Ni idea de psicocalceta
Todos sabemos, en fin, todos los hombres hemos pasado por ese trance del calcetín deprimido, que con frecuencia es un reflejo de nuestro propio hundimiento
El calcetín alto es un invento discutible, sobre todo desde que se desecharon los viejos ligueros que los mantenían en su sitio. No hay ningún calcetín lo suficientemente hombre como para mantenerse erguido desde que sales de casa hasta que regresas. Decaen, se deflacionan, se deserectan, dígalo usted como quiera, el hecho es que no se ha inventado un elástico lo suficientemente firme como mantenerlo a la altura de la pantorrilla durante toda la jornada. De ahí el éxito que van cobrando los calcetines tobilleros, cuya ventaja es que son perfectamente conscientes de sus limitaciones. Saben hasta donde pueden llegar y ahí se quedan. Los tobilleros, que hasta hace poco pertenecían al mundo del atuendo deportivo, están colonizando el universo del traje de tergal y de los pantalones planchados porque no tienes que estar vigilando su comportamiento todo el día.
Aquí vemos nada menos que al conseller catalán de Economía y Hacienda, Jaume Giró, subiéndose clandestinamente los calcetines para no dar la nota. Un calcetín arrugado tiene algo de orgánico, de pene venido a menos, no sé, de preservativo viejo. Da vergüenza salir con una prenda así al estrado y que la gente haga comentarios. El hombre mira hacia arriba, hacia el cielo, para ver si de este modo engaña al fotógrafo y logra desviar su atención del desastre. Pero el fotógrafo sabe. Todos sabemos, en fin, todos los hombres hemos pasado por ese trance del calcetín deprimido, que con frecuencia es un reflejo de nuestro propio hundimiento. Este hombre sabrá mucho de economía, pero no tiene ni idea de psicocalceta.
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