Lugo, de tapeo en la ciudad romana
La muralla del siglo II, de 2.266 metros de perímetro, se recorre en un saludable paseo que los médicos suelen prescribir. En los bares, los pinchos son famosos
Lugo, de 98.000 habitantes, la ciudad gallega más antigua, fue fundada en el 25 antes de Cristo. Su nombre deriva de Lucus Augusti, y podría hacerse un interesante recorrido siguiendo los restos romanos que la salpican aquí y allá. Yo seré más ecléctico.
10.00 Ángeles comiendo pasteles
Camino por la peatonal Rúa da Raíña (1). Al fondo, la Gran Farmacia (2) parece aún más imponente que su nombre, con una torre con reloj. Más cerca compruebo que es un engaño de la perspectiva: la torre no es de la farmacia, sino del Ayuntamiento, que está detrás. Elijo para acabar de despertarme Madarro (3), pastelería fundada en 1891. A la entrada, en el techo hay pintados ángeles golosos que comen pasteles como los dispuestos en el mostrador. Pido uno de sus afamados suizos y una caña de crema de delicado hojaldre, y los acompaño con un café, en el saloncito con mesas de mármol y sillas de madera, leyendo el periódico. Un inicio de día que anima a cualquiera: aunque uno no acabe de acostumbrarse a las malas noticias, así son más llevaderas.
11.00 El templo de Mitra
La pastelería está al lado de la plaza Mayor, amplia y cuidada, con flores y grandes árboles, un templete para las bandas de música en el centro y a un lado terrazas de cafés, entre los que destaca, por su aire antiguo, el Café del Centro (4). Paredes con paneles de madera y espejos, mesas de mármol y columnas de hierro fundido pintadas de rosa proporcionan el ambiente adecuado, si nos olvidamos de la pantalla de televisión, a las esculturas de una pareja decimonónica que hay a la entrada sentada a una mesa, ambos con sombreros, ella con una mascota en el regazo y él ayudado por unas lentes leyendo un diario. En una esquina de la plaza se alza el señorial Círculo de las Artes (5), inaugurado en 1898 y al que, lamentablemente, solo tienen acceso los socios. No todo fueron desgracias ese año. En el exterior, carteles de época anuncian un espectáculo: “Edén Concert, El mejor cabaret de España, Éxito Lola Montaner…”. Es parte del atrezo para el rodaje de una película de época, La sombra de la ley, con Luis Tosar y Ernesto Alterio. Muy cerca, junto al ábside de la catedral (6), bajo el suelo y protegida por un cristal, se halla una pequeña piscina romana con mosaicos, posiblemente usada para bautizar.
Si París bien vale una misa, la catedral de Santa María bien vale una visita. Románica en su mayor parte, es un mundo de piedra gris, algo laberíntico, con hermosas vidrieras, frescos en el techo y numerosas esculturas, retablos y capillas. Destaca, por su tamaño, el grupo escultórico de la Última Cena. Ocupando el triforio del templo, con vistas a la nave principal, se ha inaugurado recientemente el Museo Diocesano, donde se exhiben diversas imágenes y cruces medievales, y piezas como lo que queda del retablo de Cornielles de Holanda, que resultó muy dañado por el terremoto de Lisboa.
Muy cerca —en el Lugo intramuros todo está cerca— se halla la Domus del Mitreo (7), restos de un templo consagrado a Mitra, dios oriental muy popular entre los legionarios. Una luz tenue, anaranjada, baña los restos de columnas, frescos y muros, y le proporciona el aire misterioso que le corresponde.
Casas de piedra, galerías acristaladas, tejados de pizarra, soportales. El gris y el blanco predominan en el centro de esta ciudad sobria y algo coqueta. En mi callejeo llego a la iglesia de San Pedro (8), de un gótico tan sencillo como conmovedor, con unas vidrieras preciosas. Si aún hoy nos maravillan, ¡qué efectos debían producir en su época la música y esas alturas y esas piedras pintadas por la luz filtrada por las vidrieras!
14.00 Comida dentro de un tonel
Rompo el cerco de la muralla, salgo del collar que abraza la ciudad, para comer en la pulpería Aurora (9). Un restaurante de tres niveles, con muros de lajas y tacos de madera, con la gracia añadida de que si se va en un grupo de seis u ocho personas, se puede comer en mesas cobijadas por enormes toneles cortados por la mitad. Si se es menos numeroso, nada de nada, aunque esas mesas con reminiscencias medievales permanezcan vacías. Carnes, pescados y, por supuesto, pulpo, que saben mejor en un ambiente tan cuidado.
16.00 Parque de Rosalía de Castro
Si antiguamente comer era una necesidad, hoy es un exceso que debe ser expiado, y decido caminar largo y tendido. Voy al parque de Rosalía de Castro (10), donde los árboles, estanques, pájaros y flores sustituyen a la piedra. Desde el mirador veo los bosques que rodean Lugo y, abajo, el Miño, surcado por piragüistas. Bajo hacia el río por escaleras y caminos serpenteantes y, cruzando una carretera, llego al hotel Balneario (11), cerca del puente romano (12). Dentro del hotel, en el que se puede disfrutar de masajes y tratamientos para el cutis, están los restos de unas termas romanas. La humedad es sofocante, y el olor, sulfuroso.
Como oveja que vuelve al redil, retorno al centro, dispuesto a recorrer la muralla romana (13), completamente cerrada, con un perímetro de algo más de dos kilómetros, medida que sirve a los médicos lucenses para sus prescripciones: “Usted, a diario, dos vueltas a la muralla”. Como no me lo ha dicho ningún médico, me limito a una vuelta por el adarve de tierra. Viendo la ciudad blanca y gris, me cruzo con turistas, corredores, andarines. Siempre hay sorpresas: veo un jardincito, hogar de conejitos, gansos, corderos, con la mismísima Blancanieves y sus adorables (u odiosos) enanitos.
21.00 Patatas con salsa infierno
Lugo es un paraíso para las cañas y raciones, y las tapas, que se sirven gratis con la consumición. El Riba, Tosar, El Tolo... Hay donde elegir. Paso por la Rúa da Cruz (14), flanqueada por bares, y recuerdo a esos prisioneros de los iroqueses, a los que todo el poblado hacía un pasillo: aquí, por suerte, dan cervezas en lugar de palos. Llego a El Tolo (15), en los soportales de la plaza del Campo. Me recomiendan el casi capón de casi Villalba, pollo asado con receta navideña, y las patatas con salsa infierno, hechas con guindilla de Assam, la naga jolokia, uno de los chiles más picantes del planeta, que supera el millón de unidades Scoville (medida del picor o pungencia en los pimientos), aunque aquí está rebajada, por fortuna. Mientras despacho las raciones, pienso que Lugo es uno de los secretos mejor guardados de España. Bueno, no es ningún secreto, quizá la naga jolokia me haya ofuscado. Pero viendo la muralla, nadie puede negar que está bien guardada.
Martín Casariego es autor del libro sobre grandes viajeros Con las suelas al viento (La Línea del Horizonte).
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