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Palos de ciego
Columna
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La cabezada de Homero

Si cuatro de los más grandes escritores de Occidente perpetraron semejantes errores, ¿qué no haremos los demás? | Columna de Javier Cercas

Javier Cercas

En 1987, cuando yo tenía 25 años, publiqué un relato donde una pistola automática lucía un tambor de revólver. El relato estaba incluido en mi primer libro. Uno de los dos críticos que lo reseñó hizo constar ese error infecto y durante años estuve dudando si practicarme o no el harakiri en plaza pública para expiar la pifia. La juventud es así de vanidosa (o de soberbia). Luego, con la edad, si uno es bueno, estudia mucho y tiene mucha suerte, aprende a domar la vanidad (e incluso la soberbia), conquista el coraje de resignarse a los propios errores y comprende que los únicos que no se equivocan nunca son los que se equivocan siempre, porque no saben lo que es acertar. “Quandoque bonus dormitat Homerus”.

El latinajo procede del Arte poética de Horacio y podría traducirse libremente así: “Hasta el mismísimo Homero da una cabezadita de vez en cuando”. Horacio aludía a ciertas flagrantes contradicciones observables en algunos pasajes de los poemas homéricos, pero el viejo poeta griego no es el único genio que incurrió en deslices. En la Divina comedia, Dante escribe (‘Infierno’, Canto I, vv. 28-30; la traducción es de José María Micó): “Después de reposar mi cuerpo exhausto, / empecé a andar por la desierta cuesta, / y el pie más firme siempre era el más bajo”. Lo que dice el poeta en el último verso es que, mientras duró la ascensión a una colina, siempre, de sus dos pies, el que estuvo firme era el más retrasado. El absurdo salta a la vista: al subir una cuesta, primero aseguramos el cuerpo sobre el pie más alto y sólo entonces levantamos el otro para llevarlo al nivel del primero, de tal manera que el pie firme será siempre, más bien, aquel que esté más alto (como mucho, los dos pies lo serán alternativamente). En vano se han empeñado en argumentar algunos dantistas que el verso, un sinsentido desde el punto de vista de la experiencia, puede ser un acierto desde el punto de vista imaginativo: la realidad es que, igual que Homero, Dante también se equivocaba. Lo mismo le ocurría a Cervantes. En el capítulo 22 de la primera parte del Quijote, nos enteramos de que Sancho ha perdido su rucio, pero a Cervantes se le ha olvidado contarnos cómo; luego, en el capítulo 42, Sancho vuelve a aparecer con el asno. El olvido convirtió a Cervantes en el hazmerreír de sus enemigos, entre ellos su antiguo amigo Lope de Vega, que en Amar sin saber a quién se burla de él haciendo que un personaje que ha perdido una mula diga lo siguiente: “Decidnos della, que hay hombre / que hasta de una mula parda / saber el suceso aguarda, / la color, el talle y nombre, / o si no dirán que fue / olvido del escritor”. Para colmo, en la segunda edición de la primera parte de la novela Cervantes intentó enderezar el tuerto, pero puso el robo del rucio en el lugar equivocado, lo que le obligó a invalidar esa corrección en la segunda parte del libro, publicada 10 años después de la primera. En resumen: menudo lío se armó don Miguel con el maldito animal. ¿Y qué decir de los descuidos de Franz Kafka? En la primera página de El desaparecido (o América), Karl Rossman ve a la entrada de Nueva York la estatua de la Libertad empuñando una espada, y no la antorcha que empuña en la realidad. No es ni mucho menos la única equivocación que contiene la novela (como no es la del rucio la única que contiene el Quijote); en un ensayo brillante, Félix de Azúa enumeró unas cuantas más: el protagonista paga con chelines del imperio austrohúngaro, San Francisco se encuentra al este de Estados Unidos, Nueva York aparece unida a Boston por un puente. Algunos estudiosos de Kafka se han apresurado, claro está, a achacar este cúmulo de despropósitos al carácter simbólico de la obra, o a su textura onírica; lo más probable, sin embargo, es que sean lo que parecen: simples errores.

Sobra decir que ninguna de las chapuzas mencionadas socava en lo más mínimo la grandeza de quienes las perpetraron, que siguen siendo cuatro de los más grandes escritores de Occidente. Pero yo diría que hay mucho que aprender de ellas; lo principal: si esta gente perpetró semejantes errores, ¿qué no haremos los demás, panda de insolventes?

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Sobre la firma

Javier Cercas
Javier Cercas nació en Ibahernando, Cáceres, en 1962. Es autor de 12 novelas que se han traducido a más de 30 idiomas y le han valido prestigiosos galardones nacionales e internacionales. Ha recibido, además, importantes premios de ensayo y periodismo, y diversos reconocimientos al conjunto de su carrera. Es miembro de la Real Academia Española.

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