Fascinación farera
Las páginas de ‘Breve atlas de los faros del fin de mundo’ revelan enigmáticas historias que nos llevan a lugares y tiempos remotos
José Luis González Macías (Ponferrada, 1973) ha vivido siempre lejos del mar, y a pesar de ello su fascinación por los faros es tal que los ha convertido en los protagonistas de su primer libro, Breve atlas de los faros del fin del mundo (Ediciones Menguantes). “Mi atracción por las linternas marítimas tiene que ver con esa fascinación que sentimos por la cosas desconocidas, míticas, románticas… Y con las casualidades”. Tras recibir un encargo para diseñar la portada de un disco del grupo North of South, le pareció buena idea ilustrarlo con un faro. Y se quedó atrapado por la belleza de estas torres del pasado y del presente.
Tras dos años de trabajo y documentación, el resultado es este libro que no pretende ser una guía farera. Son 34 curiosas historias de enigmáticos y aislados faros, repartidos por todo el planeta. Diseñador gráfico de profesión, González Macías también firma todas las ilustraciones, usando tan solo cuatro colores. Ardua tarea teniendo en cuenta que no ha visitado ninguno de los faros que aparecen en las páginas del libro. “La idea era escribir por la documentación y la imaginación. Escribir sobre ellos sin verlos, sobre todo porque no iba a poder visitarlos todos, y no quería que las historias quedaran desiguales entre ellas. De hecho, el título está tomado de una obra de Julio Verne, El faro del fin del mundo, inspirado por un pequeño faro que lució de forma efímera en la Patagonia y en el que describía a la perfección la Isla de los Estados sin haber puesto nunca un pie en territorio argentino”, cuenta.
No se trata de un manual, sino de una lectura para viajeros románticos, apasionados de las historias relacionadas con estos guardianes de las costas. Como muestra, elegimos seis ejemplos que dejan con ganas de más.
Isla de Navaza (Estados Unidos)
Esta isla deshabitada del Caribe está bajo control de la administración estadounidense desde 1857, cuando el capitán Peter Duncan la reclamó para el dominio de Estados Unidos al ver las toneladas de guano que atesoraba (un abono orgánico muy codiciado en la época, originado por la acumulación masiva de deposiciones de aves marinas, focas o murciélagos). Construido en 1917 y con casi cincuenta metros de altura, en el año 1929 se convirtió en uno de los primeros faros automatizados del mundo, pues pocos podían soportar el calor sofocante del lugar. Su luz enmudeció en 1996.
Isla de Stephens (Nueva Zelanda)
Conocer la historia del faro de Stephens es lo que inspiró a José Luis González Macías a escribir el libro. "Me llegó la historia de una isla aislada de Nueva Zelanda en la que un pequeño pájaro se extingue justo al construirse un faro. A partir de ahí empecé a buscar información, y me vi contando la historia a mi familia y amigos, desde entonces ya no pude parar", cuenta. La construcción de esta torre (entre 1891 y 1894) y la consecuente llegada del farero con su familia, acompañados por su gata embarazada Tibbles, provocó la desaparición de una especie endémica del lugar: el pájaro Xenicus lyalli.
Faro de Grip (Noruega)
Edgar Allan Poe murió en octubre de 1849 dejando inacabado un texto al que tampoco puso título, pero que pasó a la historia como The Lighthouse (El faro). La trama que empezó a escribir transcurre en una apartada isla noruega, y aunque el faro y su ubicación no se correspondían con ningún escenario real, "unos 40 años después de la muerte del escritor estadounidense se levantó sobre este islote en la costa de Kristiansund un faro que bien podría ser el que se imaginó", relata el libro Breve atlas de los faros del fin del mundo. Encendido en 1888, su luz fue automatizada en 1977, y actualmente sigue activa.
Faro de Buda (España)
La isla de Buda es un humedal de unas 1.000 hectáreas del delta del Ebro (Tarragona). Se empezó a formar a finales del siglo XVIII, y durante 200 años estuvo creciendo hasta que empezó a retroceder en 1950. Este faro de hierro y estructura triangular fue traído a España en barco desde Inglaterra para, junto con otros dos, tratar de iluminar el Delta y que los barcos no embarrancaran. En noviembre de 1864 el farero subió los 365 peldaños de la torre para prender por primera vez su linterna. Tras los bombardeos de la Guerra Civil, años de corrosión de sus cimientos y varias tempestades, hoy yace en el fondo del mar. Actualmente otro faro luce más allá del cabo Tortosa.
Faro de Guardafui (Somalia)
Este es probablemente uno de los faros más remotos e inaccesibles del mundo. Un desierto cambiante, un mar bravo y la inestabilidad política de la región se han aliado para defender su aislamiento y han permitido que aún queden restos de esta torre, cuenta González Macías en su libro. Fue levantado en los años veinte del siglo pasado para ayudar en la navegación a los marinos italianos en una zona de peligrosas corrientes y densas e inesperadas nieblas. Desactivado en 1957, aún queda en pie esta torre de mampostería en la que destaca un fascio littorio —hacha de piedra—, símbolo del fascismo que gobernaba la Italia en la época en la que se construyó.
Faro de Aniva (Rusia)
En el cabo Aniva, en el suroeste de la isla de Sajalín, se levanta desde 1939 un singular faro japonés, llamado originalmente Nakashiretoko. Huella de un pasado en el que habitaban este lugar japoneses, chinos y rusos, antes de que el territorio pasara a formar parte de la URSS tras la Segunda Guerra Mundial. Con su luz apagada desde hace una década, hoy las aves se han apoderado del entorno. "Hasta sus proximidades llegan pequeños barcos con atrevidos turistas en busca de lugares abandonados (...) Si el mar lo permite, se hacen selfis bajo sus ruinas", escribe cuenta González Macías.
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