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Columna
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La barbarie

El descubrimiento de que la especie humana tiene aún un pie en la irracionalidad nos perturba porque nos obliga a reconsiderar todo lo que creíamos

Julio Llamazares
Talibanes Afganistan
Varios talibanes, el pasado domingo en el palacio presidencial de Kabul.Zabi Karimi (AP)

Lo siniestro es aquello que debiendo permanecer oculto se nos ha revelado, dijo Schelling. La frase la he vuelto a recordar viendo esas imágenes del aeropuerto de Kabul en las que gente desesperada se agarra al fuselaje de los aviones para intentar huir del país ante la llegada de los talibanes, que ya posan en el despacho presidencial del Gobierno, que ha escapado dejando al pueblo a su suerte. Una imagen, esta última, que recuerda a la de los partidarios de Trump (uno de ellos con cuernos de bisonte, apelando a los primitivos indígenas) invadiendo el despacho de la presidenta del Congreso estadounidense después de hacer lo propio con el Capitolio. La barbarie en estado puro, incluso en la apariencia y en la indumentaria de los invasores, remite a la pervivencia de lo siniestro, de ese primitivismo histórico que creíamos ya superado pero que de repente emerge demostrándonos que no es así. Algo que individualmente sabíamos pero que como sociedad negábamos, porque reconocer que la barbarie continúa entre nosotros es reconocer el fracaso de la civilización.

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Con la mitad del mundo de vacaciones, muchos tirados en las playas o disfrutando de la ociosidad de agosto, que nos adormila y nos hace creer ajenos a la realidad del mundo, como si fuéramos dioses por unos días, la irrupción de la barbarie nos sobrecoge todavía más, pues no estamos preparados para su contemplación. Nunca lo estamos, pero cuando sucede en momentos de relajación mental como este nos sorprende especialmente y nos hace despertar de un sueño, el de la civilización tantos siglos perseguida, como les sucedió a todas esas personas, naturales de Afganistán y extranjeras, que no esperaban que los talibanes reconquistaran el país en tan pocos días, tan pocos que no les dio tiempo a huir. Esperando a los bárbaros llegaron a creer, como los protagonistas del poema de Cavafis, que aquellos ya no existían.

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Barbarie o civilización. La disyuntiva tantas veces planteada a lo largo de la historia resurge cada poco poniéndonos ante el espejo de esta y perturbando nuestras conciencias, pues creíamos que el mundo era como lo soñábamos, no como es realmente. De ahí el terror que a muchas personas produce la visión de esos personajes barbudos armados hasta los dientes y con caras de pocos amigos que parecen salidos de Las mil y una noches pero que forman parte de nuestro tiempo, como lo producen las imágenes de esos otros que aparentemente son de este tiempo pero que por sus acciones (asesinatos de sus propios hijos, violaciones en grupo, linchamientos masivos) parecen venir de la prehistoria. El descubrimiento de que la especie humana tiene aún un pie en la irracionalidad y de que el salvajismo aún guía el comportamiento de muchas personas nos perturba porque nos obliga a reconsiderar todo lo que creíamos y a reconocer que la civilización aún no ha llegado a borrar la barbarie del mundo. En la lucha entre la naturaleza y el progreso, entre la religión y el humanismo, entre la razón y el odio, continuamente vemos que se imponen los representantes de las peores opciones, esas que apelan a lo más sórdido de nuestra condición animal como especie pese a nuestros esfuerzos por civilizarnos. Lo vemos en esas imágenes de Kabul como antes lo vimos en los campos de concentración nazis y como lo vemos, sin ir tan lejos, asomándonos a las redes sociales, donde el primitivismo es norma por más que quienes lo practican se crean gente normal.

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