Crítica del gusto
Imaginen ustedes un retrato que fuera al mismo tiempo una radiografía, o viceversa. Según el dicho popular, “la procesión va por dentro”, de ahí que no se perciba
Me pregunté porqué me trastornaba esta foto y tardé varios días en averiguarlo, pues soy muy lento de reflejos. Cuando al salir del cine me preguntan qué me ha parecido la película, suelo responder que no lo sé.
—¿Pero te lo has pasado bien o no? —me insisten.
—Ni idea.
—¿Cómo no vas a tener ni idea de si te lo has pasado bien o mal? —contrataca mi interlocutor (o interlocutora, déficits del genérico).
Tardé varios años en darme cuenta de que adoraba las judías verdes y de que sentía repugnancia por los huevos pasados por agua. Hay gente alérgica a los lácteos que se toma por la noche un yogur convencida de que practica una dieta saludable. Un buen día se despiertan de madrugada con reflujo gástrico y se dicen: ¿Habrá sido el yogur?
¿Me ha gustado la película? En caso afirmativo, debería indagar si está bien o mal que me haya gustado. Hay un libro antiguo, de un tal Galvano Della Volpe, que se llamaba precisamente Crítica del gusto. Pues eso.
Después de darle muchas vueltas, he llegado a la conclusión de que lo que me fascina de esta imagen es su capacidad para captar al mismo tiempo el mundo interior, representado por la gente que aparece tras las ventanillas del vagón, y el exterior, encarnado por la que vemos sentada en los bancos. Imaginen ustedes un retrato que fuera al mismo tiempo una radiografía, o viceversa. Según el dicho popular, “la procesión va por dentro”, de ahí que no se perciba. Pero aquí apreciamos a la vez la funda y el forro, la cubierta y la contracubierta, la piel y la entraña. Ignoro para qué me sirve, pero logra turbarme.
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