Salvemos los viñedos españoles
Se multiplican las voces que piden preservar las viñas y el paisaje vitícola ibérico ante la creciente presión de parques eólicos y huertos solares.
Los paisajes vitícolas más fascinantes del mundo (y en España tenemos muchos de ellos) no impresionan por la belleza de una naturaleza intacta, sino por la manera en que el hombre ha conseguido modelarla a través de los siglos.
Resulta especialmente evidente en zonas de montaña como Priorat (Cataluña) y las sierras de Gredos y Salamanca en el sistema Central, o en las pendientes vertiginosas de algunas riberas de ríos como el Mosela alemán, el Duero a su paso por Portugal o los cañones del Sil, en Galicia, donde cultivar la viña en laderas que pueden alcanzar una inclinación del 85% se convierte en una auténtica heroicidad. Con mayor o menor espectacularidad, la viticultura ha ido conformando algunos de los paisajes más característicos del planeta.
El antropólogo Luis Vicente Elías Pastor escribe en su obra El paisaje del viñedo: “El paisaje garantiza de alguna manera la calidad del producto y paisajes bellos atraen a los visitantes que consumen los productos cuya garantía está en el territorio que visitan”. De ahí que preservar la esencia de esos escenarios articulados en torno al vino sea una de las vías obvias para generar riqueza en áreas rurales y también para luchar contra la España vaciada.
Pero la protección de algo que aún se considera “subjetivo e intangible”, en palabras de Albert Calduch, abogado experto en derecho ambiental, no resulta fácil. Aunque España se sumó al Convenio Europeo del Paisaje en 2008, muy pocas comunidades (Galicia, Valencia, Cataluña o Cantabria) han desarrollado leyes específicas y en la práctica muchas cuestiones dependen de los planes urbanísticos de los municipios. “Es un terreno gris y la legislación seguirá siendo tibia en el futuro”, explica Calduch.
Por eso el gran aumento de solicitudes para la instalación de parques eólicos y fotovoltaicos que aprovechan las últimas subvenciones europeas a las energías renovables está generando alarma en numerosas regiones vinícolas. Si el Consejo Regulador de la DO Alicante alertó hace unos días de la posible instalación de enormes campos de placas solares en la comarca del Vinalopó, en el corazón del valle del Ebro están en tramitación seis nuevos parques eólicos solo en el entorno de los valles de Ocón, donde se encuentran algunos de los viñedos de mayor altitud de la DOCa Rioja, y del Jubera, en Rioja Oriental; y un único municipio de la Ribera navarra, Corella, podría concentrar cuatro instalaciones más.
Una docena de productores de esta última provincia han creado la Asociación de Paisajes y Viñedos de Navarra siguiendo el modelo de la veterana entidad homónima de Rioja Oriental que preside Álvaro Palacios. El legendario productor de Priorat, Rioja y Bierzo, que ya ha lidiado (y ganado) alguna batalla junto a Calduch, podría ser el próximo presidente de la federación que se está creando para aglutinar a otras entidades de este tipo existentes en España. Palacios critica la visión cortoplacista y la ausencia de una planificación global que ubique estas centrales eléctricas eólicas —”parque suena demasiado bien para la brutalidad de sus volúmenes”, señala— en lugares que aseguren un impacto inferior. También alerta de la amenaza para la biodiversidad animal y ambiental, y de la pérdida de valor de la tierra.
En España, tres regiones volcadas en la viña trabajan por conseguir el reconocimiento de la Unesco como patrimonio mundial. Mientras que la candidatura de Ribeira Sacra se discutirá este año, Icomos, la organización internacional consultiva de la Unesco, recomendó en 2015 revisar la propuesta de Rioja que llevaba el nombre de Paisaje del Viñedo y que cada vez se ve más lejana, y hace tres años aconsejó esperar y mejorar el proyecto de Priorat-Montsant-Siurana.
Que una región vitícola española obtenga este sello, como ya lo tienen los terroirs y climats de Borgoña francesa, las laderas, maisons y bodegas de Champagne o el paisaje vitícola de Langhe-Roero y Monferrato en el Piamonte italiano, podría alumbrar una nueva visión sobre el valor del paisaje vitícola y agrario en España. Porque, como bien recuerda Álvaro Palacios, uno de los grandes embajadores del vino español en las últimas décadas, “en función de cómo se cuide y de la calidad de sus vinos, una región vinícola puede convertirse en el máximo exponente de un país”.
Tarragona: Lafou El Sender
La provincia de Tarragona concentra gran parte de los parques de energía eólica en Cataluña, y en Terra Alta, su región vinícola más alejada, cada vez se alzan más voces críticas. Este vino de excelente relación calidad-precio ofrece una buena introducción al paisaje netamente mediterráneo de esta denominación. Es un tinto alegre y especiado, con aromas de fruta sazonada y un paladar sabroso, reconfortante y fácil de beber. Se elabora en una casa señorial reacondicionada como bodega y ubicada en el pintoresco casco antiguo de Batea.
Rioja: Costumbres
Carlos Mazo es un pequeño productor de Rioja Oriental que, junto a su pareja, la diseñadora y fotógrafa Isabel Ruiz, trabaja con sensibilidad las aproximadamente seis hectáreas de viñas familiares en un proyecto que pone en valor el territorio y es un modelo para otros viticultores de la región. Para él, respetar el paisaje es fundamental para que la denominación se perciba como una región de calidad. Esta garnacha impecable y equilibrada es capaz de ofrecer finura y frescura la vez que refleja una característica dimensión terrosa.
Navarra: Jirafas
Este vino nace de la colaboración de la bodega navarra Viña Zorzal con el productor argentino Matías Michelini. Se trata de un blanco parcelario del viñedo La Carbonela, desde el que se divisan unos molinos en los que Michelini, como una suerte de Quijote moderno, siempre vio enormes jirafas. Tras la original etiqueta que refleja esta impresión, asoma un blanco serio, con toque mineral (piedra seca), fruta blanca, leves ahumados y un paladar bien delineado. Merece la pena guardar alguna botella para ver su evolución.
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