocasiones pensamos que ese problema solo nos pasa a nosotros, sea en la pareja, con los hijos o en el trabajo. Compartirlo abiertamente con alguien de confianza nos ayuda a tomar distancia. Igualmente, si nuestra mente se ha perfeccionado en negar la realidad, vale la pena observar las señales indirectas: si todos los domingos por la tarde son los peores días para nosotros, podríamos preguntarnos si estoy realmente a gusto con lo que hago. Si vivimos un estrés elevado o nos sentimos insatisfechos con nuestra vida, podemos comenzar a analizar qué es lo que no queremos ver. Los comentarios de los buenos amigos también ayudan a que aterricemos lo que nos ocurre.

Como sucede en la fábula de Andreevich, por mucho que nos empeñemos en buscar detalles mínimos para justificar nuestro malestar, hasta que no miremos a la cara a los elefantes que están en nuestra habitación, no podremos seguir avanzando. En el fondo, este tipo de situaciones son invitaciones para seguir aprendiendo y nuestro primer paso consiste en reconocerlas.

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