Marion Cotillard: “Indignarme forma parte de mi naturaleza”
Desde que ganó el Oscar por interpretar a Édith Piaf en ‘La vie en rose’, la actriz francesa ha protagonizado uno de los ascensos más improbables en la historia del cine, convirtiéndose en una gran estrella a ambos lados del Atlántico. Ahora, sobre el escenario del Teatro Real de Madrid, se mete en la piel de Juana de Arco, personaje con el que tiene una historia familiar. “Históricamente, la libertad de las mujeres siempre ha resultado aterradora”, afirma con esa voz que alza ante las injusticias sociales y medioambientales
La escena es un cruce entre el pasaje más lánguido de una novela de F. Scott Fitzgerald y el abarrotado camarote de los hermanos Marx. Un escuadrón de estilistas responde a una emergencia: a Tilda Swinton no se le aguanta erguido el moño, peinado en forma de colmena, por muchos metros cúbicos de laca que apliquen sobre su cardado platino. La alfombra roja del Festival de Cannes la espera unos pisos más abajo, como le recuerda un suave e insistente griterío. Por la puerta de esta suite de hotel aparece Marion Cotillard, llegando a la cita elegantemente tarde. Se dan dos besos y, de repente, el problema se ha solucionado, como si la actriz francesa fuera un hada que hace magia allá por donde pasa. Propone sentarse en la terraza, en dos sillas de playa excesivamente bajas para resultar cómodas, y observa la penumbra que las palmeras proyectan sobre la Croisette, ese paseo marítimo tan vulgar a pie de calle y tan excelso cuando uno lo observa a varios metros de altura.
Desde que ganó el Oscar a la mejor actriz en 2008 por La vie en rose, Cotillard ha protagonizado uno de los ascensos más improbables en la historia del cine. Antes de protagonizar ese aplaudido biopic de Édith Piaf, la actriz era conocida solo por un puñado de comedias de poca monta y por dar crédito a las teorías de la conspiración en alguna entrevista televisiva. Ya es un recuerdo lejano: Cotillard va camino de conquistar, si es que no lo ha hecho ya, el espacio que ocuparon estrellas europeas como Audrey Hepburn, Ingrid Bergman o Sophia Loren en otro tiempo. Su próximo reto será interpretar el papel titular del oratorio Juana de Arco en la hoguera, de Arthur Honegger, en el Teatro Real de Madrid. Con dirección de Àlex Ollé, de La Fura dels Baus, la obra se podrá ver en ocho funciones, del 7 al 17 de junio. Su otro papel en la actualidad es el de azote de Emmanuel Macron, al que tiene a raya ante el incumplimiento de sus promesas medioambientales. Aunque ella misma tampoco sea un modelo de conducta: acaba de llegar a Cannes en avión, pese a hallarse solo a cinco horas de tren desde París. “Quería coger el tren, pero no ha habido tiempo”, se excusa la actriz de 46 años, mientras se enciende uno de esos cigarrillos ultrafinos que consume como “fumadora ocasional”.
Ha interpretado tres veces a Juana de Arco y de pequeña vivió en Orleans, donde tuvo lugar la batalla de la guerra de los Cien Años. ¿Fue un personaje con el que creció?
No sabía mucho más que lo que aprendí en el colegio hasta que me enfrenté a este oratorio. Mi preparación para encarnar el papel me permitió conocerla más a fondo. Además, mi relación con Juana de Arco es como una historia de familia: hace muchos años ya la interpretó mi madre, que también es actriz, a las órdenes de mi padre, director teatral, en un montaje en la catedral de Orleans. Cuando repusieron la obra en 1995, ella no estaba disponible y me propusieron que la sucediera yo misma.
¿Se siente identificada con esa doncella del siglo XV acusada de herejía y traición?
La verdad es que no sentí relación con ella hasta que la interpreté. Nunca busco puntos en común con mis personajes, porque no me resulta necesario. Al contrario, prefiero aquellos con los que no tengo absolutamente nada en común. Pero en este caso sí hubo un parecido. Al leer sobre la juventud del personaje entendí que, gracias a la fe, descubrió en sí misma un poder que lograría cambiar el curso de la historia. Eso es lo que compartimos: cuando tienes fe en algo, puedes mover montañas.
¿Se refiere a la fe religiosa?
No hablo necesariamente de un dios ni un dogma. Más bien de una energía vital, de algo que todos llevamos dentro. Es algo mucho más terrenal que espiritual.
¿En qué cree usted?
No soy una persona que tenga una gran confianza en sí misma, pero tuve la suerte de que me educaran padres que sí creyeron en mí. Eso ha dejado un poso de confianza en algún lugar de mi interior, aunque a veces siga viéndose socavado por cosas que todavía no me explico del todo. En cualquier caso, sí creo que existe algo superior a nosotros que nos hace alcanzar cosas extraordinarias más allá de nuestras limitaciones, ya sean mentales o sociales. A pesar de las restricciones a las que siempre debemos enfrentarnos, todos tenemos la capacidad de superarnos.
Juana de Arco es un icono nacional, pero también encarna el estereotipo misógino de la mujer loca.
Históricamente, la libertad de las mujeres siempre ha resultado aterradora. Por eso se suele meter a toda mujer libre e irreverente en la casilla de la loca o la bruja. Todas las mujeres libres, que han conquistado su libertad y han gritado verdades al mundo, han vivido lo mismo. A todas se las trata, irremediablemente, de desequilibradas.
¿A usted le ha pasado?
[Se lo piensa un rato] No… Tengo la suerte de vivir en un país libre, en muchos aspectos, aunque habitemos en un mundo donde la libertad siempre es muy relativa. Pero sí he visto eso a mi alrededor. No solo sucedía en los tiempos de Juana de Arco, sino también ahora. La diferencia que representan las mujeres sigue dando mucho miedo. Si lo observamos a escala global, seguimos estando sometidas.
¿Se siente una persona diferente?
Todos escondemos una diferencia en nuestro interior. Todo el mundo se siente diferente al grupo en algún aspecto. Pero yo, más que sentirme distinta, desde pequeña tuve la sensación de no pertenecer al grupo, de no encajar en los códigos, de no acabar de encontrar mi lugar.
¿Y hoy queda algo de eso, pese a ser una estrella adulada en todo el mundo?
No, porque he aceptado mi diferencia, mi particularidad. Hoy soy consciente de que todo grupo es, en última instancia, un encuentro de diferencias. Eso me permite sentirme mucho más en mi lugar, aunque siga teniendo algunos miedos…
¿A qué tiene miedo?
Me desestabiliza el juicio ajeno. Es algo que siempre me incomoda terriblemente.
Hablemos un poco de política. La ultraderecha francesa lleva décadas reivindicando la figura de Juana de Arco. ¿Cómo lo explica?
Es una recuperación ideológica que les funciona muy bien, porque apropiarse de un icono nacional les permite sentirse validados. Yo lo encuentro perturbador, inaguantable.
¿Qué dice de su país, patria de los derechos humanos, que el 41% de la población, 13 millones de franceses, votase por la extrema derecha en las últimas presidenciales?
Lo que dice es que vivimos desconectados los unos de los otros. Y que vivimos en un mundo donde las desigualdades generan mucha ira. Y eso yo llego a entenderlo. Procedo de un entorno muy modesto. Hoy ya no tengo la misma vida que tienen mis padres, pero sigo en contacto con ese mundo y entiendo perfectamente la indecencia de esas desigualdades y la ira que llegan a provocar.
Para usted, ¿vivir en una situación de desigualdad justifica un voto ultraderechista?
Claro que no, pero sí puede explicar el atractivo de los extremos. Ese sentimiento de injusticia, sumado a una respuesta política que no está a la altura, hace que mucha gente se sienta abandonada y que acabe optando por el extremismo.
Suele expresarse de frente sobre asuntos políticos. En especial, sobre la crisis medioambiental. A principios de mayo publicó un duro mensaje en Instagram denunciando la inacción del Gobierno.
No sé si es importante hablar, pero no sé hacerlo de otra manera. No logro callarme cuando me siento indignada. Si fuera una persona sin la notoriedad que tengo hoy, creo que haría lo mismo. No disfruto alzando la voz, preferiría no tener que hacerlo, pero indignarme forma parte de mi naturaleza. Además, la indignación siempre es muy sana. En el momento en que nos sublevamos sin considerarnos víctimas, la energía de la indignación se vuelve poderosa.
En su último libro, los periodistas de Le Monde Fabrice Lhomme y Gérard Davet describen una escena en el Elíseo, cuando el presidente Macron, enfurecido al leer una entrevista suya en la que lo criticaba, declaró: “Cotillard me toca los cojones”. ¿Le halaga?
No, para nada. Me parece lamentable que reaccione así.
Pero eso significa que la escucha, ¿no?
No es solo a mí a quien Macron escucha, sino a los dos millones de franceses que firmaron la petición que lanzamos 27 personalidades para denunciar al Estado por su pasividad respecto al calentamiento global [a comienzos de 2021, en una decisión histórica, la justicia francesa falló en su favor]. No estoy yo sola, es el poder del grupo.
¿Le cambió en algo la pandemia?
No creo que me cambiara mucho. Me dejó anonadada, como a todo el mundo, pero no puedo decir que me sorprendiera nada de lo que pasó.
Con la covid y el regreso de la guerra a Europa, muchos vivimos en un estado de perplejidad, con una sensación de irrealidad, como si estuviéramos viviendo dentro de una ficción.
Pues yo lo encuentro todo muy real, por desgracia. Tal vez esa sensación procede de la manera de los medios de tratar la actualidad y relatar lo que vivimos. Hoy, cuanto más breve es un texto, más se lee. Y cuanto más corto es un vídeo, más se ve. Así, nos alejamos cada vez más de la profundidad necesaria para entender la realidad en la que vivimos, que además es la materia principal para un intérprete: el mundo como lo vemos, el mundo como lo sentimos.
Hay una cita de Lee Strasberg, el padre del método, que me recuerda a su forma de interpretar: “Actuar no es algo que haces, sino algo que ocurre. Puedes tener una preparación consciente, pero los resultados siempre son inconscientes”.
Sí, me puedo reconocer en eso. Preparo mis personajes con gran dedicación, pero al llegar al rodaje, me dejo llevar por la magia que suele operar ante la cámara. Mi objetivo nunca ha sido interpretar, sino ser. Lo consigues cuando llevas a cabo una exploración profunda del personaje que, cuando llega el rodaje, te permite dejar de actuar, de repetir frases aprendidas de memoria, para empezar a encarnar a una persona, con toda su complejidad.
¿Trabaja con el inconsciente?
Sí, todos tenemos un inconsciente, también los personajes, que en el fondo son personas, o así los veo yo. Hay que encontrar la manera de acceder a ese inconsciente, y ese es un proceso que puede durar meses. No tengo un método fijo, salvo explorar la niñez de cada personaje. No puedo interpretar un personaje sin entender cómo fue su infancia. Para hacer mi trabajo, me resulta necesario inventar un pasado para cada papel. Incluso cuando son personajes que existieron, uso, por encima de todo, la imaginación. En realidad, nunca conocemos a alguien por completo, al margen de nosotros mismos, en el mejor de los casos. Conocerse a uno mismo es una gran aventura que, a veces, acaba durando toda la vida. Me pregunto si antes de la muerte lo habré entendido todo sobre mí misma.
¿Qué más hace antes de ponerse a rodar?
Otro aspecto básico es encontrar la respiración de cada personaje. Por ejemplo, Édith Piaf en La vie en rose, Ewa en El sueño de Ellis, Sandra en Dos días, una noche o Juana de Arco respiran de formas muy distintas. La respiración influye en nuestra voz, en nuestra forma de hablar, en nuestra forma de movernos y en nuestra forma de ser. Conozco gente que no sabe respirar o que respira mal, que respira del revés. Todo este estudio de la respiración me fascina porque define quién es una persona. ¿Qué es capaz de dejarnos sin aliento? ¿En qué situaciones tenemos que pararlo todo para respirar hondo?
Hablando de respiración, es aficionada a la meditación y a otras prácticas de bienestar personal. ¿Por qué es importante para usted?
La meditación es mi forma de sentirme libre. Es el lugar donde abandono todo juicio, donde me hago presente frente a mí misma y también frente a los demás, con gran sencillez y total libertad.
En pocos años ha rodado con los mayores cineastas del planeta y se ha convertido en una estrella de Hollywood como otra cualquiera. Ha llegado más lejos que mitos como Catherine Deneuve, Isabelle Huppert o Juliette Binoche, que nunca han acabado de encontrar su lugar en el cine estadounidense. ¿Por qué cree que a usted le ha ido mejor?
Por la oportunidad de interpretar a Piaf, sin duda, un papel inmenso que traspasó todas las fronteras.
¿No cree que hay algo más? ¿Es una cuestión de ganas, de preparación, de capacidad de adaptación? ¿Diría que en esa industria ha sido más maleable que otros intérpretes europeos?
Quizá tenga que ver con mi amor por el cine estadounidense, sumado a las oportunidades de las que le hablo. No estoy muy segura de cómo responder a esta pregunta, porque no sé si realmente quiero analizarlo. Prefiero que siga siendo un misterio…
Después de Ridley Scott, Woody Allen, Steven Soderbergh, Jacques Audiard, los hermanos Dardenne, James Gray, Xavier Dolan y Leos Carax, ¿con quién le gustaría rodar?
Hay muchos directores y directoras que me hacen soñar, pero prefiero no dar nombres. Cada vez que doy uno, lo gafo. Cuando he querido trabajar con un cineasta en concreto y he hecho algo para conocerlo, nunca ha funcionado. Ahora prefiero que el proceso surja de un papel y no de un nombre.
Su único paso en falso podría ser la escena fallida de su muerte en El caballero oscuro, que se convirtió en un fenómeno viral. ¿Es difícil morir en el cine?
¿Qué puedo decir sobre este tema? De entrada, lo que me dolió fue descubrir esa escena. Y luego, toda la que se lio… Pero bueno, las cosas son así. Esa escena también forma parte de mi viaje.
Tal vez el director, Christopher Nolan, podría haber elegido otra toma.
Sí, pero puede que no hubiera ninguna otra mejor…
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