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Errante
Columna
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Precursores

Leila Guerriero

En junio el artista conceptual Eugenio Ampudia dio, en Barcelona, un concierto para un público de 2.292 plantas

Nadie sabe decir qué música hacen—techno, noise, free jazz—y su discografía es desbordada: en 2002, cuando los conocí, llevaban más de 100 discos editados, entre ellos Blank Tapes, que reproduce el ruido blanco de casetes vírgenes; y 10.000 Chickens’ Symphony, una grabación realizada en un criadero de pollos que consistía en, precisamente, el sonido emitido por esos animales. Eran muy reconocidos en Europa, Japón, Estados Unidos, pero en Argentina se los conocía poco. Fueron noticia en 2001 porque editaron un disco, The Sound of the Argentinian Cooking Pot Revolution, en el que registraron los cacerolazos con los que la ciudadanía protestaba durante la crisis social de ese año.

Yo los entrevisté en 2002, en la casona de la Academia de Música Efimus que habían fundado tres de ellos, Alan Courtis, y los hermanos Patricio y Roberto Conlazo, abierta a todos los músicos, incluidos aquellos que tuvieran síndrome de Down o trastornos del espectro autista. Alan Courtis había sido guardiamarina de la Armada —“Fue una especie de masoquismo iluminador”—; Roberto Conlazo juraba haber grabado el grito que emiten las hormigas cuando se les corta la cabeza. Estaba también Miguel Tomasín, su líder, un hombre con síndrome de Down que había llegado a la academia en 1993 y les había dicho: “Hola, soy Miguel, un baterista famoso”. Como si Tomasín hubiera sido el planeta en torno al cual esperaban girar desde hacía mucho, la tarde en que lo conocieron tocaron juntos y formaron la banda. Se llamó Reynols.

Cuando se los quiere validar, se dice que el líder de Sonic Youth quiso que tocaran con él en un show; que en 2001 fueron revelación del No Music Festival, de Nueva York. A mí me interesa más la forma en que pensaron asuntos relacionados con la inclusión, la ecología, las especies, la fama, el mercado, a lo largo de 27 años. En 1999, cuando nadie pensaba que eso fuera posible, dieron un concierto por Internet junto a la compositora Pauline Oliveros, ella en Estados Unidos, ellos en Buenos Aires. Como no tenían dinero para salir de gira, se inventaron una por la plaza de Francia, en el barrio de la Recoleta; como no tenían público, empezaron a hacer conciertos para rocas, para hielo seco.

En 1995 lanzaron Gordura Vegetal Hidrogenada, un disco que no existe: es una caja de CD sin CD. Hay detrás de eso un concepto: “Es una idea de Miguel”, decía Alan Courtis. “Los formatos cada vez se achican más: primero el disco, después el CD, el minidisc, y este se achicó tanto que no existe”. Ese no-disco fue presentado con un concierto en la terraza de la Academia Efimus. El público estuvo formado por plantas naturales y de plástico “para garantizar la biodiversidad”, dice hoy Alan Courtis, con la misma energía atolondrada de hace 20 años. “Era una experimentación. Tocar implica escucha, y la escucha implica incluir al otro. Las plantas tienen tiempos más largos, así que tocábamos muchas horas para conectar con esa velocidad”.

En junio pasado, las redes de Reynols se llenaron de mensajes de sus seguidores. El 22 de ese mes, el artista conceptual Eugenio Ampudia dio, en el Liceu de Barcelona, un concierto para el bioceno en el cual el cuarteto de cuerdas del teatro tocó Crisantemi, de Puccini, para un público de 2.292 plantas instaladas en las butacas a lo largo de 11 horas. El concierto duró seis minutos. Los seguidores de Reynols preguntaban si la banda iba a hacer alguna declaración. Ellos solo se preguntaron qué habrá sentido el espectador-planta al esperar 11 horas por un concierto de seis minutos, y emitieron un comunicado que se replicó en Japón, Francia, Rusia, Estados Unidos, Alemania, Egipto: “No vamos a iniciar acciones legales por considerarlo un ‘cover’ muy esmeradamente realizado de nuestro Concierto para Plantas en su 25º Aniversario. Muchas Gracias”. Ahora, Gordura Vegetal Hidrogenada se reedita en el sello noruego Hærverk Industrier, y Reynols lanza nuevo disco de estudio después de 17 años sin hacerlo, un vinilo verde llamado Gona Rubian Ranesa. La palabra precursor tiene dos acepciones: “Que precede o va delante en el tiempo o en el espacio”, y “que inicia o introduce ideas o teorías que se desarrollarán en un tiempo futuro”. También existen los precursores químicos: sustancias indispensables para producir otras. Es posible que a los ­Reynols les quepan las tres definiciones.

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Sobre la firma

Leila Guerriero
Periodista argentina, su trabajo se publica en diversos medios de América Latina y Europa. Es autora de los libros: 'Los suicidas del fin del mundo', 'Frutos extraños', 'Una historia sencilla', 'Opus Gelber', 'Teoría de la gravedad' y 'La otra guerra', entre otros. Colabora en la Cadena SER. En EL PAÍS escribe columnas, crónicas y perfiles.

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