¿Pueden los NFT colapsar antes de que sepamos realmente qué son?
El mercado de los NFT arrancó el año con un volumen récord de transacciones y amenazando el statu quo del mercado del arte. Lo puede acabar perdiendo casi un 98% de su mercado. ¿Crisis pasajera o fin de la broma?
Dos noticias recientes confirman la volatilidad extrema de este producto digital, convertido en epicentro de un delirio especulativo. El 27 de septiembre, Martin Mobarak, un coleccionista privado de Miami, quemó Fantasmones siniestros, una obra original de la pintora Frida Kahlo, después de digitalizarla y crear a partir de ella 10.000 NFT que saldrán a la venta en breve. Con la desaparición del referente físico, según argumenta el emprendedor pirómano, las versiones digitalizadas multiplicarán su valor. En paralelo, Christie’s acaba de lanzar su plataforma de subastas 3.0, centrada exclusivamente en NFT, y la ha inaugurado con nueve obras de la activista y creadora visual de 18 años Diana Sinclair, a la que definen, no sin cierto humor, como la Lionel Messi del arte digital contemporáneo. Es decir, por muy aparatoso que esté resultando el colapso de su modelo de negocio, a los NFT no les faltan emprendedores desaprensivos ni grandes actores del capitalismo global dispuestos a mantenerlos a flote.
Para Noah Davis, el experto que asesoró a Christie’s en su apuesta por los NFT, la volatilidad de los últimos meses se debe, sencillamente, “a que estamos aún en la fase embrionaria de una nueva tradición artística, algo así como su periodo de las pinturas rupestres, y aún no existen unos criterios de valor estables que permitan separar el grano de la paja”. En opinión de este gurú del arte digital disruptivo, los NFT muy pronto alcanzarán su fase de consolidación definitiva y saldrán de las cuevas de Altamira.
Para entender mejor los vaivenes que ha padecido este mercado basta con hacerse una pregunta: ¿cuánto vale hoy el NFT del primer tuit de Jack Dorsey? La cuestión es hasta cierto punto retórica, porque su actual propietario, el inversor Hakan Estavi, ha perdido el interés en venderlo. Esperará a que lleguen tiempos mejores para los criptoactivos. Pero sí tenemos una idea de cuál es el valor que le atribuyen ahora mismo los compradores potenciales: 280 dólares.
El pasado mes de abril, Estavi sacó a subasta su flamante original del texto de Dorsey. Había pagado por él 2,9 millones de dólares en marzo de 2021 y pretendía venderlo por 14.969 ethers, es decir, el equivalente en una de las principales criptomonedas a 50 millones de dólares. Eso sí, se comprometía a ceder la mitad de esa suma a obras de caridad. El mercado le respondió que su activo digital ha perdido más del 99% de su valor. Hoy se pagaría por él menos de lo que cuesta una cena para dos en Zuni Café, uno de los restaurantes de San Francisco que frecuenta Dorsey. Tiene todo el sentido que una bandeja de ostras valga más que un texto muy escueto (“estoy configurando Twitter”) escrito en el teclado de un ordenador en 2006. Lo que hace que resulte excepcional es que se trata de un NFT, es decir, un activo virtual que lleva asociada una certificación de autenticidad generada haciendo uso de la tecnología de cadena de bloques (blockchain), la misma que utilizan las criptomonedas.
Eso garantizaría, de alguna manera, que en un mundo de objetos virtuales que pueden reproducirse hasta el infinito, el NFT vendría a ser el original del tuit de Dorsey, de la misma manera que La Gioconda que vale 960 millones de dólares es la que pintó Leonardo da Vinci, la que se conserva en el Museo del Louvre, no ninguna de sus copias poco menos que exactas. Por supuesto, la diferencia es que La Gioconda es una obra maestra del arte analógico sancionada por el tiempo, fruto del esfuerzo de un individuo al que llevamos cinco siglos considerando un genio. En opinión de Mitch Lacsamana, inversor en activos digitales y coleccionista de NFT, el supuesto original de ese primer tuit solo valdría “algo” si “Dorsey estuviese dispuesto a llevarse a su comprador de visita turística por Silicon Valley”, incluyendo tal vez una cena para dos en Zuni Café.
Sin embargo, a Lacsamana ya no le parece tan ridículo que en una subasta en Christie’s, en 2021, llegasen a pagar 69 millones de dólares por el NFT de Todos los días: los primeros 5.000 días, obra del artista estadounidense Mike Winkelmann, más conocido como Beeple. A usted le bastaría un simple clic para ponérsela de fondo de escritorio. Pero su actual propietario dispone de un enlace certificado y exclusivo a ese original que se conserva en un banco de imágenes. Y ha pagado por ese enlace una fortuna.
Aunque la anécdota que mejor ilustra la extraña ambivalencia del mercado de los NFT tal vez sea la que se produjo en los estudios de la cadena de televisión NBC el pasado enero. El presentador Jimmy Fallon quiso hacer una demostración práctica de lo muy al día que está en cuestión de activos digitales y mostró en antena su última adquisición, el NFT de un mono aburrido (Bored Ape), que le había costado unos cientos de dólares. Bastó con que la imagen estuviese expuesta unos segundos para que algunos espectadores identificasen la dirección de la cartera de activos digitales de Fallon. En Twitter empezaron a aparecer capturas que detallaban las operaciones de compra de criptomonedas que había realizado el presentador.
Tener una cartera de activos digitales equivale a abrirse una cuenta en un banco suizo en el que cualquier otro cliente puede consultar todos los movimientos de tu cuenta. La privacidad de las transacciones no existe. Sí se garantiza, en teoría, el anonimato, porque para abrirse una cartera de criptoactivos no hace falta aportar un nombre real o una dirección física. Sin embargo, basta una leve indiscreción para que ese anonimato desaparezca. Cuando tus activos incrementan su valor de manera exponencial, estos inconvenientes carecen de importancia. Hoy, una vez pinchada la burbuja, los que invirtieron millones en caprichos que se cotizan a precios de saldo deben estar planteándose dónde demonios se metieron
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