¿Por qué la moda vuelve a glorificar la delgadez y la infantilización de las mujeres?
Tras varias temporadas en las que parecía que al fin había abrazado las nuevas directrices en términos de responsabilidad social, la industria desanda el camino de la inclusión y la diversidad. La vuelta de la delgadez extrema a las pasarelas y un mensaje estético que exalta la cosificación y sexualización de la imagen de la mujer definen esta primavera/verano del retroceso.
A la moda le vuelven a fallar los números. Al menos, los de la diversidad. Los de la representación de la mujer, si se prefiere. “Con más de 75 diseñadores presentando sus colecciones esta temporada, en Nueva York han desfilado alrededor de 3.200 modelos. Solo 31 de ellas eran de las consideradas curvy, frente a las 49 de la edición anterior. Por favor, ¿qué está pasando?”, lamentaba a mediados de febrero Felicity Hayward. La modelo británica, abanderada en su país del movimiento Body Positivity (causa social que aboga por la aceptación del cuerpo sin atender a género, etnia, tamaño, aspecto o discapacidad), ha pasado el último mes computando la disparidad anatómica en las pasarelas de las capitales del prêt-à-porter y no le salen las cuentas. Sobre todo en Milán, donde de las 2.400 maniquíes, convocadas por 60 creadores, apenas 14 (una menos que hace seis meses) daban talla por encima de la 40. “Mi deporte favorito es luchar contra las presiones a propósito de esa imagen corporal tóxica que trata de imponernos la sociedad. Hay que parar este resurgir de la delgadez porque es un paso atrás. Nuestro físico nunca debería ser objeto de tendencia”, expone la también autora de Does My Butt Look Big in This? (Greenfinch, 2022), que comenzó su recuento el pasado septiembre bajo el hashtag #IncludingTheCurve.
Las alarmas saltaron, precisamente, durante la ronda de desfiles de mujer entre finales de septiembre y principios de octubre de 2022, los que daban cuenta de las propuestas a vestir esta primavera-verano 2023. O no vestir. Porque, a tenor de lo visto, la gran tendencia para esta temporada es el propio cuerpo, el índice de masa justísimo para dejar en evidencia huesos, cavidades y tendones. En Givenchy, la exposición de piel tensa como la de un tambor iba de los minúsculos top-sujetadores a las cinturillas de faldas o pantalones cargo que se descolgaban de unas caderas que no ofrecen agarre. Los estómagos planos, incluso cóncavos, fueron la especialidad de Miu Miu, la etiqueta hermana de Prada que impuso semejante canon el otoño-invierno anterior con aquel conjunto viral de jersey cortado bajo la línea de los pechos y minifalda a ras de pubis. En Fendi, sin embargo, las protagonistas eran las costillas, protuberantes bajo piezas de punto o tul de escaso gramaje. Mientras, los ajustados monos de Stella McCartney (malla con cristales), Burberry (encaje) y Prada (popelín elástico) se perdían de perfil. “Estoy harta. Ya sé que exaltar de nuevo la delgadez no es la intención, pero no puedo más con esto”, trinaba entonces la periodista Tyler McCall, editora de moda del portal Fashionista.com, en un tuit citado hasta la saciedad que, sorpresa, ha eliminado.
El regreso a la glorificación de esta insoportable levedad del ser se viene observando desde el otoño de 2021, la temporada cero de una nueva delgadez más o menos extrema asociada al fin de las restricciones por la pandemia del coronavirus. La necesidad de recuperar la normalidad previa, después de largos meses de abandono físico-dietético y vestir asilvestrado, estaría detrás del desinterés de la industria indumentaria por continuar las políticas sociales que parecía haber abrazado en un alarde de responsabilidad, so pena de caída en la facturación. Go Woke, Go Broke, dice la letanía instalada en el sector desde entonces, refiriendo la debacle económica que puede suponer para una marca fiar su narrativa a los discursos alineados con los parámetros de la actual corrección política. Que todo ha sido un paripé bienqueda es algo que, además, denuncian las propias modelos. “Han llegado a preguntarme si era parte del equipo de peluquería. Porque, claro, cómo iba a desfilar una chica como yo. Nos eligen porque tienen que cumplir una cuota, pero luego no hay ropa para nosotras”, esgrime la estadounidense Grace Breuning, una talla 42, que el pasado octubre debutaba en Chanel. Que en las tiendas no se encuentren las mismas prendas en todas las tallas o que muchas firmas aún ofrezcan sus artículos por encima de la 42 solo en los espacios de venta electrónica también debería llamar a la reflexión.
El espejismo se recrudece porque, encima, los mascarones de proa del body positivity se repiten una y otra vez en desfiles y campañas, evidenciando la escasez de nombres plus size (entre la 42 y la 56) con los que identificarse: Paloma Elsesser, Precious Lee, Barbie Ferreira, Denise Bidot, Jill Kortleve. La cuestión se agrava en la representación afro, que bordea el racismo en la concepción de su imagen. El debate sobre si la clasificación de la obesidad es justa cuando se trata de mujeres de color (en Estados Unidos, imagen proverbial de la morbidez anatómica) está lejos de resolverse, porque el índice de masa corporal establecido como estándar se basa en las medidas de personas caucásicas, según denuncia un estudio del British Journal of Nutrition. Eso por no hablar de la mirada sexualizada que impera sobre el cuerpo de la mujer negra.
La problemática puede trasladarse a los denominados cuerpos disidentes, aquellos que ponen en un brete la identidad. Cierto que el negocio ya no se amilana a la hora de feminizar al hombre; de hecho, la presencia de modelos masculinos, binarios o no, en desfiles femeninos ha aumentado exponencialmente en el intento de marcas y diseñadores por demostrar que, en efecto, el género también es convencionalismo en la ropa. Sin embargo, se resiste a mostrar la masculinización de la mujer: no es fácil encontrar sobre las pasarelas a maniquíes como Yuri Escudie, que abrió el embarrado show de Balenciaga de esta primavera-verano a pecho descubierto, las cicatrices de su reciente mastectomía visibles (una cirugía que, dice esta activista lesbiana, no altera su condición: “Mi apariencia no me define a efectos de género”), o Minttu Vesala, espectral figura andrógina de 52 años. La representación de la edad, claro, merecería un capítulo aparte.
Mientras, el mensaje que envía la industria no tiene pérdida: entre la imagen infantilizada de la estética Y2K, el inagotable revival del estilo de la primera década de los dos mil que pondera la delgadez y el aluvión de corsés, crinolinas y miriñaques que una vez fueron símbolo de opresión nos ha quedado una temporada no retro, sino retrógrada. Un ejercicio de femvertising, relato publicitario que termina identificando empoderamiento con la cultura sexista que equipara ser un objeto sexual con la autoexpresión y la autoconfianza. Véanse las mujeres-trofeo de Schiaparelli, piezas de caza mayor a exhibir como alfombras a los pies del hombre camufladas bajo un discurso de presunta fiereza. Los bestiales diseños —con cabezas-esculturas de león, lobo y leopardo— serían, por otro lado, alegorías de los pecados según el Infierno de Dante, inspiración de Daniel Roseberry para la colección de alta costura de esta primavera-verano. “En todas las civilizaciones, y aún en nuestros días, la mujer inspira al hombre con horror”, escribía Simone de Beauvoir en El segundo sexo (1949). En la moda parece que todavía ocurre.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.