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Noruega sin fiordos: una escapada por el interior del país, la región que los turistas no suelen visitar

La ciudad olímpica de Lillehammer, espectaculares parques nacionales donde practicar senderismo o rafting, museos y centenarias iglesias de madera sorprenden a los viajeros que se apartan de las típicas rutas

Noruega
Las espectaculares vistas desde lo alto de la cresta montañosa de Besseggen, en el parque nacional Jotunheimen (Noruega).Alamy Stock Photo

Por el centro de Noruega los viajeros suelen pasar deprisa, siempre de camino a los fiordos del oeste o el norte ártico. Pero muchos no saben lo que se pierden: en el interior del país la naturaleza es la protagonista absoluta y aquí están algunos de sus mejores parques nacionales (Jotunheimen, Rondane, Dovrefjell-Sunndalsfjella y Hardangervid­da). Otra propuesta atractiva y diferente es la observación de fauna: renos en Hardangervid­da, bue­yes almizcleros en las altu­ras de Dovrefjell-Sunndalsfjella, que en verano se puede combinar con el senderismo por pistas que llegan a lugares preciosos con los que muy pocas zonas de Noruega pueden rivalizar. Y, por si falta algo más, también se puede prac­ticar el mejor rafting de aguas bravas del país.

Pero para muchos, lo mejor de esta región menos turística son las rutas panorámicas por carreteras que los noruegos han construido desafiando a la naturaleza, y que llevan a lugares donde en pocos países habría carreteras, ya sea por altas montañas o valles remotos en busca de personajes de leyenda. Todo ello coexis­te con dos ciudades encantadoras: Lillehammer, junto a un lago, y Lom, más un pueblo que una ciudad, con una iglesia de madera interesante y otros atractivos para descubrir la Noruega interior más auténtica.

Lillehammer: mucho más que esquí

Esta ciudad llena de encanto a orillas de un lago sería solamente un lugar más del centro del país si no fuera por los Juegos Olímpicos de Invierno de 1994 que cambió su historia. Los noruegos están especialmente muy orgullosos de su historia olímpica, y con razón: han acogido dos veces las Juegos de Invierno (Oslo fue ciudad ollímpica en 1952), y aunque la pobla­ción es solo de unos 5,5 millones de habitantes, los atletas na­cionales suelen encabezar el medallero. Por eso no sorprende que hayan hecho de la antigua sede olímpica una verdadera ciudad del esquí. Sus antiguas instalaciones se han transformado en lugares de interés. Algunos rinden tributo a los Juegos, como el Museo Olímpico. Otros, que al­bergaron pruebas de esquí, trampolín y bobsleigh, se siguen utilizando.

Información en la nueva guía de Noruega de Lonely Planet y en lonelyplanet.es.

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Pero a quien no le entusiasme el esquí también puede disfrutar: Lillehammer cuenta con uno de los mejores museos al aire libre de Noruega y un excelente parque de atracciones, hay mu­chos restaurantes y bares, muy animados por la noche y sobre todo durante la temporada de esquí invernal. La ciudad se extiende por un amplio valle, y el centro resulta especialmente agradable, al norte del lago Mjøsa. Detrás del lago, la ciudad asciende por las laderas de los montes con pistas de esquí que se adivinan entre granjas y bosques.

Una de las calles del centro de la ciudad olímpica de Lillehammer (Noruega).
Una de las calles del centro de la ciudad olímpica de Lillehammer (Noruega).Alamy Stock Photo

El Norges Olympiske Museum, al sureste, está a la altura de lo que uno espera en la capital del esquí: relata la historia de los Juegos, desde las Olimpiadas antiguas hasta la época moderna y es una celebración de los deportes de invierno, sin patriotismo. Probablemente, lo mejor son los carteles antiguos de JJOO de verano y de invierno y las presentaciones audiovisuales 180º en la sala de cine que transportan al espectador al interior de los Jue­gos con imágenes estupendas.

Sin ir muy lejos, hay otras antiguas sedes olímpicas, como Hafjell Skisenter, unos 15 kilómetros al norte de la ciudad, que vio las competiciones de esquí alpino y que hoy es una popular estación de esquí que en verano se reconvierte con pistas de ciclismo de montaña. Y a unos 50 kilómetros al norte de Lillehammer, la estación de esquí de Kvitfjell, que albergó las pruebas de esquí de fondo, atrae también a muchos esquiadores. En Hamar, 62 kilómetros al sureste de Lillehammer, el bonito estadio Vikingskipet evoca un barco vikingo al revés y acogió el patinaje de velocidad en 1994. Ahora, en los veranos abre al público para patinar sobre hielo. También las sedes que albergaron las competiciones de trampolín y bobsleigh los siguen usando residentes y visitantes.

Dos experiencias a toda velocidad

Lo más famoso de Lillehammer es, sin duda, su trampolín, que ha quedado allí como homenaje olímpico. Tanto en él como en las pistas de bogsleigh es posible experimentar qué siente un atleta cuando se enfrenta a la altura y a una velocidad de vértigo.

Comenzamos por el trampolín: una pista lleva desde detrás del Museo Olímpico por un lar­go y lento ascenso por la zona conocida como Olympiapar­ken, donde se halla la plataforma de saltos de esquí de Lysgårdsbakkene, el sitio que más evoca la sensación de hallarse en los Juegos de 1994. La instalación se puede ver desde muchos puntos de la ciudad, y es la experiencia más accesible para quienes no tienen intención de esquiar por las pistas o bajar en bobsleigh. Se puede subir en un telesilla hasta lo alto de la platafor­ma, hacerlo caminando (son 952 empinados escalones) o subir en telesilla y bajar caminando, que suele ser la mejor opción. Las vistas desde lo alto de la plataforma son increíbles. Quienes sufran de vértigo, mejor que se abstengan de mirar hacia abajo: la empinadísima pendiente tiene 37,5º para salvar en un corto trecho de 136 metros (donde los atletas alcanzan velocidades que llegan a 86 kilómetros por hora). En una rampa paralela, más corta, suele haber aspirantes olímpicos entrenando. En Lysgårdsbakkene se celebró también la ceremonia inaugural de los Juegos y aún al­berga la torre de la llama olímpica.

Varios turistas visitan la plataforma de saltos de esquí de Lysgårdsbakkene, en Lillehammer.
Varios turistas visitan la plataforma de saltos de esquí de Lysgårdsbakkene, en Lillehammer.Alamy Stock Photo

También se puede probar la sensación de vértigo de descender montañas heladas en la pista olímpica de bobsleigh de Hunderfossen. Se puede elegir la opción lenta, en trineos de cinco pasajeros que alcanzan una velocidad máxima de 100 kilómetros por hora, pero también aumentar la velocidad en trineos de competición con los que se alcanzan los 130 kilómetros por hora: se llega abajo en solo 70 segundo. Pero tranquilos: un piloto profesional dirige el trineo. Aunque terrorífi­co, también resulta curiosamente adictivo y más de uno sube y baja varias veces, enganchado al subidón de adrenalina que produce.

Un viaje al pasado

En una colina sobre Lillehammer se puede hacer un viaje al pasado para ver cómo era la Noruega rural de hace cien años. El Museo Maihaugen, al aire libre, reúne 180 edificios de madera procedentes de todo el país que forman una encantadora aldea noruega de princi­pios del siglo XX. Como cualquier asentamiento no­ruego que se precie, hay una iglesia del siglo XIII, ca­sas y tiendas tradicionales con techo de tepe, oficina de co­rreos, escuela, cabañas de pesca y graneros. Y para hacerlo más creíble, actores volunta­rios que ejercen de juglares y cuentacuentos.

También se puede volver al pasado en Bjerkebæk, una antigua casa llena de recuerdos de Sigrid Undset, ganadora del Premio Nobel de Literatura en 1928. Los escandinavos presumen mucho de sus escritores, poco conocidos universalmente pero muy premiados y cada vez más traducidos. Otro ejemplo: en Aulestad, cerca de Lillehammer, se rinde homenaje a Bjørns­tjerne Bjørnson, que obtuvo también el Nobel de Literatura en 1903. Igual que el museo Maihaugen, estos rincones literarios muestran una Noruega muy di­ferente a aquella por la que se viaja. De regreso a la ciudad, el Lillehammer Kunstmuseum, diseñado por el estudio Snøhetta, destaca por su arquitectura y acoge obras de Edvard Munch, el más célebre de los artistas noruegos.

El exterior del Lillehammer Kunstmuseum, museo diseñado por el estudio Snøhetta.
El exterior del Lillehammer Kunstmuseum, museo diseñado por el estudio Snøhetta.Alamy Stock Photo

Pero el culmen de la literatura noruega es Peer Gynt, el personaje creado por el escritor Henrik Ibsen. La carretera que lleva su nombre, la Peer Gynt Vegen, traza el mítico viaje de Peer, y es una de las vías más espectaculares del país. Empieza en Skei y serpentea 60 kilómetros hasta Espedalen, subiendo a 1.053 metros por el camino, bordeando el lago Gålåvatn, y con vistas de los macizos de Jotunheimen y Rondane. Hay que leer el libro antes de recorrerla o, mejor aún, llevarlo consigo y seguir el desafortunado viaje del héroe a la inmortalidad literaria.

Para terminar el viaje en el tiempo, el colofón puede ser una travesía en uno de los barcos de vapor más antiguos del mundo por el lago Mjøsa. Tres días a la semana en verano se puede embarcar en el viejo Skiblad­ner, y navegar lentamente (casi cuatro horas) por el lago entre Hamar y Lille­hammer. Esta fabulosa embarcación se construyó en Suecia en 1856 y, pese a posteriores modificaciones, es fiel a la época dorada de los viajes en buques de vapor. En la travesía se contemplan las colinas de color verde intenso y, a lo lejos, se adivinan las montañas más altas.

Trysil, desconocido para turistas

Trysil, una población casi oculta, en un rincón tranquilo en la frontera entre Noruega y Suecia, apenas recibe turistas, al margen de los propios escandinavos, que saben bien lo que hacen: este pueblo es el epicentro de uno de los destinos de aventuras más infravalorados de Noruega. El esquí de invierno es la estrella, porque está en la base del mayor grupo de pistas de esquí del país.

Un niño en bici por un bosque en Trysil.
Un niño en bici por un bosque en Trysil.Alamy Stock Photo

Cuando se derrite la nieve, hay posibilidades de practicar barranquismo, piragüismo y equitación, aunque en verano la actividad estrella es el ciclismo de montaña: desde la ciudad salen al menos seis rutas ciclistas, que van de 6 a 38 kilómetros y en casi todos los hoteles y campings se pueden alquilar bicicletas.

En el hogar de los gigantes: Jotunheimen

Hacia el oeste, hacia la salida a los fiordos, el viajero encuentra un mundo de altas cumbres, glaciares, cañones, cascadas y lagos profundos. Estamos en el “hogar de los gigantes”. Cubierto de nieve gran parte del año, el parque nacional Jotunheimen resulta un curioso paisaje que alberga más de 275 dosmiles, como el Galdhøpiggen (2.469 metros, el pico más alto del norte de Europa), el hermoso Glittertind (2.452) y el Store Skagastølstind (2.403).

Dos excursionistas en el parque nacional Jotunheimen.
Dos excursionistas en el parque nacional Jotunheimen.Alamy Stock Photo

Pese a todas esas maravillas naturales, lo mejor de la región es su conjunto, con una majestuosidad única y uno de los espec­táculos naturales más imponentes de Noruega.

El verano dura muy poco, pero suficiente para que se pongan en marcha muchas actividades, desde esquí de verano hasta algunas de las pistas de senderismo más míticas y las carrete­ras más panorámicas de Noruega. Casi todas esas aventuras empiezan en la encantadora Lom y aca­ban a orillas de los fiordos.

A pie por pasos elevados: la cresta de Besseggen

Si solo se va a hacer una caminata en Noruega, que sea por la cresta de Besseggen, quizá la ruta más célebre del país, la que han recorrido generaciones de noruegos y cada año cerca de 60.000 turistas disfrutan de las espectaculares vistas desde lo alto de la cresta montañosa. En total es una caminata de seis horas desde el Memurubu Lodge a Gjendesheim, que incluye una travesía en ferri. Y en el camino, aparte de buenas vistas desde la meseta, no falta un pequeño lago glaciar con fabulosas panorámicas del lago Gjende, mucho más grande y de vivos colores debido a las toneladas de limo de los glaciares que recibe cada año.

Varios senderistas en la cresta de Besseggen.
Varios senderistas en la cresta de Besseggen.Alamy Stock Photo

Pero el camino continúa hacia la parte más empinada, hasta la cresta de Besseggen. Esta cumbre de agudos peñascos da su nombre y fama a la ruta. Está indicada sólo para excursionistas con experiencia, aunque no es tan terrible como parece (hay que trepar y no tener vértigo). En el punto más alto de la senda, Veslefjellet, se disfruta de la majes­tuosidad de las vistas antes de empezar el relativamente sen­cillo descenso a Gjendesheim. Si no se tiene mucha experiencia o no se quiere hacer solo, es recomendable unirse a una excursión guiada.

Lom: casas de piedra, una iglesia de madera y un chef de altura

La otra ciudad (o más bien pueblo) de visita obligada para los viajeros por el corazón de Noruega es Lom, un rincón encantador junto a un arroyo y rodeado de altas montañas. La visita estrella es su iglesia parroquial, la Lom Stavkyrkje, una iglesia medieval de mediados del siglo XII que resulta excepcional por tener dos naves y estar todavía en uso. Se visita sobre todo para ver sus frescos, pero se disfruta también solo contemplándola desde fuera. Y quienes se alojan en el Fossheim Turisthotell pueden contemplar desde algunas de sus habitaciones la imagen de la iglesia que parece casi flotar con las oscuras siluetas de las montañas detrás.

Detalle del exterior de la Lom Stavkyrkje, una iglesia medieval de mediados del siglo XII.
Detalle del exterior de la Lom Stavkyrkje, una iglesia medieval de mediados del siglo XII.Alamy Stock Photo

Otra de las atracciones de Lom es el Fossheim Stein­senter, un pequeño paraíso para aficionados y coleccionistas de minerales y fósiles raros, algunos traídos de los rincones más remotos del plane­ta. No falta, por supuesto, la tulita, la piedra nacional de Noruega, que aún se extrae en Lom. Otro museo, Norsk Fjell-museum, está dedicado a las montañas de Noruega y sirve como cen­tro de visitantes del parque nacional de Jotunheimen.

Pero Lom se está haciendo también un hueco como destino gastronómico. Arne Brimi, famoso y veterano chef noruego, vive en Vågåmo, a 30 kilómetros de Lom, y la zona, a la que ha apodado Brimiland, es el foco de su visión gastro­nómica. En los montes de las inmediaciones de Lom se ha­lla su lodge, Brimi Fjellstugu, que incluye también un café, una tienda de delicatessen y parrilladas nocturnas que mues­tran su talento. Se puede probar una versión más sencilla en Brimi Sæter, reinvención de una finca de montaña que ofrece cenas. Y en el mismo Lom está el prestigioso restaurante Brimi Bue, revestido de cristal y madera, al mejor estilo escandinavo. Este local, regentado por Dan-Robin Leirvåg y Tina Brimi, la hija de Arne, ofrece versiones innovadoras de clásicos noruegos que cambian según la estación. El reno, las bayas noruegas (las mejores del mundo, dicen) o la trucha de montaña, son algunos de los productos básicos de su carta.

Pero la fama de Lom como destino gastronómico se extiende más allá de la familia Brimi. El maestro panadero Morten Schaken­da ha abierto Bakeriet i Lom, conocida por sus panes na­turales, pizzas al horno de leña y, por supuesto, bollería so­berbia, baguettes recién hechas y bocadillos. Y hay quien se cruza todo el país y hace una larga cola solo para probar los bastones de canela.

Montañas perfectas y aguas bravas en Rondane

El parque nacional de Rondane es un pai­saje que Henrik Ibsen describió como “palacio sobre pala­cio”. Se puede caminar en busca del buey almizclero en las agrestes mese­tas, recorrer las vías de Romsdalen, un trayecto de enorme be­lleza, o empaparse en un descenso de rafting de aguas bravas por el río Sjoa. Todo es posible a un par de horas en coche de Jotunheimen.

Las montañas del parque nacional forman una de las cordilleras más bonitas de Noruega. Es un mundo de arroyos alpinos, montañas coronadas de nieve, valles profundos llenos de pinos y un silencio absoluto en las alturas. Y lo mejor es que las pistas de senderismo de verano están mucho menos frecuentadas que las de Jotunheimen. Por algunas rutas se puede ir en bicicleta de montaña por pistas que en invierno se convierten en pistas de esquí de fondo.

Una familia pasea durante el verano en el parque nacional de Rondane.
Una familia pasea durante el verano en el parque nacional de Rondane.Alamy Stock Photo

Pero además del senderismo, estamos en tierras de rafting, de experiencias salvajes en la naturaleza. Al conducir por el centro de Noruega, siempre se tiene la sen­sación de que tras los árboles aguarda un mundo natural y salvaje. Por ejemplo, el río Sjoa: apenas visible desde la carretera entre Lillehammer y Dombås, se precipita en cascadas entre colinas boscosas y cañones de paredes verticales.

Descubrir la iglesia de madera de Ringebu

En el interior de Noruega también hay experiencias más tranquilas, como cruzar Ringebu en coche y encontrar uno de los edifi­cios más encantadores de esta zona: en un prado por encima de la carretera, la iglesia de madera de Ringe­bu lleva en este lugar desde 1220, aunque hubo una versión anterior, apenas llegado el cristianismo. Su as­pecto actual es del siglo XVII, cuando se añadió la torre roja.

La iglesia de madera de Ringe­bu (Noruega).
La iglesia de madera de Ringe­bu (Noruega).Rosita So Image (Getty Images)

Su belleza no se debe tanto a las flo­rituras, como ocurre en otras iglesias de madera de Noruega, sino a la encantadora sensación que producen unas propor­ciones perfectas y unos intensos colores tierra en tonos rojo y marrón recortados contra el cielo azul y los verdes inten­sos del bosque que la rodea. Se puede pasear por los cuidados terrenos con lápidas de piedra y admirar el exterior de la iglesia antes de entrar en la penumbra casi claustrofóbica del in­terior. En vera­no a veces acoge conciertos de música folclórica.

Apenas unos cientos de metros colina arriba desde la iglesia, se halla otro tesoro histórico, el Ringebu Samlingene, un edificio de 1743 que sirvió como vicaría hasta 1991, un encantador complemento a la iglesia. Am­bas estructuras, con las laderas boscosas al fondo, componen la foto perfecta, sobre todo si brilla el sol.

En el ferrocarril panorámico de Rauma

En Noruega hay muchas rutas panorámicas por carretera y en ferrocarril y una de las mejores es la for­mada por los 114 kilómetros del ferrocarril de Rauma, entre Ån­dalsnes y Dombås. Prácticamente en cuando se deja Dombås se empieza a subir y en el paisaje se suceden bosques, valles, lagos y montañas, con esporádicas granjas aisladas y aldeas con estilizados chapiteles de iglesias y casas de ma­dera de colores. Es un trayecto que pasa por seis túneles y 32 puentes y que transcurre, melancólico, entre las nubes bajas de invierno y es­pectacular los días claros de verano.

El ferrocarril panorámico de Rauma sobre el puente Kylling.
El ferrocarril panorámico de Rauma sobre el puente Kylling.Alamy Stock Photo

Además de la ruta regular, de junio a agosto realiza dos tra­yectos turísticos más cortos con comentarios a bordo desde la estación junto al lago de Åndalsnes hasta Bjorli, a 600 metros de altitud, pero es más que recomendable rea­lizar todo el recorrido para apreciar este paisaje espectacular.

Un safari de bueyes almizcleros, gigantes prehistóricos

Nunca se olvida la primera vez que se observa un buey almizclero. Es como un gigante prehistórico, mezcla de bisonte y mamut lanudo y, de hecho, en Norteamérica su nombre inuit es oomingmak, que significa “animal con piel como un oso”. En Noruega, estas increíbles criaturas son uno de los representantes más carismáticos de su fauna.

En el centro del país, concretamente en el parque nacional de Dovrefjell-Sunndalsfjella, se organizan salidas desde Dombås para observar a los curiosos bueyes. Las ex­pediciones salen al amanecer y suben al altiplano donde deambulan manadas de estas grandes bestias peludas. El guía se acerca todo lo posible a ellas, teniendo cuidado, pues los bueyes almiz­cleros son sorprendentemente rápidos y ágiles cuando atacan, aunque, por lo general, suelen disponerse en una formación defensiva que les hace parecer un solo cuerpo. Si se les ve pastando en un claro, con el sol de la mañana reluciendo en sus cuernos, se notará la ma­gia oscura que emana de estos extraños animales.

Un ejemplar de buey almizclero en el parque nacional Dovrefjell-Sunndalsfjella.
Un ejemplar de buey almizclero en el parque nacional Dovrefjell-Sunndalsfjella.Alamy Stock Photo

Y cuando se conoce su historia de supervivencia, cada avista­miento resulta aún más interesante. Los moskusokse (bueyes al­mizcleros) desaparecieron del paisaje noruego hace unos 2.000 años debido a su caza indiscriminada para obtener su piel y carne. La especie pervivió en Canadá, Alaska y en la poco poblada Groenlan­dia y en la década de 1940 los conservacionistas reintrodujeron ejemplares groenlandeses en los parques nacionales de Do­vrefjell-Sunndalsfjella y de Femundsmarka, cerca de Røros. Hoy solo quedan unos 100 animales en Noruega.

Casi todas las salidas organizadas para ver bueyes almizcleros buscan también alces, el cér­vido más grande de Europa, que se encuentra por todo el país, desde los bos­ques del extremo sur hasta el cabo norte. Algunos de los mejores lugares para salir a ver alces están cerca de Oppdal y Dombås.

Hardangervidda, la meseta salvaje

La meseta de Hardangervidda no se parece a ningún otro lugar de Noruega. Es el parque nacional más grande (3.430 kilómetros cuadrados) del país, además de la zona con menos densidad de población y el hogar de la mayor manada de renos salvajes. Pero los datos solo cuentan parte de lo que convierte a Hardangervidda en un lugar tan especial. Mientras que en las montañas de Rondane y Jotunheimen llama la atención su forma escarpada, Hardangervidda destaca por su horizonte infinito, el clima imprede­cible que puede cambiar en un instante y su austera belleza. Este es el corazón salvaje de Noruega, donde la naturaleza predomina y marca una fronte­ra geográfica y psicológica entre el verde sur, el azul profundo de los fiordos y el norte helado. Se puede caminar durante días, cruzar glaciares, buscar fau­na salvaje…

Es un destino de senderismo ideal: amplio, salvaje y lleno de posibilidades. En un día claro de verano pa­rece que el horizonte no acabe nunca. Cuando lo envuelve la neblina, puede causar una experiencia extrañamente claus­trofóbica. Otras veces la fuerza bruta de la naturaleza cae con todo su peso sobre la tierra. Numerosas pistas cruzan la meseta en todas direcciones, pero las que mejor señalizadas están parten de Vøringfoss, Finse o Geilo. En muchas de estas rutas el mayor atractivo, aparte de las vistas panorámicas, es la soledad.

El lago Orteren, en el parque nacional Hardangervidda.
El lago Orteren, en el parque nacional Hardangervidda.Alamy Stock Photo

Para disfrutar Hardangervidda al máximo hay que plani­ficar bien y tener en cuenta que solo se puede practicar senderismo en julio y agosto y que en cualquier época del año pueden cambiar repen­tinamente las condiciones meteorológicas, incluso producir­se nevadas inesperadas.

Una de las experiencias más emocionantes son las caminatas por glaciares, como la que parte desde Finse por el glaciar Blaisen: se camina atado a una cuerda y no solo se pisan las márgenes sucias del hielo, sino también se cruza el glaciar con toda su complejidad. Mientras se camina, uno tiene que ir fijándose en las fisuras que parecen bajar has­ta el centro de la Tierra. También se explora una cueva hela­da e incluso se corona una gran cúpula de hielo que regala vistas soberbias. La zona resultará familiar a los fans de La guerra de las galaxias, pues aquí se filmaron las escenas del planeta Hoth de El im­perio contraataca.

Para alojarse en esta zona lo más auténtico son las cabañas del Den Norske Turistforening (DNT) para excursionistas. El DNT mantiene una red de 460 refugios o cabañas de montaña a un día de caminata entre sí a lo largo de los 20.000 kilómetros de rutas de senderismo en plena naturaleza noruega. Más de 400 tienen camas y el resto están reservados para comer, descansar o como refugio de emergencia. Los refugios de DNT van desde cabañas sin personal con dos camas a grandes alojamientos atendidos con más de 100 camas y famosos estándares de servicio.

En contra de la creencia popular, la mayor parte de los renos de Noruega no son salvajes. Las grandes manadas del norte pertenecen a los samis, que se desplazan con ellas de forma estacional en busca de pastos. Las manadas salvajes se hallan en Svalbard pero también en el centro del país: en el parque nacional de Reinheimen y en Hardangervidda, que alberga la mayor población.

La prohibición de cazarlos en la década de 1990 hizo que la cifra de renos en Hardangervidda alcanzara un nivel insostenible y en 1998 se contaban 19.000 ejemplares. Pese al tamaño de la meseta, los renos necesitan grandes zonas de pasto y muchos murieron de hambre en invierno. Las autoridades del parque han iniciado un programa de gestión de recursos para mantener la cifra de renos en invierno en torno a los 10.000. La excursión de dos días de Halne a Dyranut (vía Rauhelleren) es ideal para encontrar manadas.

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