La conquista del metro
La búsqueda de un sistema de medida universal tuvo que superar reticencias de las principales potencias, guerras entre Francia y España y ataques de piratas.
Como señala el historiador de la ciencia Antonio Ten, hay dos aportaciones de la Revolución Francesa que han tenido un impacto global que llega hasta ahora: la declaración universal de los derechos humanos y el sistema métrico decimal. Hasta el siglo XVIII coexistían una infinidad de sistemas de medida en cada región o país. A toda esta confusión hay que añadir que medidas con el mismo nombre podían adquirir diferentes valores en cada mercado, lo que provocaba que el fraude en el comercio fuera frecuente. En 1790 el obispo y diputado Charles Maurice de Talleyrand propone adoptar los patrones de pesos y medidas de París para todo el Estado, algo que es descartado por la reticencia de muchas ciudades a reglas importadas. Talleyrand ya apuntaba que para que la medida fuera efectiva tendría que ser universal y basarse en un sistema decimal, algo realmente revolucionario para su tiempo. En una época donde las básculas y las reglas eran poco fiables y fácilmente manipulables, la mayoría de las medidas tenían una base 12, 16 o 60. La lógica subyacente es que si medimos con base 12 (como seguimos haciendo para los huevos o para los churros) se puede dividir entre 2, 3, 4 y 6, lo que facilita el comercio con las fracciones de docena; con una base 16 (la que utilizamos para cortar pizzas o tartas) podemos partir un producto por la mitad 4 veces, y con una base 60 (la que utilizamos en los relojes) podemos dividir entre los tres primeros números primos (2, 3 y 5). Como vemos, en la actualidad siguen perviviendo medidas anteriores al sistema métrico decimal.
Para evitar el localismo se trató de definir un patrón que fuera común a todo el planeta. El primer intento fue utilizar el periodo de oscilación de un péndulo, que no en balde era lo que se utilizaba para hacer los relojes mecánicos. Aquí vino el otro problema. En 1671 Richter se había dado cuenta de que un reloj calibrado en París se retrasaba en la Guayana Francesa. Esta observación fue confirmada en diferentes puntos del planeta. El motivo es que la Tierra no es una esfera perfecta, sino un geoide (una esfera achatada por los polos) y la oscilación depende de la distancia al centro de la Tierra, que es variable. Por lo tanto, no servía como patrón universal. Bueno, pues ¿por qué no utilizar la medida de la Tierra como patrón? Era algo aceptablemente inmutable y universal. Por eso la Academia de Ciencias de Francia, en 1792, definió el metro como la diezmillonésima parte de la distancia que separa el polo norte de la línea del ecuador a través de la superficie terrestre. Sin embargo, el cálculo con el que se contaba no era suficientemente preciso. La idea era repetir y confirmar estas medidas y alargarlas hasta Barcelona. Esto tenía dos ventajas. Por una parte se empezaba y acababa al nivel del mar y por otra salía del territorio francés, por lo que se podía considerar una medida internacional, lo que facilitaría su aceptación. La idea era que participaran varios países. Inglaterra y Estados Unidos mostraron interés, pero se retiraron. Curiosamente, este proyecto contó con el apoyo de la monarquía española y con científicos españoles como Gabriel Císcar, Fausto Vallés o Josep Chaix. Por la parte francesa participaron entre otros Arago, Méchain y Biot.
El método utilizado era el de la triangulación. Había que construir una red de puntos elevados fácilmente observables a distancia que harían de vértice del triángulo. Conociendo la longitud de un lado y los tres ángulos, por trigonometría básica se podía obtener la longitud de los otros dos lados, y así, triángulo a triángulo se iba midiendo la longitud del meridiano. Pronto se vio que una medida entre Dunkerque y Barcelona no tendría la fiabilidad requerida por el error debido a que la Tierra no es una esfera perfecta. Una forma de compensarlo era alargar la medida hasta Ibiza utilizando de vértice montañas litorales como el desierto de Las Palmas (Castellón), Cullera o el Montgó. El proyecto concluyó en 1808 y tuvo que superar guerras, dificultades técnicas y hasta asaltos de piratas. Actualmente el patrón geodésico no se considera suficientemente fiable, y dado que nos es más fácil medir la velocidad de la luz, utilizamos la distancia recorrida por la luz en 1/299.792.458 segundos. Por cierto, la idea original de Talleyrand de utilizar como base el sistema métrico de París no se abandonó nunca. La toesa de París (medida utilizada en su época) equivale a 1,946 metros, por lo que el metro se popularizó como la media toesa. Muy hábil el obispo.
Las huellas del viejo proyecto
Algunas huellas de este gran proyecto son todavía visibles. En París existen 135 medallones en el suelo que siguen la línea Arago, en homenaje a uno de los implicados. En el claustro de la Universidad de Zaragoza, un medallón honra a los matemáticos Chaix y Rodríguez; en el monasterio del desierto de Las Palmas, una placa homenajea a Méchain y Biot, y en Castellón, otra placa recuerda la casa donde se alojó Méchain. Y la más sorprendente, los restos de la caseta construida por Biot para resguardarse mientras hacía la triangulación con Ibiza todavía se encuentran muy cerca de la cima del Montgó, entre Dénia y Xàbia.
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