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El pozo del Señor del Agua

Una fortaleza circular, una ciudad celtíbera y otra bereber. Tres recomendables yacimientos arqueológicos españoles

La fortificación y el pozo de más de 4.000 años de Motilla del Azuer (Ciudad Real).
La fortificación y el pozo de más de 4.000 años de Motilla del Azuer (Ciudad Real).

Aunque resulta difícil, casi imposible, la tarea de escoger tres yacimientos arqueológicos cuya visita sea imprescindible, aquí están tres enclaves singulares, mágicos, que hay que visitar para empezar al menos a entender lo que ­esconde la tierra que pisamos, lo que fuimos y tal vez el polvo que seremos.

La fortaleza del agua Motilla del Azuer (Ciudad Real)

El agua puede ser a veces más valiosa que el oro y que cualquier metal. Las sequías persistentes son siempre dramáticas. El hambre y la sed sacan lo peor de nosotros mismos. Al inicio de la Edad del Bronce (2200-1300 antes de Cristo), en plena región de La Mancha, un largo periodo de sequía había hecho que aumentaran los enfrentamientos, liderados por señores de la guerra que habían fortificado los poblados. En ello tuvo mucho que ver la metalurgia del bronce, que supuso una revolución en los modos de vida de las tribus nómadas, que se asentaron en poblados estables y comenzaron a almacenar e intercambiar con otros grupos cercanos. También se empezaron a elaborar productos artesanales derivados, como el queso, documentado en la Motilla del Azuer.

javier belloso

La Motilla del Azuer es una excepcional fortificación, de más de 4.000 años, formada por varios muros circu­lares y concéntricos, con pasillos entre ellos a través de los cuales se accedía al interior. Dentro se han identificado silos y hornos, así como un patio en el que se puede ver el pozo más antiguo de la península Ibérica. Ese pozo, de más de 14 metros de profundidad, lo fueron excavando según aumentaba la sequía y descendían los niveles hídricos, buscando las capas más bajas del nivel freático mediante rampas.

La Motilla del Azuer era, pues, una auténtica fortaleza en la cual gobernaría un señor de la guerra que sin duda fue llamado en la comarca el Señor del Agua.

La tierra roja de los arévacos Tiermes (Soria)

Todo el mundo ha oído hablar de la caída de Numancia en el año 133 antes de Cristo, tras 20 años de asedio por parte de los romanos. Pero menos gente sabe que hubo otra ciudad de la misma tribu celtíbera, los arévacos, que resistió 35 años más a los romanos, hasta que fue conquistada por el cónsul Tito Didio en el 98.

Los cadáveres de los guerreros arévacos caídos en la lucha contra los romanos se exponían a los buitres sagrados

La peor derrota de los romanos en Tiermes la sufrió en el año 141 antes de Cristo Quinto Pompeyo, que en el primer asalto perdió 700 hombres. Su caballería huyó, pero los termestinos los persiguieron y los despeñaron por unos barrancos próximos al río Pedro. Los aterrados legionarios que lograron huir rogaron a sus dioses lares no tener que regresar nunca más a la Celtiberia.

Los arévacos, por su parte, despidieron a los guerreros caídos en combate con el singular rito funerario que consistía en exponer los cadáveres a los buitres sagrados, que al devorarlos transportaban sus almas al más allá. Para este rito usarían el graderío rupestre, justo debajo de las buitreras que aún pueden verse.

Las ruinas de Tiermes, que fue romanizada y perduró hasta la Edad Media, forman uno de los yacimientos más interesantes de España. Su principal particularidad es su carácter rupestre. La acrópolis, la Puerta del Sol y la del Oeste son buena muestra de esa técnica constructiva iniciada por los arévacos y adoptada después por los romanos, quienes la usaron para construir casas vecinales de hasta siete pisos y verdaderas mansiones, así como el excepcional sistema de abastecimiento de agua, que incluye un tramo de acueducto subterráneo que se puede recorrer a pie, escuchando, con la debida atención, el eco del agua y el de los trabajadores que lo abrieron a pico en la roca arenisca. Durante la visita se sentirán acompañados por los buitres que sobrevuelan el yacimiento, custodiando todavía, tantos siglos después, el espíritu de los guerreros arévacos muertos en combate.

La ciudad perdida de Al Andalus Vascos (Toledo)

Aunque la ciudad de Vascos se conoce desde el siglo XVI y la mencionan varios viajeros en las centurias posteriores, resulta prácticamente desconocida para el gran público. Ni siquiera se sabe el nombre que tuvo en época musulmana. Hay quien dice que fue la ciudad de Nafza, en la que se asentaron los miembros de la tribu bereber del mismo nombre. Los indomables bereberes de la zona de Talavera se sublevaron contra Abderramán III, primer califa omeya de Córdoba (929-961), que envió tropas en 932 para sofocar la rebelión. Tal vez en ese momento se fundó Vascos a orillas del río Huso, con el fin de apaciguar a los nafza y fortalecer además la frontera con los reinos cristianos.

Sin embargo, la vida de la ciudad fue corta. El califato se fragmentó en taifas en 1035 y, 50 años después, Alfonso VI de Castilla conquistó Toledo. Las tropas castellanas ocuparon Vascos. Entonces, las taifas de Sevilla y Badajoz pidieron ayuda a los almorávides del norte de África, que vencieron al rey castellano en la batalla de Sagrajas (1086), de modo que el valle del Tajo volvió a convertirse en tierra de frontera, despoblada y yerma.

Los habitantes de Vascos la abandonaron y la ciudad fue cayendo en el olvido. Quedan restos de la alcazaba, el entramado urbano, manzanas de viviendas, zocos, mezquitas, zonas fabriles, unas tenerías, un hammam y dos cementerios. Todo aquello que tuvieron que dejar cuando el destierro llevó a los naftíes de vuelta a las tierras africanas de sus abuelos.

J. M. Barbot es arqueólogo y autor del libro de relatos Cristales rotos (editorial Lastura).

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