Dominica, la isla del Caribe por conocer
Cascadas, volcanes, aguas termales, playas y escenarios de ‘Piratas del Caribe’. En este refugio de naturaleza salvaje esperan también el carnaval de Roseau, la cultura de los kalinagos o parque nacional Morne Trois Pitons
Al margen del turismo masivo, y con una espectacular naturaleza salvaje, Dominica es uno de los secretos mejor guardados del Caribe. Se trata de una de las llamadas Islas de Barlovento, escasamente pobladas y con unos arrecifes casi vírgenes que merecen ser explorados. Dominica es pequeña, una mezcla de selva tropical virgen con playas de arena negra, montañas, cascadas, aguas termales, fenómenos geotérmicos y un litoral escarpado de lo más atractivo.
Hay quien viaja hasta aquí solo por uno de sus reclamos: el lago Boiling, un cráter volcánico con agua caliente burbujeante en el parque nacional Morne Trois Pitons, recuerdo del origen volcánico de la isla. Pero quien se anima a quedarse más tiempo tiene un poco de todo: desfiladeros, playas interminables, cascadas, densas selvas… aparte de muchas actividades al aire libre y rincones tranquilos para empaparse de sol, piscinas naturales y fuentes termales. Los isleños presumen también de tener muchos ríos, exactamente, “uno para cada día del año”. El río Indio, el más ancho, fue el escenario por excelencia de Piratas del Caribe. Y para los que quieran conocer palmo a palmo el terreno, un espectacular sendero de 184 kilómetros, el Waitukubuli National Trail, recorre toda la isla pasando por pueblos costeros, cordilleras y espesos bosques lluviosos. Con un poco de suerte se podrá ver alguna de las especies en peligro de extinción que han logrado ponerse a salvo en un entorno tan aislado, como su ave nacional: el loro imperial.
Roseau, la capital: música, carnavales y comida criolla
Desde el Morne Bruce, un pequeño monte a las afueras de Roseau, la capital de Dominica se vislumbra como una fantástica base para explorar a fondo esta bella isla caribeña. No tiene nada espectacular, pero consigue sacar partido a sus encantos: su antiguo mercado ha perdido las huellas de su turbulento pasado para renacer como animado centro de arte y artesanías. Los huracanes destrozaron el jardín botánico, pero el resistente parque sigue en pie. Y el museo de la ciudad ofrece una interesante colección de muestras culturales que examinan su historia indígena, y que prácticamente lo mantiene el historiador y escritor local Lennox Honychurch. La capital también acoge el mayor carnaval y festival de música de la isla, y si al viajero se le abre el apetito, existen innumerables restaurantes y bares donde probar sabrosa y auténtica comida criolla sin arruinarse.
Más información en la nueva guía Lonely Planet de Islas del Caribe y en lonelyplanet.es.
Como en muchas islas caribeñas, los jardines botánicos son un plus. En este caso, los Dominica Botanic Gardens eran un florido paraíso tropical antes de quedar arrasados por los huracanes David, en 1979, y María, en 2017, pero aún acogen a más de 50 especies de plantas autóctonas, entre ellas la bwa kwaib (Sabinea carinalis), así como el ave nacional de Dominica, el loro imperial. Desde el jardín, en unos 20 minutos caminando por una senda, se puede llegar a lo alto del Morne Bruce para disfrutar de la mejor vista de la isla.
La otra visión de Dominica es la que nos llevamos visitando el pequeño Dominica Museum, instalado en una antigua oficina postal: una reunión de objetos históricos y culturales en la que hay un poco de todo, de mapas antiguos grabados a instrumentos musicales de sus primeros habitantes y otros artículos de los nativos kalinagos. Detrás del museo se halla la Old Market Square, una plaza de adoquines junto al museo marítimo, donde en el pasado se subastaban los esclavos y hasta se ejecutaban. En 1988 se restauró y actualmente es un bullicioso mercado donde los artesanos venden productos como cestas, joyas, aceites esenciales y jabones.
El carnaval de Roseau, Mas Domnik, se conoce como “The Real Mas”, es decir, “el auténtico”, por su fidelidad a la tradición carnavalesca. Se celebra antes del Miércoles de Ceniza, en febrero o a principios de marzo. Empieza con concursos de calipso y reinas del carnaval. El Ole Mas, tradición posterior a la emancipación de la esclavitud, comienza el lunes después de J’ouvert, la fiesta callejera al amanecer que señala el comienzo del desfile. Los bwa bwa (caminantes sobre zancos) y el negre mawon (esclavo fugado) se agotan en la calle al son de las bandas lapeau kabwit.
Además del carnaval, la isla celebra otro gran evento anual: el World Creole Music Festival, dedicado a la música tradicional dominiquesa. Todos los años, desde el último viernes de octubre, un elenco de superestrellas internacionales de la música criolla, africana y caribeña ofrecen tres grandes noches de actuaciones.
La inmersión en la cultura dominicana se completa con su cocina, claramente caribeña con platos como los titiwi accras (buñuelos de bacalao), plátano especiado y otras deliciosas recetas locales.
El poder del agua en medio de la selva
La capital está rodeada por un imponente paisaje de selva tropical y cascadas. El valle de Roseau, al este de la ciudad, está jalonado de paradas como las cataratas Trafalgar que hay en medio de este precioso valle verde o Wotten Waven, un pueblecito famoso por sus terapéuticos manantiales sulfurosos. No hay mucho que hacer por aquí, aparte de escuchar a los pájaros, el agua de los arroyos, las hojas de la selva tropical mecidas por la brisa fresca de la montaña. Tal vez sea la esencia de Dominica y la razón por la que detenerse en este rincón del Caribe y no en otro.
Las Trafalgar Falls merecen la foto: son dos altas cataratas que fluyen en paralelo. Se puede ver el espectáculo desde el mirador tras un fresco paseo de 15 minutos por la selva tropical. Las cascadas son Papa (a la izquierda) y Mama (a la derecha), cada una con sus peculiaridades. Papa domina el imponente paisaje con sus 38 metros de altura, mientras que Mama, con 23 metros, genera un potente chorro de agua y uno puede bañarse a sus pies.
El poder sanador del agua (caliente en este caso) lo descubrimos en un spa muy especial: Ti Kwen Glo Cho, que significa “rinconcito de agua caliente” en criollo, y está en Wotten Waven, un pueblo a 20 minutos en coche de Roseau, que hace honor a su nombre: grandes piscinas de piedra de aguas curativas rodeadas de vegetación con frescos manantiales cerca. Como el spa abre hasta tarde, se puede disfrutar de un relajante baño a la luz de la luna. Otra opción es sumergirse en el Tia’s Hot Spa, a 10 minutos a pie del anterior spa, con tres piscinas exteriores de buen tamaño y dos privadas en cabañas de bambú. Tras un día de excursión, apetece remojarse en un jacuzzi. Tiene un bar restaurante y bonitas casitas de bambú en un jardín florido.
Los acantilados rojos de ‘Piratas del Caribe’
El mayor aeropuerto de la isla está en la costa norte, su zona más turística. Sus señas de identidad son los acantilados rojos, sus imponentes arrecifes y sus ríos, que serpentean entre manglares y cocoteros. No es de extrañar que en este lugar se rodaran muchas escenas de Piratas del Caribe. Y también es aquí donde se encuentran las mejores playas de la isla: solitarias calas de arena blanca o bahías ribeteadas de palmeras. La bonita Batibou Beach, dentro de la Hampstead Estate —una antigua plantación de limas—, es especialmente genial para nadar. Y si buscamos pueblecitos pesqueros con encanto, el mejor es Calibishie, blanco y destacando contra los montes cubiertos de selva tropical.
Al este de Calibishe se alzan las Red Rocks, unos acantilados de color rojizo que se adentran en el mar. El color es fruto de la oxidación mineral provocada por la exposición al sol y el agua marina. Puede que en su día estuvieran habitados, pues hay pequeñas cuevas entre la superficie lisa, petroglifos y escaleras talladas en la roca. En un día despejado se pueden ver desde lo alto las islas de Marigalante, Los Santos y Guadalupe. Un encargado oficioso (que suele andar por la zona pidiendo donativos para su conservación) improvisa clases de historia.
A menos de 10 minutos en coche está la Pointe Baptiste Estate Chocolate Factory, un negocio familiar que elabora chocolate de primera con especias propias de la cocina de las Indias Occidentales, como canela, nuez moscada y clavos. Su circuito inmersivo muestra cómo el cacao se transforma en tabletas de chocolate, trufas y pepitas. En la finca, de 10 hectáreas, hay también una lujosa mansión de la década de 1930 con su mobiliario original, obras de arte y una biblioteca. Desde la gran cama doble de la cabaña frente al jardín los huéspedes pueden contemplar las estrellas.
En tierras de kalinagos
Los kalinagos, originalmente conocidos como caribes, son un pueblo indígena de las Antillas Menores que descienden de los primeros pobladores del Caribe y residen principalmente en la región nororiental de Dominica. Apenas son unos 3.000 habitantes y su territorio pertenece a toda la comunidad, administrada por un consejo de seis personas encabezado por un jefe. Lo fundaron las autoridades coloniales británicas en 1903 y ocupa 1.500 hectáreas. La propuesta de los kalinagos para los visitantes es hacer un circuito guíado, orientado a conectar de forma genuina con su cultura e invitan a zambullirse en las vivencias de los pobladores originales. Además, generan fondos para la comunidad, situada en una de las regiones más desfavorecidas de Dominica desde el punto de vista económico y social.
Barana Auté significa “pueblo junto al mar”. Es el poblado de los kalinago, en la cima de un acantilado con vistas sensacionales del océano. El poblado, un museo al aire libre, recrea una comunidad kalinago tradicional y la vida antes de la colonización europea. Los ajoupas son concentraciones de casitas de madera que rodean un karbet comunitario en el que solo se alojan a hombres kalinagos. Hay canoas hechas de madera de tabanuco, y en el karbet principal se celebran actuaciones diarias de bailes, teatro y música kalinagos. También se puede observar a un maestro artesano en su taller y conocer su oficio heredado de generación en generación. Quien se interese por el legado indígena de la isla comprobará que es una experiencia auténtica y educativa y no un mero espectáculo para turistas.
Nada más salir de la frontera norte del territorio, la Pagua Rock se alza sobre el valle del río Pagua. Según el folclore kalinago, esta roca de 18 metros alberga un espíritu mítico, y quien subía las escaleras que llevaban a la cima tenía buena suerte. Pero la leyenda más curiosa es la de una florecilla blanca que solo brota una vez al año y tiene el poder de controlar la mente.
El parque nacional Morne Trois Pitons
En 1975, el Gobierno declaró zona protegida el parque nacional Morne Trois Pitons, de casi 7.000 hectáreas. En 1997 fue nombrado patrimonio mundial de la Unesco por su excepcional valor universal y características naturales únicas. El Trois Pitons, el volcán más destacado dentro de los confines de este parque cubierto de verde, se alza imponente a 1.781 metros, con una vista soberbia de la exuberante selva tropical circundante que incluye los picos de Morne Micotrin, Morne Watt y Morne Anglais, al sur.
Este es también hogar del Valle de la Desolación, un erial con un conjunto extraordinario de fumarolas y fuentes termales. Y entre todo este original paisaje, destaca su gran icono turístico: el lago Boiling, formado por el derrumbe de un cráter volcánico, uno de los mayores de su clase en el mundo. Por el camino sale al encuentro la belleza surrealista de Titou Gorge, un estrecho barranco con aguas cristalinas. El duro y a veces tortuoso ascenso vale mucho la pena por sus vistas ininterrumpidas al norte y el oeste. Son sies horas de exigente ascensión (ida y vuelta) por abruptas rocas resbaladizas y laberintos de raíces, así que solo es para excursionistas curtidos.
Otra gran caminata lleva a Middleham Falls, una de las cataratas más altas del Caribe, con nada menos que 60 metros. La ruta está bien señalizada, pero el descenso hasta el agua está lleno de barro y escaleras. Y para darse darse un chapuzón en la Titou Gorge (“pequeña garganta” en criollo), cerca del pueblo de Laudat, hay que recorrer un angosto pasaje formado por dos paredes de roca volcánica. Hay que seguir al noreste de Pont Cassé hasta Emerald Pool, una estrecha columna de agua que cae 12 metros para formar una poza de un vivo color verde que está rodeada de rocas cubiertas de musgo y enredaderas. Cuando el sol se filtra entre los árboles y toca el agua, esta se vuelve esmeralda gracias a las algas subacuáticas.
Paraíso para el buceo y el senderismo
El sur de la isla es tranquilo, pero no deja de ser fascinante. La península de Scotts Head es una franja de tierra en la cima de un volcán inactivo que surge del lecho marino, un fenómeno geográfico permite situarse entre el mar Caribe y el océano Atlántico.
Soufrière Bay, cerca del extremo sur de la isla, es el destino de buceo más popular y está considerado uno de los mejores del Caribe. Los submarinistas coinciden en que el Champagne Reef es uno de los arrecifes caribeños más fascinantes y singulares. La actividad geotérmica de la zona ofrece una aventura subacuática inolvidable.
Y es también en esta zona del sur donde se encuentra otro de los iconos de la isla: la pista más larga del Caribe para hacer senderismo. El Waitukubuli National Trail: 184 kilómetros desde el pueblo sureño de Scotts Head hasta la punta más septentrional de Capuchin, un sendero de larga distancia que atraviesa la selva tropical y ríos cristalinos y se adentra en el imponente paisaje del corazón de Dominica. El nombre del camino deriva del nombre kalinago de la isla. Se acabó en 2011 y serpentea por los magníficos bosques lluviosos y cataratas, desde las altas y atronadoras Trafalgar Falls hasta las preciosas Middleham Falls. El recorrido permite un vistazo a las dinámicas comunidades locales y la posibilidad de sumergirse en sus tradiciones, folclore y su deliciosa cocina. No hace falta recorrerlo todo: se puede escoger uno de los 14 segmentos en que se divide. Cada uno tiene sus dificultades y van desde los que ofrecen una placentera salida familiar hasta excursiones más duras, pero todos pueden cubrirse en un día. La ruta entera requiere unas dos semanas. Está abierto todo el año, pero la mejor época para visitarlo es en la estación seca (de febrero a abril) y la mejor experiencia se tiene contratando a un un guía autorizado, pues ciertos tramos atraviesan montes aislados, selva frondosa y regiones inhabitadas.
Portsmouth, la capital fallida
La segunda mayor ciudad de Dominica está situada en el río Indio, en Prince Rupert Bay, en la costa noroccidental. Es el punto perfecto para completar el viaje. En un principio debía de haber sido la capital, pero debido a un brote de malaria esta se trasladó a Roseau. En 2017, los fuertes vientos y las lluvias torrenciales del huracán María devastaron Portsmouth y destruyeron edificios, hogares e infraestructuras, y dejaron a su paso un inhóspito y sombrío paisaje. Hoy la ciudad sigue sumida en su restauración. Sin embargo, ofrece muchas actividades; para aventureros, para entusiastas de la historia, para amantes de la naturaleza y para los que solo buscan relajarse.
El parque nacional Cabrits es una preciosa reserva natural en la que el río Indio corre a la sombra de los manglares rodeado de frondosa vegetación, ideal para deslizarse por el agua en un plácido silencio. El parque es una hermosa península que ocupa más de 526 hectáreas. Su nombre deriva de cabri (“chivo” en francés), pues se cree que en el pasado los marineros llevaron cabras a la isla como sustento. Está situado entre picos volcánicos extintos y ofrece una vista ininterrumpida de la playa a sus pies, y además es la última parada del Waitukubuli Trail. Su joya es Fort Shirley, un fuerte que los británicos construyeron dentro de un cráter volcánico en 1765 para defender la isla de invasores. Su situación estratégica ofrecía vistas panorámicas de la costa norte, lo que facilitaba ver al enemigo en la distancia. El cuartel, los barracones y el polvorín originales son un museo que muestra la historia militar del fuerte, incluida una revuelta de soldados esclavizados en 1802.
Navegar por el río Indio, el más famoso de los 365 que recorren Dominica, es la forma más relajante de apreciar su naturaleza. El viaje de hora y media (ida y vuelta) en barco brinda la oportunidad de ver garcetas, cangrejos, iguanas, colibríes y otros animales. Las nudosas y entreveradas raíces del bwa mang (“árbol dragón”) trepan por la orilla y crean un impresionante escenario. La ruta pasa por la choza de Tía Dalma: los fans de Piratas del Caribe la reconocerán. Y el Bush Bar también se cuenta entre sus paradas.
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