De Bergman a Nadal, los grandes mitos se retratan en Harcourt
El célebre estudio fotográfico de París pone cara a las estrellas de la cultura, el deporte y la política desde 1934, de Dalí a Cate Blanchett. Ahora se instala unos días en Barcelona
En un palacete del distrito 16 de París, entre el Bois de Boulogne y Trocadero, allí donde la ciudad se refina adquiriendo un ramalazo señorial que ya no abandonará hasta Neuilly, en el número 6 de la Rue de Lota, se concentra gran parte de la historia artística de la Francia del siglo XX. Y es que en este hôtel particulier irremediablemente haussmaniano que conserva la sensata elegancia del siglo XIX se encuentra Studio Harcourt Paris, una institución crucial para entender el arte de la fotografía, la modernidad, la resistencia y eso que tanto cuesta asimilar y que solo puede divertir en los poemas o en los libros de historia del arte: el paso del tiempo.
Este estudio se fundó en 1934 con intención de dejar atrás las pinturas de los carteles de cine y fotografiar, además de a la gente de la calle que lo necesitara (antes la gente se fotografiaba en estudios), a figuras del incipiente séptimo arte. La historia de su fundación está a la altura de su prestigio. Una historia con luces y sombras porque su fundadora, Cosette Harcourt, nacida en el número 21 de la Rue Condorcet de París, no se llamó así el día que estrenó el mundo. Hija de Percy Victor Hirschfeld y Sophie Liebman, inmigrantes judíos alemanes que se instalaron en París a finales del siglo XIX, la pequeña Germaine Hirschfeld huyó a Londres con sus padres durante la I Guerra Mundial para escapar de la xenofobia. Regresó a Francia hacia 1923, donde se vio obligada a inventarse una identidad y una nacionalidad. Gracias a la complicidad de unos vecinos adorables y nobles de Normandía, tomó prestado un apellido que no diera problemas y que conservara la “H”, y adoptó un nombre con carga simbólica de un personaje de Los miserables, de Victor Hugo: Cosette.
Cosette Harcourt, al más puro estilo Coco Chanel, se convirtió así en una fotógrafa de nacionalidad inglesa, remarcada por su empeño en usar un acento británico. Disciplinada elegancia y porte aristocrático mantuvieron la ambigüedad de sus orígenes y le ayudaron a disimular su genética judía. Regresó a París en 1930. Tres años después creó un estudio de fotografía en el 11 bis de la Rue Christophe-Colomb. En 1934 unió fuerzas con los hermanos Lacroix, hombres fuertes de la prensa, y con el visionario Robert Ricci, hijo de los emigrantes Luiggi y Nina Ricci, para fundar el estudio Harcourt en el distrito VIII. Ante la oportunidad que le brindaron, Cosette no dudó en dirigir su propio estudio y transformar la historia del retrato, pues ella forjó entonces el estilo Harcourt, privilegiando el rostro y desvinculándolo de cualquier referencia temporal. Buenos ejemplos son los retratos de Jean Cocteau o de Marlene Dietrich, ambos en 1939.
Igual que Coco tuvo a Étienne Balsan, Cosette tuvo a Jacques Lacroix, quien en 1942 le propuso matrimonio con intención de protegerla ante la que se avecinaba. El 27 de septiembre del mismo año apareció la primera ordenanza prescribiendo el censo de los judíos en la zona ocupada. Mientras las tropas alemanas campaban a sus anchas por París, el éxito del estudio Harcourt se fundía a negro. Cosette se mudó a la zona libre y luego a Inglaterra, siendo reemplazada como directora por Henri Bierley-Lalune hasta su regreso después de la liberación. Según lo acordado, se divorció de Jacques Lacroix y Mademoiselle Harcourt volvió a ocupar su puesto de directora. Empezó entonces la época de resurrección y esplendor del estudio. A partir de retratos fundacionales como los de Simone Signoret (1957), Jean Gabin (1948) y, sobre todo, el de Édith Piaf en 1950, todo fue rodado. Por Harcourt empezaron a desfilar cabezas pensantes, mentes lúcidas y los mejores espíritus comediantes de la cultura francesa: Jean Gabin, Paul Valéry, Jacques Brel, Charles Aznavour, Yves Montand, Juliette Gréco, Gina Lollobrigida, Albert Camus, Ingrid Bergman, Gérard Philipe, Jean Renoir, Jean Marais, Serge Gainsbourg, Jean-Paul Belmondo, Josephine Baker, Brigitte Bardot, Romy Schneider, Michele Morgan, Jack Lang, Maurice Béjart…, que serían inmortalizados tal y como los imaginaba Cosette Harcourt, una mujer moderna y audazmente vanguardista que sacó partido del glamur del blanco y negro del cine para fijar una estética imbatible. A menudo imitado, pero nunca igualado, el estilo Harcourt se ha convertido en garantía de eternidad, una referencia iconográfica que con el paso de los años ha devenido una firma imprescindible y un estilo que pervive más allá de la vida y la muerte de su fundadora. En aquel agudo análisis de los mitos que alimentaban la incipiente cultura de masas llamado Mitologías, Roland Barthes, el semiótico y filósofo que mejor entendió la cambiante realidad de los setenta y la espesa capa de significaciones que envuelve el día a día, escribió: “no es actor quien no se ha retratado en Harcourt”.
Arraigada a la cultura francesa, fundamental en el desarrollo del mundo de la moda, las variedades y las artes, Harcourt representa hoy la alta costura de la fotografía. Acudir al estudio a hacerse un retrato es algo ceremonioso. Uno no viene a retratarse, viene a posar como lo hacían Camille Claudel para Rodin o Suzanne Valadon para Renoir. El objetivo de un fotógrafo Harcourt se halla siempre dispuesto a esculpir un modelo en la luz, a crear una obra perenne e inmediatamente reconocible. Aunque sea una experiencia única, muchas generaciones de franceses han repetido, por lo que es habitual encontrar fotos de la misma persona con distintas edades. Sin duda, las que mejor hablan de ello son las de dos embajadores irremplazables del cine francés: las de Catherine Deneuve, con 4 años en 1952 y con 63 en 2011, y las de Alain Delon de 1960 y 2011.
Desde los noventa hasta hoy sigue ampliándose la lista de celebridades (Vanessa Paradis, Daniel Auteuil, Anne Parillaud, Guillaume Canet, John Malkovich, Isabelle Huppert, Monica Bellucci, Romain Duris, Sophie Marceau, Jean Reno, Jeanne Moreau, Karl Lagerfeld o el propio Hervé, músico revelación del año 2021, y en esa misma onda Lous and the Yakuza, Pomme, Tricky o Eddy de Pretto). Así sigue la misma metodología de trabajo: hay 10 fotógrafos en plantilla que, bajo un contrato de confidencialidad, no revelan su nombre y, ya que el estilo Harcourt es un art y un métier, enseñan a los que se incorporan el oficio. Cualquiera puede darse este capricho. La sesión suele durar entre dos y tres horas, y tiene una tarifa básica de 1.995 euros, detalle que explica bien lo de “una vez en la vida”.
Es un martes primaveral. En la primera planta del edificio de Studio Harcourt reinan retratos icónicos como el de Boris Vian al trasluz de una trompeta o el de una felina Romy Schneider junto a otros modernos: la mirada melancólica que abraza a una evocación de la infancia de Marion Cotillard o la sorprendente belleza de Carole Bouquet, retratos ante los que la admiración es imposible de contener y que certifican que Harcourt ha acentuado un genuino french touch fotográfico a base de demostrar que la oscuridad puede ser luminosa y de confrontar artistas bajo una imaginería común, una estética minimalista, una luz continua o, como se suele decir, una marca de la casa.
Catherine Renard, la actual directora de Studio Harcourt, nos lleva del café a la sala de exposiciones, donde se revela la inevitable pregunta de qué habría sido de la cultura europea, no solo francesa, sin un archivo como este. “Desde sus inicios, el estudio ha sido una continuación de los grandes retratistas del siglo XIX, como Nadar, que fue de los primeros en fotografiar a las personalidades artísticas y literarias de su época como Baudelaire o Eugène Delacroix. Desde la creación del estudio, Cosette Harcourt retomó este enfoque y a lo largo del siglo XX por el estudio pasaron actores, cantantes, músicos, políticos de todas las épocas. Más allá de inmortalizar los iconos de la cultura francesa, Studio Harcourt se ha convertido en un referente de la fotografía con su estilo único e incomparable”.
Vemos un retrato reciente, el de la actriz Cate Blanchett. Luminosa e impactante, con los ojos cerrados. Una mirada ciertamente diferente a los inicios que trazó Cosette. En un mundo que ha cambiado tanto y se ha digitalizado por completo, Studio Harcourt es un sinónimo de obstinación y autenticidad (va todo tan deprisa que la tradición deviene vanguardia), y ante la pregunta de qué puede aportar a la moda y la cultura cinematográfica de hoy, Catherine lo tiene claro: “Una atemporalidad. En un mundo que no quiere marcar el tiempo, donde la moda y el cine evolucionan a un ritmo frenético, fotografiarse en Studio Harcourt es acceder a una versión atemporal e inmortal de uno mismo. Porque se ha mantenido inalterable desde su creación y borra todo rastro del tiempo, la vida y sus accidentes ofreciendo una versión sublimada del modelo, el estilo Harcourt es garantía de eternidad”.
Pauline Roest Jonkman, directora comercial del estudio, ante una imagen de Julie Depardieu, se queja simpáticamente enfurruñada: “Tenemos a toda la familia salvo al padre, Gérard Depardieu es el único que nos falta”, antes de recordar con cariño a Susan Sarandon y mostrar los retratos de españoles tan dispares como Salvador Dalí o Rafael Nadal.
Si, como decía Nietzsche, el presente es un grano de eternidad, un retrato con la firma de Studio Harcourt es una promesa de preservación, la esencia de una emoción. Si, como dice la etimología de la palabra griega, “fotografía” significa “escribir con luz”, Studio Harcourt ha hecho de esa enseñanza un mantra. Quizás por eso los retratos que salen de esta casa histórica tienden a insuflar una dimensión mitológica del personaje y a suspender el tiempo. En el estudio propiamente dicho, sin duda buen acomodo para el adjetivo “mítico”, ante la silla y frente a la cámara, la luz exalta algo que parece sagrado, las sombras subliman los secretos del inconsciente, y el ambiente trasluce y revela un silencio vibrante.
“Una anécdota divertida de Harcourt”, explica Catherine Renard en su despacho y mientras su gato se sube a descansar sobre las piernas del periodista, “es el cuidado que se les ha dado a los animales desde su fundación. Brigitte Bardot nos había autorizado a utilizar una foto de ella en una tienda de Tokio. Para agradecérselo, le envié un ramo de flores, y me respondió con una tarjeta que decía: ‘No te olvides de los animales’. Y la prueba, aún hoy, de que no los olvidamos son los numerosos retratos de animales que jalonan el estudio y los dos gatos que lo habitan. Del mismo modo, Henry-Jean Servat, columnista y ferviente activista del Partido Animalista, vino a fotografiarse recientemente en Harcourt con uno de nuestros gatos, las mascotas de Studio, en brazos”.
Otro hito de Studio Harcourt se produjo en 2010, cuando se concretó el retrato que reunió a Michèle Morgan, Danielle Darrieux y Micheline Presle, las tres gracias del cine francés. Así lo recuerda Renard: “Las tres actuaron de forma brillante en algunas de las películas más bellas del cine francés, de las que siguen siendo las estrellas inmortales, tanto antes como después de la guerra. Si se han pasado el tiempo cruzando caminos, en los platós como en la vida, compartiendo proyectos, productores, directores, guionistas, guiones y hasta marido, las tres actrices nunca se han reencontrado en la pantalla. No fue hasta esta histórica sesión de fotos en el estudio que las tres gracias finalmente se encontraron y posaron una al lado de la otra”.
Antes de despedirnos, la responsable de Harcourt evoca a uno de los personajes que más la han impactado: “Entre los 600.000 retratos que el estudio ha producido desde su creación en 1934, nos enorgulleció recibir en 2013 a Cate Blanchett, una inmensa actriz que fue premio de honor en los César 2022. Lo que llama la atención es que ella misma se sintió muy honrada de que le tomaran una fotografía en Harcourt: ¡honor compartido!”.
Casi 90 años después de su primera sesión, la marca Harcourt forma parte del inconsciente colectivo y sigue grabando su huella en la imaginación del tiempo. Es la memoria pictórica y fotográfica de las grandes figuras artísticas, culturales y políticas del siglo XX. Aquí, excelencia y savoire faire han elevado el retrato a una dimensión artística situándolo en un punto determinado entre el misterio y la leyenda. Para todo aquel que quiera sentirse honrado con uno de ellos con la icónica “H” en la firma y desee realizar una inmersión en esta alquimia de claroscuros, pero no le venga bien desplazarse hasta el número 6 de la Rue de Lota de París, conviene saber que, por primera vez, el equipo del estudio al completo se desplazará a Barcelona y se instalará en el Hotel Mandarin entre los próximos 15 y 19 de junio, dispuesto a recibir modelos y preparado para un gran shooting. El precio sigue siendo el mismo. Pero al menos el cliente se ahorrará el viaje. Y hay cosas que solo pasan una vez en la vida.
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