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El otro Caribe: 13 paraísos sin masificaciones turísticas

De la isla de Anguila a San Vicente y Granadinas, viajes que prometen sol, playas de aguas azules, exuberante naturaleza, música caribeña, sabrosa gastronomía y una contagiosa visión despreocupada de la vida

Vista aérea de Sandy Island, una isla en Anguilla
Vista aérea de Sandy Island, una isla en Anguilla, un territorio británico de ultramar.Alamy Stock Photo

Barbados, Dominica, Martinica, Granada, Aruba… infinitas islas se dispersan en el Caribe. Más allá de las más grandes y conocidas que acaparan el interés de los turistas, hay todo un abanico de pequeños paraísos, cada uno con su propia cultura isleña, muy diferentes unos de otros, pero con denominadores comunes que los convierten en imanes seductores: promesas de sol, de arena blanca y aguas azules, música caribeña, gastronomía criolla llena de sabor y una contagiosa visión despreocupada de la vida.

Al margen del sol y playa encontraremos también enclaves marinos y aguas cálidas con una visibilidad excelente que entusiasman a los apasionados del submarinismo y el buceo con tubo, que pueden nadar entre arrecifes costeros, paredes verticales, pecios cubiertos de coral o galerías de arte submarinas. Y en tierra, aunque sorprenda a quien lo visite por primera vez, el Caribe es un destino maravilloso para realizar excursiones por todo tipo de paisajes, con vistas espectaculares y momentos de intimidad con la naturaleza. Muchas de estas islas están presididas por picos volcánicos envueltos por la niebla con temperaturas frescas y una vegetación exuberante, mientras que las zonas costeras invitan a rodear bahías recónditas, cruzar acantilados y darse refrescantes baños en sus playas más tranquilas.

Y luego está la arquitectura desde las llamativas fachadas de Curazao hasta las mansiones barrocas de La Habana Vieja, la arquitectura del Caribe es producto de una mezcla de influencias adaptadas a circunstancias complicadas y se conservan molinos de viento, túneles bajo antiguos fuertes o construcciones coloniales que nos hablan de su historia. Otra de las señas de identidad del Caribe es la música. De hecho, muchos de los géneros más populares del mundo surgieron del crisol de culturas de estas islas. Todo itinerario por la región acaba teniendo una inolvidable banda sonora compuesta por melodías oídas en taxis, chiringuitos, pistas de baile, fiestas de barrio y barbacoas. Hay centenares de islas, y todas son un acierto. Pero en este caso nos centramos en 15 pequeños paraísos que no son de los más turísticos de la zona.

1. Anguila: el paraíso diminuto tiene 33 playas

Esta isla diminuta tiene nada menos que 33 interminables playas, todas con aguas turquesas, arenas doradas y turistas cóctel tropical en mano mientras las olas les acarician los pies. Relax absoluto garantizado en cualquiera de sus playas, disfrutando de refrescantes chapuzones, sabrosos almuerzos tipo barbacoa y cálidos ritmos isleños. En sus poco más de 100 kilómetros cuadrados se podremos elegir donde tumbarse: en la parte sur, con vistas a las onduladas monta­ñas de San Martín, o la norte, con vistas al mar. Un equilibrio perfecto entre deleite y privacidad convierte a An­guila en el patio de recreo de muchos ricos y famo­sos. Si nos animamos a dejar la arena, podremos bucear con tor­tugas marinas y peces de colores, hacer submarinis­mo entre pecios o llegar a calas recónditas en ka­yak.

Más información en la nueva guía Islas del Caribe de Lonely Planet y en lonelyplanet.es.

Probablemente la cala más bonita y pequeña de la isla es Little Bay, una diminuta medialuna de arena rodeada por acantilados de piedra caliza, fascinantes cuevas marinas y el precioso azul del Caribe. Eso sí, no es accesible por tierra: para llegar hay que alquilar un kayak y material de buceo en Crocus Bay, y remar unos 15 minutos hacia el este por un impresionante tramo costero bordeado de acantila­dos.

Playa entre acantilados en Little Bay (Anguilla).
Playa entre acantilados en Little Bay (Anguilla).Alamy Stock Photo

Y si Anguila nos parece demasiado grande, se puede pasar un día en uno de sus diminutos islotes buceando y comien­do langosta, pescado y costillas a la parrilla. Por ejemplo, en Sandy Island, que es poco más que un banco de arena rodeado de aguas cris­talinas y arrecifes llenos de vida. Es la imagen de la isla desierta por ex­celencia, salvo por el restaurante que sirve sabrosa comida caribeña y ponche de ron.

2. Antigua y Barbuda, tranquilidad en las islas de Sotavento

Antigua es puro Caribe, pasado por acento inglés: casas e iglesias color pastel, tranquilidad, con dosis de ron y lugares llenos de encanto. Su sinuosa costa es una sucesión de pequeñas calas bañadas por aguas azules, y sus bahías recogidas han servido de refugio des­de al almirante Nelson hasta a piratas y navegantes. Quienes consigan levantarse de la tumbona descubrirán un inconfundible aire inglés en su ca­pital, Saint John, o en los his­tóricos fuertes y demás vestigios de su pasado colonial. El aire más caribeño se puede disfrutar en las noches del domingo en las fiestas-barbacoa en Shirley Heights, que comienzan con la puesta de sol y grandes vistas de English Harbour, y terminan con reggae en directo.

Un atardecer desde el famoso punto de Shirley Heights, en Antigua.
Un atardecer desde el famoso punto de Shirley Heights, en Antigua.Alamy Stock Photo

Barbuda, la isla hermana de Antigua, 50 kilómetros al norte, es mucho más agreste. Además de su historia de propiedad comunal de tierras y cuidado responsable de su belleza natural, también conserva su esen­cia cultural única, muy diferente de la de Antigua. Su población, unas 1.300 per­sonas, sigue recuperándose del huracán Irma, que en 2017 requi­rió la evacuación de sus habitantes y arrasó gran par­te de esta frágil isla con muy baja altitud. Sus extraor­dinarias playas no se vie­ron afectadas, así que quie­nes deseen relajarse en arenas blancas, bucear en arrecifes vírge­nes y observar los famosos rabihorcados deberían visitarla sin dudar.

3. Las islas ABC: Aruba, Bonaire y Curazao

Aruba, Bonaire y Curazao son un trío de islitas ubicadas en el extremo meridional del Caribe. Llamadas coloquialmente “las is­las ABC”, podrían describirse como una mezcla un tanto explosiva de cultura y naturaleza. Hay desiertos salpicados de cactus a pocos kilómetros de pueblos decorados con grafitis, y arrecifes llenos de vida muy próxi­mos a los restaurantes vanguardistas y los mo­numentos históricos del litoral. Y, aunque comparten rasgos culturales, son tres experiencias distintas.

Aruba, la más pequeña de las tres, es también la más visitada, sobre todo por los norteamericanos en busca de escapadas tropicales. Está a solo 25 kilómetros de la costa de Venezuela y su población es una mezcla cultural de los Países Bajos, África, Sudamérica y Norteamérica. La isla se define con franjas de are­na nacarada, paisajes costeros muy diversos y una buena infraestructura turística.

Vista aérea de Baby Beach, en la isla de Aruba.
Vista aérea de Baby Beach, en la isla de Aruba.cdwheatley (Getty Images)

La modesta Bonaire llama la atención de sus visitantes por su acoge­dora atmósfera en tierra firme y sus espec­taculares paisajes acuáticos. Aquí están los arrecifes más sanos del Ca­ribe y se considera uno de los mejores lugares del mun­do para practicar buceo y submarinismo. Políticamente, es algo distinta de sus vecinas, ya que sigue siendo un municipio especial de los Países Bajos en vez de un país independiente. Las tradiciones de Bonaire están muy vivas en Rincón, la localidad más antigua y centro cultural de la isla.

Curazao mantiene con éxito el equilibrio entre destino urbano y orien­tado a la naturaleza. Su capital, Willemstad, mezcla pasado y presente con sitios patrimonio mundial de la Unes­co, restaurantes modernos y una animada vida nocturna. Fuera de los límites urbanos, la isla es una sucesión de playas bordea­das por acantilados, arrecifes coloridos y par­ques nacionales maravillosamente salvajes.

4. Barbados, días de playa y ron

Barbados es famosa en todo el mundo por sus playas, y desde luego da la talla con su fina are­na blanca en el sureste, sus bahías doradas con aguas como espejos en el oeste y la agreste na­turaleza de la cos­ta atlántica. Por su parte, el interior ofrece jardines llenos de flores, cuevas espectaculares y bodegas de ron de colores en los pueblitos.

La destilería de ron Mount Gay, en St Lucy Parish, en la isla de Barbados.
La destilería de ron Mount Gay, en St Lucy Parish, en la isla de Barbados.Alamy Stock Photo

Algo que no se ve desde el avión, pero que queda claro al aterrizar, es el ambiente que hace de Barbados mucho más que un destino playero. Con sus casi 400 años de historia, es la isla legendaria donde la caña de azúcar se transfor­mó en ron por primera vez, don­de los caballeros se hicieron piratas y cuya mezcla cul­tural ha dado una versión muy caribeña de la clási­ca idiosincrasia británica.

Todo esto lleva hasta los barbadenses, pacientes, amables y tran­quilos que se desviven para que los viaje­ros disfruten de su territorio tanto como ellos.

5. Islas Vírgenes Británicas y los piratas del Caribe

Las paradisíacas Islas Vírgenes Británicas son la meca mundial de la navegación a vela, y también sinónimo para muchos de lujo y glamur. Son cuatro islas principales y unos 50 islotes y cayos donde los vestigios graníti­cos de la actividad volcánica pre­histórica contrastan con algunos picos poblados de palmas platea­das y tamarindos. Pese a su prestigio, Tórtola, Virgen Gorda, Jost Van Dyke y la solitaria y periférica Anegada podrían califi­carse de modestas.

Más allá de los resorts, los viajeros in­dependientes aún pueden encontrar playas poco frecuen­tadas, a menudo junto a arrecifes de coral rebosantes de vida. Elogiadas como meta de submarinismo y buceo con tubo, también son excelentes para actividades en tierra firme como el excursionismo, la escalada en bloque y la búsqueda de objetos de valor en la playa (¡que también es un deporte!).

The Baths Beach, una de las atracciones turísticas en la isla de Virgen Gorda (Islas Vírgenes Británicas).
The Baths Beach, una de las atracciones turísticas en la isla de Virgen Gorda (Islas Vírgenes Británicas).Alamy Stock Photo

La imponente Tórtola es la isla de los surfis­tas, cuyo único objetivo es pasar largas jor­nadas en rompientes recónditos. La lujosa Virgen Gorda es un imán para fotógrafos y gas­trónomos. En la diminuta Jost Van Dyke, llamada “la isla de los descalzos”, no faltan chiringuitos ni historias de piratas. Y, lejos del res­to, las alargadas playas de arena con hamacas colgadas de uveros de Anegada aguar­dan a aventureros deseosos de explorar uno de los mayores arre­cifes del Caribe.

En el extremo oriental de Tórtola, conectado por medio de un puente corto, encontramos otro miniparaíso dentro de un miniparaíso: Beef Island, un manglar que es la cuna de la fauna y flora marina de las Islas Vírgenes Británicas, y un refugio para ejemplares jóvenes de tiburón limón o fauna propia.

6. Dominica, la isla de la naturaleza

Esta pequeña isla caribeña es una mezcla de selva tropical virgen, montañas imponentes, playas de arena negra y fenómenos geotérmicos. El lago Boiling, en el par­que nacional Morne Trois Pitons, es un cráter vol­cánico con burbujeante agua caliente y uno de sus mayores atractivos. No se puede viajar a Domi­nica sin visitar su maravilla geológica: el segundo manantial más grande del mundo, recuerdo del origen volcánico de la isla. Ofrece además muchas ac­tividades emocionantes y rincones tranquilos para empaparse de sol, pis­cinas naturales, fuentes termales y cataratas.

Senderistas en el en el par­que nacional Morne Trois Pitons, en la isla caribeña de Dominica.
Senderistas en el en el par­que nacional Morne Trois Pitons, en la isla caribeña de Dominica.Alamy Stock Photo

Esta isla cubierta de bosques también tiene una enor­me cantidad de ríos, uno para cada día del año. El Indio es el más ancho y se pude reconocer en una de las películas de la saga Piratas del Caribe. Otro sitio espectacular es el Waitukubuli National Trail, un sendero de 184 kilómetros que recorre Dominica pasando por pueblos costeros, cordilleras y espesos bosques lluvio­sos. En la isla también viven muchas espe­cies en peligro de extin­ción, como su ave nacio­nal: el loro imperial.

En Dominica todo es tranquilidad y eso la convierte en el destino ideal para relajarse y desconectar. No cuenta con playas interminables de arena blanca, pero sus espectaculares des­filaderos, sus ríos, sus cascadas y una intensa vegetación son atractivos más que suficientes.

7. Granada, la isla de las especias y del chocolate

A pesar de sus muchos encantos, la llamada “isla de las especias” del Caribe por sus grandes plantaciones —luce una vaina de nuez moscada en su bande­ra— no es demasiado turística y se mantiene como un destino auténtico que no ha perdido su encanto. Quienes se animan a incluirla entre sus destinos caribeños, suelen regresar una y otra vez, por sus magníficas playas de arena blanca, un frondoso bosque interior y además una historia interesante que se complementa con buena comida.

Saint George, la capital, con sus edificios de colores que dominan un antiguo y ele­gante puerto, es una de las ciuda­des con más encanto de la re­gión, y las zonas rurales de la isla están lle­nas de rutas de senderis­mo, cataratas ocultas, la­gos tranquilos e incluso artefactos de la Guerra Fría abandonados tras la invasión estadounidense en 1983. Además de las especias, también es conocida mundialmente por su cacao, así que el chocolate es otro de los productos estrella y las plantaciones de cacao y las fábricas de chocolate se han convertido en visitas turísticas.

Saint George, la capital de la isla de Granda, vista desde el mar Caribe.
Saint George, la capital de la isla de Granda, vista desde el mar Caribe.Alamy Stock Photo

Hay buenas playas en toda la isla, pero las más bonitas están en el suroeste, donde Grand Anse ocupa un lugar de honor: 2,5 kilómetros de finísima arena que se hunde en unas aguas azul brillante, con frondosas montañas como telón de fondo.

Y si Granada ya parece tranquila, Carriacou lo es mu­cho más. La segunda isla más gran­de del país alberga algunas de sus mejo­res playas, pero ningún complejo hotelero, ni tampoco paran aquí los cruceros. Parece sacada directamente de otra épo­ca donde todo era mucho más simple, con un aletargado aire provinciano.

8. Guadalupe, el Caribe francés

Los turistas franceses lle­van décadas viajando a este paraíso ocul­to, y es que este departamento francés de ultramar cumple to­dos los requisitos para unas vacaciones perfectas en el Caribe. Con más de 12 is­las (seis de ellas deshabi­tadas), este archipiélago geográficamente diver­so reúne 270 playas y más de 50 cascadas.

El Gueule Grand Gouffre, en la isla de Marie-Galante (Guadalupe).
El Gueule Grand Gouffre, en la isla de Marie-Galante (Guadalupe).Alamy Stock Photo

Las dos islas principa­les, Bas­se-Terre y Grande-Terre, son muy diferentes y están separadas por un estrecho canal conocido como Rivière Salée (río salado). La primera es montañosa, con un exuberante bosque tropical, cascadas espectaculares, un volcán activo, playas de arena negra y dorada y aguas termales na­turales. Grande-Terre es una isla de piedra caliza más plana, con imponentes mirado­res y playas de arena blanca perfectas para nadar y el surf. Las dos están co­nectadas por dos puentes, mientras que al resto de islas del archipié­lago se llega en barco en 20-60 minutos. Si uno va de isla en isla, podrá disfrutar de las sofisticadas Les Saintes, famosas por su gastrono­mía; de la pro­ducción de ron de Marie-Galante, y de la agreste y virgen La Désirade.

Predominan los hoteles pe­queños y el alquiler de aparta­mentos, en un territorio en el que el turismo tiene poco peso y la cultura local, influen­cias francesas, africanas, indias y caribeñas.

9. Martinica, pueblos pesqueros y herencia francesa

Es territorio ultramarino fran­cés y una isla engañosamente pequeña de las Antillas Menores, con una rica oferta de actividades naturales y culturales. Lo primero que llama la atención al llegar es su exuberante vegetación, que incluye densa selva tropical, altas montañas y playas inmaculadas. El monte Pelée, un volcán que arrasó con la anti­gua capital de Saint-Pie­rre en 1902 y entró en erupción por última vez en 1932, se alza orgullo­so como recordatorio del violento pasado de la isla, cuyo origen volcánico aflo­ra en su abrupto terreno. Todo sin olvidar que estamos en la tierra de la emperatriz Josefina, la esposa de Napoleón Bonaparte, y a ella se le dedica también un museo y muchos recuerdos de los tiempos de las plantaciones y los esclavos.

La bahía de Saint Pierre, en la isla de Martinica. Al fondo, vista del monte Pelée.
La bahía de Saint Pierre, en la isla de Martinica. Al fondo, vista del monte Pelée.Alamy Stock Photo

La cultura de la isla es una mezcla de sus legados africano, francés y antillano, y esto supone para el viajero la oportunidad de saborear una cocina francesa impregnada de los sabores de ingredien­tes y especias regionales, escuchar el soni­do inconfundible del zouk o intentar entender un fran­cés acelerado mezclado con acento criollo. La capital, Fort-de-France, es una metrópolis llena de vida, con un animado mercado, galerías de arte y museos sobre la cultura y la his­toria de la isla. Las fortalezas, las plan­taciones de azúcar y los barrios de esclavos ofre­cen un vistazo al pasado colonial que ayuda a com­prender la turbulenta historia de Martinica. Pero su presente está centrado en un nuevo panorama artístico, buenas destile­rías de ron y actividades al aire libre, como excursionismo, buceo con tubo y kayak.

La costa sur es particularmente impresionante, llena de playas de arena blanca que bordean las aguas turquesas del mar Caribe durante kiló­metros con Les Trois-Îlets y el bullicioso Pointe du Bout a la cabeza, este es sin duda el epicentro isleño del tu­rismo playero.

10. San Cristóbal y Nieves, un país de dos islas

San Cristóbal y Nieves están unidas por la proximidad, una compleja historia de dis­putada dominación colo­nial, prósperas planta­ciones de azúcar y si­militudes culturales. Son dos islas de paisajes preciosos que reciben muy poco turismo y que ofrecen buenas excursiones, playas para tomar el sol y muchas opor­tunidades de relajarse y pasarlo bien con la calma. Sepa­radas por el estrecho de Narrows, estas dos islas son las cimas de una cordillera montañosa su­mergida. Sobre ambas se alzan majestuosos vol­canes, ya extinguidos y cubiertos de vegetación. Todavía se pueden visitar las ruinas conservadas de la fantástica fortaleza de Brimstone y de an­tiguas plantaciones.

La Fortaleza de Brimstone, patrimonio mundial de la Unesco (San Cristóbal y Nieves).
La Fortaleza de Brimstone, patrimonio mundial de la Unesco (San Cristóbal y Nieves).Westend61 (Getty Images/Westend61)

Pese a todas sus similitudes, tienen una atmósfera distinta. San Cristóbal es más grande y comercial, con una concu­rrida terminal de cruceros en Port Zante y varios resorts en expansión. En la zona llamada The Strip de Fri­gate Bay la actividad es incesante. Por el contra­rio, Nieves es más pe­queña y serena, ofrece todos los atractivos naturales y diversio­nes, pero sin aglome­raciones. Una carretera rodea la impo­nente montaña conectando los dispersos pueblos y granjas de sus laderas, y en sus costas hay espléndidas playas salva­jes. Pero la estrella indiscutible del espectáculo es el majes­tuoso pico Nieves. La montaña es un escenario precioso para el senderismo, el ciclismo y la exploración de todo tipo.

Por suerte, resulta fácil cruzar el estrecho de Narrows para disfrutar de estas dos bellezas.

11. Santa Lucía, la fotogénica isla de las arenas negras

Santa Lucía cuenta con todos los atracti­vos tropicales que cabe esperar: sol todo el año, arenas des­lumbrantes y aguas de un azul intenso. Pero también hay montañas verdes, cascadas abundantes y fauna y flora exó­ticas. Todo esto ayudó a que se le pusiera el sobrenombre de “la Helena de las Indias Occidentales”. En este fo­togénico destino uno puede desde lanzarse en tiro­lina por la selva hasta hacer excursiones a los célebres Pitons (dos enormes picos volcánicos que se alzan es­pectacularmente por encima del mar). Sus aguas transparentes son fantásticas para el sub­marinismo y el buceo, ya que se pueden ver arrecifes de coral y abundante vida marina.

Los célebres montañas Pitons de Santa Lucía.
Los célebres montañas Pitons de Santa Lucía.Alamy Stock Photo

Y luego está la cocina de la isla, basada en pescado y marisco, especias aro­máticas, verduras y un sinfín de frutas tropicales. Aquí hay un poco de todo, desde platos gourmet que combinan técnicas contem­poráneas con ingredientes locales como sabrosa comi­da casera en los restaurantes comunitarios y las camionetas de street food.

La música y la danza tradicionales, como la soca o el calipso, suenan en las celebraciones del año, como el carnaval, el Jounen Kwéyòl y el Saint Lu­cia Jazz and Arts Festival. Ade­más, la isla promociona las expe­riencias locales genuinas protagonizadas por los lugares emblemáticos, la gastrono­mía, el patrimonio cultural y los valores de los santalucenses.

12. San Martín: una isla, dos países

Con sus 87 kilómetros cuadrados, San Martín es la zona más pequeña del mundo com­partida por dos países: la isla está dividida en dos sectores, uno francés y otro neerlandés, Saint-Martin y Sint Maarten, respectivamen­te. Esta isla no solo es francesa y neerlandesa, sino un lugar multicultural que presume de su legado afro­caribeño y acoge a más de cien nacionalidades. Recibe el cariñoso apodo de SXM (por su código aeropor­tuario) y quienes la visitan disfrutan de su cocina de fusión, de las mezclas musicales que se escuchan por la calle, de una comunicación multilingüe y un rico mestizaje cultural.

Vista aérea de la ciudad de Philipsburg, la capital de Sint Maarten, la parte neerlandesa de la isla de San Martín.
Vista aérea de la ciudad de Philipsburg, la capital de Sint Maarten, la parte neerlandesa de la isla de San Martín.Alamy Stock Photo

San Martín se siente orgullosa de su mezcolanza de gentes y culturas, pero sus dos partes con­servan su inconfundible identidad. En Sint Maarten hay más coches, más casinos, más cruceros y más construcciones de todo tipo. En esta tierra del laissez-faire todo está permitido; ello es un vestigio de su vínculo con los Países Bajos. En cambio, Saint-Martin pone freno al urbanismo, como muestran sus casas bajas, playas inmaculadas y la­deras boscosas. En esta parte de la isla reinan la cocina, la moda y la len­gua francesas. Da la sen­sación de ser una Riviera Francesa en el Caribe. Por suerte, no hay control fronterizo entre ambos países, solo unas cuantas banderas a ambos lados de la calle, así que es fácil explorar todas las facetas de la bien llamada “isla amistosa”.

13. San Vicente y las Granadinas

Este poco visitado país consta de una frondo­sa isla principal, con fértiles tierras de cultivo que se extien­den desde las pendientes de un volcán amenazan­te hasta las pla­yas negras, y una se­rie de islitas resecas con playas de arena blanca y aguas luminosas. Su exótico nombre evo­ca el esplendor tropical. Al observar en el mapa la isla mayor, San Vicente, en forma de lágrima con una larga cadena de islotes al sur (al­gunos apenas un puntito en la inmensi­dad azul), cuesta no soñar con navegar hasta lugares inexplorados y tumbar­se bajo palmeras mecidas por el viento.

La isla principal recibe a muy pocos tu­ristas por la escasez de playas de arena blanca, pero resulta uno de los destinos más cautivadores de la re­gión. La rebelde San Vicen­te, una de las últimas islas del Caribe en sucumbir al control europeo, con­serva una marcada in­fluencia indígena; en su interior rural, la agricul­tura de subsistencia y el humo del cannabis consti­tuyen un estilo de vida. Su verde interior selvático es como un enorme jardín tropi­cal encantado, mientras que en el norte se alza el majes­tuoso —y muy activo— volcán La Soufrière, con su cima envuelta en nubes blancas. Además de caminatas estupendas, aquí esperan cascadas, enigmáticas tallas indíge­nas y baños en piscinas naturales.

El cráter del volcán La Soufrière, en la isla de San Vicen­te.
El cráter del volcán La Soufrière, en la isla de San Vicen­te.Alamy Stock Photo

A escasa distancia por mar, las Granadinas parecen otro mundo. Ha­bitadas por pescadores humildes y marine­ros curtidos, estas islas utópicas son idea­les para satisfacer fantasías que uno creía irrealizables en la era del turismo masivo. Como ejemplo, Mayreau, diminuta isla cubierta de palmeras con una enorme belleza, que permanece casi sin explotar: es la imagen idílica de las Granadinas y pese a tener algunas de las mejores playas y aguas para bucear de las islas de Barlovento sigue siendo desconocida fuera del país. Con un puñado de vehículos, ningún aeropuerto ni resort y contados habitantes, se trata del destino caribeño ideal para viajeros independientes que desean huir de las aglome­raciones.

Un hombre haciendo esnórquel en las aguas de la isla Mayreau, en las Granadinas.
Un hombre haciendo esnórquel en las aguas de la isla Mayreau, en las Granadinas.Flavio Vallenari (Getty Images)

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