Francesca Thyssen-Bornemisza, la hija pródiga: “Deseo donar gran parte de mi colección al museo Thyssen”
La hija del barón Thyssen creó su fundación de arte para huir de la sombra de su padre, uno de los mayores coleccionistas de su tiempo. Veinte años después, está más cerca que nunca de él. Ha trasladado su institución a España y planea regalar su colección a la pinacoteca madrileña
Fijado a la pared hay un tocadiscos cubierto de purpurina violeta del que cuelga un haz de cables. Estamos en el comedor del piso de Francesca Thyssen-Bornemisza (Lausana, 64 años) en el centro de Madrid, y lo que acabo de describir es una pieza de su colección, Soft cell, del artista contemporáneo escocés Jim Lambie. La obra representa a su propietaria con tanta exactitud que casi opera como una tarjeta de presentación. La determinación férrea, el espíritu lúdico, el afán por diferenciarse. Reclama atención y al mismo tiempo interpone una distancia disuasoria. Es casi una advertencia: esta soy yo, acércate bajo tu propio riesgo.
Muchos de sus logros han sido a la contra. Francesca puso en pie su propia fundación, TBA21, y se inventó una forma nueva de ejercer el mecenazgo artístico, después de un desastre personal con su padre, el difunto barón Hans Heinrich von Thyssen-Bornemisza, Heini, uno de los coleccionistas más importantes de su tiempo. Cuando a finales de los ochenta ella volvió a Villa Favorita, la casa familiar de Lugano, tras una década residiendo en Londres, estaba decidida a reconectar con su progenitor. Y asumió con entusiasmo el papel de comisaria adjunta de la colección. Solo que justo entonces se estaban fraguando las negociaciones que terminarían con la adquisición de la colección de arte por el Estado español y la creación del actual Museo Nacional Thyssen-Bornemisza. “Para mi padre, en aquel entonces el foco era Madrid-Madrid-Madrid”, recuerda ahora. “Y yo proseguí las conversaciones que él había iniciado con la Unión Soviética, donde había realizado intercambios de obras con el Hermitage y el Museo Pushkin, y mientras estaba en contacto con el MET, con el Petit Palais de París, el Museo de Historia Natural de Viena… Pues él me dijo que no le gustaba nada lo que yo estaba haciendo. Cuando lo que esperaba era que me dijera: esto es muy bueno, estoy orgulloso de ti. Yo era su niña y buscaba su reconocimiento. Me quedé devastada. Y pensé que todo se debía a la influencia de Tita”.
Entonces se fue a vivir a Viena, donde en 1993 se casaría con su hoy exmarido, Karl von Habsburg (jefe de la casa de Habsburgo-Lorena), y en 2002 pondría en pie TBA21: “En un apartamento la mitad de pequeño que este, con una exposición colectiva que incluía gente como Olafur Eliasson o Carsten Höller [dos artistas contemporáneos estrella] que entonces eran prácticamente emergentes. Sentí que trabajaba con completa autonomía, sin seguir el modelo de un museo, pero tampoco el de mi padre. Fue muy liberador, porque ya no tenía que hacer las cosas para agradarle o buscar ese reconocimiento por el que estaba tan desesperada”. Ese mismo año murió Heini. “Y entonces muchísima gente me contó que él había estado muy orgulloso de mí. Solo que jamás me lo dijo”.
Si Heini había forjado su propia imagen de magnate cosmopolita y bon vivant contra la severa tradición germánica de su padre y su abuelo, Francesca también construyó su propio modelo opuesto al precedente. En lugar de perseguir y acumular obras maestras como un cazador se cobra sus piezas ―que es lo que durante siglos se ha entendido que era la actividad del coleccionista―, a través de TBA21 financia a creadores de todo el mundo, lo que les permite poner en pie proyectos que de otro modo serían impensables. Y ha convertido la conservación de los océanos en uno de sus principales focos de interés. Para ello, en 2011 abrió TBA21-Academy, un centro interdisciplinar que desarrolla proyectos colaborativos que unen arte y ciencia, con sede en el Ocean Space de Venecia (en la antigua iglesia San Lorenzo), y alcance global: “La Academy va a tener más presencia en España después de construir su reputación en Venecia, porque nos enfocamos en el medio ambiente, y no creo que aquí haya otra organización artística con esa orientación”.
De momento, recién cumplido el 20º aniversario de la creación de TBA21, ha trasladado oficialmente la fundación de Viena a Madrid. La sede es una pequeña oficina en el mismo barrio de las Letras donde están su piso y el propio museo Thyssen-Bornemisza.
―¿No hay planes de adquirir un gran edificio representativo en Madrid para concentrar todas sus actividades, exposiciones incluidas?
―La gente me pregunta sobre todo: ¿cuándo es tu próxima exposición? Y sí, seguimos haciéndolas porque hay un acuerdo con el museo Thyssen-Bornemisza, pero todo va de eso. Sobre todo se trata de crear comunidad, de colaborar con instituciones. Tengo un espacio pequeño, sí. Y querré irme a otro más grande cuando aparezca, pero no tengo una prisa histérica ni pretendemos hacernos con un lugar monumental.
Que es una mujer paciente lo demuestra su decisión de trasladarse después de casi un lustro tanteando nuestro país con una aproximación gradual pero imparable, muy al estilo Thyssen. A principios de 2018 organizaba en el museo Thyssen-Bornemisza una espectacular exposición del vídeo-artista británico John Akomfrah, que marcaría el tono de sus siguientes colaboraciones con el centro, de cuyo patronato forma parte. Un año más tarde abría oficina madrileña y hacía pública la contratación de Carlos Urroz, anterior director de la feria ARCO, como director de la fundación. Después firmaba un acuerdo con el Gobierno andaluz para organizar una serie de exposiciones con obras de su colección en el museo C3A de Córdoba, la primera de las cuales, Futuros abundantes, ha renovado varias de sus piezas este otoño. Y el año pasado, cuando durante ARCO celebraba el 20º aniversario de TBA21 con la fiesta más deseada de toda la feria, en el mundillo artístico se daba por hecho que el desembarco definitivo en España estaba al llegar.
Así ha sido. Ahora, como suele ocurrirle a media humanidad, ha terminado abrazando el modelo paterno después de tanto tiempo huyendo de él. “Antes de que la colección de mi padre viniera definitivamente a Madrid, él también organizó en la ciudad dos exposiciones para mostrarla”, recuerda. “Para convencer a la gente tienes que enseñarles lo que van a obtener, porque si no son solo palabras. Con estas exposiciones en Madrid y en Córdoba, yo quería probar la temperatura del público, y ya he visto que existe interés, así que me quedo. No me interesaría dar algo que nadie quiera”.
―¿Quiere decir que la intención es donar su colección a nuestro país?
―Bueno, todo esto tiene que ver con mi deseo de donar gran parte de la colección al museo a largo plazo.
―Precisamente se ha criticado que un museo de titularidad pública como el Thyssen-Bornemisza acogiera exposiciones de artistas de una fundación privada como la suya, lo que en teoría los revalorizaba.
―La principal crítica es que yo saco algo de ello, como si planeara exponer las obras para luego venderlas. Pero todo se basa en la generosidad, porque la idea es regalarlas al museo. Sin pedir nada a cambio.
―Por lo demás, ¿se ha sentido bienvenida en España?
―La recepción a mis primeras exposiciones fue entusiasta. Sentí que podíamos construir un gran equipo en España, por lo que las cosas empezaron a moverse en esta dirección. Cuesta años establecer confianza, y yo sin confianza no trabajo. También me di cuenta de que esto tenía mucho que ver con mi padre, que la gente aún recuerda su herencia, y que existe un reconocimiento a la familia por crear el museo. Ahora Borja también está pensando en contribuir. Y creo que Guillermo Solana [el director artístico del Thyssen] está hablando con otro de mis hermanos, Lorne [hijo, como ella, de la tercera esposa del barón, la modelo británica Fiona Campbell-Walter], que tiene una fantástica colección de antigüedades romanas. Creo que con mis aportaciones he tenido un efecto multiplicador.
Asegura que la paz en la familia es vital para ella. Sobre los tiras y aflojas entre Tita y Borja, y también de Tita con el Estado español por la permanencia de su colección privada en España ―que se resolvió por fin en 2022 con un alquiler de 15 años a cambio de 97,5 millones de euros― es tajante: “Estoy muy contenta, porque tener de vuelta el Mata Mua en el museo es muy importante. Pero lo más importante es que Tita y su hijo hayan llegado también a un acuerdo, porque Borja es parte de la familia y un heredero, y tiene derechos. Una cosa muy destructiva para la reputación del museo es tenerlos a ellos peleándose en público, y yo sentía que debemos centrarnos en su reputación como centro cultural en lugar de tratarlo como un arenero donde los miembros de la familia se arrojan los juguetes los unos a los otros. Ahora Tita ha obtenido el reconocimiento que merece, y esto ha calmado la situación. El año pasado se celebró el centenario de mi padre, y nos pareció que era como un regalo para él mantener la colección unida, que es por lo que él luchó”.
―¿Usted misma se considera una persona familiar?
―Lo que sí puedo decir es que la cosa mejora con cada generación. El padre de mi madre era un militar de la Marina británica y ella no lo veía nunca, y mi padre tampoco veía a sus padres, que lo iban a visitar una vez o dos al año. Luego yo pasé la niñez y juventud en internados, pero a mi padre le gustaba llevarme con él de viaje, así que no es que estuviera completamente ausente. Mis tres hijos [Eleonore, modelo y diseñadora; Ferdinand, piloto de automovilismo; y Gloria, productora de cine] tienen mucho éxito. Eleonore me ha hecho abuela, y cuando veo lo increíble que es como madre me doy cuenta de que yo no era tan buena como ella, pero aun así era mucho mejor que mi madre. Es que la suya fue una generación completamente disfuncional, como todas las que han crecido en periodo de guerras. Por eso me da tanto miedo la guerra de Ucrania, porque el trauma para la población puede ser muy grande.
En noviembre, Tita y Francesca coincidieron ―también con Borja― en el museo Thyssen-Bornemisza durante la inauguración de En el ojo el huracán. Vanguardia en Ucrania, 1900-1930, muestra con obras de arte trasladadas desde Kiev de la que la propia Francesca ha sido impulsora. Este ha sido un proyecto especialmente importante para ella: “Ha sido una oportunidad para realinear el papel de Ucrania en el arte moderno, y también reclamar esa identidad que Putin está tratando de robarle al país. Ahora estamos trabajando para organizar una subasta de arte en Madrid en febrero, durante ARCO, con el fin de recaudar fondos para Ucrania”. En esas mismas fechas podrá verse lo nuevo de TBA21, que trae a Madrid el proyecto MOBY DICK; The Whale, de la artista y cineasta trans Wu Tsang, una reescritura de la novela de Herman Melville, que incluye, además de una muestra en el museo Thyssen, una performance de apertura en el teatro del Círculo de Bellas Artes. Y en abril inaugurará la segunda exposición en la C3A de Córdoba, llamada Remedios, con obras de artistas como Marina Abramovic, Etel Adnan, Francesca Woodman o Asunción Molinos Gordo, una de sus creadoras españolas contemporáneas favoritas, junto con Teresa Solar. “De Teresa doné una obra al museo Reina Sofía después de que la expusiéramos en Córdoba, porque pensé que era bueno que estuviera en un museo nacional español. También me gusta mucho el trabajo de Regina de Miguel, a la que conocí en ARCO a través de su galería, Maisterravalbuena”.
Todas estas artistas tienen en común integrar en su práctica cuestiones medioambientales o científicas, además de ser mujeres. Lo son también la mayor parte de quienes trabajan en la fundación. “Supongo que me puede acusar de feminista”, ríe. “Apoyo a las mujeres, y creo que hay buena energía entre ellas, es más fácil para nosotras trabajar juntas. A menudo los hombres son más rígidos en el modo de afrontar los proyectos. Pero creo que aún debemos hacer un esfuerzo en diversidad, tener gente de distintas nacionalidades y razas. Y lo haremos este año y el próximo”.
Para ambientar las sesión de fotos, Francesca se acerca al equipo de música del salón ―otro tocadiscos, solo que este sin purpurina― y coloca en el plato una copia en vinilo de London Calling, el mítico álbum de 1979 de la banda punk británica The Clash. Pone directamente el primer tema de la cara B, Spanish Bombs, llena de referencias a España, que van de Lorca y la guerra civil al terrorismo de ETA. Hoy cabe interpretarla como un homenaje de la propia Francesca a nuestro país. Spanish Bombs, yo te quiero infinito. Yo te quiero, oh, mi corazón. Todos los presentes bailamos. Al fin y al cabo, ella pone la música.
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