Arkano: “Hice rimas machistas y homófobas, como todos, pero ya no las hago, eso se acabó”
Con 20 años, el rapero alicantino se coronó en Chile como mejor ‘freestyler’ mundial en español al ganar la Red Bull Batalla de Gallos. En 2016 batió el récord Guinness de rapeo ininterrumpido (24 horas y 34 minutos). Volvemos con él al barrio donde nació y donde edificó su universo creativo.
Valga como surrealista prolegómeno del viaje al planeta Arkano esta fugaz conversación con Antonio Resines. Es un sábado cualquiera en un restaurante de Madrid. En la mesa vecina, el actor aparca la copa de cerveza, coge el móvil y pregunta:
—Oye, tú conoces a Natos y Waor, supongo, ¿no?
—Puesss… sí, me suenan. Unos raperos, creo.
—Joder, ¡pero si creo que son la hostia!
—Ya, pero no los controlo. ¿Por qué?
—Creo que lo petan. Pues nada, que me han escrito, que me quieren conocer. Acojonante que un periodista como tú no los controle.
Y sigue Resines con la cerveza y el jarrete de cerdo.
Subsanada la imperdonable laguna musical —Natos y Waor, raperos madrileños y autores del disco Luna llena, llenaron el WiZink Center el 18 de febrero pasado, o sea que, en efecto, lo petan bastante— viajamos a Alicante y le contamos la anécdota a Arkano.
—¡Ja, ja, ja, ja! Pues claro, hombre, Natos y Waor son raperos del barrio de Aluche. Son bastante más quinquis que yo, y son buenos. A Waor le conozco bien, hacíamos batallas de gallos cuando yo tenía 15 años…
Y aquí queríamos llegar. Al concepto quinqui y a la teatralización del hip hop y el rap y tantas otras tramoyas del gran show escénico, y de la fabricación de personajes en el cine, el teatro, la música y la televisión, y de convencer al público —uno de los secretos del éxito en el negocio del espectáculo— de que el personaje y el artista que lo crea son la misma cosa, cuando para nada la mayor parte de las veces. Como ocurre con este alicantino de 29 años licenciado en Ingeniería Informática que desde la pubertad escribe, rima, recita y canta mezclando indisimuladas dosis de sensibilidad y una proverbial mala hostia, como vuelve a demostrar en Match, su primer disco en solitario en cinco años.
Es muy probable que esa y no otra fuera en su día la poción mágica que lo convirtió, con 15 años, en el ganador más joven de la edición española de la Red Bull Batalla de Gallos, título que revalidaría en 2015. Aquel año iba a ser, de hecho, el de su despegue hacia la cumbre. Arkano ganó también la final mundial de la Red Bull en Santiago de Chile, una especie de coronación oficiosa como el mejor rapero del mundo en español, al menos bajo el formato de las batallas de gallos: esas luchas sin cuartel en las que un freestyler se enfrenta a otro haciendo poesía y soltándose las mayores barbaridades concebibles, incluyendo salvajes menciones a la madre, a la hermana, a la novia o al aspecto físico y condición sexual de cada uno. Sigue siendo inolvidable el momento, en aquellos cuartos de final de Chile, en el que Arkano, que llevaba un rato aguantando las insinuaciones del rapero argentino Dtoke acerca de su supuesta bisexualidad, le plantó un beso en la boca a su oponente, que casi se vuelve loco de ira.
Desde luego el flow de Guillermo Rodríguez Godínez, aka Arkano, un tipo sereno y educado hasta la extenuación que hoy aparece embutido en un buzo blancuzco como de astronauta y con el pelo oxigenado de color dorado y negro, poco o nada tiene que ver con el universo quinqui. Aunque podría, teniendo en cuenta los turbulentos antecedentes de una infancia dura en el duro barrio de San Blas, Alicante, según se sale de la estación a mano izquierda.
No será él, en esta mañana de viento huracanado, paseando entre grafitis, canales en desuso y vías de tren, quien desmienta el peso del pasado. La separación de sus padres. La vida, primero, en el 17-A de La Colmena, una gigantesca torre de 500 viviendas, y después en el taller de reparación de televisores, sin cédula de habitabilidad, que tenía su padre en los bajos. Los atracos en la calle. Las inseguridades. El alcohol. La huida hacia adelante. Los primeros discos de rap que le puso su hermana (Violadores del Verso, El Chojin, Nach…). La improvisación de rimas con su padre camino del cole. Los primeros punchline con sus amigos en el parque de Canalejas. La música como refugio y escudo frente a las collejas de la vida y los cachondeos de eres-el-puto-gordito-del-insti. Su madre convertida en fan, dando saltos en la última fila, gritándole “¡máquinaaaaa!” en aquella sala de Benidorm a la que le habían llevado sus primos y donde, delante de 500 personas, aquel chaval de 14 años, 15 kilos de sobrepeso, acné adolescente y habilidades sociales prácticamente nulas se había subido por primera vez a un escenario para improvisar rimas. Lo cuenta él mismo en Asalto al vacío (Ediciones Martínez Roca), el libro en el que relata su paso de Guillermo —la persona— a Arkano —el personaje—.
“Lo que me gustó del rap como género fue que me contaba las cosas tal y como yo las vivía”, recuerda mientras contempla el banco en el que se sentaba con sus colegas a construir sus primeras rimas, ahí, al otro lado de la verja. “Era un nano, y estaba un poco harto de que las canciones pop que escuchaba por la radio y que estaban de moda me hablaran todo el rato de lo mismo, del amor, y con las mismas palabras. De repente escuchaba a los raperos y decía: ‘¡Hostia!, esta gente me cuenta las realidades que estoy viviendo y me habla como me habla la gente de mi barrio”. Una pequeña venganza personal: hoy Arkano rapea en las ondas desde que lo fichó Carles Francino para improvisar rimas en las tardes de La ventana, en la SER.
Pero volvamos a la calle, más concretamente a las calles, callejones, pasadizos y plazoletas salpicadas de botellas rotas y jeringuillas de los barrios de Juan XIII, Los Ángeles, San Blas, Alipar…, la geografía donde a buen seguro, de forma consciente o inconsciente, fue forjándose la liturgia literario-musical de Arkano. Una liturgia en la que —algo casi inevitable en el rap como género— tiene una fuerte presencia el aroma de la venganza, o si no de la venganza, sí del resentimiento, y si no, al menos sí el de “yo perdono pero no olvido”. Los temas del disco Match no dejan lugar a la duda en ese sentido: “La ansiedad se encaprichó de mí. / Un besito a todos los que se burlaban. / Fui el raro al que no invitaban. / Tenía que pasar, tenía que pasar” (Match). “Todos están cuando se abre el champán, / pero dónde estuvieron / cuando yo era un extranjero, / cuando no llovían premios, / sudando para sacarme la beca del ministerio” (Ron en mi vaso). “No soy de Puerto Rico ni Miami, / mami, soy alicantino y orgulloso a más no poder” (Más fuerte que nunca). “Si no vives por el miedo a morir, / estás muriendo por el miedo a vivir” (Purga).
¿Rap-vendetta? Arkano reflexiona sobre el asunto sentado delante de un café en un bareto de San Blas regentado por unas encantadoras chicas venezolanas que le han reconocido y le miran desde la barra entre risas y piropos: “A mí me gusta tener en mis temas ese espacio de egocentrismo, ese espacio para ser un chulo. Yo en un escenario soy Dios, pero ese es el único momento en el que me lo permito. Reconozco que esto lo estoy analizando ahora mismo por primera vez, ¿eh? Todos los que rapeamos heredamos muchas cosas del universo hip hop, donde hay mucho de competición, de ego, de superación. Y en mi propuesta artística está claro que todo eso está y va a estar por mucho tiempo. Pero, honestamente, en mi día a día, en mi posición vital, eso no está. Tengo muchas oscuridades, pero no me tomo la vida desde la venganza, a pesar de haber pasado unas tormentas de la hostia”.
Oscuridades. Tormentas. Miedos. Terapias. Renuncias. Cuando ganó aquellas batallas de gallos en 2015 y cuando el 31 de octubre de 2016 batió en la Puerta del Sol de Madrid el récord Guinness de rapeo ininterrumpido, con una marca de 24 horas, 34 minutos y 27 segundos, Arkano generó infinitos titulares en España y en Latinoamérica y adquirió cierta condición de icono popular… que acabaría pasándole factura. Hoy considera que supo darle la vuelta a aquello y salir a flote, no sin pasarlo mal: “Mi mayor enemigo soy yo mismo, lo que tengo dentro de mi cabeza, y eso muchas veces es difícil de gestionar. No me gusta caer en el victimismo, porque hay gente pasándolo realmente mal…, pero es verdad que tengo por ahí dentro mis fantasmas, mis oscuridades, mis cosas que trabajar, todo eso que tiene que ver con la terapia”.
Estas cosas no solo las cuenta en la conversación del bar, o mientras posa para el fotógrafo tirado en el suelo en el Puente Rojo que cruza por encima de la autovía. Esto lo cuenta también en su nuevo disco, cuyo corte Más fuerte que nunca arranca así: “La cara de penita que me pones al contarme tu vida / es la que le pongo a mi psicóloga para hablar de recaídas”. Confiesa su autor: “Es claramente un tema que parte del egocentrismo del rapero, pero mostrando mi vulnerabilidad. De hecho, yo creo que uno de mis grandes aciertos ha sido apostar por mi vulnerabilidad y mi naturalidad”.
Pero sin asomo de duda esas circunstancias personales, familiares y ambientales marcaron el trasvase entre Guillermo Rodríguez Godínez y Arkano, un rapero al que siempre le ha gustado inyectar temáticas sociales en sus letras. No es lo mismo vivir en un pisazo de 200 metros frente a la playa del Postiguet que en un pisito en La Colmena, una macrotorre en cuyo portal, como te despistaras un poco, te atracaban, cosa que le sucedió al interesado (y pocos días después, en el instituto 8 de Marzo se encontró a su atracador, que le dijo con voz casi cariñosa: “¡Coño, si yo fui el que te atracó el otro día!”).
¿Paseos por el lado salvaje, que diría Lou Reed? Claro que sí, pero según él porque no le quedó margen para otra cosa: “Si hubiera llevado otra vida en mi infancia y en mi adolescencia, si mis padres no hubiesen tenido los problemas que tenían para llegar a fin de mes, si no nos hubieran desahuciado, si hubiera tenido pasta para poder estudiar una carrera sin necesidad de sacar buenas notas y obtener una beca, pues seguramente no habría acabado en este tipo de propuesta conceptual en mis letras y en mi música, claro”. Pero de forma paralela al recurrente recurso al sexo, la violencia, el machismo y la chulería como modo de vida que impregna tantas y tantas letras del rap, Arkano se jacta de ir más allá. Dicho de otro modo, de ser algo así como un rapero con inquietudes culturales. En todo caso, lejos quedaron rimas del estilo “Improvisando sabes / que yo te jodo. / Yo me tumbo aquí / y que tu madre me haga de todo”. O “Mira, hermano, te clavo la primera. / Para mirarte a ti miro las tetas de la camarera”. “Hice rimas machistas y homófobas, como todos, pero ya no las hago, eso se acabó”, dice.
Su propuesta conceptual parece asentarse a menudo en la falta de concepto, o al menos de un concepto prefijado e inamovible: “Yo no encajo en ningún sitio”, admite. Y así, en Match, Arkano lo mismo pone voz de quinqui y sostiene que es el rapero más malo que mantiene una conversación con Dios, que se pone tierno, que alterna espacios sonoros oscuros con otros evocadores y casi melódicos, que habla de Nietzsche aunque algunos de sus clientes más jóvenes crean que es un freestyler de Hamburgo o el delantero centro del Rapid de Viena. “Mi disco tiene de coherencia musical una mierda”, admite, “pero es que la naturaleza del ser humano es esa”.
Y lo mismo ha salido en MasterChef Celebrity (“es increíble cómo me enganchó, era como un videojuego”, reconoce) que en La Voz Kids o en Pasapalabra, que ha presentado programas de televisión como Proyecto Arkano o Ritmo urbano, o que habla de política en La Sexta Noche, que improvisa rimas en la radio o que presenta actos. “Todo eso es bueno porque veo que puedo gustar a gente de diferentes ámbitos y generaciones, y malo porque no hay una línea clara. Tengo entendido que, a nivel marketing, no tener una propuesta clara como artista es muy malo”, comenta en tono medio preocupado, medio divertido, “pero a mí me para por la calle lo mismo un crío de 12 años que una profesora que un trabajador de Renfe”.
Damos fe. En el transcurso de este día con él en Alicante, tuvo que pararse cinco veces a hablar con gente que le pedía selfis y que le daba las gracias. Y eso que los escenarios eran callejones, descampados, escaleras rotas y muros de casas abandonadas cubiertos de grafitis, casi parecía que sus seguidores eran atrezo contratado por su mánager, aunque no es probable. En una de esas, el fotógrafo se empeñó en retratarlo sobre las vías del tren. Pero había una valla y estaba prohibido pasar. De pronto, a lo lejos, un guarda de seguridad:
—¡Coño, Arkano!
Y Arkano:
—¡Hostia, qué fuerte, si a ti te conozco de San Blas! ¿Qué tal?, oye, ¿nos dejas pasar para hacer unas fotos?
—Bueno, pero dos minutos, que me despiden.
Y al final fueron diez minutos de fotos en las vías del tren.
Pero nada comparado con la traca final que iba a deparar aquel día. A media tarde le sugerimos visitar el colegio público Santo Domingo, donde estudió de pequeño, para tomar dos o tres fotos. Era casi la hora del final de las clases. Tocamos el timbre. Una amable profesora, nada más reconocer a Arkano entre aspavientos admirativos, avisó a la directora. Entramos. Fue aparecer en los pasillos de su viejo cole y montarse la mundial. Mientras el autor de Bioluminiscencia fotografiaba con su móvil la orla en la que se le ve con seis o siete años gordito, sonriente y tocado con un birrete, decenas de niños y niñas fueron apareciendo de todas partes. “¡Arkano, por favor, una foto!”. “¡Arkano, es Arkano!”. “Aquí, aquí, Arkano, un autógrafo!”. Y, ejem, hasta un sonoro “¡Arkano, queremos un hijo tuyo!” pronunciado entre risotadas. Él se puso rojo. “¿Te digo la verdad? Estoy nerviosísimo, esto es la hostia, peor que una actuación”. Y lo era. La hostia en verso, a ritmo de rap y con todo el flow.
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