La trampa de la empatía: es imposible estar en los zapatos del otro sin desplazarlo
Este concepto tan en boca de todos significa diferentes cosas según las personas, y puede colisionar con posturas y marcos morales que la acompañan.
¿Qué es eso que llamamos empatía? Tenemos una personalidad empática, nuestros cerebros están empáticamente dispuestos. La facilidad con la que nos reflejamos en el comportamiento de los demás y los reconocemos como similares a nosotros, nuestra capacidad para interactuar y relacionarnos, tienen una raíz común en ella. Es una facultad fundamental con la que contamos para afrontar desafíos sin precedente —pandemia, cambio climático, migración, terrorismo—. Pero la empatía significa distintas cosas para diferentes personas, y puede colisionar con posturas y marcos morales antagónicos que la acompañan. Aunque la suponemos inherentemente buena, hay casos en que se aplica de maneras que podrían considerarse poco favorables. ¿Imaginas ponerte en los zapatos de otra persona? Esta habilidad, aparentemente simple, nos confronta con los avatares de la empatía. ¿Cómo quedaría el otro, con alguien en sus zapatos?
Einfühlung había sido un término utilizado por los románticos alemanes para describir la experiencia estética de “sentir” el mundo natural. El filósofo Theodor Lipps, proponente de la primera teoría científica de la empatía, cita a un espectador que observaba a un acróbata en la cuerda floja y que, por medio de la proyección del sentido interno de actividad del yo, se fusionó con el objeto de contemplación: “Yo soy, según mi conciencia directa, sin mediación, en él. Estoy allá arriba, no al lado del acróbata, sino exactamente dentro de él, donde él está”. Aristóteles, en su Poética, observa la atracción que ejerce la tragedia en el espectador al ver cómo se representa ante él el espectáculo de su drama interior. En la década de 1930, cuando la sociedad alemana abrazaba el fascismo, el dramaturgo Bertolt Brecht advirtió que la empatía de las masas podría albergar consecuencias alarmantes. Para prevenirlo, provocó en el espectador un “efecto de alienación”, al que él llamaba Verfremdungseffekt, por medio de recordatorios de la artificialidad de la representación teatral —actores que salen de su personaje para dar una explicación—, desde donde se puede percibir más claramente el mundo real reflejado en el drama, y la actitud crítica sustituye a la empatía.
“Sin embargo, la acción ciertamente no es el único medio a través del cual podemos empatizar”, explica el neurocientífico y filósofo de Parma Vittorio Gallese, uno de los contribuyentes al descubrimiento de las llamadas neuronas espejo y los mecanismos espejo en el cerebro, como posible base biológica de la empatía. Argumenta Gallese: “Somos animales sociales, cuando entramos en relación con los demás hay una multiplicidad de estados que compartimos: emociones, nuestro esquema corporal, nuestro ser sujeto al dolor, y muchas otras sensaciones somáticas. Necesitamos diversas herramientas para captar la riqueza de la experiencia compartida —dicha red de hábitos representa un iceberg, del cual nuestras habilidades perceptivas y motoras conscientes son solo la punta visible—”.
Su hipótesis es que la empatía está profundamente arraigada en la experiencia de nuestro cuerpo. Según él, la posibilidad de percatarnos de que somos diferentes de otros está determinada por nuestra identidad personal, pero ella depende de manera constitutiva del desarrollo de la identidad social —es la que nos permite entablar un diálogo significativo con los demás—. “Los humanos tenemos un sistema de comparación de espejos similar al que observamos originalmente en los monos, empatizamos con las emociones que nos muestran los demás a través de un mecanismo de comparación de espejos. El sistema de coincidencia de espejos está involucrado en el proceso de integración de la identidad”.
Gallese explica el papel interactivo de las neuronas espejo a través de su teoría de la simulación encarnada: “La simulación es la herramienta fundamental que tenemos, es la base de nuestra capacidad para captar las intenciones implícitas en los gestos y expresiones de los demás, sin tener que deducirlas de manera inferencial, sino como una competencia básica, encarnada en la experiencia de la interacción”. Es un proceso inconsciente a través del cual simulamos los estados psicológicos de la otra persona, mientras mantenemos una clara diferenciación entre nosotros mismos y el otro.
La empatía transformadora requiere que el elemento de extrañamiento permanezca como parte de la experiencia. Es un estado complejo —tiene poco que ver con conceptos como la bondad o la simpatía—. Es imposible estar en los zapatos del otro sin desplazarlo de sus propios zapatos. Necesitamos el yo para empatizar, pero también tenemos que dejarlo atrás. Este es precisamente uno de los misterios de la empatía: el potencial que tiene para cambiar la manera en que percibimos el mundo y, al hacerlo, es el mundo mismo el que cambia.
David Dorenbaum es psiquiatra y psicoanalista.
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