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¡Ave, Roma! Las cinco ciudades romanas más impresionantes de España y otros seis yacimientos arqueológicos emblemáticos

Teatros, templos, calzadas, foros, acueductos y mosaicos son el hilo conductor de un viaje por la antigua Roma sin salir de España. Las antiguas Tarraco, Cartago Nova, Itálica, Augusta Emerita y Lucus son enclaves en los que se puede revivir el Imperio romano, casi como era hace 20 siglos

Puente del Diablo
El Puente del Diablo, acueducto construido para llevar agua desde el río Francolí a la ciudad romana de Tarraco, la actual Tarragona.#Aleksandrs Tihonovs (Getty Images)

Los romanos llegaron a la Península el año 218 antes de Cristo y se suele decir que estuvieron siete siglos, aunque, en realidad, nunca se fueron. Aquí dejaron decenas de grandes monumentos, magníficas ciudades, calzadas, puentes, acueductos y algún legado intangible sin el cual no se podría entender lo que somos, como la base del castellano o de las leyes españolas. Pero lo más impresionante de su herencia es que, dos mil años después, se pueden observar todavía sus huellas y reconstruir cómo vivían los romanos cotidianamente, sobre todo en algunas ciudades que siguen conservando magníficamente sus trazas urbanas.

Más información en la guía Lonely Planet ‘En ruta por España y Portugal’ y en lonelyplanet.es

Tarragona, Mérida, Itálica (en la sevillana Santiponce), Cartagena o Lugo son las que mejor nos hablan de aquella civilización. Algunas de ellas hace muy poco que han recuperado sus monumentos romanos, sepultados durante siglos bajo otras capas posteriores de diversas culturas y ocupaciones. Es el caso de Tarragona o Cartagena, hoy convertidas en destinos culturales de primer orden. Otras, como Mérida o Itálica, mantuvieron siempre a la luz los restos de aquel imperio. En Lugo es su muralla, intacta, la que nos traslada a la época de los romanos.

Tarraco (Tarragona, Cataluña)

Tarragona es la ciudad perfecta para vivir una experiencia romana, porque los vestigios de la antigua Tarraco son generosos y abundantes. La capital de la Tarraconensis de los romanos llegó a tener 40.000 habitantes, y recorrerla ahora es casi como un viaje en el tiempo. Como destino de escapada urbana resulta también cómoda e interesante: su casco antiguo, que ocupa una colina, es un batiburrillo de construcciones medievales y romanas, y a sus pies se extiende la ciudad contemporánea, desde donde se puede cruzar la moderna pasarela sobre las vías del tren para bajar a la playa del Miracle.

Del pasado romano, destacan las murallas, el paseo arqueológico y el antiguo anfiteatro, este último, muy cerca del Mediterráneo y, probablemente, su edificio más icónico. Tiene una forma elíptica, fue destinado a espectáculos como luchas de gladiadores y conserva parte de las gradas, y en su centro, los restos de la iglesia románica de Santa María del Miracle, levantada en el lugar del martirio de San Fructuoso.

El famoso anfiteatro romano de Tarragona, declarado patrimonio mundial por la Unesco.
El famoso anfiteatro romano de Tarragona, declarado patrimonio mundial por la Unesco. Geraint Rowland Photography (Getty Images)

Las murallas son especialmente llamativas, como construcción más antigua de la ciudad y ejemplo de ingeniería militar. Conviene hacer una caminata por el Passeig Arqueològic, un sendero que rodea el tramo de las murallas romanas del siglo II a.C. y de las fortificaciones de los siglos XIV a XVIII que permite ver el Portal del Roser y las torres del Arquebisbe, de Cabiscol y de Sant Martí. Y para hacernos una idea de conjunto, en el edificio de la antigua Audiencia se enuentra la maqueta de la Tarraco romana: una reconstrucción en miniatura de la ciudad en el siglo II, época de su máximo esplendor. Y, por supuesto, nos queda el teatro, levantado fuera de la muralla, aprovechando la pendiente del terreno, como solía hacerse.

En realidad, en esta ciudad todo tiene sabor romano, incluso la plaza de la Font (la principal), presidida por el Ayuntamiento y repleta de terrazas, bares y restaurantes, que ocupa una cuarta parte de la arena del antiguo circo romano. Una visita al Museu Nacional Arqueològic de Tarragona nos dará las claves que nos falten para comprender la ciudad.

Para completar la visita, ya al margen de la influencia de la antigua Roma, es buena idea asomarse al pintoresco barrio marinero de El Serrallo, donde se subasta por la tarde el pescado que se captura de día. Hay restaurantes con encanto y se pueden degustar los mejores pescados y mariscos de la ciudad. Los productos frescos son también la clave del Mercado Central, situado muy cerca de la Rambla Nova, en un importante edificio modernista de 1915, que para los amantes de los mercados locales puede ser una referencia muy interesante.

Para vivir más a fondo el viaje al tiempo de los romanos, desde 1999, durante el mes de mayo, Tarragona celebra el festival Tarraco Viva: se realizan representaciones de reconstrucción histórica, conferencias, espectáculos musicales e incluso propuestas gastronómicas relacionadas con su pasado romano.

Cartago Nova (Cartagena, Región de Murcia)

Habitada ininterrumpidamente durante más de 2.000 años, Cartagena vivió durante muchos siglos completamente ajena al gigantesco legado monumental romano que escondía bajo su centro histórico. Durante casi dos milenios, la ciudad se fue construyendo y reconstruyendo sobre aquella Cartago Nova, primero cartaginesa, después romana, y sus edificios posteriores aprovecharon las piedras caídas de su antiguo y magnífico teatro romano, del anfiteatro, de los edificios del foro, de sus templos…

Hace apenas unas décadas que las excavaciones arqueológicas han vuelto a sacar a la luz sus joyas, en particular el teatro romano, descubierto en el año 1988 cuando se pretendió construir en su solar el Centro Regional de Artesanía. Desde entonces, se han podido recuperar las principales estructuras del Bajo Imperio (siglos IV y V) y esto incluye desde el teatro romano hasta mansiones particulares, como la casa de la Fortuna, calles como el antiguo Decumanus —orientado de este a oeste— o el parque arqueológico del Molinete ―con un registro arqueológico que va desde el siglo III antes de Cristo hasta el siglo XX―, protegido desde 2012 por una gran cubierta proyectada por el estudio de arquitectura Amann-Cánovas-Maruri.

Vista del teatro romano de Cartagena, en la Región de Murcia.
Vista del teatro romano de Cartagena, en la Región de Murcia. Craig Joiner/LOOP IMAGES (Loop Images/Universal Images Gro)

Recorriendo Cartagena hoy, se puede también bajar a los sótanos de un edificio moderno del centro para descubrir el interesante e impresionante templo Augusteum y también sorprendernos con otros muchos restos romanos repartidos por toda la ciudad. Todo es visitable, pero además, la recuperación arqueológica ha transformado por completo Cartagena y ha arrastrado a otras reformas, como la peatonalización completa del centro histórico, la rehabilitación de la muralla del siglo XVIII, la revalorización de su rica arquitectura modernista o la remodelación del puerto, ahora preparado para el turismo. Y todo ello con unas vistas fantásticas del que es uno de los mejores puertos naturales del Mediterráneo.

Una opción para contemplar la ciudad en su conjunto es tomarse un buen caldero en el restaurante El Chalé, en el Fuerte de Navidad, desde donde se contempla, a lo lejos, el puerto de Cartagena y detrás, la ciudad con el castillo de la Concepción (también de origen romano) dominando el conjunto.

Augusta Emerita (Mérida, Extremadura)

Entre todas las ciudades romanas en España, Mérida, en la provincia de Badajoz, es especialmente emblemática porque ha conservado el conjunto de ruinas romanas más impresionante de la Península, con joyas como su anfiteatro, su puente, el acueducto, el circo, templos e incluso viviendas particulares, que han ido saliendo a la luz en un trabajo arqueológico que se ha desarrollado a lo largo de muchas décadas. Esta ciudad fue fundada en el año 25 a.C. a petición del emperador Octavio Augusto para proporcionar tierras junto al Guadiana a los legionarios ya licenciados de las guerras cántabras. Hoy es capital de la comunidad autónoma de Extremadura, como ya fuera capital de la Lusitania romanas. El conjunto arqueológico es uno de los más extensos de España y está declarado patrimonio mundial por la Unesco desde 1993. Su teatro, espectacularmente bien conservado, es la sede desde hace siete décadas del Festival Internacional de Teatro Clásico, y su Museo Nacional de Arte Romano, del arquitecto Rafael Moneo, es desde hace décadas una visita imprescindible para todo el que se interese por la Historia.

Dicho todo esto, está claro que hablar de Mérida es hablar de los romanos. Pero aunque su patrimonio romano es abrumador y conforma una ciudad en sí misma, muchos visitantes se quedan exclusivamente en el teatro y el museo. Está también el puente romano, de 60 arcos, que cruza el río Guadiana; el templo de Diana, que se alza por sorpresa en mitad del centro de la ciudad moderna; o la alcazaba, una fortaleza por la que han pasado todos los ocupantes de la ciudad, desde los romanos y los visigodos hasta los musulmanes.

La visita clave es el conjunto del teatro y el anfiteatro. Al teatro se entra atravesando los oscuros túneles abovedados que dan paso al graderío. Allí no solo tenían lugar representa­ciones teatrales ante 6.000 personas, sino también reuniones de ciudadanos, asambleas electorales y hasta homenajes póstumos. Las gradas o cáveas están divididas en tres tramos, que acogían según su clase social a los diferentes espectadores. Una serie de arcos dan acceso al anfiteatro, de construcción posterior (año 8 a.C.), y al teatro, con capacidad para 14.000 espectadores. Acogía las luchas de gladiadores, que eran básicamente prisioneros de guerra, esclavos y delin­cuentes condenados a luchar hasta la muerte para entretenimiento del pueblo —aunque había también algunos hombres libres que elegían esta forma de vida—. En la arena aún hoy se da vida a espectáculos como Emerita Lvdica o el Vía Crucis de Semana Santa. Junto al recinto, al otro lado de la calle, está la Casa del Anfiteatro, donde se encontraron valiosos mosaicos en torno a un gran patio porticado que formaba parte de las casas primitivas. Y casi enfrente del teatro está la otra visita imprescindible: el Museo Nacional de Arte Romano, un impresionante edificio que alberga piezas únicas y muchas réplicas muy interesantes. Construido en ladrillo y con una impresionante iluminación natural, es una obra de arte en sí mismo, un edificio impresionante que evoca perfectamente la magnitud de los edificios romanos.

Interior del Museo Nacional de Arte Romano de Mérida (Badajoz), un proyecto del arquitecto Rafael Moneo inaugurado en 1986.
Interior del Museo Nacional de Arte Romano de Mérida (Badajoz), un proyecto del arquitecto Rafael Moneo inaugurado en 1986. Cristina Arias (Cristina Arias)

A la salida, hay que cruzar el puente romano, que forma parte de la Vía de la Plata, con su casi un kilómetro de longitud y sus 60 ojos, atravesando el Guadiana desde hace dos milenios. Y para dejar la ciudad, a las afueras, presidiendo el paisaje, una última mirada al acueducto de los Milagros, impresionante. Alrededor se ha creado un agradable paseo bajo el continuo crotoreo de las cigüeñas que han anidado sobre el monumento, que cuando cae el sol se ilumina y brilla como si fuera de oro.

Para hacer un alto y reponer fuerzas en medio de tanta visita, podemos parar por ejemplo en el restaurante Tábula Calda. Su pequeña puerta y su sencillo rótulo pueden pasar desapercibidos en la estrecha calle que comunica el templo de Diana y la alcazaba, pero dentro esconde un encantador comedor y una exquisita comida de kilómetro 0.

Itálica (Santiponce, Andalucía)

Pero la primera ciudad romana de todas en Hispania fue Itálica, fundada en el año 206 antes de Cristo como un lugar para que descansaran las tropas de Escipión el Africano y como residencia para veteranos de guerra. Estaba entre Hispalis (Sevilla) y otra ciudad romana, Ilipa, la actual Alcalá del Río. Con el emperador Augusto Itálica se desarrolló muchísimo y la ciudad nueva llegó a tener alcantarillado, servicios y las técnicas más avanzadas del mundo romano de ese momento. Aquí nacieron dos emperadores romanos, Trajano y probablemente también su hijo adoptivo y sucesor, Adriano. De aquella ciudad próspera quedan los restos de un teatro, unas termas, un acueducto y muchas casas de patricios. Era una ciudad de anchas calles empedradas y de viviendas construidas en torno a patios con bellos mosaicos. Las casas más importantes de las que han salido a la luz son la de los Pájaros y la del Planetario, con un mosaico que representa a los dioses de los siete días de la semana. Y, por supuesto, no podría faltar un gran anfiteatro, con capacidad para 20.000 espectadores.

Anfiteatro romano de Itálica, cerca de la localidad de Santiponce (Sevilla).
Anfiteatro romano de Itálica, cerca de la localidad de Santiponce (Sevilla). Education Images (Universal Images Group via Getty)

La visita del conjunto arqueológico de Itálica resulta magnífica y el simple paseo por lo que fueron sus calles, entre sus casas y edificios públicos, lleva rápidamente a otra época. La diferencia con otras capitales romanas es que en este caso la ciudad no tuvo continuidad, se abandonó definitivamente en torno al siglo XII.

Es una muy recomendable la excursión desde la capital andaluza, que se completa con el espléndido San Isidoro del Campo, un antiguo monasterio gótico-mudéjar fundado por Guzmán el Bueno, el héroe del cerco de Tarifa, que premia con una impresionante colección de arte.

Lucus Augusti (Lugo, Galicia)

La prueba de que los romanos no se contentaron con instalarse en el Levante o en el sur de la península Ibérica es la ciudad de Lugo, la ciudad gallega más antigua, fundada por ellos.

En el año 14 a.C., el magistrado Paulo Fabio Máximo fundó en nombre del emperador Augusto la ciudad de Lucus Augusti. Lo hizo en un paraje estratégico: un lugar elevado junto al Miño, un río que, además, llevaba oro, ese codiciado metal por el que los romanos llegaron hasta el norte de la Península. El imperio romano explotó estas tierras y desarrolló una ciudad que, junto a Astorga (León) y la portuguesa Braga, conformó el corazón de la provincia de Gallaecia. Era un lugar importantísimo porque desde aquí se abastecían de oro las arcas del imperio. Sobre la ciudad romana se construyó la medieval y hoy, cada vez que se levanta una piedra dentro de la muralla, aparece un nuevo vestigio del Imperio, como el Mosaico de Dédalo y Pasifae o la Casa de los Mosaicos o Domus Oceani, que son los restos de una domus de finales del siglo III o principios del IV, que estuvo habitada hasta el V.

Un grupo de personas pasea por el adarve de la muralla romana de Lugo.
Un grupo de personas pasea por el adarve de la muralla romana de Lugo. Xurxo Lobato (Cover/Getty Images)

Pero lo más llamativo de Lugo es, sin duda, su muralla, levantada a finales del siglo III, cuando Roma comenzó a notar la amenaza de los pueblos bárbaros. Mide 2.226 metros de largo, con una altura media entre los 10 y los 15 metros. Es espectacular su grado de conservación, con 71 de las 85 torres que tenía. Su perímetro reúne el centro de la ciudad que durante siglos no creció fuera de este recinto. Pero lo más importante: es la única muralla romana que se conserva íntegramente en todo el mundo, lo que le ha llevado a ser considerada patrimonio mundial y a hermanarse con la Gran Muralla China.

El otro gran resto antiguo de Lugo es el puente romano, que salva el río Miño en la ruta que unía la ciudad con Bracara Augusta (Braga). Actualmente es peatonal y se puede caminar a un lado y otro del cauce, una zona catalogada como reserva de la biosfera, en la que hay una senda muy sencillita que se adentra en las riberas del río. Muy cerca del puente se pueden visitar los restos de unas termas romanas que se alojan dentro de un balneario (su acceso es gratuito).

Y puestos a hacer un alto, en Galicia siempre se come bien, pero aquí la recomendación es visitar la Confitería Madarro, en la calle Reina, toda una institución en Lugo. Presume de ser la pastelería más antigua de Galicia, inaugurada en 1891. La fama de sus exquisitos pasteles llegó incluso a la corte de Madrid y llegó a surtir a la Casa Real. Tiene tienda y salón de té, que permite disfrutar de los hermosos frescos del techo en los que los angelotes se tiran pastelillos. Otra cita clásica es el Café del Centro, en la plaza Mayor, con más de 100 años de historia y toda la atmósfera de los antiguos cafés: revestimiento de madera y cristaleras.

Segóbriga (Saelices, Castilla-La Mancha)

Salvando las distancias, podríamos considerar Segóbriga, en la provincia de Cuenca, como la Pompeya española, en versión modesta. Inicialmente fue un castro celtibérico que, tras ser conquistado por los romanos a principios del siglo II antes de Cristo, se convirtió en una ciudad romana. Aunque hoy permanezca en el olvido, fue importante en su época porque controlaba toda esa parte del interior de la meseta.

Ruinas de Segóbriga (Saelices, Cuenca), ciudad celtibérica conquistada por los romanos en el siglo II a. C.
Ruinas de Segóbriga (Saelices, Cuenca), ciudad celtibérica conquistada por los romanos en el siglo II a. C. JMN (Cover/Getty Images)

Actualmente es un yacimiento arqueológico muy interesante, porque al no contar con ninguna ciudad superpuesta se pueden entender muy bien las características urbanas de las ciudades romanas. El paisaje también podemos imaginarlo muy similar al de aquella época. En Segóbriga se pueden ver parte de sus calles o de la basílica, un templo de culto imperial y dos termas bastante bien conservadas. Se completa la visita con lo que queda de un inacabado circo, un templo dedicado a Dina, el acueducto y las canteras. Segóbriga está en Saelices, en Cuenca, muy cerca de la carretera de Madrid a Valencia (A-3), así que no hay excusa para no desviarse en algún momento a conocer esta ciudad romana.

Baelo Claudia (Bolonia, Andalucía)

A pocos kilómetros de la gaditana Tarifa, en la playa de Bolonia, encontramos los sorprendentes restos de la que fue una de las ciudades romanas más importantes de Andalucía, famosa en su tiempo por su producción de garum, el particular salazón de los romanos. Baelo Claudia fue fundada en el siglo II a.C. y llegó a convertirse en un importante enclave comercial de la Hispania romana. La pesca (especialmente de atún), las salazoneras y el comercio con el norte de África fueron sus industrias clave. La ciudad floreció sobre todo durante el reinado del emperador Claudio (años 41 a 54), pero comenzó a declinar en el siglo II y fue abandonada gradualmente tras un terremoto en el siglo III.

Columnas del templo de Augusto en el sitio arqueológico de Baelo Claudia, junto a la playa gaditana de Bolonia.
Columnas del templo de Augusto en el sitio arqueológico de Baelo Claudia, junto a la playa gaditana de Bolonia. Gonzalo Azumendi (Getty Images)

El yacimiento cuenta con un museo donde se pueden ver las piezas sacadas en las diferentes excavaciones, pero lo más interesante es visitar el conjunto arqueológico, en el que no faltan un foro porticado, una basílica, los restos de unas termas, los de un teatro y las fábricas de salazones que tanta fama le dieron.

Clunia Sulpicia (Peñalba de Castro, Castilla y León)

Al sur de la provincia de Burgos, cerca del pueblo de Peñalba de Castro, a poca distancia de Aranda de Duero, reposan los restos de la antigua ciudad romana de Clunia Sulpicia, una de las urbes más importantes de la Hispania romana, con estatuto de municipio romano desde el año 14, como demuestra el cuño de las monedas halladas. Tuvo hasta 30.000 habitantes.

Mosaicos de la antigua ciudad romana de Clunia Sulpicia, en la provincia de Burgos.
Mosaicos de la antigua ciudad romana de Clunia Sulpicia, en la provincia de Burgos. PHAS (Universal Images Group via Getty)

Todavía uno puede hacerse una idea de su importancia por los restos de su teatro, con capacidad para 9.000 espectadores, donde hoy suelen realizarse representaciones estivales. También se pueden ver restos del foro, las termas y algunas viviendas.

Clunia, además, está en plena Ruta del Cid, pues cuenta El Cantar que, en el verano de 1081, estas tierras vieron pasar al Campeador tras su primer destierro. Una excusa más para visitar el lugar.

Las Médulas (El Bierzo, Castilla y León)

En la comarca leonesa del Bierzo se encuentra el paisaje de Las Médulas, la mayor mina de oro a cielo abierto del Imperio Romano. Su explotación duró más de 250 años, y el paisaje quedó completamente transformado para siempre. Es muy interesante como zona arqueológica donde se puede conocer la manera en la que se extraía el oro mediante la técnica ruina montium, basada en la destrucción y lavado de la montaña. Hay muchas rutas de senderismo para recorrer la explotación, como la senda perimetral (hasta el mirador de Las Perdices), la senda de las Valiñas (hasta las galerías de la Cuevona y la Encantada), la senda corta y la senda del Lago, entre árboles centenarios de retorcidos troncos. Las rutas no muestran dificultad alguna y están perfectamente acondicionadas.

Uno de los miradores de las antiguas minas romanas de Las Médulas, en la comarca leonesa del Bierzo.
Uno de los miradores de las antiguas minas romanas de Las Médulas, en la comarca leonesa del Bierzo.Daniel Candal Alvarez (Getty Images)

Pero hay un lugar en este entorno minero que supera todas las expectativas: el mirador de Orellán, desde el que se pueden ver los espectaculares vaciados de la montaña. Al atardecer, tierra y cielo se funden y el lugar arde en colores rojizos, con el Bierzo al norte, los montes Aquilanos a la espalda y, al frente, el sol despidiéndose en silencio.

La Olmeda y La Tejada (Quintanilla de la Cueza y Pedrosa de la Vega, Castilla y León)

En Palencia encontramos dos lugares únicos: La Tejeda y La Olmeda, dos villas rurales desde las que los grandes agricultores tardoromanos controlaban los latifundios cerealísticos de la Meseta. La Tejada está frente al pueblo de Quintanilla de la Cueza, y los mosaicos que se han sacado a la luz, aquí y en La Olmeda, cuentan sus vidas, sus temores y pasiones, su estatus y sus formas de ocio. De hecho, el lugar debió de ser un recinto termal. También se han encontrado numerosos hipocaustos, su método para calefactar las diferentes estancias y un antecedente claro de las populares glorias castellanas.

Cubierta construida por Ángela García de Paredes e Ignacio García-Pedrosa para proteger los mosaicos del siglo IV de la villa romana La Olmeda, cerca de Pedrosa de la Vega (Palencia).
Cubierta construida por Ángela García de Paredes e Ignacio García-Pedrosa para proteger los mosaicos del siglo IV de la villa romana La Olmeda, cerca de Pedrosa de la Vega (Palencia). Gonzalo Azumendi (Getty Images)

No muy lejos está La Olmeda, bajo un impresionante y vanguardista edificio de los arquitectos Ángela García de Paredes e Ignacio García-Pedrosa. Esta villa romana dependiente de Clunia Sulpicia es un auténtico tesoro desenterrado: una mansión de campo donde hace 2.000 años llegaron a vivir casi 1.000 personas en sus 4.400 metros cuadrados y 35 habitaciones, de las que 26 están decoradas con grandes mosaicos.

Descubrir sus sistemas de calefacción radiante, los desagües, las zonas nobles y los espacios destinados a cocina, almacenaje y ganado hace replantearse si, desde aquellas grandes innovaciones, se ha avanzado tanto, pues da la sensación de que aquella gran civilización inventó la solución para todo.

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