Chuck Palahniuk: “A largo plazo, el asalto al Capitolio será bueno”
El autor de 'El club de la lucha' es un autor de culto. Antes del asalto al Capitolio en enero, ya lo había imaginado en una novela, 'El día del ajuste', sobre una guerra civil en EE UU que divide el país entre blancos, negros y homosexuales
“El Capitolio tiene la forma de los edificios grandiosos para que quienes están fuera se sientan impotentes y los de dentro omnipotentes. Alterar la historia de la humanidad no requería más de una hora. La policía no se implicó”. El día del ajuste (Literatura Random House), la última novela de Chuck Palahniuk (Pasco, Washington, 1962) anticipó lo que pasó en el Congreso estadounidense el 6 de enero. Criado en Portland, junto a un bosque donde se refugiaba cuando sus padres discutían, y formado como periodista, tras trabajar como mecánico publicó a los 31 años su primera novela, El club de la lucha. Hasta entonces sus desasosegantes libros habían sido rechazados, pero cuando David Fincher convirtió esa obra en una película, protagonizada por Brad Pitt, cambió definitivamente su suerte: había detectado un descontento generalizado que lo acercó a millones de lectores. Hoy vive a las afueras de su ciudad con su marido, Mike. Nos atiende por Zoom con su perra Egg, una boston terrier que llega hasta la pantalla y saluda.
¿Qué le hizo pensar que tomarían el Capitolio?
Parecía la progresión natural de las cosas. Cuando uno no puede comunicarse, expresa su frustración de forma física. Es nuestra guerra para identificar a los nuevos líderes.
¿Está diciendo que del asalto podrían salir futuros líderes políticos de su país?
Sí. Los líderes se distinguen del resto por su valor durante las batallas.
¿El asalto hirió la democracia estadounidense?
No. Demuestra que como población estamos vivos. Fue la batalla en ausencia de una guerra. A largo plazo, será bueno.
¿Lo condena?
¿Usted condena la salida del sol por la mañana? Forma parte de cómo funciona la sociedad y sirve para permitir que una nación se mantenga viva. Es natural.
¿Pensó que estaba escribiendo una distopía o que ocurriría?
Sucede desde hace años: Occupy Wall Street era lo mismo, la protesta une a la gente y hace emerger a quienes cambian las cosas.
¿Liderar el futuro exige ser violento?
Luther King no era violento, pero incurrió en desobediencia civil. Estamos ante un mundo tan poblado que no habrá oportunidades para todos. La gente encontrará caminos radicales para dar con su oportunidad.
Escribió que los policías hicieron la vista gorda mientras los ciudadanos irrumpían. ¿Qué pasó con la policía del Capitolio?
Hay quien considera que no intervinieron porque necesitaban por lo menos un muerto antes de actuar. Otra teoría es que la policía estaba de acuerdo.
¿Su libro puede haber instigado esa acción?
Estamos ante una generación que no ha demostrado nada en el mundo. Buscan la ocasión de probar de qué son capaces. Necesitan ese reto.
¿Destrozar?
Apenas aprendemos nada de la paz. La ruptura es el paso previo a la construcción de algo nuevo.
¿Trump fue un líder del siglo XXI?
Ha sido una decepción para quien lo vio como líder. Como Reagan, ha sido una figura paternal. Durante los ocho años de Obama no hubo casi protestas. La gente solo protestó tímidamente ante un presidente negro para no parecer racista. Las protestas surgen siempre contra un hombre blanco en la Casa Blanca.
Es decir, contra el poder habitual.
Se nos permite protestar ante la figura paterna. Y, rico y blanco, Trump lo era, sobre todo tras ocho años sin protestar.
¿Qué hizo que tanta gente pobre votara por Trump, que no solucionaría el sistema de salud?
Prometió solucionar la inmigración, que a los ojos de esos americanos es una amenaza. No lo hizo.
¿Votó a Trump?
He sido votante de Jill Stein [Partido Verde], el menor de los males.
¿El peligro de fascismo existe en Estados Unidos?
El fascismo se explica como algo malo, pero una vez, en Alemania, el jefe de Bertelsmann, mi editorial, me aclaró que es una fase orgánica por la que pasan los países emergentes para unificar su identidad. Italia se unió como nación justo antes del fascismo, tal y como había ocurrido en Alemania.
¿Defiende que une por encima de enfrentar y dividir?
El fascismo muta. Primero une, luego cambia. El día del ajuste retrata un escenario fantasioso: gente que siente necesidad de una guerra civil. Planteo si el país estaría mejor organizado en tres Estados: uno para negros, otro para blancos y otro para homosexuales. Y trato de demostrar que no resultaría en un país mejor.
Describe la masacre de los educados a manos de los ineducados.
Los que matan en mi libro se sienten traicionados por su educación. Salí de la universidad con una formación que me sirvió de muy poco y con una gran deuda. Me sentí timado por la academia, que no enseña destrezas, sino ideología. La ideología no paga las facturas.
Parece escribir a un mundo herido. ¿Es su manera de decirles que los ve?
No escribo para ayudar a nadie. Cojo mis frustraciones y las amplío hasta agotar completamente mi reacción ante esos problemas. Si las llevo a escenarios monstruosos, mi problema desaparece.
La frustración de El día del ajuste…
Era mi hartazgo de ver a los políticos discutir sin solucionar nada. Estaba harto de que buscaran la atención del electorado en lugar de hacer política. Fue mi catarsis.
No necesitará terapia.
No. Soy capaz de disolver mis propias frustraciones. Aquí el taller de escritura ha reemplazado al psicoanalista. Durante años, la gente iba al psicólogo. Pero era muy caro y el sistema público de salud comenzó a darles calmantes que reprimían el conflicto no resuelto. Ahora la gente prefiere escribir sobre sus problemas y discutirlos. La escritura reemplaza a las drogas psicotrópicas.
¿El enfado y la venganza pueden cambiar el mundo?
Sirven para avisar de la necesidad de cambio, pero no pueden durar siempre porque lo aniquilan todo.
¿Qué tienen en común sus miles de seguidores?
Buscan una experiencia fuerte. Otros libros consuelan o ayudan a coger el sueño. Mis lectores buscan el shock.
Sus libros son macabros…
La gente ve películas de terror para sufrir.
¿Es nihilista?
Es la puerta de salida. Heidegger lo escribió: tienes que entender que todos vamos a morir antes de poder entregarte completamente a tu pasión.
¿Cuándo se entregó a la suya?
Con 28 años, tras un seminario de autoayuda y por una idea de Kierkegaard: puedes agotar todas las distracciones para no confrontar tu mortalidad, pero al final deberás hacerlo. Nada importa, haz lo que amas.
¿Ama escribir o autoconocerse?
No se pueden separar. La escritura es mi manera de conocer personas y explorar ideas. Parece poco, pero me ha dado amistades que han durado más que cualquier relación previa y dinero para que mi marido pueda ir a Las Vegas a cuidar a su madre hasta que muera.
¿Es rico?
No, porque mi contable me robó durante años. Pero comparado con la pobreza de mi infancia, soy muy rico.
¿De qué tipo de pobreza habla?
De caminar millas cada día junto a las vías para recoger las patatas que se caían de los trenes de mercancías. Íbamos mi hermano y yo. Era nuestra contribución a la familia. Pero nunca me sentiré rico. Cuando creces con muchas carencias, siempre piensas que puedes perderlo todo. Y cuando tienes suficiente, empiezas a compartirlo. Creas austeridad porque estás habituado a ella.
¿Es un esclavo de sus seguidores? Siempre busca algo más chocante…
Escribo como cuando no publicaba: encuentro algo de mi vida que no puedo resolver y busco la manera de explorarlo en una historia hasta agotar cualquier reacción. Aunque nadie me publicara, escribiría así.
¿Con qué frustración lidiaba cuando escribió El club de la lucha?
Con el terror de morir sin haber entendido nada importante de uno mismo. Había hecho lo que decían mis profesores y estaba donde todo el mundo: sin encontrar mi lugar. Cumplí 30 años y me di cuenta de que ser una buena persona con un trabajo aburrido no me llevaría lejos. El mejor profesor que tuve, Tom Spanbauer, me aconsejó: escribe sobre lo que no puedas resolver. De esa manera la propia escritura es el pago, no el éxito o la publicación. Es otra forma de definir el éxito.
¿Cuánta de la frustración que investiga viene de su infancia?
Poca. Mis padres se peleaban. Desarrollé a la vez intolerancia y atracción ante el conflicto. Crecí en el campo, y la naturaleza es un gran lugar para huir de cualquier conflicto. Por eso vivo ahora junto a un bosque.
Pensaba que la muerte rodeó su juventud: su abuelo asesinó a su abuela y su padre murió a manos de la expareja de su novia…
Eso sucedió en el pasado. La escritura me salvó. Cuando entiendes eso, que el mundo seguirá sin ti, te rindes ante tu pasión. Apasionarse es arriesgarse a perder.
¿Tuvo buena relación con sus padres?
Sí. Ella era contable. Hacía los impuestos de otros. Mire: aquí están los míos de 2020, ya organizados en enero.
Eso es una herencia.
Sí. ¡Gracias, mamá: me convertiste en contable!
¿En qué lo convirtió su padre?
En inventor. Trabajaba para los ferrocarriles ajustando los frenos de los trenes. Pero estaba empeñado en inventar máquinas que lo hicieran rico.
¿Ha inventado usted una fórmula literaria para hacerse rico?
[Carcajada]. Al final no era una máquina…
Ha mencionado dos veces a su marido. Pero le costó hacer pública su homosexualidad.
Mike y yo llevamos 25 años juntos. Nunca he estado en un armario. Pero no quería que me arrinconaran en la estantería donde está la literatura étnica o LGTB.
¿Por qué le interesa más el porno que el amor?
El amor, como la belleza, es una ilusión.
En Snuff describe la filmación del coito entre una actriz porno retirada y 600 actores.
En El club de la lucha, el protagonista consigue suplir sus necesidades emocionales haciendo ver que se muere. En Asfixia, haciendo ver que se ahoga en restaurantes. Eso les proporciona una atención y un cuidado del que carecen. Snuff está basada en la historia de Annabel Chong, que congregó a cientos de actores para grabar relaciones sexuales. Muchos de ellos le aseguraban que siempre la amarían. La habían visto en películas y estaban tan emocionados que lloraban, y ella los tenía que consolar y ayudar a completar el acto sexual. No podían. Eso me emocionó.
Defiende que el amor es demasiado abstracto como para escribir sobre él, pero es el gran tema.
Un escritor decente no puede imponerle sentimientos al lector. Debe construir las condiciones para que sea el lector quien sienta las emociones. Tienes que conducirlos a la emoción. Cualquier atajo está prohibido.
¿Se ha sentido querido?
Sí, bueno… Crecí en una gran familia y cuidé a mi madre hasta que murió.
¿Qué aprendió cuidándola?
Pasó el último día de su vida pagando facturas. Mi hermana mayor y yo estábamos con ella. Nos miró y dijo: “Hace menos de un año estaba cortando el césped del jardín y ahora apenas puedo escribir mi nombre”.
¿Recordar eso no es un acto de amor?
Fue emocionante ver cómo se dio cuenta de lo rápido que se termina la vida. También la nobleza de dedicar su último día a pagar sus facturas. Creo que no reconoció su mortalidad hasta ese momento. Murió esa noche. Mucha gente me advierte de que no podré escribir siempre como hasta ahora. Y esa es exactamente la razón por la que lo hago. Por eso escribo historias salvajes. Lo quiero hacer mientras pueda para que el último día de mi vida no tenga que preguntarme por qué no lo hice.
¿Y si al final de su vida se pregunta por qué escribió salvajadas y no buscó el amor?
En cada uno de mis libros hay una relación amorosa. Simplemente son poco convencionales. Son gente que trata de conseguir amor de manera no recíproca.
Antihéroes insensibles…, ¿por qué le interesan?
Porque es como veo el mundo: gente que se maquilla para que le den likes. La gente necesita reconocimiento y atención incluso si lo logra de forma deshonesta. El resultado es que el yo verdadero no es el que se entrega a los demás y el amor que consiguen tampoco es verdadero. Ese circuito absurdo mueve el mundo. Por eso hay que empezar haciendo reír: para cuando llega lo ofensivo, los lectores están dentro y no pueden dejar la novela.
¿A eso aspiran sus lectores, a conocer el final?
El ansia por conocerlo les hace avanzar. Mi trabajo es engañarlos. Si anuncias en la primera página que vas a escribir una historia tan ofensiva que te vas a desmayar, la gente dejaría de leerla.
¿Por qué ha escrito tanto sobre adicciones: drogas, alcohol, sexo, dinero?
La adicción te da control, el adicto tiene la tranquilidad de saber de qué va a morir.
¿A qué es adicto?
A la escritura. Ahora mismo bebo demasiado vino blanco, pero creo que tiene que ver con el confinamiento. Tengo una personalidad compulsiva. Mis personajes buscan modelos que les funcionen. Uno rompe con su forma de vida cuando conoce otra en la que cree que estará mejor. Se cambia una forma de seguridad por otra.
¿Qué le da seguridad?
Saber que no voy a vivir para siempre, saber que haciéndome el gracioso solo voy a llegar hasta un punto. Por eso sacrifico constantemente la dignidad. Mis personajes siempre se ven obligados a abandonarla.
¿Qué hay de bueno en la humillación?
Trato de mostrar al lector su mayor miedo y la superación de ese miedo. En muchos cuentos infantiles mueren los padres. Si puedes mostrarle a un niño cómo Bambi encuentra razones para vivir tras la muerte de su madre, le estás indicando cómo sobrevivir a lo que parece el final. La mayoría de mis lectores son jóvenes. En esa fase, lo importante es ser atractivo. Por eso quieren ver cómo consigues rehacerte si te humillan. Quieren ver a alguien que lo pierde todo y no queda destrozado por ello. Escarlata O’Hara: es guapa, loca, joven y lo pierde todo. Pero al perderlo consigue otra forma de poder más allá de su juventud. Por eso desprecio la dignidad, porque eso nos permite centrarnos en la supervivencia.
¿Su familia ha leído sus libros?
Mi madre leyó Monstruos invisibles y se quedó muy preocupada. Estaba convencida de que me estaba adentrando en un cambio de sexo. Hubo cosas de El club de la lucha que la hirieron. Cuando alguien de mi familia encuentra algo en uno de mis libros que considera que tiene que ver con él, deja de leerlos, tiene miedo de encontrar algo más. Se siente traicionado.
¿Eso no le ocurre a su marido?
No. Siempre le pregunto por las reacciones de los protagonistas y los giros de la narración.
Ha escrito que cuando uno cumple 30 años se convierte en su peor enemigo. ¿Fue su caso?
Los 30 son una edad de incertidumbre, pero solo la dificultad abre puertas.
¿Qué puertas se abren con 58?
Sé que lo peor define lo mejor. La epifanía solo es posible tras el desastre que la precede. El desastre tiene que ser de la magnitud suficiente para permitir el renacimiento. Por eso, con el gran lío que tenemos encima, nos espera una década de prosperidad, goce y felicidad. Luego nos volveremos a meter en un lío.
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