Acusaciones de maltrato, cancelaciones y resurrección: Ryan Adams sabe lo que quema el infierno
El músico, acusado de acoso y maltrato, fue cancelado. Tras dejar el alcohol y abrazar el deporte, protagoniza una exitosa redención personal y musical
Solo quien ha estado en el infierno sabe lo que cuesta salir de allí. Ryan Adams, uno de los artistas más talentosos de la música norteamericana en el siglo XXI, lleva mucho tiempo intentando abandonar el profundo pozo en el que cayó tras las acusaciones de abuso de poder, maltrato y conducta sexual inapropiada que se recogieron en un demoledor reportaje de The New York Times en febrero de 2019. Después de años en el ostracismo, parece que ahora, tras una dura expiación, empieza a ver la luz. Una aplaudida gira en solitario por Estados Unidos y Europa y la inmediata reunión con su antigua banda, The Cardinals, con la que también pisará muchos escenarios, son las mayores muestras de que el músico, que era comparado con Bruce Springsteen o Tom Petty, ha resurgido.
Con la sombra del escándalo de Harvey Weinstein y la onda expansiva del movimiento #MeToo, el diario The New York Times dio voz a siete mujeres que mostraban el perfil de un artista acosador, emocionalmente inestable, obsesivo, manipulador y tirano. Entre ellas se encontraba su exmujer, la cantante y actriz Mandy Moore, quien le acusaba de maltratarla y bloquear su carrera musical cuando rompieron. También estaba la compositora y exnovia Phoebe Bridgers, que denunciaba sus conductas sexuales indebidas y su abuso de poder constante, hasta el punto de rescindir su contrato como telonera cuando ella decidió romper con él. Incluso una denunciante menor de edad aportó más de 3.000 mensajes privados en los que demostraba cómo el músico había tenido relaciones sexuales por teléfono y videollamadas. El artículo lo aniquiló. Y su nombre pasó de ser sinónimo de calidad artística al de masculinidad tóxica.
El hundimiento al infierno fue tan hondo que este compositor inflamable, que podía llegar a publicar cuatro discos en un año o escribir más de 50 canciones seguidas tras una ruptura, llegó literalmente a desaparecer. Suprimió todos sus perfiles públicos después de pedir perdón por alguno de sus comportamientos, negar que hubiese mantenido relaciones sexuales con una menor y comprobar cómo se iba al traste su carrera: ni discos ni conciertos ni entrevistas. Nada. Adams era un apestado para la industria: los sellos discográficos no querían publicar sus álbumes ni los promotores contratar sus giras. Tan solo en 2021, tras cerrarse la investigación del FBI contra él por falta de pruebas, volvió a abrir su cuenta de Instagram.
En los tiempos actuales, la cuenta de Instagram puede ser un buen termómetro para medir la temperatura de las personas. Al menos, en la de Adams lo ha sido. En la red del postureo, él se mostró más frágil y desesperado que nunca. Llegó a afirmar que era “un producto dañado” y contó su bancarrota, cómo dormía en el sótano prestado de su hermana y era incapaz de conseguir trabajo. Pedía auxilio mientras intentaba mostrar la imagen de un hombre que se cuidaba y hacía deporte, amante de los gatos, que se autopublicaba sus discos y subía vídeos de versiones de otros artistas, y que intentaba responder educadamente en público o privado a quien todavía se interesaba por su música. Parecía acabado, pero no fue así.
Hoy, Adams ofrece conciertos de tres horas, sonriente y educado, algo que antes del escándalo jamás sucedía. Su arrogancia e inestabilidad han dejado paso a un tipo más humilde y comunicativo, aunque todavía dañado. Sigue publicando canciones nuevas y álbumes de versiones de Bob Dylan, Oasis o Bruce Springsteen. Está hiperactivo, como siempre, aunque parece otra persona. Una que sabe lo que quema el infierno.
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