Un recorrido por el Madrid ‘art déco’ de los años veinte
Salas de exposiciones, coctelerías, bares, teatros, edificios residenciales… Este estilo arquitectónico encontró su máxima expresión en los edificios de principios del siglo XX en la capital. Sus huellas aún se encuentran por sus calles, como demuestra este paseo que se detiene en algunos de sus ejemplos más potentes
En los locos años veinte aparecieron en Madrid los carteles luminosos, los semáforos y el foxtrot. La Gran Vía inauguraba cines y teatros a golpe de piqueta y entre los viejos edificios de la década anterior emergía una ciudad cosmopolita que encontraba su máxima expresión en el estilo art déco: líneas rectas, volúmenes escalonados y violentos claroscuros. Sus fuentes de inspiración eran las vanguardias (expresionismo, cubismo o futurismo), aunque también reproducían motivos egipcios, griegos o africanos. Esta ruta invita a un recorrido por algunos de los hitos de este movimiento que ha dejado una huella indeleble en la imagen de la capital española.
Inaugurado en abril de 1925, el teatro Pavón de la calle de Embajadores es uno de los primeros ejemplos del estilo en Madrid. Para otorgarle dinamismo a la fachada, el arquitecto Teodoro Anasagasti levantó una torreta en el chaflán y cubrió los muros con unos esgrafiados que representan girasoles. En este cabaret, frecuentado por los obreros de Lavapiés, se hizo conocida antes de la Guerra Civil la estrella argentina Celia Gámez. Hoy su cafetería es un animado punto de encuentro para los jóvenes treintañeros en este céntrico barrio.
No muy lejos está la Sala Equis, un bar con un pequeño espacio para proyecciones que hasta hace unos años era un cine para adultos. Aunque el edificio original fue la rotativa del periódico El Imparcial, en su interior se observan algunos elementos art déco añadidos más tarde, como el suelo de mosaicos y la gran hornacina de su patio de butacas. En las inmediaciones de la plaza de Tirso de Molina también se encuentra la Imprenta Municipal-Artes del Libro, con un rótulo en la fachada que hace las delicias de los tipógrafos, porque las letras son el principal elemento decorativo. Algo que vuelve a repetirse en el letrero que corona el teatro Fígaro, ya cerca de la plaza de Jacinto Benavente. Dentro, un mural sobre fondo dorado de Alfonso Ponce de León nos recuerda que en la época de entreguerras la sencillez no estaba reñida con el lujo. Del mismo artista es un enigmático cuadro conservado en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía: un autorretrato en el que se representa muerto tras un accidente de tráfico. Resulta terrible pensar que casi se trataba de una premonición, ya que su cuerpo se encontró en una cuneta, asesinado pocos meses después del estallido de la Guerra Civil.
Las nuevas catedrales
Las grandes salas de estreno se levantaron en la Gran Vía madrileña. El Edificio Capitol (1933), de Luis Martínez-Feduchi y Vicente Eced, acogió el primer cine con aire acondicionado de España. En la memoria del proyecto describen una máquina para generar un “clima artificial de primavera”. Contaba, además, con pequeños apartamentos de alquiler y muebles que diseñaron los mismos arquitectos. La forma de proa del inmueble ofrece unas vistas espectaculares sobre la avenida que hoy pueden disfrutarse desde las habitaciones del hotel Vincci. El cercano Edificio Coliseum, construido entre 1930 y 1933 por iniciativa del compositor Jacinto Guerrero, fue la residencia de la cantante Concha Piquer, que tras sus interminables giras por todo el mundo cargada de baúles siempre regresaba a Madrid, donde, para no echar de menos los escenarios, eligió vivir encima del teatro de este complejo. En la Gran Vía también están el cine Callao y el Museo Chicote, la coctelería que durante décadas fue el epicentro de la vida mundana. Esta sucursal de Hollywood en Madrid —en la barra ahogaron sus penas Ava Gardner, Sophia Loren o Luis Buñuel— es uno de los pocos interiores art déco que conservan las sillas y taburetes de tubo originales. El mismo arquitecto Luis Gutiérrez Soto diseñó el cine Barceló y la piscina La Isla del Manzanares, demolida tras una riada en los años cuarenta.
Mientras la farándula tomaba la Gran Vía, la calle de Alcalá se convirtió en el corazón financiero de España. Entre las sedes centrales de bancos y aseguradoras, algunas son obras relevantes del art déco. El edificio de La Unión y el Fénix, que parece el campanario de la iglesia de las Calatravas que se encuentra justo al lado, recuerda a los primeros rascacielos de Nueva York. Hoy es un hotel de la cadena High Tech. En la misma manzana, el antiguo Banco Mercantil e Industrial, una de las últimas obras de Antonio Palacios, funciona ahora como la sala de exposiciones Alcalá 31. Su interior parece el de una basílica. En 1930 se derribó el teatro Apolo, que había sido considerado “la catedral del género chico”, y en su lugar se construyó el Banco de Vizcaya, actualmente sede de la Consejería de Economía y Hacienda del Ayuntamiento de Madrid. Su fachada, adornada con imponentes relieves de inspiración clásica, también hace pensar en un templo.
Pero no solo se construyeron cines y teatros, bancos y aseguradoras en estilo art déco, también existen por la ciudad numerosos edificios de viviendas con detalles que remiten a esta tendencia, como las vidrieras o las rejerías geométricas. La Casa de las Flores de Secundino Zuazo (Hilarión Eslava, 2) es uno de los más sobresalientes porque incorpora influencias del racionalismo. En uno de sus pisos vivió Pablo Neruda, que la cita en un poema, y en otro, el escritor Emilio Carrere. En esta misma línea destaca la Colonia de El Viso. Muy anterior es el hotelito del urbanista César Cort Botí en la Quinta de los Molinos, que ya contaba alrededor de 1925 con una cancha de tenis, uno de los deportes de la modernidad. Bajo estos mismos parámetros estéticos también se levantaron frontones para jugar a la pelota vasca, aunque la mayoría han desaparecido. Sin embargo, sigue resultando espléndido el Hipódromo de la Zarzuela, de Carlos Arniches Moltó y Martín Domínguez, con una marquesina de hormigón diseñada por Eduardo Torroja.
Además del deporte, la modernidad trajo el automovilismo y la aviación, como se ve en un relieve de Frederic Marès dedicado a la industria y el comercio en la puerta de acceso del antiguo Banco Zaragozano, hoy convertido en la entrada de la Galería Canalejas. Casto Fernández-Shaw proyectó el primer aeropuerto de Barajas y varias gasolineras; la de Porto Pi (Alberto Aguilera, 18) fue reconstruida en 1996. En 2010 también se recuperó la espectacular vidriera art déco de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Complutense, que ilustra la historia del pensamiento: resulta divertido pararse a buscar a Buda o a Aristóteles como si fueran Wally. El viaducto de Segovia tiene influencia de este movimiento, asociado a un estilo de vida más dinámico. Entre sus arcos se proyectaron unos ascensores que nunca llegaron a instalarse.
Y todavía hay más. En la almoneda Circa 1900, en el Rastro, podemos encontrar objetos de este estilo. Y reconocemos la misma estética en el papel pintado de la bombonería Santa, en la calle de Serrano, 56, o en la última remodelación del café Comercial, que incorpora un mobiliario que se inscribe dentro de esta tendencia. Incluso en el cartel de Tío Pepe, que lleva en la Puerta del Sol desde 1935, se reconocen algunos rasgos de una época aún presente en las calles de Madrid.
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