Alfonso, el gran retratista de la España del siglo XX que en realidad eran cuatro fotógrafos
Una exposición recorre la historia de la firma que revolucionó el fotoperiodismo con su apuesta estética
Si hubiera que ungir a un dios en la historia de la fotografía en España, probablemente el nombre elegido sería Alfonso, porque bajo esa firma se desplegó una labor que logró contar los principales acontecimientos del país en la primera mitad del siglo XX y retratar a toda la pirámide social, del rey al humilde campesino muerto en una revuelta. Esa ubicuidad fue posible debido a que Alfonso no fue un solo fotógrafo, sino que llegaron a ser cuatro: el padre y sus tres hijos varones. Todos estampaban en sus trabajos el logotipo modernista de la casa, que unía el primer palo de la a con la s. Esto ocasionó que, muchas veces, no se sepa quién fue el verdadero autor de una imagen. Una exposición en la Sala Canal de Isabel II, en Madrid, recorre la obra de los Alfonsos a través de 144 imágenes más documentos como libros, carnés de prensa, publicaciones, cartas...
La muestra, comisariada por Chema Conesa y Ana Berruguete, organizada por la Consejería de Cultura de la Comunidad de Madrid y que pone el broche a la edición de PHotoEspaña de este año, se llama Alfonso. Cuidado con la memoria y se podrá visitar hasta el 23 de enero. Con esas inquietantes cuatro palabras tituló el tradicionalista diario El Alcázar, vinculado al régimen de Franco, un artículo del 30 de julio de 1942 en el que se advertía a los Alfonsos por su pasado simpatizante con la Segunda República y por su amistad, entre otros, con Niceto Alcalá-Zamora, su primer presidente: “Un fotógrafo tuvo a gloria difundir su colaboración en la prensa roja [...] Que ese fotógrafo ostente, al público, su nombre [...] en una calle céntrica nos irrita un poco los nervios. Que se oculte, que trabaje, pero en silencio [...] porque no se puede provocar a los que tienen memoria”.
Esa firma amenazada había nacido en 1915, como Agencia de Información Gráfica de Prensa, fundada por el patriarca de esta estirpe de fotógrafos, Alfonso Sánchez García (Ciudad Real, 1880-Madrid, 1953), que tuvo que trabajar desde niño por la muerte de su padre. Uno de sus oficios fue aprendiz en un estudio de fotografía de la capital a finales del siglo XIX. En 1902 nació su hijo Alfonso Sánchez Portela, Alfonsito, que además del nombre heredó el oficio fotográfico y el don de gentes para lograr la complicidad de los protagonistas de sus imágenes. “Con 13 años ya estaba haciendo fotos”, dice Conesa, que se ha sumergido en el legado de Alfonso, las casi 120.000 imágenes que se conservan en el Archivo General de la Administración (AGA), de Alcalá de Henares, para esta exposición.
La destreza técnica y la apuesta estética hacen que los encargos para la prensa se sucedan. El estudio de Alfonso se transformará en una empresa en la que trabaja toda la familia y que en su mejor momento tiene 22 empleados. “Su mujer hacía edición fotográfica, los otros dos hijos, Luis, especializado en deportes, y José, también eran fotógrafos, y de las dos hijas, Victoria llevaba las cuentas y María se encargaba de los pedidos”. El clan posa en una divertida fotografía que es el cartel de la exposición. En una de las vitrinas se muestran “recortes de prensa de las exposiciones de Alfonso de los años veinte, como si fuera un artista”, indica Berruguete.
Esa fama y prestigio se comprende en cuanto se ven las fotografías del apartado de la exposición que se titula El imperio de la imagen. Además de su calidad, Alfonso padre se vio favorecido por el desarrollo técnico y por la eclosión en el primer tercio de siglo de las publicaciones gráficas, hasta 11 a la vez llegaron a editarse en España. “La gente tenía avidez de imágenes”, apunta Conesa. Alfonso XIII de cacería, el multitudinario entierro en noviembre de 1912 del entonces presidente del Consejo de Ministros, José Canalejas, asesinado en un atentado, o una de sus fotos más célebres, la de la sonriente vendedora de pavos en el invierno de Madrid en 1922, son solo tres muestras.
Mención aparte merecen las fotos de Alfonsito de la guerra de Marruecos, adonde le envío su padre con 19 años para, entre otras instantáneas, tomar el histórico retrato del líder rifeño Abd el-Krim, en junio de 1922. Conesa cuenta la intrahistoria de esta imagen: “Abd el-Krim no quería que lo fotografiasen, pero Alfonsito le convenció, diciéndole que si no llegaba su imagen a España, no se creería lo que estaba pasando. Entonces accedió a posar, con un guardaespaldas detrás con un pistolón. Aquello debió de impresionar al fotógrafo, por lo que no usó flash, que entonces hacía un ruido tremendo, por si al guardaespaldas le daba por disparar. Al final, logró un retrato que es un prodigio técnico”. Junto al cabecilla rebelde, Alfonso fotografió los hospitales de campaña, con soldados de rostros graves y azotados por el sol.
El paseo por la historia continúa con una imagen de Miguel Primo de Rivera, feliz, flanqueado por los periodistas como nuevo jefe de Gobierno tras aceptar Alfonso XIII su dictadura. También, imágenes populares: bañistas en el Manzanares, bailes, las jóvenes que posan para un concurso de matas de pelo en la verbena de la Paloma, el quinteto de un equipo femenino de baloncesto... Otras estampas dejan sin habla, como la de un toro muerto en el centro de Madrid. Lo que se explica porque el animal se escapó de un camión camino del matadero y tras herir a varias personas fue lidiado y estoqueado por un torero que andaba por la zona.
Pero si una imagen vale para contar un hecho histórico sin palabras, la del gentío en la Puerta del Sol en la proclamación de la Segunda República, el 14 de abril de 1931, es una de ellas. Alfonso logró una toma épica gracias a la luz de la tarde y al lugar desde el que se situó.
A partir de ese hito, esta crónica visual del siglo XX español se adentra en lo que los comisarios llaman Los años convulsos, con la Guerra Civil y los inicios del franquismo. Alfonso cubrió los multitudinarios mítines, tomó la imagen del cadáver de uno de los líderes de la derecha parlamentaria, José Calvo Sotelo, asesinado el 13 de julio de 1936, cinco días antes de que empezase la Guerra Civil; consiguió las atroces imágenes de los cadáveres esparcidos en el Cuartel de la Montaña, de muertos en cunetas... Sin embargo, Conesa reconoce que las fotos de guerra de Alfonso no son de lo mejor que hizo. “Creo que estaba asustado, que para un hombre con su sensibilidad estética, ver aquello quizás le paralizaba, sus mejores imágenes las hizo en la retaguardia, como las de civiles buscando refugio”.
De ahí se pasa a los que, brazo en alto, celebran la entrada de las tropas de Franco en Madrid; a los presos de la cárcel Modelo en formación y al entierro de los restos de José Antonio Primo de Rivera. En ese sepelio, Alfonsito vivió un momento angustioso, cuando empezó a ser increpado por su anterior afinidad republicana, aunque él se había afiliado a Falange para poder vivir y trabajar. “El expediente de depuración al que es sometida la familia culmina con la prohibición, en septiembre de 1940, de ejercer el fotoperiodismo, por lo que a partir de entonces se dedica al retrato en su estudio”, agrega Berruguete. Entre el material inédito de la muestra, un collage que hizo Alfonso con recortes de prensa y de fotos que incluye una declaración de Franco: “En España pueden vivir libremente los españoles cualesquiera que sean sus ideas, sin que nadie les perturbe”.
El tramo final de la exposición reúne una galería de personajes que posaron para los Alfonsos desde el comienzo de su trayectoria. Pío Baroja, García Lorca en batín, Gregorio Marañón, Ramón Gómez de la Serna, Valle-Inclán tumbado en la cama entre libros, Azorín, Santiago Bernabéu, Alfredo Di Stéfano, Cela, Carmen Conde... Por su estudio de la Gran Vía pasan también personalidades del régimen que le ha castigado, y el propio Franco le llama más de una ocasión para que lo retrate en El Pardo. “En los años sesenta, comienza una decadencia que irá a más”, resume Conesa. Los retratos se quedan anticuados, entre cortinajes, escaleras y muebles castellanos. En ese ambiente, el propio Alfonso es un personaje castizo, que posa, al final de la exposición, con una capa española. Sin embargo, en su discurso de ingreso en la Academia de Bellas Artes, que no pudo leer por su fallecimiento en 1990, define lo que ha sido su oficio con claridad y frescura: “La fotografía es la memoria gráfica de mis recuerdos y el medio expresivo de mi sensibilidad”.
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