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¿Dónde está exactamente el origen del mal?

¿Puede la biología condicionar nuestro comportamiento? Filósofos y científicos han buscado la naturaleza del mal. Sin embargo, ante un crimen siempre habrá un tribunal que decida.

Psicología - EPS
Señor Salme

Una de las paradojas filosóficas y teológicas más debatidas es el problema del mal. Si existe un Dios todopoderoso y bondadoso, ¿por qué existe la maldad? Se atribuye al filósofo empirista David Hume el argumento evidencial del problema del mal. Muy simplificado viene a decir que, si existe, implica que Dios no es bueno o que no es todopoderoso. Un contraargumento defendido por los filósofos teístas es el del libre albedrío: Dios es todopoderoso y bueno, pero su mejor criatura, el Homo sapiens sapiens, es capaz de tomar sus propias decisiones, y entre ellas está el mal, ya sea como pecado o como delito. Esta teoría podría servir para explicar el mal de origen social, infligido por otros seres humanos, aunque no sirve para explicar el mal natural, el que proviene de hechos que no tienen nada que ver con la acción humana. Muchos filósofos como Voltaire argumentaron que el terremoto de Lisboa, en el día de Todos los Santos de 1755, era un argumento en contra de la Divina Providencia y de la presunta benevolencia de Dios.

Si llevamos estas disquisiciones filosóficas a la vida real, los problemas siguen surgiendo. El libre albedrío no implica ausencia de responsabilidad. Es decir, uno es libre de sus actos, pero debe afrontar sus consecuencias, como queda reflejado en cualquier texto legal desde el origen de la historia, ya sea el código de Hammurabi o el actual Código Penal. En filosofía del derecho se habla del actus reus y del mens rea, es decir, del acto culpable y de la mente culpable. En el sistema legal anglosajón se establece la máxima de que actus non facit reum nisi mens sit rea, que traducido sería, “el acto no hace a la persona culpable a menos que la mente sea culpable”. Pongamos un ejemplo práctico: dos personas van a cazar y una dispara a la otra ocasionándole la muerte. El actus reus sería el disparo que ha provocado el fatal desenlace. Si ese disparo ha sido un accidente, no existe mens rea y hablaríamos de un homicidio involuntario, pero si ha sido intencionado y premeditado, sí que tendríamos un mens rea y hablaríamos de un asesinato, que por supuesto penalmente conlleva una condena mucho mayor. Ahí tenemos un ejemplo de cómo un mismo hecho objetivo (la muerte de una persona) puede tener dos consecuencias penales muy diferentes, en función de la intención del causante.

Y aquí tenemos otro problema… ¿Hasta qué punto somos responsables de nuestros actos? ¿Puede la biología condicionar nuestro comportamiento? Durante mucho tiempo se ha especulado sobre el carácter genético de la criminalidad, demasiadas veces con argumentos que tenían poco de científico y mucho de racista o de clasista. El italiano Cesare Lombroso elaboró una teoría según la cual la existencia de varios aspectos físicos podía predecir si alguien era o no un delincuente, teoría absolutamente desacreditada, aunque de vez en cuando alguien pretenda resucitarla con el nombre de psicomorfología. Además de enfermedades mentales conocidas, como la esquizofrenia o la psicosis, donde se pueden producir comportamientos agresivos, hay algunos casos donde un problema neurológico puede condicionar el comportamiento. La amígdala es una estructura del sistema límbico situada bajo la corteza del cerebro, en el lóbulo temporal. Entre sus muchas funciones se encuentra el control de la agresividad. En 1966 Charles Whitman, un ingeniero felizmente casado y con una vida normal, asesinó a su madre y a su esposa, se dirigió a la torre de la Universidad de Austin en Texas y desde allí asesinó a 16 personas. Sobre los cuerpos de las dos mujeres dejó notas declarando su amor y que era incapaz de comprender por qué lo había hecho. Y dejó una misteriosa nota de suicidio solicitando una autopsia de su cerebro y donar todos sus bienes para una fundación para la salud mental. Realmente su intuición estaba acertada. La autopsia descubrió un glioblastoma (un tumor celular maligno) que presionaba su amígdala. ¿Puede esa circunstancia explicar su comportamiento? Nadie se atrevería a asegurarlo y en su biografía existían antecedentes de comportamiento violento, lo que aumenta las dudas. Algo similar se sugirió con Ulrike Meinhof, fundadora del grupo terrorista facción del Ejército Rojo, aunque en este caso hay muchas dudas sobre la forma en la que se obtuvieron los datos. Ante un delito siempre habrá quien pueda decir, no he sido yo, ha sido mi biología, pero, por suerte para la sociedad, siempre habrá un juez que debe decidir hasta qué punto ha sido un acto culpable fruto de una mente culpable, o no.

Síntoma de patologías neurológicas

Los cambios de carácter pueden ser un síntoma de patologías neurológicas. En la demencia frontotemporal los pacientes sufren evidentes cambios de personalidad que les dificultan vivir en sociedad por la pérdida de autocontrol. El problema viene cuando ese cambio de carácter implica delitos. Existe un caso en la literatura médica de un profesor acusado de consumo de material de explotación infantil al que se le diagnosticó un tumor cerebral. Al ser extirpado este tumor, su comportamiento parafílico terminó por completo, pero sus impulsos regresaron cuando el tumor volvió a aparecer.

J. M. Mulet es catedrático de Biotecnología.

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