El oro de la memoria
Los millones de personas que estos días regresan del paraíso a la realidad, lo que han de pensar es que su memoria les pertenece y que allí está el oro pueden necesitar cuando la melancolía los atenace
En los confines de León, allí donde Galicia comienza, el paisaje berciano de Las Médulas constituye un recordatorio espectacular del paso de los romanos por aquellas tierras así como un monumento difícil de describir a quien no ha tenido la suerte de contemplarlo por él mismo. El yacimiento de oro mayor de la antigüedad, la obra que concitó el ingenio de los más grandes estrategas militares e ingenieros de la Roma antigua, cuyos conocimientos sorprenden todavía, supone una visión tan fabulosa que ensombrece a cualquier otra, más cuando uno la descubre al amanecer o al atardecer, con los primeros o últimos rayos del sol alumbrando los desgarrones y cuevas de unas montañas rojas y verdes (rojas por su naturaleza aurífera y verdes por la vegetación) que durante 200 años fueron reventadas a base de picos de los esclavos y de una técnica, la ruina montium, que supuso la construcción de murias y galerías y de cientos de kilómetros de canales a través de las montañas próximas para transportar el agua que, acumulada al pie de las galerías y soltada de repente, servía de fuerza motriz en el proceso de reventar (arruinar) los montes. Lo que queda son los restos de aquel trabajo de superhombres, o de desdichados hombres que en el yacimiento dejaron su vida como trabajadores forzosos. El oro para ellos fue su tumba mientras que para los romanos era la riqueza.
Ahora que se terminan las vacaciones y el mes de agosto se queda atrás con su resplandor de oro que se irá desvaneciendo poco a poco mientras la vegetación del tiempo lo cubre recuerdo ese paisaje de las Médulas bercianas y el reportaje que sobre ellas hice hace años para este periódico y me da por pensar que la memoria es un yacimiento roto que muestra los desgarrones del paso del tiempo y las desilusiones y pérdidas inherentes a él pero que a la vez guarda esas pepitas de oro que resplandecen cuando uno lo mira como en el fondo del río Sil, ese río mágico y lleno de vida que arrastra desde su nacimiento en Babia la fuerza de las leyendas de esa región y que ha conformado un valle, el del maravilloso Bierzo, en el que el oro y el carbón alimentaron la vida de sus pobladores hasta que este último dejó de explotarse hace poco. Queda el oro, pero hay que salir a buscarlo como aquellas oreanas de Pumares a las que yo pude ver en acción aún o como el buscador de oro canadiense que olvidó en Corbón su batea y su pala cuando se fue. Como ellos, los millones de personas que estos días regresan del paraíso a la realidad, de los lugares en los que han sido inmortales durante unas semanas y en los que han visto hechos realidad sus sueños a los trabajos y a la rutina que quedó atrás, lo que han de pensar es que su memoria les pertenece y vuelve con ellos y que allí está el oro que han de buscar cuando la melancolía o el cansancio los atenace como a muchos estos días de retorno. El oro de la memoria estará siempre en sus vidas como en el paisaje del Bierzo leonés el yacimiento romano de las Médulas, eterno y resplandeciente.
Yo también quiero pensarlo así en esta despedida de mis lectores de EL PAIS, no sé si definitiva o temporal, que coincide con el regreso de muchos de ellos de sus vacaciones. Suerte.
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